Los flujos migratorios provocan una sacudida en la renta per cápita de las regiones
España tiene hoy ocho millones de habitantes más que al comenzar el siglo. Las consecuencias en términos de renta per cápita han sido muy diferentes en función del número de inmigrantes acogidos. Unas ganan y otras pierden
Al comenzar el siglo, España, según Estadística, contaba con algo más de 40,5 millones de habitantes. Más de dos décadas después, a 1 de julio de este año, sin embargo, la población ha crecido hasta los 48,3 millones. Es decir, hoy residen en el país casi ocho millones de personas más que en el año 2000.
Las consecuencias han sido devastadoras para algunas regiones en términos de renta per cápita en relación con el resto, mientras que para otras comunidades autónomas, por el contrario, ha sido una auténtica bendición. Esto es así porque los flujos migratorios han sido muy poco homogéneos. Al contrario, han tendido a concentrarse en las áreas urbanas más dinámicas y con mayores probabilidades de encontrar empleo, además de menos envejecidas.
La consecuencia es que se han producido profundos cambios en el reparto regional de la renta nacional. Al fin y al cabo, lo que mide el producto interior bruto per cápita es la relación entre la riqueza generada en un año por la economía y la población, independientemente de su nacionalidad, aunque siempre que sean residentes.
La combinación de ambos factores explica, por ejemplo, que los dos archipiélagos, Baleares y Canarias, hayan sido los dos territorios en los que se haya producido un desplome de su riqueza relativa. En el primer caso, nada menos que de 14,5 puntos —ha pasado del 125% de la renta media de España al 111%—, pero es que en el segundo el descenso ha sido equivalente a 15,2 puntos (93,8% al 78,6%). El caso de Baleares es significativo, porque en casi un cuarto de siglo ha pasado de ser la tercera región más rica de España en términos de PIB per cápita a la sexta. Algo similar le ha sucedido a Canarias, que de estar cerca de la media nacional, está a punto de ser superada por las dos comunidades autónomas, Extremadura y Andalucía, que históricamente han sido las más pobres en renta per cápita.
El desplome ha sido especialmente intenso, igualmente, en la Comunidad Valenciana (10,1 puntos de pérdida de riqueza en relación con la media nacional), Navarra, que se ha dejado 9 puntos, y Cataluña, que ha perdido 7,8 puntos porcentuales a causa de que sus flujos migratorios han sido más intensos. Cataluña representaba al comienzo del siglo el 15,5% de la población y hoy supone el 16,5%. Madrid, igualmente, ha ganado cuota poblacional y hoy supone el 14,4%, lo que representa 1,2 puntos porcentuales más que en el año 2000.
Las ganadoras
La otra cara de la moneda son las comunidades autónomas en las que los flujos migratorios han sido menos relevantes o, incluso, se ha producido una pérdida de población. El caso más significativo es el de Galicia, cuya población es prácticamente la misma que al comenzar el siglo (2,7 millones), y que ha escalado puestos en el reparto de la renta relativa de una forma verdaderamente colosal. Si en el año 2000, el PIB per cápita de Galicia representaba el 77,6% del conjunto del país, hoy se sitúa en el 92,5%. Es decir, un crecimiento de nada menos que de 15 puntos. No es que la economía gallega se haya comportado significativamente mejor que el resto de regiones en términos macroeconómicos, sino que el crecimiento del PIB global (empujado por la inmigración) le favorece al contar con la misma población.
Algo parecido le sucede a Asturias, Aragón, Castilla y León, Extremadura e, incluso, el País Vasco, cuya población ha crecido prácticamente la cuarta parte de lo que lo ha hecho la población en el conjunto de España. Eso explica en parte que el País Vasco siga siendo la segunda comunidad autónoma con mayor nivel de renta per cápita (127,7%), solo superada por Madrid.
El caso de la Comunidad de Madrid también es paradójico, porque también los flujos migratorios matizan su despegue respecto del resto de las regiones. El PIB per cápita de los madrileños se situó el año pasado en el 136,3% de la media (igual a 100), lo que supone apenas cuatro puntos más que al comenzar el siglo. En ese periodo, sin embargo, su peso en la economía ha pasado del 17,5% al 19,6%, pero, al mismo tiempo, la población ha crecido un impresionante 29,7%. Es decir, muy por encima del promedio nacional (19%).
Convergencia económica
Estas variaciones son fundamentales para entender el momento económico de cada territorio e, incluso, la eficacia del todavía vigente sistema de financiación autonómica, cuyos recursos varían en función de la llamada población ajustada, ya que tiene en cuenta factores como la dispersión territorial o el envejecimiento. Pero también influye en el nivel de renta español respecto de sus socios de la Unión Europea. Esto explica en parte, por ejemplo, las dificultades de España para converger con la eurozona en términos de PIB per cápita debido a que la población crece a mucho mayor ritmo.
Hay que aclarar, en todo caso, que el PIB per cápita regional no revela la realidad del poder de compra, ya que no tiene en cuenta el poder adquisitivo, lo cual tiene implicaciones políticas. Así, por ejemplo, algunos estudios publicados hace algún tiempo —la literatura económica es muy escasa en este aspecto— han revelado que, por ejemplo, el nivel de precios máximo, que corresponde a Madrid, era un 38% mayor que el mínimo, que era el de Extremadura cuando se hizo el estudio hace una década. En el caso de Cataluña la diferencia era del 31%.
Los datos más recientes de Eurostat, la agencia estadística de la UE, muestran que en términos de paridad de poder de compra, que es la medida más representativa, España alcanza el 91% de la renta media, el mismo nivel que en 2012. En total, 34.500 unidades. El que no haya avanzado tiene mucho que ver con los flujos migratorios, pero paradójicamente, si no hubiera sido por la entrada de inmigrantes la economía hubiera crecido mucho menos. El factor trabajo, de hecho, es lo que hoy tira de la economía ante un avance de la productividad muy modesto.
Lo que ha cambiado, como se ha dicho, es que la población española está creciendo de forma mucho más rápida que en la UE. De hecho, el avance del PIB, muy por encima de la media de la eurozona, se basa en la entrada de inmigrantes. Por decirlo de una manera directa, la economía crece en tasas muy parecidas a lo que lo hace el empleo (muy condicionado a su vez por la población). Funcas, por ejemplo, ha estimado que la inmigración aporta nada menos que el 84% del crecimiento de la población española. Es más, la mano de obra inmigrante ocupa el 40% de los nuevos empleos.
No ocurre lo mismo en la Unión Europea. Un reciente informe de Eurostat muestra que la población de la UE aumentó de 354,5 millones en 1960 a 449,2 millones el 1 de enero de 2024, lo que supone un aumento de 94,7 millones de personas. Sin embargo, y pese al debate político que ha llevado a que las políticas migratorias se hayan situado en el centro de la agenda pública, el ritmo de crecimiento demográfico se ha desacelerado gradualmente en las últimas décadas. Por ejemplo, la población de la UE aumentó, en promedio, alrededor de 0,8 millones de personas por año durante el periodo 2005-2023, en comparación con un aumento promedio de alrededor de 3 millones de personas por año durante la década de 1960. Es decir, la inmigración ha tenido un impacto muy limitado en la evolución de la población.
Al comenzar el siglo, España, según Estadística, contaba con algo más de 40,5 millones de habitantes. Más de dos décadas después, a 1 de julio de este año, sin embargo, la población ha crecido hasta los 48,3 millones. Es decir, hoy residen en el país casi ocho millones de personas más que en el año 2000.