La palabra más hermosa del mundo (según Donald Trump)
El tablero mundial se mueve y no parece que Europa esté en las mejores condiciones para afrontar los cambios que vienen, en particular lo que se ha llamado economía de plataformas. Los aranceles de Trump añaden leña al fuego
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Cuando el pasado 15 de octubre, poco antes de las elecciones estadounidenses, Donald Trump dijo que la palabra más hermosa del diccionario era arancel no lo decía en broma. Por el contrario, la imposición de barreras fiscales o aduaneras a la importación de productos—los aranceles— ha creado tantas incertidumbres que con sólo mencionar el dichoso término (la RAE debería haberlo incluido como palabra del año en 2024) ya ha logrado meter el miedo en el cuerpo a medio planeta económico. Incluso, hay que decirlo, a muchos de sus socios comerciales que saben que Trump, aunque no siempre, suele cumplir sus amenazas. El tablero mundial se mueve y no parece que Europa esté en las mejores condiciones para afrontar los cambios que vienen, en particular lo que algunos han llamado economía de plataformas, donde la inteligencia artificial juega un papel clave.
El próximo presidente de EEUU no eligió un sitio cualquiera para reconocer su pasión por los aranceles. Lo hizo durante una entrevista celebrada en el Club Económico de Chicago con el editor jefe de la agencia Bloomberg, John Micklethwait, lo que deja bien claro cuál era su público objetivo. Había que marcar terreno incluso antes de que el 20 de enero dé comienzo su mandato.
Habrá aranceles. Lo que no está tan claro en su intensidad. Y no es por casualidad. La manera de actuar de Trump en política es lo más parecido a la que puede ejercer un empresario cuando se reúne con sus proveedores o clientes: negociar a cambio de algo. Y el comercio, que se rige por el criterio de la reciprocidad, es el mejor campo de juego para negociar a tumba abierta. A modo de anticipo, el diseño de su equipo tiene más que ver con un consejo de administración que con un Gobierno al estilo europeo. Esto significa que el impacto que tendrá lo que decida la nueva Administración dependerá de lo gravoso que sean los aranceles, en principio entre un 10% y un 60%, en función de razones geopolíticas a partir de un esquema operativo tan simple como el clásico amigo-enemigo. A partir de aquí, todo es una incógnita en el plano macroeconómico, aunque también hay algunas certezas.
La principal es que Europa seguirá en tierra de nadie habida cuenta de una realidad aplastante: su dependencia del sector exterior es tan elevada que está obligada a mirar hacia EEUU (política arancelaria) y, a la vez, a China, cuyo desempeño está muy expuesto a los estímulos fiscales que decida el Gobierno, tanto desde el lado de los ingresos como de los gastos.
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Un reciente informe de Intermoney, por ejemplo, ponía de relieve que EEUU es el destino del 20% de las exportaciones europeas de bienes y servicios y que el 3,4% del VAB (valor añadido bruto) de la región está vinculado a la demanda de EEUU, con una exposición importante en sectores como el farmacéutico (22%), el químico (10%) o el de maquinaria (8%). Esto quiere decir que una subida del arancel universal hasta el 10%, concluía, tendría un impacto relevante partiendo de los bajos niveles actuales (arancel promedio de sólo el 2%).
Otro informe del Banco de España, ya en el plano nacional, va en la misma dirección. Las exportaciones de bienes de España a EEUU representaron, el año pasado, un 5% del total de las ventas al exterior de nuestro país, cifra equivalente a 18.700 millones de euros, pero es que en el caso de los países de euro se eleva hasta el 8,4%. O el 9,7% en Alemania y el 10,7% en Italia.
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Y ello sin contar el impacto del agravamiento de la fragmentación del comercio mundial, una realidad ya observada por la Organización del Comercio Mundial, que ha detectado que los flujos comerciales crecen ya más entre países de un mismo bloque que entre bloques enfrentados.
Normalización de la política monetaria
Al menos, lo que está claro es que el BCE proseguirá con lo que de forma eufemística denomina normalización de la política monetaria, que no es otra cosa que reducir los tipos de interés reales (sin inflación) en aras de estimular el anémico crecimiento económico de Europa. En particular, de Alemania y Francia, que representan el 40% del PIB de la región, lo que da idea de su importancia.
Ahora bien, también en este caso el BCE está obligado a mirar de reojo a EEUU. En particular, a la Reserva Federal, que necesariamente tendrá que ser más cautelosa a la hora de bajar tipos que el BCE porque los aranceles tienen una cara amarga para los consumidores que Trump suele obviar: más inflación por el hecho de que al gravarse con impuestos las compras del exterior, lógicamente, los productos son más caros . Y si los precios se alejan del objetivo de política monetaria establecida por la FED, hay algo inapelable: el dólar tenderá a apreciarse y, por el contrario, el euro se debilitará aún más. De hecho, eso es lo que ha sucedido desde septiembre (alrededor de un 5%), justo desde que las encuestas sugerían que Trump (con sus aranceles a cuestas) volvería a la Casa Blanca.
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Esto quiere decir, ni más ni menos, que se vislumbra un desacople monetario a uno y otro lado del Atlántico de imprevisibles consecuencias. Y no son irrelevantes sus efectos en caso de que el desajuste sea importante. Un dólar más fuerte significa para Europa materias primas más caras y, en general, una invitación para que los flujos de capitales (una enorme marea de liquidez recorre el mundo por el elevado nivel de ahorro existente en los países avanzados) se dirijan hacia EEUU. Es verdad que la debilidad del euro hace a Europa más competitiva, pero esa ventaja competitiva desaparece cuando hay que pagar aranceles por vender al otro lado del Atlántico.
Gana el área dólar
Hay que tener en cuenta, además, que una política fiscal más laxa como la que ha prometido Trump es, de nuevo, una invitación para invertir en el área dólar. Y nunca hay que olvidar que factores estructurales como el envejecimiento impulsan el ahorro al alza. También lo explican factores coyunturales como la persistencia de incertidumbres, y que se manifiestan en las previsiones de negocio por parte de los gestores de compras, que, en el caso del Índice compuesto (industria y servicios), ha vuelto a situarse por debajo del nivel 50 (contracción).
No es extraño, por eso, que el gradualismo se vaya a imponer en la estrategia monetaria del BCE. Es decir, recorte de un cuarto de punto con la vista puesta en lo que haga la Reserva Federal. Sólo en caso de que la economía europea tropiece de nuevo, más por razones geopolíticas que estrictamente económicas, el banco central europeo será más agresivo a la hora de bajar los tipos de interés, aunque parece descartado que vuelva la era de los tipos de interés cero, salvo catástrofe.
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Pese a las últimas rebajas, lo cierto, y a la vista de que la inflación ha vuelto al entorno del 2% en la eurozona, la política monetaria sigue siendo restrictiva. Pimco, la principal gestora de fondos de renta fija del mundo, por ejemplo, estima que el tipo de interés neutral, es decir aquel que no contribuye ni estimula el crecimiento, se sitúa en el 1,75%, lejos todavía del nivel actual.
Problemas estructurales
El problema de fondo, sin embargo, sigue siendo el mismo. Cómo hacer de la forma más eficaz posible la transición desde una economía posindustrial, principalmente en Alemania, Francia e Italia, a una de servicios, que es lo que influye de forma decisiva en el mayor crecimiento de EEUU (al margen de la productividad). También España se beneficia de este fenómeno.
La transición no es fácil en un contexto muy exigente: envejecimiento, sectores industriales maduros que hay que atender con elevados costes de ajuste para las empresas y, por supuesto, aranceles que pueden provocar una reconfiguración de la correlación de fuerzas en el planeta. Sin contar la desventaja europea en el desarrollo de plataformas tecnológicas. Es verdad que el aumento del gasto en defensa (con su efecto multiplicador en actividades civiles) puede ayudar a apuntalar la economía, pero el proceso será lento y costoso. Esto explica, por ejemplo, que la Bolsa alemana se haya revalorizado desde las elecciones en EEUU un 6%. Empresas como el grupo armamentístico Rheinmetall acumulan una revalorización del 30%.
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Confiar en que la industria del armamento tire de la economía, sin embargo, no parece razonable. Entre otros motivos porque de forma un tanto mecánica la UE se ha vuelto a embarcar en unas reglas fiscales de las que carecen tanto EEUU como China, lo que les da a estos últimos una ventaja comparativa. Es como si Europa no se hubiera enterado de que las cosas han cambiado de forma profunda desde el primer mandato de Trump. Tanto que en ese tiempo Washington se ha desenganchado de su dependencia comercial de Pekín. Si en 2018 el 21% de las importaciones de EEUU venían de China, en 2023 esta cifra ha bajado hasta el 14%. No ha sido gratis. La deuda pública de EEUU está ya por encima del 100% y los déficit presupuestarios se acumulan sin que Trump —más allá de los recortes que ha encargado a Elon Musk en la Administración— haya dicho que quiera revertirlos.
Ni siquiera China es ya lo que era. Su peso en el PIB mundial ha caído dos puntos porcentuales, hasta el 16%, mientras que su demanda interna es incapaz de absorber todo lo que produce, lo que le hace más vulnerable. Esto obliga a Pekín a ser extremadamente prudente en sus relaciones con Europa, que, en definitiva, es quien compra la mayor parte de sus exportaciones.
En esto, hay que decir, se parece mucho a la propia Europa, emparedada entre su histórico vínculo transatlántico con EEUU (con quien comparte intereses geoestratégicos) y su realidad económica, muy dependiente de China. No puede extrañar que la palabra arancel sea la más bella del diccionario particular de Donald Trump. Malos tiempos para Europa por haber puesto todos los huevos en el mismo cesto.
Cuando el pasado 15 de octubre, poco antes de las elecciones estadounidenses, Donald Trump dijo que la palabra más hermosa del diccionario era arancel no lo decía en broma. Por el contrario, la imposición de barreras fiscales o aduaneras a la importación de productos—los aranceles— ha creado tantas incertidumbres que con sólo mencionar el dichoso término (la RAE debería haberlo incluido como palabra del año en 2024) ya ha logrado meter el miedo en el cuerpo a medio planeta económico. Incluso, hay que decirlo, a muchos de sus socios comerciales que saben que Trump, aunque no siempre, suele cumplir sus amenazas. El tablero mundial se mueve y no parece que Europa esté en las mejores condiciones para afrontar los cambios que vienen, en particular lo que algunos han llamado economía de plataformas, donde la inteligencia artificial juega un papel clave.