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El mundo de las megaurbes: en el futuro que viene solo compiten seis ciudades españolas
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Es como la gravedad

El mundo de las megaurbes: en el futuro que viene solo compiten seis ciudades españolas

La aglomeración es una de las fuerzas económicas más poderosas del mundo. La suma de empleos de alto valor añadido, capital humano y capital económico es imbatible

Foto: Imagen del skyline de Madrid. (Reuters)
Imagen del skyline de Madrid. (Reuters)
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Hubo un tiempo, durante la pandemia, en el que cundió la esperanza de volver a vivir en el mundo rural. Una vida con menos estrés, atascos, contaminación, ruidos y costes. Esa burbuja se pinchó tan rápido como la realidad volvió a imponerse. Las grandes ciudades son, hoy por hoy, una ley natural. La concentración de seres humanos genera sinergias que aumentan drásticamente la productividad. No hay escapatoria.

Durante décadas, las ciudades intermedias consiguieron competir con las urbes por la acumulación de servicios comerciales y por la industria. Pero ese proceso ya está superado en la mayor parte del mundo. La industria está en repliegue y los servicios comerciales se van sustituyendo por entregas a domicilio. En su lugar, surgen los servicios de alto valor añadido (programación, ingeniería, consultoría, innovación, financiero...). Atraer estas actividades es el gran reto que tienen por delante todos los países. Y solo es posible competir a escala global desde las grandes urbes.

España ha conseguido posicionarse con un elevado coste social: la despoblación de la mayor parte de su territorio. A cambio, tiene una gran capital europea, Madrid, y cinco ciudades periféricas (Barcelona, Bilbao, Valencia, Málaga y Sevilla), que son complementarias entre sí y constituyen la base sobre la que va a crecer la economía nacional en las próximas décadas. La vuelta al pueblo o a las pequeñas ciudades con el teletrabajo ha quedado superada por la realidad.

Así lo constata el informe World Cities de 2024, un listado de las ciudades más importantes del mundo en términos económicos elaborado a partir de encuestas a 175 empresas multinacionales de servicios. Madrid consigue colarse en el puesto intermedio del primer grupo, el que llama ciudades alfa. Las dos primeras son Londres y Nueva York. En Europa, la segunda más importante es París y, por detrás, llegan Milán, Madrid y Ámsterdam.

Madrid es un caso de éxito gracias a la concentración de los esfuerzos nacionales en la capital. Es una situación similar a la de París o Londres: la capital acapara todos los órganos estatales, reguladores y centros de negocios. Hasta el sistema radial de comunicaciones que tiene España está pensado para que todo pase por Madrid. Por su parte, las políticas económicas desplegadas en la capital, orientadas a la liberalización de la actividad y a las bajadas de impuestos, han terminado por situar a Madrid como una de las regiones más dinámicas de Europa.

Barcelona está en el segundo gran grupo de ciudades, las llamadas beta, con otras localidades europeas importantes como Roma, Hamburgo, Budapest, Praga o Bucarest. Hasta el año 2018, Barcelona aparecía en el grupo de ciudades Alfa, pero ha perdido posiciones en los últimos años.

Las dos siguientes son Valencia y Bilbao, calificadas en el tercer grupo, el gamma, compartiendo posiciones con Turín o Marsella. En el último grupo se sitúan las dos andaluzas, Sevilla y Málaga, ambas en el último grupo de ciudades globales con una calificación de suficiencia alta. Comparten estatus con Estrasburgo, Tallín, Nantes, Utrecht, Lille, Leipzig, Newcastle o Malmö.

Foto: Uno de los canales de Estrasburgo. (Reuters/Yves Herman)

El cambio que ha experimentado el mundo es radical. Ahora las ciudades españolas no compiten entre sí por lograr una fábrica que surta de automóviles a todo el país, sino que compiten con todas las ciudades del mundo para alojar centros de servicios de alto valor añadido que se exportan con gran facilidad y que son inmunes a los aranceles.

Con un ejemplo se entiende mucho mejor. El principal servicio no turístico que exporta España es servicios empresariales, con casi un 40% del total. Esto incluye consultoría jurídica o de negocios, un sector que mueve muchísimo dinero ahora. Además, no entiende de fronteras: desde Londres se pueden desarrollar planes de negocio para empresas situadas en Singapur.

Las grandes ciudades pugnan entre ellas por atraer las inversiones de estas empresas, que son intensivas en mano de obra cualificada. Una pequeña capital de provincia no tiene capacidad para participar en esta contienda. España necesita de sus grandes urbes para competir. Es una condición indispensable en el siglo XXI.

Estados Unidos es el país que más ciudades globales posee, según este ranking: 48. Supera a China, con 44, y a Reino Unido y Alemania, con 13 y 12, respectivamente. EEUU tiene, además, siete ciudades en la escala más alta: Nueva York, Chicago, Los Ángeles, San Francisco, Washington, Houston y Boston.

Un 30% más

Los economistas llevan más de medio siglo estudiando cómo afecta el crecimiento de las ciudades a la productividad. O lo que es lo mismo: cómo el tamaño se retroalimenta. Pero las investigaciones no solo muestran que esta relación es bidireccional. A medida que una ciudad gana tamaño, mejora su productividad; pero también los crecimientos de productividad impulsan el crecimiento de las ciudades.

Funciona de la siguiente manera: las ciudades grandes concentran más capital humano (tanto oriundos como personas llegadas de otros territorios buscando una mejor carrera profesional). Este capital humano es más creativo, lo que aumenta el emprendimiento, generando mejoras de productividad al crear nuevas empresas o impulsar a las ya existentes.

Uno de los economistas que más ha estudiado el fenómeno de la urbanización es el español Diego Puga, doctor en la LSE, profesor del Cemfi y premio Rei Jaume I. En un estudio publicado en 2023 se detecta que casi dos tercios del crecimiento de la productividad en Estados Unidos es consecuencia del aumento de la productividad total de los factores gracias al efecto de aglomeración de capital humano.

En su discurso de recepción del galardón, Puga explicó que un joven que se muda a Madrid desde una ciudad intermedia tras terminar sus estudios, su salario inicial será un 10% superior, pero a los seis años ganará un 30% más gracias a la experiencia acumulada en la gran ciudad. El efecto de la acumulación de capital humano se retroalimenta.

¿Esto significa que las pequeñas ciudades están condenadas a una despoblación paulatina? No necesariamente, pero su supervivencia exige un esfuerzo adicional de sus gobernantes para hacer una buena gestión de sus fortalezas.

Las investigaciones muestran que los efectos de aglomeración no solo son posibles en las grandes urbes, sino también en ciudades medianas. Eso sí, tienen que centrarse en alguna actividad concreta que puedan desarrollar y crear un ecosistema productivo y educativo altamente especializado.

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Uno de los ejemplos más famosos es el de Toulouse, en Francia. Esta ciudad, de algo menos de un millón y medio de habitantes, es puntera en la industria aeroespacial. Este sector nació hace algo más de un siglo y sigue siendo predominante en la actualidad, con la presencia de Airbus, CNES o Spot Images. Ha conseguido desarrollar toda la actividad de este sector, desde la formación de jóvenes en universidades especializadas hasta la acumulación de capital inversor orientado al desarrollo de nuevas empresas aeroespaciales.

La especialización es una vía para competir, pero conlleva una gran vulnerabilidad: depender de un sector te deja desprotegido si entra en crisis o sufre una transformación. El norte de España conoce bien los peligros de depender de una actividad que fue puntera en su momento (minería del carbón y altos hornos), pero que dejó una caída dramática en su final, sobre todo en Asturias y León.

Las grandes urbes son vistas, a menudo, como un agujero negro dentro de España que succionan la actividad de sus alrededores. Este fenómeno es especialmente visible en Madrid, que está rodeada por una España cada vez más vacía, como son las dos Castillas. Sin embargo, la aglomeración de capital físico y humano en las capitales puede entenderse como un sol, que emana calor a su alrededor.

Foto: Diego Puga tras recoger el galardón Rei Jaume I a la Economía. (Eva Ripoll)

Las grandes urbes pueden contribuir a generar otras actividades económicas en su periferia: agricultura, energía, turismo, industria… Y también pueden repartir los beneficios de su crecimiento a través de la fiscalidad. El ejemplo de las balanzas fiscales en España es precisamente esto: Madrid o Barcelona contribuyen a sostener las pensiones o los servicios públicos en las regiones despobladas. La urbe se puede entender como la punta de lanza del país para su desarrollo económico.

No existe fuerza económica en la actualidad capaz de vencer a la fuerza de aglomeración. El reto pasa por lograr mejoras en la calidad de vida, tanto dentro como fuera de las grandes ciudades. El urbanismo, el transporte público o la reducción de las emisiones contaminantes son el gran objetivo al que debe aspirar la humanidad, al tiempo que se concentra en áreas más pequeñas de su territorio.

Hubo un tiempo, durante la pandemia, en el que cundió la esperanza de volver a vivir en el mundo rural. Una vida con menos estrés, atascos, contaminación, ruidos y costes. Esa burbuja se pinchó tan rápido como la realidad volvió a imponerse. Las grandes ciudades son, hoy por hoy, una ley natural. La concentración de seres humanos genera sinergias que aumentan drásticamente la productividad. No hay escapatoria.

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