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Francia y Alemania muerden el polvo y abren la gran crisis del capitalismo renano
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LA CRISIS SE CEBA EN LAS DOS LOCOMOTORAS

Francia y Alemania muerden el polvo y abren la gran crisis del capitalismo renano

La crisis viene de lejos, pero se ha agudizado en los últimos años. Lo que está en juego, más allá de quién gobierne, es un determinado modelo social. El Estado de bienestar se ha construido sobre el capitalismo renano, ahora en tela de juicio

Foto: Macron y Scholz en una foto de archivo. (Getty)
Macron y Scholz en una foto de archivo. (Getty)
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Malos tiempos para Macron y Scholz, aunque peor lo son para Francia y Alemania. Al fin y al cabo, ser canciller o presidente de la república francesa es contingente y hasta accidental, pero los problemas de París y Berlín van mucho más allá que la sustitución de sus líderes. Los posibles beneficiarios, Friedrich Merz (CDU) o Marine Le Pen —si gana y finalmente no es inhabilitada—, tendrán parecidos problemas que sus antecesores, y la solución tiene mucho de homérica. Ya se sabe una obra de gigantes. O de dioses, como se prefiera. Los problemas de Francia y Alemania, de hecho, son estructurales y van mucho más allá que un simple cambio en el Elíseo o en la Cancillería alemana. Tennessee Williams lo clavó en La gata sobre el tejado de zinc cuando puso en boca de uno de sus protagonistas una visión decrépita del viejo continente: “Aquella podrida Europa no es más que un enorme saldo, un montón de cosas viejas, como en una liquidación por incendio”.

Al margen de la exageración, lo que está claro es que la crisis franco-alemana ha quebrado –junto al deterioro de ambas economías por razones coyunturales que hay que vincular a la inflación y al aumento de los costes energéticos tras la invasión de Ucrania— la capacidad de liderazgo de las dos locomotoras que han conducido el tren europeo tras la firma del Tratado de Roma, lo que sin duda tendrá consecuencias geopolíticas de indudable calado. Francia y Alemania, no en vano, representan cerca del 40% del PIB de la Unión Europea, un porcentaje que da idea de lo que está en juego para el conjunto de la región.

¿La causa? Sus respectivos modelos de crecimiento –surgidos en una Europa en vías de extinción— se han estampado contra dos realidades bien distintas, pero interconectadas, hasta convertirse en un mismo fenómeno que se retroalimenta. Por un lado, la globalización, que ha agujereado la hegemonía industrial de los dos gigantes europeos y, por otro, la digitalización, que ha dado alas a una nueva economía sin que ni Francia ni Alemania hayan sido capaces de adaptarse.

La crisis industrial

No es que la poderosa industria manufacturera europea haya quedado obsoleta. Al contrario, la industria 4.0, gracias al sólido sistema de formación profesional y a la capacidad de innovación de Alemania, es todavía extraordinaria, lo que ocurre es que el mundo camina hacia una economía de servicios en la que los tornillos, las tuercas, las herramientas, la mecánica tradicional y hasta la maquinaria pesada han perdido relevancia. Un simple coche eléctrico necesita para funcionar un 60% menos de piezas que uno convencional de combustión, y eso abre en canal el actual modelo industrial, intensivo en mano de obra respecto de las nuevas tecnologías, cuya capacidad de deslocalización es, además, extraordinaria. Obviamente, sin contar que China ha aprendido a hacer lo que antes fabricaba Alemania para satisfacer su abundante demanda interna.

La globalización ha agujereado la hegemonía industrial de los dos gigantes europeos y la digitalización ha hecho el resto

No es casualidad, aunque no haya que establecer una relación causa-efecto, que en sólo un mes, desde que los liberales salieron de la coalición de Gobierno, Alemania contabiliza el anuncio, y no son todos, de 11.000 despidos en la siderúrgica Thyssenkrupp; 5.500, en Bosch; unos 4.500, en Audi; 2.800, en su rival Schaeffler; 2.900, en Ford… La lista sería interminable. Ni qué decir tiene que si se materializan esos anuncios algunas regiones del Este pueden quedar devastadas, lo que incorpora el riesgo político a la ecuación económica. En torno a Zwickau, la vieja ciudad del Este donde se construían los históricos coches Trabi durante la RDA, por ejemplo, se juega el futuro de unos 60.000 puestos de trabajo en VW. No hay industria que pueda enfrentarse a un golpe tan duro. Y los populistas lo saben.

Y es que la irrupción de las plataformas tecnológicas globales ha pasado de largo por París y Berlín, mientras que las cadenas globales de producción están hoy establecidas en Asia-Pacífico. Europa, con apenas el 5,6% de la población mundial, se ha quedado en tierra de nadie. Demasiadas crisis para cualquiera de los sucesores de Macron y Scholz, y por eso, gobierne quien gobierne, es una tarea hercúlea, casi de dioses.

Lo viejo se muere y lo nuevo no acaba de nacer

¿La consecuencia? En la vieja Europa, y en particular en sus dos economías más fuertes, ha emergido un momento lampedusiano. Lo viejo se muere y lo nuevo no acaba de nacer, y lo que asoma en el horizonte no parece que tenga una receta eficaz contra los males de un sistema económico obligado a pasar de un núcleo industrial altamente productivo muy condicionado por el volumen de las exportaciones a competir con economías de servicios cada vez más dependientes del mercado interior y con una productividad relativamente baja. El ecosistema, por decirlo de una forma directa, ha cambiado. Para más inri, la polarización y, al mismo tiempo, la fragmentación parlamentaria añaden leña al fuego. En el caso francés, con una crisis institucional que aboca a una reinvención de la V República, hoy políticamente superada por la descomposición del viejo sistema de partidos.

Si se quiere es un detalle irrelevante, pero el hecho de que Trump haya nombrado como nuevo embajador en Francia a su consuegro, Charles Kushner, condenado en su día por evasión fiscal, manipulación de testigos y contribuciones ilegales a campañas electorales, refleja la animadversión del próximo presidente de EEUU a todo lo que huela a francés. No es una embajada cualquiera. Por allí, algún día, pasaron Benjamin Franklin o Thomas Jefferson, lo que da idea de cómo han cambiado las cosas. Es por eso por lo que el nombramiento de Kushner no es insignificante. Hay razones para pensar que los aranceles de Trump van a castigar especialmente a la poderosa industria agroalimentaria francesa. Y basta recordar que Francia representa casi la cuarta parte de la producción agrícola de la Unión Europea.

¿Hay alternativa?

A corto plazo no es fácil encontrar una alternativa. Francia, y en menor medida Alemania, experimenta un severo proceso de desindustrialización que se ha traducido en la externalización de muchas actividades. La industria representa cerca del 17% del PIB, y aunque los servicios dominan la economía francesa, la industria sigue siendo crucial por lo que supone en términos cualitativos (mejores empleos y salarios o innovación tecnológica). Emblemas como Airbus, Peugeot, Renault o LVMH o Sanofi penden de una recuperación rápida para no sucumbir ante el avance de EEUU y China.

El pacto social construido con paciencia de orfebre tras 1945 se cuartea a golpe de populismo, lo que afecta al propio Estado de bienestar

El pacto social construido con paciencia de orfebre después de 1945 se cuartea a golpe de populismo, lo que afecta al propio Estado de bienestar. Y lo que no es menos importante. La lucha de clases, utilizando el viejo concepto, ya no se da entre burgueses y proletarios. Trabajadores altamente cualificados con salarios elevados que disfrutan de buenas condiciones laborales compiten por mantener sus estatus con quienes tienen salarios bajos, muchos inmigrantes o jóvenes, y trabajan en condiciones precarias.

O dicho de otra forma. Los obreros cualificados contra los obreros menos cualificados, lo que explica el auge del populismo en el Este de Alemania o en los antiguos cinturones industriales de Francia. Hasta Volkswagen, fundada por los nazis y que más tarde se convirtió en un símbolo del milagro económico alemán de posguerra, no es ajena a los escándalos y los errores estratégicos. Por primera vez, ha anunciado cierre de fábricas y miles de despidos porque su capacidad de adaptación al nuevo entorno eléctrico —coches sensiblemente más caros que los chinos– ha sido algo más que deficiente.

Esta peculiar lucha de clases, incluso, tiene algo de generacional a cuenta de la vivienda. Pequeños propietarios contra inquilinos. Berlín y otras ciudades alemanas, que durante décadas fueron el sueño de la estabilidad de precios, se han convertido hoy en lugares inhóspitos para quienes buscan un techo, lo que contribuye a ese malestar general que se refleja en las encuestas de confianza sobre la economía y, en general, sobre el sistema político. Como recordaba recientemente Financial Times, la región del Sarre, que a pesar de su gran base industrial es uno de los estados más pobres de Alemania Occidental en términos de PIB per cápita, quedó en el último lugar en una encuesta reciente a nivel nacional sobre los niveles de felicidad.

¿Dónde está el JP Morgan europeo, dónde está el Bank of America europeo?

Desmontar lo viejo no es cualquier cosa, y de ahí que se pueda hablar de una crisis existencial. El viejo capitalismo renano, primo hermano del ordoliberalismo de Ludwig Erhard, símbolo de un modelo de crecimiento basado en la industria con elevados salarios y sindicatos fuertes con capacidad de presión en la negociación colectiva, se derrumba en un contexto en el que avanza la economía financiera. Y lo que está sucediendo en el mercado inmobiliario, en el que la vivienda se ha convertido en un activo financiero, es el mejor ejemplo.

Ante esta evidencia, y aquí está la paradoja, ni Francia ni Alemania, los dos timoneles de la construcción europea, han sido incapaces de crear un mercado de capitales único que sirva para financiar a las millones de pymes con escasa potencia para competir con las multinacionales americanas o chinas, protegidas por sus gobiernos. ¿Dónde está el JP Morgan europeo, dónde está el Bank of America europeo? ¿Por qué no hay fusiones y adquisiciones transnacionales en compañías de telecomunicaciones?, se preguntaba recientemente el profesor Luis Viceira durante una entrevista en este periódico.

Berlín, hay que recordar, se opuso ferozmente al intento del banco italiano UniCredit de absorber al segundo mayor prestamista de Alemania, Commerzbank, lo que refleja los problemas de Alemania para entender el mundo que viene. No es, desde luego, el único caso. La elevada bancarización de la economía europea está perfectamente identificada en todos los estudios como un problema a resolver, pero hoy ningún gobierno está dispuesto a compartir el poder de su industria financiera con otros países. Ni tampoco, hay que decirlo, los altos ejecutivos muy bien pagados de esos bancos.

Un problema de ceguera

La ceguera ha sido tan grande que ahora, ironías de la política, Alemania y Francia tropiezan con las reglas fiscales que ellos mismos promovieron para atar en corto al sur. Los frugales están en apuros, mientras que los países mediterráneos (más volcados al sector servicios al estar menos industrializados) disfrutan, eso sí, de una primavera económica un tanto efímera en la medida en que su negocio depende, precisamente, de los altos salarios procedentes del centro y norte de Europa.

Desmontar lo viejo no es cualquier cosa, y de ahí que se pueda hablar de una crisis existencial. El viejo capitalismo renano sucumbe

El envejecimiento de la población europea de altos ingresos, es verdad, es hoy una bendición para los países de la ribera mediterránea y, en paralelo, para la industria inmobiliaria, pero si Alemania y Francia sufren, tarde o temprano pasará factura al turismo, la gallina de los huevos de oro de España o Grecia, cuya prima de riesgo ya ha estado por debajo de la francesa.

Y es que la cultura de la austeridad, tan acendrada en algunos países europeos, no es gratis, y ahora Francia sabe mejor que nadie que una crisis presupuestaria como la que vive suele derivar en una crisis política, como pasó en España o Grecia. No es de extrañar, paradojas de la historia, que hasta el jefe del Bundesbank, Joachim Nagel, ya haya pedido suavizar el freno de la deuda que llevó a la Constitución alemana la propia Merkel en plena fiesta de la austeridad.

Lo peor, con todo, es que todo el mundo sabe lo que pasa. Los informes de Draghi y Enrico Letta, de hecho, ni siquiera descubren nada nuevo. Es como si la vacuna estuviera en condiciones de ser suministrada tras ser aprobada por las autoridades correspondientes, pero nadie hubiera pensado en cómo distribuirla. Hasta la propia Angela Merkel, en 2015, durante la reunión del World Economic Forum, advirtió a las élites económicas que había que lograr la fusión entre el mundo de Internet y el de la producción, “pues de lo contrario”, dijo, “quienes lideran el ámbito digital nos arrebatarán la producción industrial”. Y eso es, precisamente, lo que está pasando. Lo que está por saber es si el final de la obra será digno de una obra de Shakespeare o, por el contrario, Europa será capaz de sortear la crisis existencial de Francia y Alemania.

Malos tiempos para Macron y Scholz, aunque peor lo son para Francia y Alemania. Al fin y al cabo, ser canciller o presidente de la república francesa es contingente y hasta accidental, pero los problemas de París y Berlín van mucho más allá que la sustitución de sus líderes. Los posibles beneficiarios, Friedrich Merz (CDU) o Marine Le Pen —si gana y finalmente no es inhabilitada—, tendrán parecidos problemas que sus antecesores, y la solución tiene mucho de homérica. Ya se sabe una obra de gigantes. O de dioses, como se prefiera. Los problemas de Francia y Alemania, de hecho, son estructurales y van mucho más allá que un simple cambio en el Elíseo o en la Cancillería alemana. Tennessee Williams lo clavó en La gata sobre el tejado de zinc cuando puso en boca de uno de sus protagonistas una visión decrépita del viejo continente: “Aquella podrida Europa no es más que un enorme saldo, un montón de cosas viejas, como en una liquidación por incendio”.

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