La guerra de todas las guerras económicas: Trump activa una espiral en la que pierden todos
Los aranceles anunciados por Trump han puesto al mundo en vilo. Recuerdan, inevitablemente, a la escalada que se produjo tras la Gran Depresión. Es verdad que el mundo ha cambiado, pero su impacto puede ser considerable
Quién les iba a decir a los senadores Reed Smoot y Willis Hawley que casi un siglo después de la ley que lleva sus apellidos iban a estar en boca de muchos. ¿La causa? Los aranceles anunciados por Donald Trump, cuyo impacto amenaza con hacer estragos en la economía del planeta. Los primeros proyectiles se han disparado contra China (un arancel del 35%), Canadá y México (un 25% en ambos casos, con la particularidad de que son socios del Tratado de Libre Comercio), pero detrás irán más países y regiones. En la lista está también Europa, como se ha encargado de recordar el propio Trump durante la campaña electoral. Las transacciones comerciales de México, Canadá y China con EEUU suman 1,8 billones de dólares (algo más que el PIB de España), lo que da idea de la importancia del anuncio de Trump. Es la guerra de todas las guerras.
Reed Smoot, senador por el estado de Utah, y Willis Hawley, por Oregon, son los padres de una ley a la que se achaca el agravamiento de la Gran Depresión (1929), y solo pronunciar su nombre ha provocado durante décadas entre la mayoría de los economistas —en esto hay un consenso casi general— un verdadero pánico. No en vano, la dichosa ley Smoot-Hawley significó la última legislación completa de un gran país para utilizar la política arancelaria como mecanismo defensivo en aras de proteger la economía nacional. En la literatura económica, no sin razón, se suele hablar de política de empobrecimiento del vecino para explicar aquel periodo histórico. Era tan evidente que la estrategia era equivocada que se cuenta que Thomas W. Lamont, entonces asesor y accionista importante de J.P. Morgan, casi se arrodilló ante Hoover, el presidente estadounidense, para rogarle que vetara la ley.
Es verdad que desde entonces muchos gobiernos, incluido EEUU, han utilizado los aranceles como instrumento para salvar la competencia extranjera, pero fue a partir del 17 de junio de 1930 cuando todo el mundo supo —ese día Hoover firmó el proyecto de ley— lo que significaba que la primera potencia económica del planeta decidiese gravar con impuestos (en esto consisten los aranceles) la entrada de bienes y servicios extranjeros. Herbert Hoover, probablemente uno de los peores presidentes que ha tenido EEUU (no confundir con el célebre y siniestro director del FBI durante décadas), no hizo caso a los más de 1.000 economistas que le advirtieron que aquello era un error que la economía estadounidense pagaría muy caro. Esa política aislacionista es la que ahora ha recuperado Trump con su America first (EEUU primero).
Fue un error porque, como se temía, los países afectados por la subida de los aranceles en un 20% hicieron lo mismo —el comercio mundial se rige por el principio de la reciprocidad—, lo que desencadenó una espiral arancelaria que acabó por hundir la economía del planeta dando lugar a la Gran Depresión.
La respuesta de México y Canadá, por el momento, ha sido contenida, mientras que China no ha hecho ningún movimiento reseñable más allá de la defensa del actual orden comercial mundial basado en reglas. Cuando Xi Jinping transmitió sus felicitaciones a Trump por su victoria electoral, puso especial énfasis en que la confrontación dañaría a ambos países. China, hay que recordar, tiene un superávit con EEUU equivalente a 254.000 millones de dólares; México, 154.000 millones, y la Unión Europea, 107.000 millones, de los cuales el 80% corresponden a Alemania.
Nacionalismo económico
Por entonces, en los primeros 30 años del siglo pasado, alrededor de dos docenas de países subieron también los aranceles, como EEUU, provocando una histórica caída del comercio mundial y lo que es peor en términos geopolíticos, que se diría hoy, una exacerbación del nacionalismo económico, que a la postre crearía las condiciones objetivas para la conflagración mundial.
Se ha estimado que el comercio de EEUU con Europa (importaciones y exportaciones) cayó en dos terceras partes entre 1929 y 1932, mientras que el comercio global disminuyó en una proporción similar durante los cuatro años que la legislación estuvo en vigor. Aunque el keynesianismo de Roosevelt (presidente desde marzo de 1933) mantuvo algunos aranceles, su nueva política económica y comercial, sin duda favorecida por los preparativos industriales de EEUU para entrar en guerra, allanó el camino. Roosevelt, en 1934, firmó la Ley de Acuerdos Comerciales Recíprocos que redujo los aranceles para promover la liberalización comercial y la cooperación con gobiernos extranjeros. El proceso de apertura, impulsado por Cordell Hull desde la Secretaría de Estado, se cerró en 1947 con la creación del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio), que permitió al mundo entrar en una nueva era de desarme arancelario. La entrada de China en la OMC (Organización Mundial de Comercio) en 2011 hizo el resto.
Desde entonces, el comercio ha movido el mundo para lo bueno, y, hay que reconocer, también para lo malo en algunas regiones de los países avanzados que han visto como la hiperglobalización ha castigado a sectores y actividades con serias dificultades para competir con los nuevos países exportadores. Precisamente, el principal argumento de Trump —aquí está uno de sus graneros de voto— para levantar aranceles que ponen en solfa el comercio mundial.
Un dato recién salido del horno de Eurostat, la agencia estadística de la Unión Europea, lo dice todo en el caso europeo. O casi todo, si se prefiera. El comercio (importaciones y exportaciones) representa algo más de la mitad del PIB de la UE, el 51,9%. Pero es que en países como Irlanda (el portaaviones de las empresas tecnológicas de EEUU en Europa) supone el 135%. En Alemania, representa el 43,4% del PIB y en Francia, Italia y España se sitúa por encima del 30%, lo que refleja con nitidez su importancia económica.
Es más, según cifras de la OMC, alrededor de 38 millones de puestos de trabajo dependen en la Unión Europea de las exportaciones. Esto es así porque el porcentaje de empleo sostenido por las ventas de bienes y servicios al resto del mundo respecto de la ocupación total ha aumentado del 12% en 2000 al 18% en 2019. O lo que es lo mismo, esto significa que uno de cada cinco empleos de la UE tiene que ver directa o indirectamente por las exportaciones al resto del mundo (no se incluyen las transacciones intracomunitarias).
Esto quiere decir que la capacidad de desestabilización de la política arancelaria de Trump es algo más que elevada, en particular en países como Alemania, que ya de por sí arrastra una crisis económica de imprevisibles consecuencias por su modelo de crecimiento. No en vano, el mundo camina hacia una economía de servicios, pero Alemania (que ha visto cómo subían en vertical sus costes energéticos, como ponía recientemente de manifiesto el Bundesbank), continúa anclada en su viejo patrón industrial, precisamente el sector que el próximo presidente de EEUU se ha comprometido a recuperar ante sus votantes. Principalmente, en el llamado cinturón del óxido, donde quedan los vestigios de lo que algún día fue una próspera zona industrial.
Comercio y geopolítica
En los movimientos de Trump, sin embargo, también hay mucha geopolítica, lo demuestra, como ponía de relieve recientemente en Financial Times la presidenta del BCE, Christine Lagarde, que Washington, en el caso de Europa, habla de imponer una horquilla arancelaria, lo que da a entender que se quiere negociar. O dicho de otra forma, a cambio de comprar más gas licuado o material militar a EEUU, Trump sería condescendiente con Europa.
Trump, desde luego, no ha inventado nada. Incluso antes del error de los años 30, EEUU, lo mismo que Inglaterra, utilizó los aranceles para financiarse. Los impuestos a las importaciones, de hecho, tienen una larga tradición, tanto como para obtener recursos como una herramienta de negociación en el comercio mundial y así proteger a determinadas industrias bien conectadas con el poder político (lobbies o grupos de presión). Como recordaba hace pocos meses el nuevo secretario del Tesoro de Trump, Scott Bessent, antes de la 16ª Enmienda, que autorizó la creación de un impuesto sobre la renta (nuestro IRPF) los aranceles habían sido una de las principales fuentes de financiación del Gobierno federal. El primer secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, también fue el primer defensor de los aranceles, pero después de la II Guerra Mundial se formó un consenso en torno al desarme arancelario multilateral.
Ahora, las cosas han comenzado a cambiar. La propia OMC advertía en su último informe sobre el comercio mundial algo que es cada vez más evidente: "el comercio se está reorientando gradualmente con arreglo a criterios geopolíticos", en particular desde la guerra de Ucrania. Esto lo demuestra el hecho de que el comercio entre bloques (EEUU y sus aliados y China y los suyos) crece menos que el comercio dentro de cada uno de los bloques. Esto es así por algo fácil de entender. Mientras que EEUU ha impuesto un derecho de importación medio del 19,3% sobre las importaciones procedentes de China, el gigante asiático ha hecho lo mismo, aunque en este caso la represalia es del 21,1%.
Es verdad, sin embargo, que Trump entiende la geopolítica como una negociación entre empresarios. Su Administración, incluso, se parece más a un consejo de administración que a un Gobierno convencional. Le encanta, de hecho, mezclar amenazas con halagos para provocar incertidumbre entre sus interlocutores, y de ahí que sea muy posible que utilice los aranceles como un arma de negociación, pero hay pocas dudas de que solo la bravuconada ya pasa factura a la economía mundial.
Los tipos de interés tardarán más en bajar, sobre todo en EEUU, debido al previsible aumento de la inflación. Al ser más caros los productos importados, el dólar tenderá a apreciarse (lo que encarece en Europa el precio de materias primas tan importantes como los hidrocarburos) y, por último, introduce unos riesgos en la economía mundial de difícil estimación.
Cadenas de valor
Riesgos y, también, una reordenación del comercio mundial en la medida que los países afectados por los aranceles buscarán nuevos socios comerciales. En definitiva, respuestas bilaterales a un mundo que se ha globalizado a través de las cadenas de valor, lo que compromete, incluso, el futuro de la OMC como órgano de solución de conflictos, una organización que siempre ha despreciado Trump, a quien las instituciones multilaterales le producen urticaria.
China, por ejemplo, tras aliviar las tensiones en sus respectivas fronteras, ha normalizado sus relaciones con India, lo que tendrá indudables efectos sobre los flujos comerciales, pero también en el ámbito geopolítico, en un escenario en el que Pekín nunca olvida su interés por anexionarse Taiwán.
Trump, al menos, ha renunciado a nombrar al halcón Robert Lighthizer como su representante comercial, lo que se ha visto como una señal de ese doble juego que tanto le gusta al próximo presidente de EEUU. Su control del Congreso y el Senado le da margen para negociar en cada momento, al contrario que en el anterior mandato. La respuesta de los socios comerciales de EEUU, en todo caso, será diferente en función de los intereses de cada país o región (en nuestro caso la UE, ya que la política comercial es única), lo que añadirá un clavo más a la fragmentación del comercio iniciada en 2017, y cuyos efectos son todavía limitados, pero relevantes. En particular, desde la invasión de Rusia a Ucrania, que ha alentado la creación de nuevos corredores comerciales.
Trump, por el momento, lo que ha conseguido es llenar Europa de caballos de Troya que hará más difícil una respuesta común del conjunto de la región. De hecho, no parece probable que la UE pueda tomar represalias debido a sus divisiones internas, pero también porque la política de seguridad y defensa depende fundamentalmente de EEUU, lo que de alguna manera ata de pies y manos a Europa para responder. Una guerra comercial, de hecho, comprometería el futuro del vínculo transatlántico, y eso son palabras mayores. Trump, por decirlo de una manera suave, tiene la sartén por el mango y no parece dispuesto a compartirla.
Quién les iba a decir a los senadores Reed Smoot y Willis Hawley que casi un siglo después de la ley que lleva sus apellidos iban a estar en boca de muchos. ¿La causa? Los aranceles anunciados por Donald Trump, cuyo impacto amenaza con hacer estragos en la economía del planeta. Los primeros proyectiles se han disparado contra China (un arancel del 35%), Canadá y México (un 25% en ambos casos, con la particularidad de que son socios del Tratado de Libre Comercio), pero detrás irán más países y regiones. En la lista está también Europa, como se ha encargado de recordar el propio Trump durante la campaña electoral. Las transacciones comerciales de México, Canadá y China con EEUU suman 1,8 billones de dólares (algo más que el PIB de España), lo que da idea de la importancia del anuncio de Trump. Es la guerra de todas las guerras.