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El 'pesimismo patológico' de Europa: por qué no hay forma de que la economía mejore
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La crisis que no acaba

El 'pesimismo patológico' de Europa: por qué no hay forma de que la economía mejore

La sensación de decadencia económica se ha instalado en la población y las empresas. Las expectativas de progreso han dejado paso al temor por crisis inminentes, lo que lastra las decisiones de consumo e inversión

Foto: Imagen de una bandera comunitaria en el Parlamento Europeo. (Reuters/Johanna Geron)
Imagen de una bandera comunitaria en el Parlamento Europeo. (Reuters/Johanna Geron)
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No es casualidad que el último párrafo de la carta del informe Draghi tenga una palabra clave: confianza. "Nuestra confianza en que lograremos avanzar debe ser fuerte". En Europa se ha instalado un pesimismo patológico que prolonga y ahonda los males económicos que vive el continente. No faltan augurios de crisis inminentes, colapsos de la deuda o claudicación ante el auge de China, Rusia, India o cualquier otro país emergente. Sin duda, la situación económica no es sencilla, pero el pesimismo generalizado no sólo es consecuencia, también es causa de muchos de estos problemas.

Las encuestas de confianza que elabora mensualmente la Comisión Europea son el mejor indicador de este pesimismo estructural que ha arraigado en el continente, ya que ofrece series largas de más de un cuarto de siglo que permiten comparar con los años de auge de la Unión Europea en los noventa y principios de los dos mil.

Los hogares consideran que tienen la situación financiera más holgada desde que existen registros (descontando los años de la pandemia). Esta realidad es más evidente en países que están creciendo y creando empleo, como es el caso de España, pero también de otros que están inmersos en una profunda crisis de modelo, como es Alemania.

Es más, las series largas muestran una mejoría estable de la situación financiera de los hogares desde hace más de una década. Sin embargo, esta mejora se evapora cuando los encuestadores preguntan a la población sobre la situación económica general o la disposición del hogar para hacer grandes compras.

La opinión de los ciudadanos europeos sobre la evolución de la economía para los 12 meses siguientes está en niveles tan bajos como los de la crisis financiera del euro. Y la predisposición para realizar grandes compras es incluso más baja. A pesar de la recuperación de los últimos meses, la intención de abordar grandes gastos es la más baja desde la crisis de Lehman Brothers, hace ya más de 15 años.

Se trata de un pesimismo en la población que va más allá de su situación económica particular. Una sensación de que el progreso de Europa se ha frenado y de que ya no es tan evidente que los hijos vayan a vivir mejor que sus padres. Al contrario, ha surgido un consenso de que la calidad de vida se ha deteriorado.

Más allá de los argumentos a favor o en contra de este pesimismo patológico, lo que es indudable es que genera un impacto económico negativo. Los hogares priorizan el ahorro al consumo en una intensidad nunca antes vista. En los últimos meses, la tasa de ahorro en la eurozona ha ascendido por encima del 15,5%. Esto es, por cada 100 euros que ingresan las familias, guardan casi 16 para ahorrar. Son casi tres puntos porcentuales más que el promedio del siglo previo a la pandemia. Esto es, la propensión de los hogares al ahorro es un 21% superior a la que había antes de la pandemia.

Este ahorro retrae el consumo. Los hogares han decidido sacrificar las compras de bienes, lo que explica, en buena medida, la crisis de la industria europea. El peso del consumo de los hogares en el PIB se mantuvo por encima del 55% desde finales del siglo XX hasta la crisis de Lehman Brothers. Desde entonces se ha producido un largo descenso hasta el 53% previo a la pandemia y actualmente está por debajo del 52%. Estos recortes se concentran en bienes de consumo duradero. Por ejemplo, la participación en el PIB del consumo de ropa y calzado se ha desplomado un 40%, el de muebles y electrodomésticos, un 24%, o el de vehículos, un 18%. Esta caída de la demanda explica que los tres sectores estén atravesando una profunda crisis en el continente.

La caída del consumo es una de las principales causas de la brecha de crecimiento entre Europa y EEUU. En las dos últimas décadas, el consumo privado ha aportado un 42% al crecimiento del PIB nominal en la eurozona, pero en Estados Unidos alcanza el 95%, más del doble. Y si se tiene en cuenta el periodo desde la pandemia, en Europa ha generado un crecimiento del 10% y en EEUU, del 20%.

Los hogares prefieren dedicar sus recursos a invertir, sobre todo en activos inmobiliarios. Nunca antes hubo tanta población intentando comprar una vivienda, ni siquiera en los años de la burbuja. Según la encuesta de la Comisión, el 10% de la población europea está en fase de compra de una vivienda o pretende hacerlo de forma inminente. Los ahorradores están seducidos por la continua subida del precio de los inmuebles y la elevada rentabilidad que ofrecen los alquileres.

La 'cultura del ahorro'

Este patrón de comportamiento de los hogares se debe, en buena medida, a las lecciones aprendidas en la crisis financiera de no vivir por encima de las posibilidades, pero también es consecuencia de una pérdida de confianza en el futuro. Un pesimismo patológico que impide que el continente avance.

Cuando el ahorro financia inversión genera progreso económico, pero Europa está destinando su ahorro a invertir en el extranjero. La inversión productiva doméstica está estancada, lo que frena las mejoras de la productividad, las contrataciones o las subidas salariales. Europa ha pasado de ser un continente deudor del resto del mundo a acreedor. La posición internacional neta ha ascendido al 6,8% del PIB, el dato más alto registrado, que contrasta con una posición deudora equivalente al 23% del PIB hace una década.

El ahorro no está sirviendo para estimular la inversión productiva. Según los datos de Eurostat, la formación de capital de maquinaria y bienes de equipo ha caído al 6% del PIB, cifras que están cerca de los mínimos que se registraron tras la crisis financiera de 2012. Es casi dos puntos inferior a la inversión que se realizaba hace tres décadas. La inversión en bienes de propiedad intelectual sí ha aumentado, pero en una cuantía inferior a un punto del PIB, lo que impide compensar la caída de la inversión en maquinaria y equipo.

Las empresas también sufren este pesimismo patológico que les impide ver un final feliz a sus proyectos de inversión. Según la encuesta de confianza de la Comisión Europea, el clima empresarial está en niveles similares a los mínimos de la crisis del euro del año 2012.

Nada apunta a que la inversión productiva vaya a recuperarse en el corto plazo. En especial en el sector industrial. Las fábricas europeas están utilizando menos del 77% de su capacidad productiva instalada, el dato más bajo desde 2013, descontando los meses de la pandemia. En paralelo, el 41% de las empresas declara sufrir escasez de demanda, datos que sólo se habían registrado durante las crisis. Si no hay consumo y las fábricas están a medio rendimiento, la inversión no va a volver.

Este pesimismo patológico blinda a Europa ante crisis financieras futuras. Las familias y las empresas se han desendeudado y cuentan con activos en el exterior para superar los momentos de dificultad. Sin embargo, está provocando que Europa se haya quedado rezagada a nivel internacional. El estado del bienestar y las ayudas públicas son la receta preferida de los Gobiernos, pero esto sólo edulcora el pesimismo general con su red de protección, pero no contribuye a mitigarlo. O lo que es lo mismo: reducir el riesgo de pobreza puede eliminar el miedo de la población, pero no genera confianza en el futuro. La economía se ve así atrapada en un círculo vicioso en el que las malas expectativas retroalimentan el estancamiento. Así, no hay forma de reactivar el crecimiento.

No es casualidad que el último párrafo de la carta del informe Draghi tenga una palabra clave: confianza. "Nuestra confianza en que lograremos avanzar debe ser fuerte". En Europa se ha instalado un pesimismo patológico que prolonga y ahonda los males económicos que vive el continente. No faltan augurios de crisis inminentes, colapsos de la deuda o claudicación ante el auge de China, Rusia, India o cualquier otro país emergente. Sin duda, la situación económica no es sencilla, pero el pesimismo generalizado no sólo es consecuencia, también es causa de muchos de estos problemas.

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