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Trump promete una 'lluvia de billetes' pagados con déficit, mientras la UE vive en el ajuste permanente
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Estrategias fiscales opuestas

Trump promete una 'lluvia de billetes' pagados con déficit, mientras la UE vive en el ajuste permanente

La victoria del candidato republicano consolida el distanciamiento de Europa y Estados Unidos en política fiscal. Las promesas de Trump implican elevar en casi 8 puntos la deuda

Foto: El presidente electo de EEUU, Donald Trump, en un acto de campaña. (EFE/EPA/Erik S. Lesser)
El presidente electo de EEUU, Donald Trump, en un acto de campaña. (EFE/EPA/Erik S. Lesser)
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Donald Trump vuelve a la Casa Blanca con la medalla de buen gestor de la economía. Al menos, eso es lo que piensa la mayoría de los votantes estadounidenses que optaron por su candidatura. Los éxitos macroeconómicos de la Administración Biden, como el pleno empleo, el liderazgo en la inversión productiva o el elevado crecimiento del PIB, han quedado sepultados por la inflación y el crecimiento de la pobreza.

El nuevo presidente llega con la promesa de relanzar la economía a base de estímulos fiscales: tanto programas de inversión como, sobre todo, bajadas de impuestos. Según los cálculos de la escuela de negocios Wharton School, dependiente de la Universidad de Pensilvania, las promesas de Trump tendrán un coste de casi 2,4 billones de dólares desde 2026 hasta 2029 (calculando que tardará un año en desplegar sus políticas) y elevarán la deuda pública en 7,7 puntos del PIB hasta 2034.

Esto se suma a un déficit público heredado de Biden superior al 7,5% del PIB, según los cálculos del FMI. Se proyecta, por tanto, un horizonte de medio plazo en el que el déficit público de Estados Unidos se situará, sistemáticamente, cerca o por encima del 8%. Con Kamala Harris, la situación no habría sido muy diferente, con un déficit cercano al 7% del PIB.

Estados Unidos ha optado por realizar una política fiscal agresiva para recuperar su antiguo potencial económico: "Make America Great Again". Es posible que sea una utopía, ya que las décadas de gran crecimiento de la productividad quedaron en el siglo XX. Y revertir la globalización no va a devolverlas, porque la causa está en un crecimiento global muy mermado. Ni siquiera los países emergentes logran hoy crecimientos del PIB superiores al 5% de forma sostenida.

Pero que sea una utopía no resta argumentos para intentarlo. Trump quiere una política fiscal expansiva basada en bajos impuestos que estimule la inversión productiva. Una política que contrasta con la prudencia que imponen las reglas fiscales europeas. Las dos regiones van a separar definitivamente sus políticas fiscales en lo que será un experimento natural para que los economistas saquen conclusiones en el futuro.

Europa está empeñada en controlar el déficit fiscal y reducir la deuda pública. Según las previsiones del FMI, la eurozona cerrará el año 2024 con un déficit del 3,1%, con una senda decreciente al menos hasta el final de la década. Al final del mandato de Trump, el déficit en EEUU será casi el triple que el de la eurozona, según las previsiones actuales. EEUU, en una situación de pleno empleo, seguirá echando leña al fuego, mientras que Europa, atascada en una crisis económica (e identitaria), se limita a calentarse con cerillas.

Y la distancia de la deuda pública, que actualmente es 33 puntos superior en EEUU (del 121% del PIB), se ampliará hasta cerca de 45 puntos al final de la década.

Esta política fiscal alimentará la demanda interna, generando una sensación de mayor nivel de vida para la población. Pero también podría generar efectos negativos, como mayor inflación o déficit exterior. Lo que es innegable es que Estados Unidos dispone de una estrategia fiscal a medio plazo. Una apuesta en la que la gran esperanza es que se genere un ciclo virtuoso de inversión interna que fomente el empleo y la productividad. El verdadero reto para EEUU es mantenerse a la vanguardia del crecimiento mundial, manteniendo la distancia que conserva con China.

En Europa, por el contrario, la política fiscal parece más el resultado de la inercia que de una estrategia política. Las reglas fiscales recién aprobadas ya están siendo cuestionadas desde Francia e Italia, que son incapaces de ajustar el gasto público sin eliminar el exiguo crecimiento económico que tienen en la actualidad.

En general, la estrategia económica de Europa parece ir a la deriva, mientras que Estados Unidos y China se han embarcado en una carrera de estímulos fiscales. Este camino no está exento de peligros, porque el crecimiento de la deuda implica una importante vulnerabilidad si los acreedores pierden la confianza, como ocurrió en la crisis financiera. Por el momento, la reacción de los inversores a la victoria de Trump ha sido comprar más dólares, por lo que no creen que sus políticas vayan a suponer un riesgo económico.

Foto: El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. (Reuters/Carlos Barria)

Pero una política fiscal prudente, como la que establecen las reglas fiscales europeas, también tiene riesgos: el de quedarse atrás. El descontento social que vive Europa se debe, en gran medida, a la sensación de que el nivel de vida lleva años estancado. O peor aún, que es ahora inferior al de hace dos décadas.

Si la política fiscal estadounidense da resultados, surgirán voces que cuestionen la estrategia (o inercia) europea. Sobre todo, porque también existen argumentos que apoyan una política presupuestaria más agresiva. Los tipos de interés naturales están en niveles muy bajos, lo que permitiría financiar niveles de deuda más altos sin disparar los costes financieros. Además, el crecimiento económico logrado contrarrestaría el incremento de la ratio de endeudamiento.

En definitiva, la amenaza de una crisis de deuda es muy seria, pero también lo es sufrir otra década perdida. Europa todavía tiene que decidir qué quiere ser; EEUU lo tiene muy claro.

Donald Trump vuelve a la Casa Blanca con la medalla de buen gestor de la economía. Al menos, eso es lo que piensa la mayoría de los votantes estadounidenses que optaron por su candidatura. Los éxitos macroeconómicos de la Administración Biden, como el pleno empleo, el liderazgo en la inversión productiva o el elevado crecimiento del PIB, han quedado sepultados por la inflación y el crecimiento de la pobreza.

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