España vuelve a la normalidad: estudiar a los veinte y trabajar antes de los treinta
El porcentaje de egresados de más de 25 años se desploma siete puntos desde 2016 al calor de la buena situación económica. Los matriculados 'a deshora' vuelven a ser minoría
La universidad rejuvenece. La recuperación económica de los últimos años, que ha venido acompañada de una fortaleza del mercado laboral como no se veía desde la época de la burbuja inmobiliaria, ha devuelto una cierta normalidad al ciclo vital de los estudios, que se había perdido durante la Gran Recesión. Entonces surgió un fenómeno que dio mucho que hablar en los medios de comunicación y la opinión pública: el de los españoles que, ya al final de su veintena o incluso en la treintena, se lanzaban a estudiar ante la imposibilidad de encontrar un trabajo. Algunos acumularon dos o tres carreras y varios másteres para mantenerse ocupados, pero no les sirvió para ocuparse: salir al mercado laboral se convirtió en un abismo que muchos evitaron sumergiéndose en los libros.
Ahora, la situación ha cambiado, gracias a una tendencia lenta pero constante, de la que se habla mucho menos. En la época de la formación continua y la juventud prolongada, los estudiantes a deshora son menos que nunca. Parece un contrasentido, pero la pujanza del mercado laboral, junto con otros factores, ha conseguido que las cosas vuelvan a su cauce: los jóvenes españoles vuelven a estudiar a los 20 y a trabajar antes de los 30, como dictan los cánones.
Los datos del Ministerio de Universidades, cuya serie histórica empieza en el curso 2015/2016, indican que los estudiantes de entre 18 y 21 años nunca habían tenido tanto peso entre los matriculados en las diferentes carreras. Aunque esta es la edad en la que, teóricamente, deberían cursar los estudios de grado (que generalmente duran cuatro años), hasta el curso 2016-2017 este grupo era minoría entre el total de matriculados. Ahora, roza el 55%, tras una subida sostenida de siete puntos en los últimos siete años.
Los últimos registros disponibles, del curso 2022-2023, indican una caída de casi tres puntos entre los matriculados de 22 a 25 años y de 26 a 30, mientras que los mayores de 31 retrocedieron 1,6 puntos durante este período. La evolución es similar en el caso de los egresados, es decir, los que dejan la universidad. Los menores de 25 años ya superan el 73%, 7,4 puntos más que en el curso de referencia. Si en el 2015-2016 casi el 22% de los que salían de la universidad tenían más de 25 años, ahora son solo el 16%.
Lucas Gortázar, experto en educación del laboratorio de ideas EsadeEcPol, señala la situación económica como uno de los factores fundamentales que explican estos datos. "El efecto de la crisis en la demanda de educación y el aumento del desempleo juvenil aceleró el proceso", indica, en referencia a la Gran Recesión. En los últimos años, se está recorriendo el camino opuesto, gracias a las buenas perspectivas del mercado laboral. Según la Encuesta de Población Activa, la tasa de paro de los menores de 25 años se sitúa en un elevadísimo 26,9%, pero es menos de la mitad que los récords alcanzados en 2013.
Del 5 al 4+1
Sin embargo, también pueden existir otros factores que expliquen este rejuvenecimiento, como los cambios en la organización de los estudios. La creciente popularización de los posgrados, en un sistema que durante la década pasada fue pasando de los tradicionales cinco años de las licenciaturas al 4+1 y 4+2 que combinan grado y máster, también ha podido favorecer la disminución de la edad promedio en las carreras universitarias, en paralelo a la reducción de su duración (la proliferación de dobles grados debería limitar este efecto).
De hecho, la edad promedio de los matriculados en maestrías ha ido aumentando, como se puede apreciar en el gráfico. Desde el curso 2017-2018, son más los de 25 a 30 años que los menores de 25. Sin embargo, el aumento en el número de estudiantes de treintañeros y, especialmente, de mayores de 40, refleja la creciente importancia de la formación continua, con cada vez más profesionales que compaginan los estudios de máster con su empleo, muchas veces por iniciativa de las propias empresas. En el caso de los egresados, la tendencia se ha invertido, y ambas curvas están a punto de volver a converger.
En cualquier caso, Gortázar recuerda que existen otras variables que deben tenerse en cuenta para comprender con mayor precisión lo que está ocurriendo, como la evolución de la edad promedio en las diferentes carreras, la incidencia de la pandemia o los cambios en la selectividad. A esto habría que sumar la educación a distancia o el boom de la formación profesional, que se ha convertido en una alternativa cada vez más valorada frente a los estudios universitarios y que, junto a la fortaleza del mercado laboral, ha llevado el porcentaje de jóvenes que ni estudian ni trabajan a mínimos históricos (en este artículo se explican todos los detalles).
Lo que resulta evidente es que la inserción laboral de los estudiantes ha aumentado considerablemente en los últimos años y, sobre todo, se ha acelerado, como se puede ver en el gráfico anterior. Los graduados afiliados a la Seguridad Social un año después de finalizar la carrera no llegaban al 45% durante la Gran Recesión, y ahora superan el 55%. Es el dato más alto de la serie histórica, igual que el de los afiliados a los cuatro años, que ya roza el 78%, 13 puntos más que al inicio (2009-2010) del período. Los datos más recientes son de 2017-2018, con una tasa de paro juvenil superior a la actual, por lo que es probable que la cifra real sea incluso superior.
En el caso de las maestrías, el avance en inserción al primer año de haber finalizado también resulta notable, con 10 puntos más de afiliación desde los mínimos de 2012-2013. Esto se observa también a los dos, tres y cuatro años, aunque con menor intensidad y de una manera más irregular.
Esa mayor rapidez en encontrar trabajo ayuda a romper el círculo vicioso que atrapó a cientos de miles de jóvenes en los estudios a deshora durante la Gran Recesión. En este sentido, la mejora del mercado laboral ha favorecido la aceleración de la incorporación de los jóvenes, que vuelven a estudiar a los 20 y a trabajar antes de los 30. Todavía es pronto para determinar todas las causas de este fenómeno, pero, como ocurre con otras dinámicas sociales, el empleo se halla en la base de todo. Ahora solo falta resolver otros problemas que dificultan el paso a la vida adulta: el eterno universitario está en vías de desaparición, pero la precariedad laboral o la falta de acceso a la vivienda sigue extendiendo la juventud más de lo que muchos jóvenes desearían.
La universidad rejuvenece. La recuperación económica de los últimos años, que ha venido acompañada de una fortaleza del mercado laboral como no se veía desde la época de la burbuja inmobiliaria, ha devuelto una cierta normalidad al ciclo vital de los estudios, que se había perdido durante la Gran Recesión. Entonces surgió un fenómeno que dio mucho que hablar en los medios de comunicación y la opinión pública: el de los españoles que, ya al final de su veintena o incluso en la treintena, se lanzaban a estudiar ante la imposibilidad de encontrar un trabajo. Algunos acumularon dos o tres carreras y varios másteres para mantenerse ocupados, pero no les sirvió para ocuparse: salir al mercado laboral se convirtió en un abismo que muchos evitaron sumergiéndose en los libros.
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