Todo lo que puede ir mal en la economía por culpa de la vivienda
Las dificultades en el acceso a un techo no solo afectan a quien las sufre, sino que pueden dañar el consumo y la movilidad laboral, y amenazan a la gallina de los huevos de oro: la inmigración
La vivienda ya es una pesadilla para cientos de miles de familias con dificultades para acceder a ella, pero también puede convertirse en el cuello de botella que estrangule el momento dulce que atraviesa la economía española. La crisis habitacional no es solo un problema social de primera magnitud, sino también un incipiente problema económico, en la medida en que amenaza algunos de los puntales en los que se ha basado la recuperación tras la pandemia, como el consumo interno y la llegada masiva de inmigrantes.
Durante los últimos meses, se han sucedido las advertencias de los economistas, aunque con escaso eco en el debate público en comparación con el drama humano que supone la situación actual. Los discursos de los políticos, las noticias de los medios de comunicación y las conversaciones en la calle se centran en quienes padecen los elevadísimos precios de los alquileres o el encarecimiento de la compraventa, una vez que el riesgo sistémico de otra burbuja inmobiliaria como la de los años 2000 parece descartado gracias a la contención en el mercado crediticio (en este artículo se dan más detalles).
Lo micro resulta mucho más visible que lo macro, pero eso no quiere decir que estemos ante una cuestión únicamente sectorial. Según Miguel Cardoso, economista jefe para España del centro de estudios BBVA Research, los derivados de la crisis de la vivienda ya constituyen los principales riesgos que amenazan con hacer descarrilar el crecimiento de la economía española, el mayor entre las principales potencias avanzadas, "tanto por probabilidad de ocurrencia como por posible impacto". Lo afirmaba en un artículo en Expansión, titulado enfáticamente ¿Qué puede salir mal? La respuesta se desmenuza a continuación.
Menos renta para consumir
A diferencia de otras ocasiones, la pujanza de la economía española en los últimos meses se ha sustentado en la fortaleza del consumo interno. La debilidad de la eurozona, principal mercado de las exportaciones españolas, no deja otra elección: para crecer, hace falta que la demanda nacional tire. A diferencia de lo que apuntan algunas voces, no es el sector público, sino el privado el que está liderando este proceso: el consumo de los hogares se ha convertido en el verdadero motor de la economía. En el segundo trimestre, se incrementó un 1,1%, frente al 0,8% del conjunto del PIB, según los datos de la contabilidad nacional publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) esta semana. Tres cuartas partes del crecimiento descansan ya sobre esta variable.
Todo indica que la fortaleza continuará, gracias a la recuperación del poder adquisitivo de los salarios tras la crisis inflacionista. Sin embargo, el encarecimiento de los precios de la vivienda amenaza con aguar el incremento de la renta disponible de las familias. Según el Banco de España, los hogares españoles tienen que dedicar, de media, el 36% de sus ingresos anuales para comprar una vivienda, seis puntos más que el umbral recomendado por los principales expertos y organismos. Esta cifra está casi 20 puntos por debajo de los récords de lo peor de la burbuja, pero ya lleva dos años consecutivos por encima de la referencia del 30%. En el caso del alquiler, dos de cada cinco destinan más del 40% de sus ingresos a pagar la renta, de acuerdo con el regulador.
Como resulta obvio, lo que se dedica a la hipoteca o el alquiler no se puede destinar al consumo de bienes y servicios. Y esto, junto a la mayor propensión al ahorro de las personas de mayor edad (que son, precisamente, las que ya tienen pagada la vivienda en su mayoría), puede lastrar la demanda interna durante los próximos años, especialmente en los sectores más jóvenes, que son los que tienen que hacer un mayor esfuerzo para acceder a un techo.
El encarecimiento de la vivienda va a continuar y provocará pérdidas en el poder adquisitivo
Cardoso explica, en conversación con El Confidencial, que la situación actual de alzas de precios se mantendrá y generará "una pérdida del poder adquisitivo bastante fuerte" en los colectivos que destinan una parte importante de sus recursos al alojamiento: "A medida que un mayor porcentaje de tu renta se dedica a la vivienda, esto va a restringir la capacidad de gastar en otras cosas". El Banco de España se pronunció en la misma línea en su informe anual, y añadió a la merma en la capacidad de consumo las consecuencias sobre la capacidad de ahorro. Pero eso no es nada comparado con el gran problema.
Un freno a la inmigración...
Si el crecimiento económico de los últimos meses se ha basado en el consumo interno, el consumo interno (y el externo) solo es posible gracias a la inmigración. No tanto porque los inmigrantes aumenten el tamaño del mercado (que también), sino, sobre todo, porque constituyen la mano que permite proveer los bienes, y muy especialmente los servicios, que este demanda. Un dato resume lo que está pasando: el 90% de las afiliaciones a la Seguridad Social desde 2021 han sido protagonizadas por personas nacidas fuera de nuestro país, según la consultora EY. Ante los escasos avances en la productividad, la economía está creciendo principalmente por el incremento de la población activa.
A diferencia de otras naciones europeas, incluidas algunas que tontean con la recesión (como Alemania), España no sufre problemas graves de mano de obra, ni siquiera en los ámbitos que están viviendo una mayor expansión y, por tanto, incrementando sus necesidades, como el turismo. Esto es así gracias a la incorporación masiva de inmigrantes al mercado laboral, en una proporción superior a la de la burbuja de principio de siglo y con una segregación ocupacional inferior. Es decir, "se está produciendo un aumento de la participación de los inmigrantes en prácticamente todas las ocupaciones", según resume el Observatorio Trimestral del Mercado de Trabajo de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea). Cardoso añade: "El superpoder de la economía española cuando se compara con otros países es la capacidad que está teniendo de crecer en el sector servicios a través de una mayor inmigración".
"Si no ofrecemos vivienda asequible, el crecimiento que estamos viendo se pondrá en riesgo. Es un cuello de botella importante"
El experto de BBVA Research recuerda que, para mantener ese escenario, se requieren dos condiciones: una exógena (la situación en los países de origen, que genera un efecto expulsión) y otra endógena, que genera el efecto atractor. Esta última depende de las políticas que se lleven a cabo en España, que debe ofrecer a la mano de obra dispuesta a desplazarse las oportunidades laborales que busca, pero también las expectativas sobre unas condiciones de vida que mejoren la situación de los territorios emisores. Y ahí, el acceso a un techo resulta fundamental. "Si no ofrecemos vivienda asequible, todo este crecimiento que estamos viendo se pondrá en riesgo. Es un cuello de botella importante, y ya no digamos en sectores que normalmente echan en falta mano de obra para su expansión, y que están protagonizando el crecimiento".
Puede parecer un futurible incierto, pero cada vez hay más voces que lo advierten. Primero fue el Banco de España ("los problemas de acceso a la vivienda podrían dar lugar a pérdidas de productividad agregadas y a un menor crecimiento económico"); después, el Consejo Económico Social. "El problema de la vivienda puede acabar estrangulando el crecimiento económico", llegó a advertir el presidente del CES, Antón Costas, en la presentación de la memoria socioeconómica y laboral anual.
...y a la movilidad laboral
Resulta muy complicado ofrecer una estimación numérica de este impacto —de momento, nadie se ha atrevido a hacerlo—, pero ya se están viendo las primeras consecuencias tangibles a pequeña escala en uno de los sectores más importantes para la economía española y gran puntal de la vitalidad de los últimos meses: el turismo. La construcción o la hostelería podrían ser los siguientes.
De momento, los precios desorbitados del alquiler han provocado un grave problema de mano de obra en las Islas Baleares, especialmente palpable durante los veranos posteriores a la pandemia. Pero también se han producido fenómenos similares en el Pirineo aragonés, donde a la atracción de trabajadores durante la temporada de esquí se le suma un segundo problema: la atracción de población en una zona de escasa vitalidad demográfica.
Cardoso recuerda que no todas las dificultades tienen que ver con el encarecimiento de los precios, sino también con la escasez de la oferta de alquiler. Esta es la que más complica el alojamiento de trabajadores estacionales en las zonas tensionadas, y también lastra un fenómeno mucho menos visible: la movilidad laboral. Pese a encabezar las tasas de paro en la Unión Europea, España es uno de los países occidentales donde menos se desplaza la mano de obra por motivos profesionales: según el INE, 6 de cada 10 españoles viven en la provincia en la que nacieron, y 3 de cada 10 en el mismo municipio, un dato que no cambia sustancialmente en los territorios con un mayor desempleo. Esto provoca un fenomenal desajuste en el mercado de trabajo.
Tiene poco sentido que, existiendo un único mercado, la tasa de paro de Cádiz triplique de forma recurrente a la de Guipúzcoa. Según Cardoso, este hecho no se puede explicar únicamente por la brecha de cualificación entre la mano de obra de uno y otro territorio. Existe un factor de aversión hacia la movilidad laboral que tiene que ver con aspectos socioculturales (de hecho, los españoles se mueven mucho menos que los extranjeros), pero también con la falta de oferta de vivienda en alquiler. Nadie se compra una casa para ir a trabajar unos meses, y muchos ni siquiera pueden, como bien saben los miles de jóvenes de diferentes provincias que se han ido a vivir a Madrid y Barcelona durante los últimos años, protagonizando un intensísimo aumento de la demanda de alquiler que no ha obtenido una respuesta simétrica por el lado de la oferta. Consecuencia: los precios se han disparado en ambas ciudades.
Estos desajustes en el mercado laboral causados por la vivienda pueden acabar contagiándose al conjunto de la economía, a través de una suerte de reacción en cadena que describe el CES: las empresas con problemas de mano de obra por la carestía del alojamiento en las capitales tenderán a desplazar su localización a otros lugares donde sí disponen de esa mano de obra, perdiendo las economías de escala de las urbes, lo que genera ineficiencias y lastra el crecimiento. Del mismo modo, el Consejo Económico y Social advierte de tensiones inflacionistas y, eventualmente, de un malestar social que también puede tener consecuencias macro. Incluso por las bajas laborales: según un estudio del Observatorio de Vivienda Asequible, 8 de cada 10 jóvenes recortan su gasto en salud por culpa del elevado esfuerzo que tienen que hacer para sufragar un techo.
Un problema demográfico
Los canales de contagio de la vivienda al conjunto de la economía son innumerables y pueden acabar teniendo repercusiones sobre el futuro de los salarios, de las finanzas públicas o incluso de las pensiones, destaca Cardoso. Una gran parte de ellos conduce al factor demográfico, tanto ligado al posible freno en la inmigración como al cambio en procesos sociales entre la población española. El retraso de la edad de emancipación es uno de los factores que reduce la natalidad y está muy relacionado con el acceso a la vivienda. No en vano, la creación de hogares se ha ralentizado en los últimos trimestres, pese al incremento de la población, lo que podría estar causado por la imposibilidad de formarlos ante los elevados precios de la vivienda.
Además, la inmigración trae gente joven y tendente a tener un mayor número de hijos, lo que permite frenar el envejecimiento y mantener o aumentar el tamaño del mercado: las personas en edad de trabajar son más propensas al consumo que los jubilados y, por tanto, añade el economista, pueden sostener la demanda interna en unos niveles aceptables en el futuro, sin abocar a la economía a depender del sector exterior. Esto último conduciría, probablemente, a una devaluación salarial, como ocurrió durante la Gran Recesión. En el otro lado de la balanza, la llegada masiva de extranjeros también presiona los salarios a la baja, por lo que es muy difícil saber el efecto neto sobre este ámbito de un posible frenazo de la inmigración.
Lo que sí está claro es que la pérdida de vitalidad demográfica provocada por las dificultades de acceso a la vivienda tendría unas consecuencias dramáticas sobre la viabilidad del Estado del Bienestar. Y eso es así porque gran parte de las proyecciones que ha hecho el Gobierno para blindarlo se basan, precisamente, en unos supuestos demográficos muy optimistas. Es el caso de la reforma de las pensiones, pero también del ajuste fiscal exigido por Bruselas, que dependen de un crecimiento de las cotizaciones sociales y del PIB sostenido principalmente en la llegada de cientos de miles de inmigrantes cada año.
Y así se podría seguir durante unas cuantas líneas más. Antonio Pedraza, presidente de la Comisión Financiera del Consejo General de Economistas, resumió las principales consecuencias macro del encarecimiento de la vivienda en una rueda de prensa celebrada hace unos días: "Está afectando a la capacidad de ahorro y al consumo de los hogares, reduciendo su renta disponible, las posibilidades de emancipación de los jóvenes y la movilidad interterritorial, clave para el empleo".
Y eso solo por el lado de la demanda. Por el otro, el de la oferta, el coste de oportunidad es brutal: se están destinando recursos al mercado inmobiliario que podrían canalizarse hacia la inversión productiva, lo que provocaría un efecto multiplicador sobre el conjunto de la economía. Pero ese ya es otro cantar.
La vivienda ya es una pesadilla para cientos de miles de familias con dificultades para acceder a ella, pero también puede convertirse en el cuello de botella que estrangule el momento dulce que atraviesa la economía española. La crisis habitacional no es solo un problema social de primera magnitud, sino también un incipiente problema económico, en la medida en que amenaza algunos de los puntales en los que se ha basado la recuperación tras la pandemia, como el consumo interno y la llegada masiva de inmigrantes.
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