Las regasificadoras españolas ya se usan menos que antes de la guerra en Ucrania
La caída de la demanda, sobre todo para generar electricidad, el desplome de las exportaciones y el estado óptimo de las reservas deja a las plataformas con una actividad inferior al 30%
Las regasificadoras españolas ya se usan menos que antes de la guerra de Ucrania. El gran sueño de convertir a nuestro país en el hub gasístico del continente se ha revelado una utopía, apenas alimentada por los efectos ilusorios de un conflicto que puso de relevancia la importancia de la diversificación de los suministros, pero no ha sido capaz de detener un proceso que se antoja irreversible: el declive del gas en Europa.
Durante 2022 y 2023, la crisis energética de los Veintisiete, con el desplome del flujo terrestre proveniente de Rusia, situó a nuestro país en una situación ventajosa: mientras el resto del continente se afanaba por firmar acuerdos con nuevos proveedores de gas natural licuado (GNL) y erigir a toda prisa plataformas para devolverlo a su estado natural e inyectarlo al sistema, España disfrutaba de la mayor red de este tipo de plantas en Europa, con un tercio de la capacidad total del continente.
Fue así como surgió la idea de convertirse en la puerta de entrada del hidrocarburo en la UE. El Gobierno lo llamó "esfuerzo de solidaridad", y lo cierto es que encontraba en la situación del mercado un momento perfecto. No solo por la caída del suministro procedente del este, sino por la espectacular escalada de precios y los parones en la nuclear francesa, que dispararon la demanda nacional y las exportaciones a ese país con el mismo fin: quemarlo para producir electricidad que se consumiría al otro lado de los Pirineos.
Hoy, esa situación ha cambiado radicalmente: los precios se han normalizado, las reservas están llenas, la nuclear francesa trabaja a pleno rendimiento, las renovables españolas también y los antiguos adictos al gas ruso —desde Alemania hasta Italia—, que necesitaban GNL a toda costa para suplir el butrón dejado por el Kremlin, han empezado a obtenerlo gracias a la puesta en marcha de nuevas infraestructuras que pueblan sus costas.
La situación a largo plazo tampoco tiene visos de cambiar: según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), la demanda de gas natural se ha desplomado un 20% en Europa desde los niveles de 2021 y, pese a que tenderá a recuperarse para el consumo industrial y de los hogares, no volverá a los registros anteriores en su uso para la producción eléctrica. Mientras el despliegue de las renovables se consolida a un ritmo incluso mayor del esperado, el gas se va quedando con un lugar cada vez más reducido.
En ese contexto, los augurios de los más escépticos se empiezan a hacer realidad. Nuestro país ha recuperado la planta de El Musel (Gijón), sin apenas actividad, y varias naciones europeas han hecho inversiones millonarias en nuevas regasificadoras, pero lo cierto es que las actuales están infrautilizadas. En realidad, ya lo estuvieron durante toda la crisis energética, pero ahora que la oferta ha aumentado y la demanda sigue bajo mínimos, todavía lo están más.
Las cifras aparecen recogidas en la base de datos que Bruegel, el laboratorio de ideas de referencia en Bruselas, actualiza cada semana a partir de los registros de la red de operadores de infraestructuras europeos (GIE), y corresponden a la que se prolongó desde el 1 hasta el 7 de septiembre: España usó sus regasificadoras al 18% de su capacidad potencial, frente al 31% de la media para el período 2019-2021, el inmediatamente anterior a la guerra. En realidad, podrían hacer referencia a cualquier semana del año desde abril; fue entonces cuando los registros empezaron a situarse ininterrumpidamente por debajo de los previos a la contienda. Como se puede ver en el gráfico, esta situación contrasta con la de algunos de nuestros vecinos europeos.
Efectivamente, la magnitud de la infrautilización en España resulta especialmente llamativa, debido a su excepcional infraestructura, que determina una capacidad potencial muy superior a la de la mayoría de nuestros vecinos, al menos en comparación al tamaño de nuestro mercado. Si a eso le unimos que las reservas subterráneas han alcanzado el 100% de su capacidad, es evidente que no hay margen para recibir más gas e inyectarlo a la red nacional, así que solo cabe bombearlo hacia otros países.
Ni a Francia, ni a Italia
En otras palabras: para que los niveles de utilización de las regasificadoras españolas sean elevados, es necesario que se produzca un volumen de exportaciones significativo, toda vez que la demanda interna ha caído un 5,2% en lo que llevamos de año con respecto al mismo período mes del año anterior, según Enagás, el gestor del sistema. El mayor desplome ha venido, precisamente, por el sector eléctrico (-21,5%), en paralelo a los récords de producción renovable, mientras que la demanda convencional (1,6%) se ha recuperado ligeramente gracias al crecimiento económico y el abaratamiento de los precios.
Pero lo cierto es que los envíos al extranjero tampoco levantan cabeza, y se han hundido un 37,2% en el acumulado anual, por las razones expuestas anteriormente. Las salidas por conexiones internacionales, muy condicionadas por la caída de la demanda francesa ante la recuperación de su nuclear, han caído más de un 40%, y las cargas de buques, afectadas por el declive del llamado gasoducto virtual que transporta GNL desde el puerto de Barcelona hasta Livorno (Italia), más de un 25%.
Precisamente, Barcelona, la mayor planta de Europa, encabeza el ranking de las terminales más ociosas durante la primera mitad del año. Según un informe del laboratorio de ideas medioambientalista IEEFA, solo se usó al 11% de su capacidad, tres veces menos que los datos —ya de por sí discretos— del mismo período de 2022, al inicio de la guerra. Entre las cinco más infrautilizadas hay otras dos españolas: Cartagena y Sagunto, ambas al 21% de su actividad potencial. Siempre que se les pregunta por estas cifras, el Gobierno y Enagás aseguran que el exceso de capacidad es una válvula de seguridad para situaciones sobrevenidas: España tiene una flexibilidad extra que puede ser necesaria si vienen mal dadas.
La autora del informe, Ana Maria Jaller-Makarewicz, no lo ve así, y recuerda que IEEFA ya había advertido de esta situación hace tiempo, pero su alerta contra las inversiones en este ámbito fue desoída por los principales Estados miembros de la UE: "Durante la crisis hubo dos caminos paralelos. Uno fue que necesitamos importar más gas natural licuado, pero en paralelo estaba el [programa] RePowerEU, que pretendía disminuir la demanda y sustituirla por renovables. Después de dos años, parece claro que esta segunda pata avanzó más de lo que el mercado de GNL esperaba".
La experta recuerda que algunos países ya están empezando a reevaluar sus proyectos, y algunos han sido suspendidos temporalmente. Sin embargo, España no puede tomar ese camino, porque ya lo anduvo a principios de siglo, cuando desarrolló el grueso de la red actual. Pese a los discursos grandilocuentes, el informe de IEEFA, que utiliza la misma base de datos oficial que Bruegel, culmina con un dato demoledor: el nivel medio de utilización de las regasificadoras nacionales durante el primer semestre de 2024 ni siquiera alcanzó el 30%.
Las regasificadoras españolas ya se usan menos que antes de la guerra de Ucrania. El gran sueño de convertir a nuestro país en el hub gasístico del continente se ha revelado una utopía, apenas alimentada por los efectos ilusorios de un conflicto que puso de relevancia la importancia de la diversificación de los suministros, pero no ha sido capaz de detener un proceso que se antoja irreversible: el declive del gas en Europa.
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