Draghi presenta un informe demoledor. Y se llevará a la práctica
La propuesta del italiano había generado mucha expectación, ya que se esperaban medidas concretas que ayudasen a la UE a salir de un mal momento. Draghi no se anduvo con contemplaciones
Mario Draghi, que ejerció ayer de oficioso ministro de industria de la UE, presentó su esperado informe revestido de angustia existencial. Sus palabras, que estaban cargadas de urgencia, transmitieron de manera inequívoca que Europa debe temer seriamente por su supervivencia. Ese tono perturbador no resultaba gratuito: era más la constatación de un hecho que una exageración.
En segunda instancia, lo que hizo ayer Draghi fue firmar el acta de defunción de la globalización, es decir, del orden económico de las últimas décadas, en el centro de Europa. La UE está obligada a jugar el juego del poder y, en este sentido, poco de novedoso había ella: simplemente se limitaba a recoger los instrumentos que otros países, en especial los más importantes del mundo, llevan tiempo utilizando. Las reglas han cambiado y hay que amoldarse a ellas.
Su propuesta, que él mismo ha calificado de radical y que incluye medidas impensables hace poco en Bruselas, no es tan rupturista. Se trata más bien de una actualización, de un mero ponerse a la altura de las acciones de los demás, y no de un conjunto de perspectivas innovadoras que vayan a sacudir profundamente el orden internacional. Su informe está alentado por la obligación de evolucionar, de no quedarse atrás, y ha costado mucho que Europa cobre conciencia. Son los tiempos los que empujan y Europa tiene que reaccionar, aunque sea arrastrando los pies.
Las causas de la debilidad europea
Draghi insiste en que la propuesta contenida en su informe supone una transformación enorme. Lo es en lo que se refiere a la acción europea, pero dista mucho de serlo en su esencia: es justo lo que muchos otros países llevan tiempo poniendo en marcha. La acción estatal para potenciar sus industrias, asegurar suministros energéticos y materias primas a buen precio, la inversión institucional para desarrollar compañías propias, a menudo en alianza con el capital privado, cuando no a través de abundantes subsidios ha sido y es habitual en países como China, EEUU, Turquía, Israel o India. Están empleando sus recursos para conseguir mayor poder e influencia mientras que la Unión Europea ha decidido detenerse en el escalón anterior. Como afirmaba Sander Tordoir, “Europa es el único actor importante que todavía respeta las reglas. Es muy difícil ganar en el póquer si eres el único jugador que no hace trampa”.
Las medidas que Draghi propone parten de un requisito previo, la conformación de una mayor unidad europea
El informe Draghi no es más que un intento de resolver esa posición de inferioridad. Los problemas que pretende solucionar son relevantes. La pérdida de competitividad europea tiene varias causas, y en un lugar importante figura el elevado precio de la energía que proviene de la falta de recursos propios (con un impulso de las renovables que está por concretar), del aumento de los precios que supuso la guerra de Ucrania y la pérdida del abastecimiento ruso, y de un sistema disfuncional europeo (Draghi cuestiona la utilidad del marginalismo en su informe). El atraso en el ámbito tecnológico, donde las empresas estadounidenses y chinas son muchas más y más grandes, es otro de los focos del informe. Pero también aparecen la dificultad para asegurar suministros fiables, la falta de capacitación de la mano de obra y, cómo no, los elementos proteccionistas que las principales potencias están utilizando, sean en forma de aranceles o de apoyos a las industrias nacionales, cuando no ambas a la vez. La combinación de todos estos factores, junto con el escaso peso en defensa, sitúan a Europa en una situación muy débil.
1. El problema de la unidad
Las medidas que propone Draghi parten de un requisito indispensable, la conformación de una mayor unidad europea. Los competidores europeos son Estados, y la UE no. Es un conjunto de países, y sus estructuras distan mucho de la solidez, la rapidez y la contundencia con las que se puede actuar bajo una dirección única. Lo que Draghi pone sobre la mesa es un paso adelante significativo: a la hora de integrar empresas para que sus economías de escala sean competitivas, como en el sector de la telefonía o en defensa, a la hora del aprovisionamiento de energía y de bienes esenciales, y a la hora de impulsar la creación y el desarrollo de nuevas firmas en sectores críticos.
No se trata de que la Unión Europea carezca de estrategias, sino de que tiene muchas que a menudo no coinciden
Los rivales europeos, y este es un mundo de competencia geopolítica, pueden trazar una estrategia y desarrollar los instrumentos para llevarla a cabo. No se trata de que Europa carezca de estrategias, sino de que tiene muchas que a menudo no coinciden. Hace falta, pues, una mayor unidad para poner en relación los recursos existentes, de tejer iniciativas compartidas y de anticipar movimientos de futuro. No es necesario resaltar que hay Estados europeos totalmente contrarios a una perspectiva de mayor unidad.
2. El problema de la economía
El segundo aspecto relevante tiene que ver con la movilización de recursos en sectores estratégicos. Las empresas de mayor tamaño han estado ocupadas los últimos años en generar beneficios y repartir dividendos y han destinado un capital muy escaso a la innovación. Las pequeñas empresas, algunas de ellas punteras, han carecido del capital necesario para crecer, ya que buena parte del dinero europeo ha buscado refugio en el dólar. Y los Estados han encontrado muchas dificultades para impulsar compañías en sectores relevantes, a causa de la prohibición de las ayudas de Estado, de la falta de impulso desde la UE y, sobre todo, del dominio de una mentalidad según la cual la presencia del Estado era siempre una mala noticia.
Ahora que ese capital resulta imprescindible para la activación europea, se requiere la unificación de mercados de capitales, la movilización de capital improductivo y su canalización hacia los sectores que se entienden prioritarios. En este sentido, Draghi apuesta por la inversión pública, pero más como elemento asegurador de las inversiones y como instrumento de generación de confianza, que como parte de una revolución en la que los Estados tomen las riendas. La colaboración público-privada está en el horizonte.
El camino más probable para la economía será una mezcla de ajuste en los presupuestos y de inversión instigada desde Bruselas
Sin embargo, las dudas aparecen a la hora de poner en marcha este propósito. Draghi asegura que son necesarios entre 750.000 y 800.000 millones de euros al año de inversión adicional. Los eurobonos emergen como una posibilidad, a la que se han cerrado hasta ahora algunos Estados miembros, y la otra vía, el de ajustar las partidas de los presupuestos nacionales en algunas áreas, de modo que dejen capital libre para la inversión en otros sectores, se antoja problemático en países ya presionados. Es, no obstante, el camino más probable para la economía del futuro europeo, la mezcla de ajustes y de inversión instigada desde Bruselas, como una suerte de continuación de las políticas seguidas durante la pandemia, pero ahora con mucha mayor atención a los déficits. Hacer esto, no obstante, causará daños al estado del bienestar europeo, ese que Draghi ha afirmado querer preservar.
De manera que, por un lado y por otro, se aprecian dificultades de encaje. Las agendas de algunos países son contrarios a la deuda común y a las inversiones, y tomar una postura demasiado restrictiva en cuanto a los presupuestos dejaría a Europa en un lugar muy débil, también en términos de bienestar de la población.
3. El problema del proteccionismo
El tercer aspecto relevante del plan de Draghi tiene que ver con los aranceles. Lo dejó claro: el proteccionismo no es bienvenido. La Unión Europea tiene un instrumento poderoso, su mercado, con muchos millones de consumidores de un poder adquisitivo alto en términos comparativos, pero Draghi no quiere utilizar ese recurso. Quiere impulsar el crecimiento a través de la inversión en áreas cruciales y del aseguramiento de sectores estratégicos, y nada más. Los aranceles, aseguró ayer, serán un instrumento sancionador cuando los intereses europeos se vean dañados por otros países, y siempre a partir de un análisis caso por caso. No habrá por tanto, una oposición a China, sino una relación que trate de guardar los equilibrios.
Se quiere impulsar medidas desglobalizadoras en áreas estratégicas, mientras que se preservan las reglas anteriores en los demás ámbitos
Este propósito forma parte de una mentalidad muy europea, la de acotar la desglobalización. Se trata de elegir áreas en las que se utilicen otras reglas, como en energía, descarbonización y defensa, pero sin alterar las estructuras globales en los demás ámbitos. Esa situación es complicada de llevar a cabo, en la medida en que se depende de las acciones de los demás, y en que se hace difícil pensar cómo se puede asegurar industrias clave si no es con medidas proteccionistas en un ámbito más amplio.
El espíritu lento
El plan de Draghi es muy amplio e incluye muchos aspectos más, pero estos son los esenciales: la profundización o no en la unidad europea y en la capacidad de actuar conjuntamente, el tipo de economía política que regirá en Europa y la posición de poder que se tratará de utilizar con potencias competidoras.
A la Unión Europea le ha ocurrido muy a menudo: solo da pasos adelante reactivamente
Sin embargo, todos estos elementos aparecen forzados: las desconexiones que se están produciendo en el ámbito internacional, y los movimientos tectónicos de fondo están obligando a la UE a tomar una posición diferente. EEUU pretende asentarse como el país hegemónico, Pekín está desafiando ese poder al desarrollarse también en tecnología y defensa, terceros países, como India, están aprovechando ese impulso para crecer, mientras Europa continúa haciendo equilibrios. Se resistió a aceptar el giro en la competición geopolítica y todavía no cree en él del todo.
A la Unión Europea le ha ocurrido muy a menudo: solo da pasos adelante reactivamente. El covid o la guerra de Ucrania forzaron cambios obligados por las circunstancias, y el nuevo contexto geopolítico es el detonante ahora. Sin embargo, el espíritu lento, la dificultad para liderar, está presente en su ADN. Llama la atención, en este sentido, que la misma persona que salvó al euro de dificultades definitivas con una afirmación (“whatever it takes”) sea la que ahora esté proponiendo un plan de salida. La paradoja reside en que Draghi solventó el problema en un momento concreto, pero a costa de afianzar el contexto que nos ha traído a las dificultades actuales. El exbanquero lo ha reconocido en estos meses: se apostó por un modelo productivo, el ajuste competitivo mediante los salarios, que ha revelado su ineficacia ahora con toda su crudeza. Quizá con este plan no esté intentando más que cubrir una vía de agua en lugar de adoptar una mirada más profunda y con un recorrido temporal más largo; en ese caso, las soluciones presentes crearían las condiciones para las dificultades futuras, como ocurrió con la crisis de 2008.
El plan de Draghi tendrá lugar
El plan de Draghi está envuelto en una última paradoja. Por más que suscite posiciones contrarias, como la del ministro de finanzas alemán, va a llevarse a cabo. Las ayudas a la industria se van a producir, el Estado va a invertir y la protección de lo propio va a ser una constante. En la medida en que los dos países con más poder del mundo apuesten por continuar en esa senda, el resto se verá arrastrado a ella. De manera que no se trata de si se hará o no, sino de cuál será la manera. En Europa, lo puede llevar a cabo cada Estado individualmente (que es lo que en última instancia quiere decir la negativa de Lindner al plan, que el dinero alemán irá para fortalecer Alemania) o hacerse desarrollando proyectos para el conjunto de la Unión. Del mismo modo, se puede poner en práctica de forma que impulse el nivel de vida de la mayoría de los ciudadanos o fracturando aún más las sociedades entre sectores reducidos y bien pagados, y una mano de obra escasamente retribuida. Este es el momento de decidirlo. La Unión Europea puede elegir cualquiera de las dos opciones, pero ya no se puede quedar en el lugar en el que está: dará pasos adelante hacia una mayor unidad o pasos atrás que permitan a los Estados un mayor margen de actuación en solitario. En esa decisión se forjará el futuro europeo.
Mario Draghi, que ejerció ayer de oficioso ministro de industria de la UE, presentó su esperado informe revestido de angustia existencial. Sus palabras, que estaban cargadas de urgencia, transmitieron de manera inequívoca que Europa debe temer seriamente por su supervivencia. Ese tono perturbador no resultaba gratuito: era más la constatación de un hecho que una exageración.
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