La inflación golpea más a las clases bajas, pero subir tipos es aún peor
Un estudio publicado por la Reserva Federal de Nueva York constata que una política monetaria restrictiva incrementa la desigualdad más que los 'shocks' de oferta que pretende aplacar
La inflación constituye una trampa irresoluble pala las familias con menos recursos. Una vez se desata, ya saben que van a ser los paganos de la situación. Según un estudio publicado por la Reserva Federal de Nueva York, un shock de oferta —como el que se ha vivido durante los últimos tres años por los cuellos de botella tras la pandemia y el incremento de los precios energéticos agravado por la guerra Ucrania— afecta especialmente a los hogares en la parte baja de la distribución de la riqueza, pero una respuesta agresiva al mismo —como la emprendida por los bancos centrales para contener la espiral— es todavía más regresiva. No hay solución buena: se trata, simplemente, de elegir la menos mala.
La investigación, desarrollada por Marco Del Negro, Keshav Dogra, Pranay Gundam, Donggyu Lee y Brian Pacula, deja negro sobre blanco la consecuencia más evidente de toda crisis de precios causada por un shock de costes: el incremento de la desigualdad. Con los shocks de demanda ocurre todo lo contrario, matizan los autores. Pero ese no es el caso que estudia su modelo, construido con datos hasta el tercer trimestre de 2023, ni tampoco el que preside el debate público: existe un elevado consenso en que lo que ha pasado después del covid tuvo su origen en el lado de la oferta, de ahí que la controversia se haya centrado en si enfriar la economía, como ha hecho el Banco Central Europeo (BCE) con las alzas del precio del dinero, constituye la mejor solución para combatir la crisis de precios.
Los autores no entran en estas disquisiciones, pero sí constatan los efectos sobre la distribución de la riqueza de tomar una (no hacer nada) u otra (una respuesta monetaria restrictiva) decisión: "Si bien la inflación perjudica más a los pobres cuando se la analiza a través de una lente distributiva, las políticas desinflacionarias los perjudican aún más".
El impacto de la inflación
Sobre el primer caso se ha escrito mucho. Los hogares más modestos han soportado durante la reciente espiral de precios una inflación diferencial, ya que los productos que más se han encarecido coinciden con los de primera necesidad. La energía o los alimentos tienen un mayor peso en la composición de gasto de las familias en los percentiles (grupos en función de la riqueza) más bajos, por lo que el índice de precios de consumo (IPC) soportado por los humildes ha sido superior durante estos años al de los pudientes. Esta situación está empezando a cambiar, en la medida en que la inflación tiene un creciente componente de demanda, y las mayores alzas de los últimos meses se están produciendo en ámbitos como el ocio, la cultura o el turismo.
Los shocks de oferta, como el vivido tras la pandemia, aumentan la desigualdad principalmente a través de la pérdida del poder adquisitivo. Como se puede ver en el gráfico, los ingresos reales caen mucho más entre las clases bajas que entre las altas. Salvo en el 1% y el 10% más rico, donde la erosión del valor real de los activos bursátiles también influye, se trata de la única vía por la que un shock de costes impacta en el bolsillo de las familias, a veces con consecuencias dramáticas. Otras, como los beneficios o la ratio de éxito en la búsqueda de empleo, contribuyen de forma positiva, ya que estas situaciones suelen producirse con la economía recalentada.
Sin embargo, resultan totalmente insuficientes frente al tsunami de las alzas de precios, sobre todo en las primeras fases de la espiral, cuando los salarios aún no se han adaptado a la misma, con el consiguiente desplome del poder adquisitivo. En el caso del 20% más rico (quinto quintil), en cambio, el incremento de los beneficios compensa la pérdida de ingresos reales, y en el 10% y el 1% más rico voltea la situación: para ellos, las rentas del capital pesan mucho más que las del trabajo, por lo que un aumento de los precios les sale a cuenta.
Como resultado de este contraste, se agrava la desigualdad. "El mensaje de la ilustración es claro: la mayoría de los hogares, excepto los muy ricos, pierden sustancialmente después de un shock positivo de costes. Esta pérdida se debe al hecho de que los salarios reales caen sustancialmente después del shock y esto perjudica a los hogares, especialmente si se encuentran en una situación precaria (...). Sin embargo, los muy ricos se benefician del shock. Esto se debe a que aumentan todas los beneficios extra que implica el bajo coste de la mano de obra después de los primeros trimestres".
El impacto de las subidas de tipos
Las palabras del presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, cada vez que alude a los efectos de la inflación sobre aquellos que tienen dificultades para pagar los productos esenciales cobran sentido. Pero también las veladas disculpas que profiere cuando habla del dolor infligido a las familias y las empresas por el impacto de las subidas de tipos de interés. En términos distributivos, la incidencia de una política monetaria restrictiva es más regresiva que la de la propia espiral inflacionista que pretende combatir. Esto no quiere decir que los bancos centrales se hayan equivocado al incrementar el precio del dinero para controlarla, sino simplemente que han agravado la brecha de desigualdad generada por la crisis de oferta.
Si los shocks de costes profundizan el gap por la vía de los ingresos reales, las respuestas agresivas a los mismos lo hacen principalmente a través de los costes de financiación (señalados en el gráfico como tipos reales). Es decir, a través del encarecimiento de las hipotecas. Como se puede ver en la figura, el 1% más pobre es el más afectado por estas políticas, que tienen un impacto regresivo muy pronunciado, aunque en forma de 'U'. Paradójicamente, los más ricos también salen perdiendo, aunque por motivos distintos: en su caso, el alza de los intereses les favorece, ya que son acreedores, pero la caída de los beneficios por el enfriamiento de la economía supone una losa demasiado pesada, a la que se une el peor desempeño de los activos bursátiles.
"La lección de esta ilustración es que si los hogares pobres son los más afectados negativamente por el shock de costes, se ven aún más afectados si el banco central intenta combatir la inflación de manera más agresiva. Esto se debe a que implica tipos de interés más altos, lo que perjudica a los hogares endeudados. Por el contrario, los hogares ricos se benefician del aumento de los tipos reales. En general, estos hogares no se ven muy afectados por la política más agresiva, ya que sus mayores ingresos financieros compensan los menores ingresos laborales. Sin embargo, los hogares muy ricos también se ven perjudicados por la respuesta más agresiva a la inflación, ya que esta reduce los beneficios", resumen los autores.
En las familias que llegan con aprietos a fin de mes, una caída de los ingresos reales por culpa de una crisis inflacionista se traduce prácticamente de inmediato en un descenso del consumo. Pero si el banco central sube tipos, al empeoramiento de las rentas se le une el incremento del coste de la deuda, hasta llegar a la asfixia económica. "Los avances en el control de la inflación son limitados y no revierten estas desventajas para los hogares que se encuentran en la parte inferior de la distribución de la riqueza", concluyen los investigadores. Subir tipos es un mal negocio para los pobres, pero nadie sabe a ciencia cierta si esta vez había una alternativa mejor.
La inflación constituye una trampa irresoluble pala las familias con menos recursos. Una vez se desata, ya saben que van a ser los paganos de la situación. Según un estudio publicado por la Reserva Federal de Nueva York, un shock de oferta —como el que se ha vivido durante los últimos tres años por los cuellos de botella tras la pandemia y el incremento de los precios energéticos agravado por la guerra Ucrania— afecta especialmente a los hogares en la parte baja de la distribución de la riqueza, pero una respuesta agresiva al mismo —como la emprendida por los bancos centrales para contener la espiral— es todavía más regresiva. No hay solución buena: se trata, simplemente, de elegir la menos mala.
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