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Goirigolzarri tiene razón, aunque solo en la mitad del problema
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Goirigolzarri tiene razón, aunque solo en la mitad del problema

Empresarios y directivos de todo Occidente están preocupados por la aparición de formas políticas que ponen el acento en el poder y en el realismo. Hay otra parte en la ecuación

Foto: José Ignacio Goirigolzarri. (Rober Solsona/Europa Press)
José Ignacio Goirigolzarri. (Rober Solsona/Europa Press)
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La agitación de los últimos años, con la deriva geopolítica, las alteraciones en la globalización, las perturbaciones en las cadenas de suministro y la inflación están inquietando al entorno económico occidental, que mira con desagrado tantas tensiones. José Ignacio Goirigolzarri, presidente de CaixaBank, expresaba en una reciente entrevista con Pedro Simón algunas de las preocupaciones que comparten muchos directivos occidentales. Las sacudidas en el orden internacional están dirigiendo nuestro sistema hacia entornos mucho más complicados. En las respuestas de Goirigolzarri, en las que aparecen las ideas han dominado la era anterior, como el optimismo, la defensa de la globalización ("ha sacado a 1.300 millones de personas de la pobreza") y la preocupación por la situación geopolítica, late la inquietud acerca de lo que nos espera.

El presidente ejecutivo de la entidad bancaria muestra un rechazo decidido del realismo político, al que señala como responsable de estas perturbaciones. Es una ideología que refleja "una visión pesimista del hombre y de la idea de que el ser humano está en permanente conflicto en la búsqueda de poder. Y eso te conduce a pensar que no hay normas y que, aquí, lo importante es ser realista. La idea de Aristóteles del zoon politikón (un ser que dialoga, vive en sociedad y ha de implicarse en el Gobierno de la polis) no tendría sentido. Y lo que tendría sentido es la fuerza, la posición de fuerza que tienes en cada momento".

La teoría del realismo político es mucho más amplia de lo que esta definición refleja, pero si se acepta la lectura que formula el directivo, habría que constatar la peculiar separación que suele realizarse entre el ámbito político y el económico. El segundo expresa a menudo las mismas inquietudes que el presidente de la entidad bancaria española. Las sacudidas políticas e ideológicas que vive la democracia occidental, con la irrupción de populismos y de extremas derecha, son percibidas como una señal de la inestabilidad de nuestras democracias. Estas ideologías, además, serían una expresión del realismo político enfrentada a la visión basada en normas y reglas que imperó en la era global.

Sin embargo, las características inscritas en la definición de Goirigolzarri no solo reflejan un momento ideológico, también encajan en una ortodoxia que ha dominado la gestión empresarial. Junto con el realismo político, ha existido y existe un realismo económico en el que se ha hecho menos hincapié.

El realismo económico

Es una manera de gestionar de la que los directivos tienen muy complicado apartarse si no quieren ser censurados por sus accionistas de referencia y que sus empresas no sean penalizadas por los mercados. Está basada en una serie limitada de fórmulas que se aprenden en los MBA, se recomiendan por las consultoras y terminan siendo aplicadas por los gestores. Son reglas, además, fáciles de entender: si se quiere crecer, hay que adquirir otras empresas o fusionarse con una más pequeña; si se pretenden mejorar resultados y ofrecer más rentabilidad, el camino es recortar costes. La finalidad última es repartir más dividendos o recomprar acciones. Pocas acciones de los directivos en los últimos años se han salido de la senda marcada.

El realismo económico tiene un punto de partida, que posibilita las acciones descritas, como es el afianzamiento de las firmas en el poder de mercado: monopolios y oligopolios permiten gozar de condiciones favorables respecto de competidores, clientes, proveedores y administraciones.

"Las empresas que nombran a un CEO con titulación MBA recortan salarios y empleos, pero no generan más ventas ni productividad"

Las consecuencias de este realismo gestor han sido ambivalentes, porque esa posición de dominio les ha permitido cumplir los objetivos en los casos más exitosos. A otras firmas les ha costado caro y a algunas les ha salido gratis. La otra parte de esta forma de entender la vida empresarial es sencilla de ver, pero difícil de reconocer: los problemas que ha generado esta ortodoxia gestora han sido numerosos. Conviene repasar algunos de ellos.

Como señala Daron Acemoglu, coautor del influyente Por qué fracasan los países, las empresas que nombran a un CEO con titulación MBA recortan salarios y empleos, pero no generan más ventas, productividad o inversión.

"Esta forma de capitalismo está deteriorando todo lo que puede hacer crecer a una empresa"

Sir Philip Hampton, expresidente de GlaxoSmithKline y del Royal Bank of Scotland Group, subrayó que esta forma de capitalismo está deteriorando todo aquello que puede hacer crecer a una empresa, como la inversión en personal cualificado, el desarrollo y el crecimiento de la firma y la inversión en I+D. Sir Nigel Rudd, presidente de Heathrow Airport Holdings y de la empresa de ingeniería aeroespacial Meggitt, aseguró que el "capitalismo había sido secuestrado por el management", y que "en las últimas décadas ha habido gente que se ha enriquecido enormemente sin asumir ningún riesgo financiero".

El objetivo primero no es la sostenibilidad y perdurabilidad de las empresas que se gestionan, sino sobrevivir al siguiente ejercicio, cuando no al siguiente trimestre. Los directivos, presionados por los propietarios de la parte más significativa del capital, tienen como objetivo elevar el nivel de dividendos que aportan, y no gestionar de un modo que favorezca a los clientes, a los empleados y colaboradores, a los proveedores o a las sociedades en las que se desenvuelven, grupos que tienen interés real en la buena marcha de la empresa.

Al actuar de ese modo, cualquier elemento innovador, y la tecnología y la inteligencia artificial forman parte de ello, se destina a mejorar la rentabilidad y no a mejorar el producto que se vende o el servicio que se presta. La innovación que se busca tiene que ver con mejorar los procesos para reducir costes, o con abrir un ámbito nuevo en el que se pueda actuar como actor monopólico, y no con incrementar los ingresos gracias a que se ofrece un producto o servicio que convence a los consumidores o usuarios. La segunda opción requiere talento, para la primera basta con un PowerPoint.

El realismo económico aporta siempre las mismas recetas, que se repiten una y otra vez

La participación de las consultoras en estos procesos empeora las cosas, ya que la mayoría, como ocurre con McKinsey, van al hueso del realismo económico, y sus recetas son siempre las mismas; reducir costes. Además, tampoco aportan innovación. Como asegura Andrew Sturdy, "su tarea consiste mucho más en legitimar e implementar ideas ya existentes que en innovar. Su conocimiento proviene mucho más a menudo de prácticas que otros han realizado, particularmente sus clientes líderes, que de la investigación o de la invención".

Como norma general, la insistencia en aumentar la rentabilidad produce un empobrecimiento del producto, del servicio y de la calidad. Hay un desprecio notable por el personal cualificado, salvo el de los escalones superiores de las firmas, que suele conducir a su sustitución por mano de obra más barata. Eso lleva, en muchas ocasiones, a que las firmas pierdan aquello que conformaba sus señas de identidad. Ese fue el caso de Nike. En otros casos, esa forma de gestionar ha causado un deterioro en la calidad que conduce a problemas muy serios, como le ha ocurrido a Boeing. A veces, produce una esclerosis organizativa que termina con el declive de la empresa, como le sucedió a Nokia. A menudo, la estupidez funcional reina en las organizaciones, y con ella, medran los más acostumbrados a hacer valer su visibilidad y no quienes más méritos poseen.

La paradoja

Esta casuística, que es amplia, resalta una paradoja. A las empresas gestionadas por realistas económicos, si cuentan con el poder de mercado suficiente, les suele ir bien. La mayoría de ellas son monopolios u oligopolios, por lo que pueden implantar lógicas rentistas mucho más que productivas, caso de Apple, gracias a la fuerza de su posición. Los niveles de beneficio son elevados, pero a costa de deteriorar el nivel adquisitivo de la sociedad, ya que los salarios no suben, y menos cuando una de sus lógicas es reducir costes vía factor trabajo, y los precios aumentan, porque su incremento es una de las vías de generar rentabilidad.

Una forma de gestión que ofrece dividendos y al mismo tiempo perturba a la sociedad y al mercado, produce muchas disfunciones

En última instancia, este poder es una cuestión de economía política, porque muchas grandes firmas inciden, por una vía u otra, en la vida de muchas otras empresas, ya que controlan su acceso al mercado (como ocurre con las tecnológicas) o sus mecanismos de financiación o sus condiciones de funcionamiento, en el caso de que sean proveedores de firmas mayores, lo cual es cada vez más frecuente. Por decirlo en los términos de Goirigolzarri, ese ser que vive en la polis no dialoga con otros, ni siquiera con los suyos.

Si se juntan ambas cosas, una forma de gestión que ofrece dividendos y al mismo tiempo perturba la sociedad y al mercado, se entiende bien el enredo en el que el realismo económico nos sitúa. Si el realismo político puede reducirse a la comprensión de las relaciones sociales y territoriales en términos de simple fuerza, uno de los grandes problemas de la gestión empresarial es precisamente esa reducción del mercado a meras relaciones de poder y, por tanto, al olvido de que el mercado solo existe cuando el terreno de juego no está inclinado, y que detrás de los beneficios hay una sociedad entera.

El equilibrio

Por desgracia, si el realismo político es cada vez más cuestionado por buena parte del ámbito empresarial (hay otra parte que lo impulsa, no hay más que reparar en la obvia división que se refleja en las elecciones estadounidenses), el económico es ignorado. Por supuesto, las empresas tienen modos de gestión muy diferentes. El realismo económico no es una realidad que se imponga mecánicamente, ni todas las firmas caen en él, ni todos los directivos se someten a ese mar de fondo. Pero sí es una realidad existente, una tendencia que opera y que se describe como una forma eficaz de mejorar resultados, de manera que resulta complicado sustraerse definitivamente a ella.

Esto es relevante porque el regreso del realismo político en toda su intensidad está atravesado por varios factores, pero uno de ellos, probablemente el principal, ha sido la existencia del realismo económico. Es la ideología que impulsó las deslocalizaciones, ya que producir en China era mucho más rentable, la que negó las advertencias sobre el crecimiento impulsado por Pekín (sus clases medias querrán más libertades y se la exigirán al Partido Comunista), la que desindustrializó Occidente, el que tejió una red de seguridad basada en las normas del orden global que ahora nadie respeta. Las derivas políticas internas de Occidente, comenzando por EEUU, nacen de este deterioro en las condiciones de vida que impulsa choques culturales y un fortalecimiento de las ideologías más realistas.

Goirigolzarri tiene razón. La idea de Aristóteles del zoon politikón, el ser que dialoga, vive en sociedad y forma parte de la polis, es ahora indispensable. La unidad que Occidente necesita en un entorno de división económica, social, cultural y política, hace precisa que la visión del filósofo griego sea asimilada por toda clase de instituciones y de actores, también por los económicos. Pero, a la hora de invocar a Aristóteles, conviene recordar también sus reflexiones sobre cómo una ciudad encuentra la estabilidad: el equilibrio entre los que tienen poder y los que no es decisivo, y eso opera en todos los terrenos, en el político y en el económico.

La agitación de los últimos años, con la deriva geopolítica, las alteraciones en la globalización, las perturbaciones en las cadenas de suministro y la inflación están inquietando al entorno económico occidental, que mira con desagrado tantas tensiones. José Ignacio Goirigolzarri, presidente de CaixaBank, expresaba en una reciente entrevista con Pedro Simón algunas de las preocupaciones que comparten muchos directivos occidentales. Las sacudidas en el orden internacional están dirigiendo nuestro sistema hacia entornos mucho más complicados. En las respuestas de Goirigolzarri, en las que aparecen las ideas han dominado la era anterior, como el optimismo, la defensa de la globalización ("ha sacado a 1.300 millones de personas de la pobreza") y la preocupación por la situación geopolítica, late la inquietud acerca de lo que nos espera.

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