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El año en que Keynes salvará al Gobierno de coalición: la paradoja de Sánchez
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El año en que Keynes salvará al Gobierno de coalición: la paradoja de Sánchez

Han sido necesarias varias crisis superpuestas en el tiempo, alguna de ellas sobrevenida, como la pandemia, y hasta una guerra, para hacer una revisión de los paradigmas económicos

Foto: Foto: EC Diseño.
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No deja de ser paradójico que, al mismo tiempo que en 2023 se cumplen 50 años desde que el ingeniero Martin Cooper hiciera la primera llamada desde un teléfono móvil, una acción que hoy nos parece lo más normal del mundo, pero que entonces representó un gigantesco progreso tecnológico, el planeta haya recuperado algunas de las viejas recetas económicas arrinconadas durante las últimas décadas en el rincón de la historia.

El invento de Cooper para Motorola, como se sabe, significó una aceleración histórica pocas veces vista en la historia de la humanidad, comparable a lo que pudo ser en su día la imprenta, que permitió una amplia difusión de los conocimientos antiguos. O, incluso, a lo que representó la era de los descubrimientos, que ensanchó el planeta hasta confines desconocidos.

Foto: Foto: EFE/Rungroj Yongrit. Opinión

Ninguna de las tres revoluciones industriales anteriores a la irrupción de la tecnología inalámbrica, de hecho, ha sido tan transformadora a corto plazo como lo ha sido la revolución digital, que tiene en los teléfonos móviles su expresión más popular. Ni la máquina de vapor, ni el uso intensivo del gas y de la electricidad durante los siglos XIX y XX para avanzar en el progreso económico, ni siquiera la revolución electrónica de los años 70 y 80, han cambiado el mundo de forma tan vertiginosa como lo ha hecho la digitalización de los procesos industriales. Entre una y otra tuvieron que pasar unas decenas de años, mientras que en apenas dos décadas la revolución digital lo ha cambiado casi todo.

Lo paradójico, como se ha dicho, es que este último proceso haya coincidido en el tiempo con el cambio —¿o habría que hablar de mutación?— de algunos paradigmas económicos nacidos en la segunda mitad de los años 70 y primeros 80, cuando eso que se ha llamado con cierto desprecio neoliberalismo —o revolución conservadora, como se prefiera— desplazó al keynesianismo triunfante de la posguerra. La célebre derrota de Hayek frente a Keynes.

El poder económico

Hay pocas dudas de que las liberalizaciones, las desregulaciones, las privatizaciones, el achicamiento del Estado como agente económico han ido en paralelo a los avances tecnológicos y a la globalización, que a la postre han significado el desmontaje de la laboriosa arquitectura arancelaria construida durante décadas para proteger los mercados interiores y equilibrar las balanzas de pagos. También, por qué no decirlo, por una visión cortoplacista de la economía que prima los intereses particulares frente a los generales.

Foto: John Maynard Keynes. (William Collins) Opinión

Aquella revolución conservadora no solo permitió a los países avanzados doblegar la inflación y al mismo tiempo debilitar el poder sindical durante casi cuatro décadas gracias a la importación masiva de productos a bajo precio, sino, sobre todo, ha sido la herramienta necesaria para habilitar una nueva distribución del poder económico y financiero que se han traducido —ya hay pocas deudas— en fenómenos como el ensanchamiento de la desigualdad en los países avanzados o la irrupción de nuevos estados en la economía global. Además de haber convertido a los ciudadanos en consumidores, lo que sin duda genera externalidades negativas en términos de cambio climático.

Lo más singular, sin embargo, ha sido que, ya antes de la llegada del covid, desde la llegada de Trump, se había puesto freno —solo freno— al desarme arancelario y al triunfo de la globalización sobre el proteccionismo, lo que revela cierto agotamiento de un modelo de crecimiento que no solo ha transformado la realidad económica, sino el orden social y político nacido después de 1945. Y que, en contra de lo que muchos creían, no ha doblegado a los sistemas autoritarios. China es China y seguirá siéndolo durante mucho tiempo, que diría Rajoy.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden, junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/K.L.)

La paradoja radica, precisamente, en que han sido necesarias varias crisis superpuestas en el tiempo, alguna de ellas sobrevenida, como la pandemia, y hasta una guerra, para hacer una revisión de los paradigmas económicos.

Crisis y Gobierno de coalición

Una lectura superficial diría que las crisis son una mala noticia para el Ejecutivo de turno, pero, al contrario de lo que pueda parecer, desde luego en el caso español, las convulsiones económicas han engrasado al Gobierno de coalición, que ha podido disponer de ingentes recursos para hacer política. En particular, gracias a la política monetaria ultraexpansiva del BCE —que es quien ha comprado la mayoría de la deuda pública emitida entre 2020 y 2022—. Como lo ha sido la llegada de los fondos Next Generation, que han permitido destinar miles y miles de millones de euros a políticas sociales y a la regeneración del sistema productivo. Solo hay que imaginar qué hubiera pasado con el Gobierno de coalición si la alianza entre socialistas y Unidas Podemos hubiera nacido en un contexto presupuestario restrictivo o con un banco central reacio a intervenir y que sube los tipos de interés cuando no toca, como sucedió (por dos veces) en 2011.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante su encuentro este martes en el Palacio de la Moncloa. (EFE/Moncloa/Fernando Calvo)

Es más. Por antagónico que parezca, ya no es extraordinario leer que tal o cual Gobierno nacionaliza una empresa, acota con leyes antiopas la entrada de capital extranjero, aplica impuestos extraordinarios a las grandes empresas beneficiadas de la subida de precios, incluidos los tipos de interés, financia costosos programas sociales o interviene de forma beligerante en la economía a través de un control parcial de precios, algo inimaginable hace poco tiempo. Incluso buena parte de la inversión que antes iba a China y a otros países asiáticos hoy se queda en EEUU o Europa pese a que los costes son más elevados. Sin duda, porque el concepto de seguridad en el aprovisionamiento de bienes y servicios ha emergido frente a la globalización sin límites. Sin duda, porque el sistema le ha visto las orejas al lobo y ahora considera razonables medidas que hasta hace bien poco eran un anatema.

Es verdad que todavía no estamos ante un nuevo paradigma, pero con el tiempo puede llegar a serlo. Hasta las cadenas globales de valor, el símbolo de la hiperglobalización, están hoy bajo sospecha, lo que da idea de cómo ha cambiado el mundo en pocos años. ¿Y qué decir sobre la imposición de un tipo mínimo del 15% para gravar los beneficios de las empresas aceptado por todos? Thatcher y Reagan, si pudieran, saldrían de sus tumbas para dar un gorrazo a sus herederos políticos. Lo mismo que harían los ordoliberales alemanes si pudieran ver que sus vástagos ideológicos controlan los precios, aunque sea de forma parcial.

Este escenario era impensable hace poco tiempo, y en realidad lo que demuestra es la extraordinaria resiliencia del sistema capitalista, o habría que decir del liberalismo económico, para adaptarse a los cambios, ya sean tecnológicos, sociales, demográficos, políticos o económicos, lo que en última instancia pone de relieve su enorme capacidad de supervivencia. ¿O habría que hablar de gatopardismo? Es decir, cambiar todo para que todo siga igual.

Todos somos keynesianos

"Ahora todos somos keynesianos", llegó a decir Nixon tras abandonar su país el patrón oro obligado por el enorme gasto militar derivado de la guerra de Vietnam y de la carrera armamentista con la Unión Soviética. Washington quería tener manos libres para dilapidar miles y miles de millones de dólares. El gasto en defensa llegó a representar, a finales de los años 60, el 9% del PIB, el triple de lo que es hoy, lo que refleja su importancia, y por eso Nixon necesitaba liquidar el corsé que le suponía el patrón oro (una onza equivalía a 35 dólares). Medio siglo después, algo parecido está sucediendo. Europa sostiene su mayor gasto en defensa, también España, gracias a que las reglas fiscales siguen en el limbo y los gobiernos logran recaudaciones récord a causa de la inflación, que, en situaciones de crisis, aquí otra paradoja, se convierte en un aliado de los estados.

Foto: Ministerio de Economía.

No era gratuita la expresión de Nixon. Fue Keynes, con sus recetas, quien salvó al capitalismo de la catástrofe con sus políticas de demanda en unos momentos en los que el sistema se desplomaba tras la crisis del 29. Como hoy. El sabio de Cambridge —que previamente había viajado a la URSS y volvió echando pestes— lo que quería era salvarlo, no liquidarlo. Tanto la socialdemocracia como los partidos democristianos lo entendieron, lo que dio origen al célebre contrato social de la posguerra.

El hecho de que las reglas fiscales dentro de la Unión Europea (UE), aquel símbolo de la era de la austeridad que se puso en marcha junto a la creación del euro por imposición de Alemania, sigan suspendidas durante el año 2023 (por cuarto año consecutivo) es, probablemente, el mejor ejemplo de que algo ha cambiado. Y esa, en última instancia, ha sido la ventaja de Sánchez, que ha podido disponer de ingentes recursos como ningún otro gobernante desde el inicio de la democracia.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/Ognen Teofilovski)

Todo ha cambiado tanto que hoy la existencia de niveles de deuda pública del 100% del PIB (40 puntos más que el objetivo de Maastricht) no se ve como una herejía económica, aunque en público se diga lo contrario para mantener una cierta coherencia ideológica. Entre otras razones, como se ha dicho, porque los gobiernos —incluso los más ortodoxos— se han dado cuenta de que los agujeros del sistema carcomen el funcionamiento óptimo de la propia democracia. El ensanchamiento de la desigualdad es tan obsceno que los gobiernos no tienen más remedio que implementar políticas sociales —a veces con fines clientelares— para apagar el incendio del descontento.

El Estado emprendedor, la vieja idea rescatada ahora por Mazzucato, desde luego poco original, ha vuelto con fuerza. Y, aunque para muchos todavía lo ha hecho de forma insuficiente y con un sesgo más favorable a las grandes corporaciones, hay pocas dudas de que el engranaje funciona por la liquidez que corre por las venas del sistema económico, y que hoy permite financiar —qué otra cosa son los fondos Next Generation— los grandes retos estratégicos a los que se enfrenta Europa: la seguridad energética, la lucha contra el cambio climático y la digitalización del aparato productivo. Los bancos centrales, en la práctica y pese a su teórica independencia, se han convertido, de hecho, en un instrumento de financiación de los déficits públicos. El anticristo monetario que horrorizaba a Alemania es hoy una realidad, aunque sea por la puerta de atrás.

Necesidad o devoción

No hace muchos años, hubiera sido un sacrilegio financiar con dinero público redes de transporte supranacionales para asegurar el abastecimiento energético, pero todavía hubiera resultado más heterodoxo hablar de crear nuevos impuestos ad hoc para sectores que funcionan en clave oligopolista. La intención, incluso, de construir lo que se ha llamado la autonomía estratégica de la UE frente a EEUU y China, aunque tiene mucho de retórica, es un símbolo más de que algo está cambiando en Europa. Probablemente, más por necesidad que por convicción. Pero un cambio al fin y al cabo que aumenta el protagonismo de los gobiernos. El tiempo dirá si el cambio es cosmético o transformador.

Foto: Sesión en el Parlamento Europeo este miércoles. (Reuters/Yves Herman)

El futuro de la gran mutación, en todo caso, dependerá de la correlación de fuerzas entre capital y trabajo, que en última instancia, además de los avances tecnológicos, es lo que está detrás de las transformaciones sociales. Pero también de su éxito en términos económicos para dar satisfacción a quienes hoy consideran que el sistema los ha abandonado. También en España la propia supervivencia del Gobierno de coalición dependerá de los recursos del Estado.

Hasta los mercados, y ahí está el caso de Liz Truss como ejemplo paradigmático de la mutación del sistema económico, no solo asumen que bajar impuestos es un error cuando se pone en riesgo el equilibrio fiscal, sino que incluso celebran un giro ciertamente socialdemócrata en el Ejecutivo británico. El plan de reducción de la inflación de Biden, que supone invertir centenares de miles de millones de dólares en energías limpias y en programas sociales, hubiera sido impensable, y desde luego imposible, en época de un demócrata como lo fue Clinton, cuando el sistema todavía soñaba en que la globalización acabaría por imponer la democracia. Tal vez habría que decir que el sistema, con todas sus imperfecciones y ciertamente con todas las cautelas, se ha caído del guindo. Vuelve Keynes.

No deja de ser paradójico que, al mismo tiempo que en 2023 se cumplen 50 años desde que el ingeniero Martin Cooper hiciera la primera llamada desde un teléfono móvil, una acción que hoy nos parece lo más normal del mundo, pero que entonces representó un gigantesco progreso tecnológico, el planeta haya recuperado algunas de las viejas recetas económicas arrinconadas durante las últimas décadas en el rincón de la historia.

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