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Estonia ha superado a España, pero el PIB no da la felicidad: "Cuando pueda, me vuelvo"
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TÚ A TALLIN Y YO A CÁDIZ

Estonia ha superado a España, pero el PIB no da la felicidad: "Cuando pueda, me vuelvo"

Una estonia en España y un español en Estonia explican los cambios que han visto en ambos países en los últimos años, en los que nuestro país se estancó y Estonia se disparó

Foto: Foto: EC/Diseño.
Foto: EC/Diseño.

De vez en cuando, la hija pequeña de Helen Eelrand le dice a su madre que quiere volver a España, que está un poco aburrida de vivir en el campo. Cuando la periodista mira por la ventana a ese campo al que se refiere su hija, lo que observa es Tallin, la capital estonia. Una ciudad de 446.055 habitantes (menos que Murcia y un poco más que Palma de Mallorca) que se ha convertido en la capital económica del Báltico gracias a su apuesta por las nuevas tecnologías.

Eelrand no se quita de la cabeza la idea de volver a España, donde ha vivido durante casi una década y media (Cádiz, Canarias, Cataluña, Valencia). Volvió recientemente a su país natal para trabajar en el Parlamento, pero también para que su hija conociese a su familia y su país. A pesar de los avances económicos de su nación de origen, traducidos en un galopante encarecimiento de productos y servicios, y del boom del sector tecnológico, la periodista añora el carácter, clima y precios españoles.

Quien tampoco parece dispuesta a coger el camino opuesto es su hija mayor de 27 años, Bianka Randell (un acrónimo de su apellido estonio, difícil de pronunciar para los españoles), que estudió interpretación y hace su vida en Madrid, donde trabaja para SEOPAN, la Asociación de Empresas Constructoras y Concesionarias de Infraestructuras.

"En Estonia, si puedes trabajar, tienes más tranquilidad, expectativas y optimismo"

Mientras tanto, en Tallin, Raúl Ramiro Troitiño, director del Centro Picasso en la capital estonia, no tiene ningún plan en volver a España, al menos hasta su lejana jubilación. Hace alrededor de una década que abrió el centro y le ha ido bien gracias al interés que existe en el país báltico por la cultura española. No fue tanto por la crisis como por cambiar de aires, pero con tres meses de España al año tiene suficiente. “España tira mucho si tienes dinero o estabilidad, pero mis amigos de Salamanca que tienen bares están desesperados por el precio de la luz”, explica. “En Estonia, si puedes trabajar, tienes más tranquilidad, expectativas y optimismo”.

Dos historias cruzadas que matizan a escala personal los datos macroeconómicos que cuentan que el PIB de Estonia acaba de superar al de España. Desde el verano de 2008, poco antes de que Eelrand llegase a España, hasta hoy, el PIB per cápita ha crecido en nuestro país apenas un 2,24%. Mientras tanto, el de Estonia lo ha hecho en un 17%, aprovechando el impulso tras la escisión de la Unión Soviética y su integración en la Unión Europea. Una historia semejante a la de la España de los años 80 y 90, que entre 1987 y 1992 pasó de un PIB per cápita de 6.974 euros a 11.400, casi el doble. España ha tocado techo (productivo) y Estonia se encuentra en un proceso de expansión imparable, espoleado por el dinero inyectado por la UE. Pero todo corredor tiene que frenar tarde o temprano.

Entre las externalidades negativas, una inflación galopante que ha encarecido la vida cotidiana. “Ha subido el precio de todo, el de la cesta de la compra, el de la energía y el del mercado inmobiliario”, recuerda Ramiro. Como ocurre en España, uno de los impactos más evidentes es el de la subida del precio de la vivienda, alrededor del 30% en apenas dos o tres años. El profesor compró su piso por 220.000 euros y ahora podría venderlo por 320.000.

Randell, que salió de Estonia con 14, recuerda aquellos tiempos en los que ir al cine costaba apenas tres euros al cambio. El reemplazo de la corona por la moneda común europea los igualó al resto de Europa y sus 10 euros por película. “Te vas de tiendas de ropa y todo está muy caro, por menos de 100 euros no tienes nada. En España hay opciones más económicas y, por lo general, la ropa es más barata”.

"Los estonios solo ven lo bueno, España está bien solo para algunas cosas"

Estonia es, además, un país un poco más joven que España. La media de edad de sus habitantes se encuentra en los 43,7 años, mientras que la de nuestro país es de 43,9. La gran diferencia se halla en el porcentaje de la población menor de 20 años, la que accederá al mercado laboral en las próximas décadas: un 19,1% aquí y un 21,4% allí. Como recuerda Ramiro, las políticas de natalidad estonias ofrecen 18 meses remunerados por baja paternal y la posibilidad de prorrogarlo, ya sin sueldo, hasta los tres años.

Un país de turismo, un país de apps

Eelrand no ha visto un gran cambio en España a lo largo de este tiempo: sigue siendo ese país que retrató en su novela Pasodoble, una folclórica novela romántica. En 2009, al aterrizar en Cádiz, le extrañó comprobar cómo la crisis parecía haber impactado más en Estonia que en España. “Me sorprendió muchísimo cuando llegué, porque veía que, aunque se hablaba mucho de la crisis, los carros estaban llenos”, recuerda. “Una amiga me dijo que la crisis significaba que los españoles no podían comer en restaurantes tres veces al día y ya”.

placeholder Navidades en Tallin. (Reuters/Janis Laizans)
Navidades en Tallin. (Reuters/Janis Laizans)

Ramiro matiza el entusiasmo y recuerda que, después de 10 años dando clase a estonios, le ha quedado claro que les entusiasma España. “Hay interés por el idioma, algo lógico siendo un país tan pequeño; llevamos a 40 o 50 de nuestros alumnos cada verano y les encanta, dicen ‘qué alegría, qué calidez, qué divertida es la gente”, explica. “Pero ellos solo ven lo bueno, España está bien para algunas cosas, pero para otras es complicado. Con dinero y tiempo libre está de puta madre, pero conozco a mis amigos autónomos y hosteleros, y para ellos no es lo mismo”.

Tallin es casi un monocultivo tecnológico, al menos para los jóvenes, con un gran peso del sector industrial. El sector servicios supone alrededor de tres cuartas partes de la economía y, como ocurre con Dinamarca, la rotación en el mercado laboral es una de las más elevadas de Europa. La mayoría de los estudiantes del Centro Picasso son trabajadores de IT, muchos de ellos de más de 40 años que estudian casi por placer.

España está la 36 en la lista de los países más felices; Estonia, en el 63

“Los estudiantes están reeducándose para trabajar en el sector porque hay mucha oferta y las condiciones son muy buenas, la gente se despide y se marcha porque saben que, si no funciona en una empresa, encontrarán pronto otra; no como en España, donde se puede pasar 20 años en la misma”, recuerda. “El paro es residual, especialmente en IT. Es un mercado global e infinito, en España dependemos del turismo, que puede explotar en cualquier momento”.

Índice bruto de introversión

A principios de los 70, el rey de Bután Jigme Singye Wanghuck se sacó de la manga el índice de felicidad nacional bruta (FNB) como una manera de relativizar los parámetros económicos tradicionales como el PIB y recordar que su país quizá no era el más rico del mundo según los parámetros convencionales, pero sí uno de los más felices. Estonia puntúa muy por debajo de España en el índice global de felicidad de las Naciones Unidas, lejos de sus vecinos escandinavos. Mientras que nuestro país se encuentra en la posición número 36 con una puntuación de 6.310 (entre Malasia y Colombia), Estonia se encuentra en el 63 con 5.793 puntos (entre Bolivia y Paraguay).

placeholder Raúl Ramiro en Estonia (no Salamanca). (Foto cedida)
Raúl Ramiro en Estonia (no Salamanca). (Foto cedida)

¿Hay euforia en Estonia ante el crecimiento económico? Es difícil decirlo, coinciden todos, porque Estonia es uno de los países más introvertidos del mundo. Más bien hay “optimismo”, matiza Ramiro. La de la comunicación es una de las dificultades que encontró Eelrand al volver a su país de origen, y lo que le hace desear volver a la calidez española: “El mayor shock al volver a Estonia fue ver cómo se trabajaba y cómo se relacionaban en el Parlamento, me asustó muchísimo, porque estaba acostumbrada a hablar con españoles y cuando saludaba en plan ‘¡hola!’ en una tienda me miraban como si estuviese loca”, recuerda.

Estonia es un país que cabe en una aplicación, tanto para lo bueno como para lo malo. Por un lado, porque facilita las gestiones burocráticas o la posibilidad de gestionar asuntos como reservar una plaza de aparcamiento en la calle, ventajas que Ramiro valora muy positivamente. Pero también porque limita las interacciones cara a cara, lo que para los estonios más mediterráneos como la familia Eerland es un factor en su contra. Una timidez que ha aumentado con el paso del tiempo: “Cuando volví a Estonia en 2016, me asustó mucho lo que había cambiado, porque la gente sospecha unos de otros, no se relacionan y yo estaba acostumbrada a los españoles que son abiertos, se abrazan, hablan contigo”, señala la periodista.

"En España, las familias están muy unidas, por eso no se notan tanto las crisis"

El profesor de español coincide, aunque entiende la brecha cultural: “Esa distancia es lo bueno y lo malo, aquí son muy celosos de su intimidad y de su privacidad, y guardan la distancia, especialmente con la gente que no conocen”. Quizá sea esa razón por la que la periodista sintió en su día que el impacto de las crisis es mayor en el Báltico: “Las familias están muy unidas, así que, si alguien pierde su trabajo, su familia le ayuda, por lo que es más fácil sobrevivir; en Estonia no tenemos esta tradición”. Hoy otra crisis se cierne al otro lado de la frontera, la del conflicto de Ucrania.

Los viejos fantasmas vuelven

La incertidumbre ha sido el signo de la economía global durante los últimos meses, y para Estonia, que fue una de las 15 repúblicas que conformaron la URSS y que cuenta con una cuarta parte de población rusa, aún más. “La vida ha cambiado mucho durante los últimos meses”, reconoce Eelrand, preocupada por el gasto que supondrá para sus compatriotas el frío invierno báltico, a pesar de que Estonia ha sido uno de los países menos dependientes energéticamente del gas ruso. “De vez en cuando aparece alguna noticia en la tele que muestra a estonios que han tenido que vender sus automóviles por el aumento de los precios”, añade.

placeholder Construcción en Tallin. (Reuters/Ints Kalnins)
Construcción en Tallin. (Reuters/Ints Kalnins)

Para Ramiro, el impacto de la contienda no se ha notado tanto a nivel económico como anímico, porque es un tema históricamente complicado. Las relaciones nunca han sido muy fluidas con Rusia, pero hay bastantes estudiantes rusos en la universidad de la capital que no pueden acceder a sus transferencias económicas. El 11,9% de las exportaciones estonias se realizan a Rusia, solo superadas por Suecia (17%) y Finlandia (16,3%).

"Aquí se siguen vendiendo casas y coches a pesar de que la inflación está alta"

La imagen que dibuja Randell recuerda, sin embargo, a la de aquella España de los años previos al estallido de la burbuja inmobiliaria: “Siempre se está construyendo algo, se levantan continuamente edificios nuevos donde antes había construcciones antiguas, especialmente en Tallin”, recuerda por teléfono desde la capital, donde está pasando las vacaciones de Navidad. “Aquí, a pesar de todo, se siguen vendiendo casas y coches. Si la inflación está tan alta, te preguntas ¿quién lo va a comprar? Pero, si se siguen construyendo, es porque se venden”.

Quizá cada país llegue al éxito de una forma distinta, pero todos los fracasos se parezcan: excesiva dependencia del comercio exterior, burbujas de construcción, envejecimiento, muerte por gloria y dinero fácil. Lo que antes era campo, pronto será una línea de grúas levantadas ante el golfo de Finlandia.

De vez en cuando, la hija pequeña de Helen Eelrand le dice a su madre que quiere volver a España, que está un poco aburrida de vivir en el campo. Cuando la periodista mira por la ventana a ese campo al que se refiere su hija, lo que observa es Tallin, la capital estonia. Una ciudad de 446.055 habitantes (menos que Murcia y un poco más que Palma de Mallorca) que se ha convertido en la capital económica del Báltico gracias a su apuesta por las nuevas tecnologías.

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