La inflación ensancha la desigualdad y castiga con dureza a las rentas más bajas
La inflación castiga a todos los hogares, pero a unos más que a otros. El resultado es un aumento de la desigualdad a causa de la distinta composición de la cesta de la compra
La espiral inflacionista —7,6% anual en febrero— alcanza a todos los hogares, pero a unos más que a otros. Perjudica, en particular, a las rentas más bajas, cuya propensión al consumo es mayor porque tienen menos capacidad de ahorro al tener que destinar una parte mayor de sus ingresos a satisfacer sus demandas básicas. Las familias con menos recursos sufren, además, porque los productos que más se han encarecido son, precisamente, aquellos que más consumen. Es decir, su cesta de la compra es más vulnerable y está más expuesta al incremento de los precios.
Esta realidad se manifiesta a la luz de un hecho sobre el que existen múltiples evidencias. Los productos que más consumen las rentas bajas tienen una demanda muy rígida, lo que hace que tengan mayores dificultades para encontrar sustitutos. Entre otras razones, porque al tratarse de compras de primera necesidad no pueden retrasarse en el tiempo, lo que sí sucede con los bienes duraderos. O dicho de otra manera, los hogares pueden prescindir de viajar, pero no de apagar la calefacción en invierno o de consumir alimentos no preparados básicos, como la fruta, las hortalizas o las legumbres.
Algunos datos extraídos de la última 'Encuesta de presupuestos familiares' lo ponen negro sobre blanco. Según Estadística, el 20% de los hogares con menor gasto dedicó en 2020 más del 66% de su presupuesto a gastos relacionados con vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles, además de alimentos y bebidas no alcohólicas. Por el contrario, el 20% de los hogares con mayor nivel de gasto destinó menos de la mitad de su presupuesto (44,2%) a este tipo de gastos. Esto quiere decir que hay una diferencia de casi 22 puntos porcentuales en función del nivel de renta.
Lo que dice el último IPC es que las dos rúbricas que más han subido en el último año son, precisamente, la vivienda, un 25,4%, que incorpora los gastos de mantenimiento del hogar, luz o gas, y el transporte, influido, a su vez, por el encarecimiento de los carburantes, un 12,8%. El precio de los alimentos, por su parte, se ha incrementado un 5,6%, por encima del resto de componentes de la cesta de la compra: ocio y cultura (0,5%), vestido y calzado (3,6%) u hoteles y restaurantes (3,6%).
Ocio, cultura y restauración
Hay que tener en cuenta que el 20% de los hogares con más capacidad de gasto dedica casi el 28% de su presupuesto a transporte, ocio, cultura, restaurantes y hoteles, cuyas posibilidades de ser sustituidos son mayores que las compras básicas de los hogares con menores ingresos, mientras que las familias más pobres destinan únicamente algo más del 10% de su presupuesto a esas partidas. En el caso de los alimentos y bebidas no alcohólicas, por ejemplo, las rentas más bajas dedican el 22,1% de su presupuesto, muy por encima del 12,5% que destina el 20% con mayor nivel de renta.
La consecuencia de todo ello, como refleja un reciente estudio de CaixaBank Research elaborado por Rita Sánchez Soliva, es que se está produciendo un ensanchamiento de la desigualdad debido a la subida de los precios, sin tener en cuenta otros factores relacionados con la característica de la crisis provocada por la pandemia, que golpeó con mayor intensidad a las rentas más reducidas.
Según las estimaciones de CaixaBank, el diferencial de inflación en bienes de primera necesidad entre las rentas más bajas y las rentas más altas, lo que se conoce como 'inflation inequality', pasó de 0,1 puntos porcentuales en enero de 2021 a 0,8 puntos en diciembre, lo que supone la máxima diferencia en, al menos, una década. Es decir, aunque la inflación a diciembre de los bienes de primera necesidad fue cercana al 7% (sin gasolina), esta fue distinta según el nivel de renta. CaixaBank estima que durante ese periodo la inflación fue para las rentas más bajas del 7,3%, mientras que para las más altas fue del 6,5%.
El 'think tank' Bruegel estudió este fenómeno recientemente y en un trabajo publicado en febrero llegó a la conclusión de que en diciembre de 2021 las tasas de inflación a las que se enfrentan las personas de bajos ingresos eran 1,4, 1,7 y 0,3 puntos porcentuales superiores a las de las personas de altos ingresos en Bélgica, Italia y Francia, respectivamente. El trabajo no proporciona información sobre España.
Tanto Bruegel como CaixaBank proponen que los gobiernos pongan en marcha ayudas para compensar el alza de la tarifa eléctrica
Tanto Bruegel como CaixaBank, en línea con lo que plantea la Comisión Europea, proponen que, para evitar este ensanchamiento de la desigualdad, los gobiernos pongan en marcha ayudas para compensar el alza de la tarifa eléctrica. En Francia, por ejemplo, se decidió que EDF, la eléctrica pública, vendiera electricidad a un precio fijo, lo que tuvo un coste de unos 8.000 millones de euros. En otros países se ha optado por un cheque (también en Francia) para subvencionar la compra de combustible, que es el principal factor que hace crecer la desigualdad.
Más innovación, menos precios
Un estudio reciente publicado por el economista Xavier Jaravel, de la London School of Economics, muestra que otro factor a tener en cuenta para explicar el ensanchamiento de la desigualdad a causa de la inflación tiene que ver con que los productos que más compran las rentas altas tienen un mayor componente de innovación, lo que favorece a la larga precios más bajos. Por el contrario, en la adquisición de bienes más básicos, la innovación es menor, lo que hace que se beneficien en menor medida de los precios más bajos.
Esto hace, en su opinión, que sea muy necesario conocer las implicaciones que tiene la inflación sobre la política económica, ya que afecta al sistema fiscal, al mercado laboral y a la eficacia de las políticas de estabilización, incluso a la política monetaria. Según sus cálculos, entre 2004 y 2015, los precios de los productos comprados por el quintil de ingresos más bajos (el 20%) en EEUU aumentaron en una estimación conservadora 0,44 puntos porcentuales más que los de las familias de altos ingresos.
El interés sobre este asunto fue importante durante los años setenta y ochenta, periodos de gran inflación, pero la pérdida de presión de los precios en la gran mayoría de las economías a causa de la globalización (China) y de los avances tecnológicos lo que hizo fue desincentivar, al igual que sucede con los precios hedónicos, su estudio. Ahora, con el repunte de la inflación, vuelve a haber mayor interés académico sobre sus implicaciones en política económica.
La espiral inflacionista —7,6% anual en febrero— alcanza a todos los hogares, pero a unos más que a otros. Perjudica, en particular, a las rentas más bajas, cuya propensión al consumo es mayor porque tienen menos capacidad de ahorro al tener que destinar una parte mayor de sus ingresos a satisfacer sus demandas básicas. Las familias con menos recursos sufren, además, porque los productos que más se han encarecido son, precisamente, aquellos que más consumen. Es decir, su cesta de la compra es más vulnerable y está más expuesta al incremento de los precios.