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La UE puede resistir un invierno sin gas ruso, pero cuesta 70.000 M y consumir menos
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SEGÚN LOS EXPERTOS DE BRUEGEL

La UE puede resistir un invierno sin gas ruso, pero cuesta 70.000 M y consumir menos

El récord de importaciones de GNL no será suficiente para suplir el flujo de Rusia en caso de que Putin cierre el grifo: habrá que reducir la demanda con cortes industriales y más carbón

Foto: Cartel del gasoducto Nord Stream 2. (EFE/Clemens Bilan)
Cartel del gasoducto Nord Stream 2. (EFE/Clemens Bilan)
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Hay vida más allá del gas ruso. Pero es más cara, requiere sacrificios y, sobre todo, actuar rápido y coordinarse mejor. Esa es la conclusión a la que han llegado Ben McWilliams, Gioavanni Sgaravatti, Simone Tagliapietra y Georg Zachmann, investigadores del laboratorio de ideas Bruegel y, probablemente, cuatro de las personas mejor informadas sobre el mercado energético de Europa en este momento catártico. Las conclusiones aportan algo de tranquilidad en medio de la zozobra —no estamos abocados a un corte de suministro—, pero matizada por fuertes dosis de 'realpolitik' a las que el Viejo Continente ya no estaba acostumbrado. Dos cifras resumen el coste de independizarse del presidente ruso, Vladímir Putin: 70.000 millones de gasto y hasta un 15% menos de consumo. La pelota está en el tejado de Europa, que hasta ahora se ha sostenido con las vigas doradas —y podridas— del Kremlin. Toca apretarse el cinturón.

A la misma hora en que los ministros de Energía de los Veintisiete estaban reunidos en Bruselas en un consejo extraordinario con motivo de la guerra en el este, el 'think tank' hacía público un informe de 10 páginas para responder a muchas de las preguntas que 450 millones de europeos se están haciendo en estos momentos. Los expertos contemplan tres escenarios para el mercado energético, entre los que el más probable es que todo siga igual y la compañía paraestal rusa Gazprom cumpla sus contratos, como ha hecho hasta ahora. No en vano, encaramos el sexto día de la contienda y el suministro sigue fluyendo por los ductos ucranianos.

Pero las sorprendentes declaraciones del vicepresidente de la Comisión, Valdis Dombrovskis, en las que no descarta que el bloque comunitario deje de comprar gas ruso obligan a estar preparados para lo peor. Si Putin cierra el grifo (o se lo hacen cerrar), Europa entraría en su particular economía de guerra.

"El escenario de crisis requerirá improvisación y espíritu emprendedor. La intervención pública será necesaria para garantizar unas importaciones suficientes", advierten los investigadores, que utilizan en todo momento un tono contundente que rima bien con el reciente despertar de la Unión Europea hacia el otrora denostado poder duro. La primera es de cal: "Si la UE se ve obligada o está dispuesta a asumir el coste, debería ser posible sustituir el gas ruso ya para el próximo invierno sin que la actividad económica quede devastada, la gente se congele o se interrumpa el suministro eléctrico". La segunda, de arena: "Pero, sobre el terreno, habrá que revisar decenas de reglamentos, revisar los procedimientos y operaciones habituales, gastar mucho dinero rápidamente y tomar decisiones difíciles. En muchos casos, el tiempo será demasiado corto para obtener respuestas perfectas".

Toca actuar ya, y el primer paso se viene preparando durante los últimos meses. Tanto la comisaria europea de Energía, Kadri Simson, como muchos Estados por su cuenta —este mismo lunes hubo una expedición italiana en Argelia— llevan seduciendo durante las últimas semanas a los aliados clásicos (Estados Unidos, Noruega...) o a los sobrevenidos, como Qatar, para que incrementen las exportaciones de gas natural licuado (LNG). Se trata de la alternativa más pragmática para suplir el 40% del suministro total, que actualmente aporta Rusia, sin la necesidad de construir obras faraónicas que llevarían años y supondrían un coste desorbitado. Europa tiene un duro competidor en los países de Asia, pero los investigadores de Bruegel creen que, ante lo desesperado de la situación, nuestros socios dejarán que los barcos den la vuelta al llegar al canal de Suez. Ya ocurrió tras el desastre de Fukushima, pero al revés. "La cuestión es a qué escala y durante cuánto tiempo se puede mantener esta flexibilidad", puntualizan los expertos.

Foto: Instalación de gas natural. (Reuters)

Para cubrir el déficit que dejaría el gas ruso, lo primero es lograr importaciones récord de GNL y rezar por que haya un invierno templado, que podría reducir las necesidades entre un 10 y un 30%. El espectacular incremento de la producción en Estados Unidos, que está a punto de convertirse en el primer exportador mundial y ya aporta el 44% del flujo de la Unión Europea, ha sido el salvavidas hasta ahora. Además, todavía existe una capacidad adicional de producción de gas natural licuado a escala global, con unas previsiones de incremento para 2022 que van desde el 1,2% proyectado por la consultora ICIS hasta el 6% que baraja Shell.

Sin embargo, los autores del estudio calculan que ni siquiera esto sería suficiente para mantener el consumo actual si se detiene el suministro procedente de Rusia. Para no sucumbir en el intento de independizarse del Kremlin, Europa debería reducir su demanda entre un 10 y un 15%, es decir, unos 400 teravatios hora, el equivalente a lo que consume España. Los ciudadanos deberían ser los menos perjudicados, y los autores abogan por alcanzar el objetivo a través de cortes intermitentes de la producción industrial, a los que habría que añadir un regreso al pasado: volver a quemar carbón y prolongar la vida útil de las centrales nucleares. No es algo nuevo: algunas fábricas intensivas en el uso de energía ya han parado su actividad en los últimos meses por los elevados precios de la energía y los principales países, entre ellos España, han hecho acopio de la fuente más sucia incluso antes de que estallara la contienda.

En esta involución, la guerra en el este supone un salto cualitativo de la espiral inflacionista que se arrastra durante los últimos meses. El divorcio de Moscú agravaría la situación, ya que el gas natural licuado es más caro que el que circula por los ductos, y la incertidumbre ante el suministro obligaría a llenar las reservas durante el verano con 700 teravatios hora adicionales para evitar un 'shock' de oferta durante el invierno. El coste sería enorme, unos 70.000 millones de euros, frente a los 12.000 de años anteriores, con precios más asequibles. Además, plantearía un gran desafío logístico, ya que habría que concitar los intereses de 27 Estados y de múltiples empresas que quieren maximizar los beneficios y reducir los costes de almacenamiento.

Pase lo que pase, los Veintisiete continuarán a merced de Gazprom. La necesidad de prepararse para lo peor, advierten los investigadores, permitiría al gigante paraestatal jugar con el suministro: "Si las empresas no aumentan el almacenamiento, Gazprom podría seguir manteniendo el mercado muy ajustado, lo que llevaría a las empresas a perder mucho dinero al no poder abastecer a sus clientes. Sin embargo, si las mismas empresas almacenan mucho gas, Gazprom tendrá la tentación de inundar el mercado".

Ni una línea sobre España

Lo más probable es que no se tenga que llegar al extremo de que el Kremlin cierre el grifo del todo, o bien porque las cosas continúen como hasta ahora —de momento, las compras a Rusia están incluso aumentando— o bien porque los cortes de suministro sean selectivos. En ese supuesto, los autores del estudio creen que las llegadas a través del Nord Stream 1 y del Turkstream continuarían, pero se detendrían las que pasan por Ucrania o el ducto Yamal-Europa. Se trataría, explican, del mejor escenario para los rusos: "Ganarían mucho dinero con los altos precios y mantendrían el control del suministro de gas de la UE, mientras que Europa seguiría sufriendo un mercado muy volátil".

El informe destaca el efecto desigual que cualquier alteración del 'statu quo' tendría sobre los diferentes países de la Unión, ya que no todos dependen de Rusia en la misma medida. Ni una sola mención a España, que podría situarse como uno de los actores centrales en el rediseño del sistema gracias a sus escasas importaciones de Moscú (un 8,9% en 2021, según el boletín de Enagás) y las seis plantas regasificadoras con que cuenta. El problema es que la conexión con el continente es precaria, debido al fracaso del proyecto Midcat, que no unirá ambos lados de los Pirineos tras el veto de Francia. Además, España no es el único país con una capacidad ociosa para regasificar gas natural licuado. Según el documento, las plantas del conjunto del continente han funcionado en los últimos cuatro meses a entre un 30 y un 70% de su nivel, pese al extraordinario incremento de las importaciones de GNL.

Comprar más y consumir menos, esa es la clave para asegurarse el suministro. "Acompañadas de importaciones récord de GNL, las reacciones del lado de la demanda bastarían para erradicar inmediatamente la dependencia del gas ruso", concluye el informe. Tres son los retos: hacer llegar a Europa la mayor cantidad posible y no pagar en exceso por ello, distribuirlo entre los Estados miembros —técnicamente es viable, incluso hacia los que ahora se abastecen de Rusia, y "solo merecerá la pena si se hace de una forma conjunta", destacan los expertos— y repartir el coste de esta operación, sin recurrir a subsidios que solo generarían una espiral alcista de los precios. El pegamento de la animadversión hacia Putin podría facilitar la vía política, que se discute estos días en Bruselas entre presiones de los países del sur para impulsar las compras conjuntas. Pero la pregunta es: ¿realmente los agentes del mercado tienen incentivos para subirse al barco?

Harán falta normas claras, reformas regulatorias, ayudas para que las compañías almacenen gas y hasta imposiciones legales para garantizar que lo hagan. En suma: un notable sacrificio del Estado y los actores económicos. "Es posible adoptar medidas excepcionales para reducir la demanda. Enviarían una señal de desafío europeo unido y detendrían los miles de millones de euros que actualmente fluyen de oeste a este", apostillan los autores. Bienvenidos a la nueva economía de guerra.

Hay vida más allá del gas ruso. Pero es más cara, requiere sacrificios y, sobre todo, actuar rápido y coordinarse mejor. Esa es la conclusión a la que han llegado Ben McWilliams, Gioavanni Sgaravatti, Simone Tagliapietra y Georg Zachmann, investigadores del laboratorio de ideas Bruegel y, probablemente, cuatro de las personas mejor informadas sobre el mercado energético de Europa en este momento catártico. Las conclusiones aportan algo de tranquilidad en medio de la zozobra —no estamos abocados a un corte de suministro—, pero matizada por fuertes dosis de 'realpolitik' a las que el Viejo Continente ya no estaba acostumbrado. Dos cifras resumen el coste de independizarse del presidente ruso, Vladímir Putin: 70.000 millones de gasto y hasta un 15% menos de consumo. La pelota está en el tejado de Europa, que hasta ahora se ha sostenido con las vigas doradas —y podridas— del Kremlin. Toca apretarse el cinturón.

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