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Banqueros contra burócratas: la gran batalla que asoma en el horizonte
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POLÍTICA FISCAL VS. POLÍTICA MONETARIA

Banqueros contra burócratas: la gran batalla que asoma en el horizonte

La política fiscal y la monetaria vuelven a cruzarse. Ambas son hoy plenamente expansivas, pero la Comisión Europea y el BCE deben elegir ahora qué camino continúan. La batalla está servida

Foto: La sede del Banco Central Europeo (BCE) en Fráncfort (Alemania). (EFE)
La sede del Banco Central Europeo (BCE) en Fráncfort (Alemania). (EFE)
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Las espadas están hoy en alto. Pero hay pocas dudas de que en 2022 y, sobre todo, en 2023 el campo de batalla será un avispero. A un lado, Bruselas, o lo que es lo mismo, la Comisión Europea; al otro, el Banco Central Europeo, y en medio la estrategia de normalización de la política económica de la Unión Europea tras el covid. Es decir, el regreso a las políticas fiscales y monetarias ortodoxas. O convencionales, como se prefiera.

Existe un consenso tácito de mínimos entre dos de las tres instituciones básicas de la UE —la tercera es el Parlamento— de que la salida debe ser gradual, pero dicho esto el dilema es saber cómo definen Bruselas y Fráncfort el término gradual. No es una cuestión solo técnica, es, sobre todo, política.

El BCE, por un lado, se juega su credibilidad para reconducir la inflación hasta niveles compatibles con la estabilidad de precios (el 2% a medio plazo tras la última revisión de su política monetaria), mientras que la Comisión Europea debe restablecer las reglas fiscales, junto al Consejo y el Parlamento, suspendidas entre 2020 y 2022, pero sin dañar la economía. Y lo que no es menos relevante, con la atenta mirada de la opinión pública del norte de Europa, muy preocupada porque la inflación (5,1% en la eurozona) está en niveles de hace tres décadas. Aunque el alza de los precios tiene mucho de coyuntural, vinculada al incremento de la energía, Alemania sigue al pie de la letra aquello que dijo Delors, el expresidente de la Comisión Europa: “No todos los alemanes creen en Dios, pero todos creen en el Bundesbank”.

Foto: Christine Lagarde, presidenta del BCE. (EFE/Alessandro Della Valle)

Lo que está en juego es, ni más ni menos, hacer una política económica coherente y evitar los desajustes de otras épocas, cuando las políticas fiscales y monetarias caminaban de forma desincronizada. En la memoria colectiva ha quedado grabada a fuego la política monetaria tan laxa que instrumentó el BCE a comienzo de siglo para favorecer a la Alemania que salía de la reunificación, lo que unido a una política fiscal excesivamente expansiva (Francia y Alemania fueron los primeros en incumplir los compromisos del Tratado de Maastricht) acabó por alimentar un burbuja que estalló en algunos países, y de nuevo España estaba en el centro de operaciones. Pero esta vez para mal.

Soltar lastre

Con razón, los autores de la propuesta que ha hecho el Real Instituto Elcano para actualizar el marco presupuestario de la UE consideran que “las reglas actuales son asimétricas, tienen un sesgo procíclico y carecen de transparencia y de apropiación política por parte de los Estados miembros”. Es decir, no aseguran la integración económica, que en el fondo es lo que puede garantizar el éxito de la unión monetaria. El problema es cómo se incardinan esas reglas en un contexto en el que el BCE está obligado a soltar lastre depositado en su balance a base de comprar deuda de los gobiernos.

Hay múltiples evidencias de que una política monetaria restrictiva puede anular los efectos de una política fiscal más expansiva, y, al revés, si los tipos de interés son demasiado ‘alegres’ al tiempo que el gasto público se incrementa de forma significativa, esto puede llevar a políticas procíclicas que favorezcan la formación de burbujas y de desequilibrios macroeconómicos. Y todo ello en un marco endiablado. Por un lado, la posición de partida de las economías del euro —tras el covid— es muy diferente, mientras que, por otro lado, los hogares seguirán perdiendo renta disponible por el alza de la inflación. Pero es que, además, conviven economías muy retrasadas, como la española, con otras que ya han superado los niveles de PIB de 2019.

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El mayor riesgo es, de nuevo, la fragmentación de la eurozona, que está en el origen de la crisis del euro de hace una década. Aunque la luz roja todavía no se ha encendido, lo cierto es que las primas de riesgo de los países periféricos se han tensado y los diferenciales con el bono alemán, que ya cotiza en el 0,22% (todavía en niveles históricamente bajos), se han ensanchado de forma relevante durante la última semana, hasta rozar los 90 puntos básicos en el caso español.

Cuatro de nueve

Para colmo, la posición cíclica de los países anglosajones es más adelantada. El Banco de Inglaterra ya ha subido dos veces los tipos de interés (con cuatro de los nueve miembros de su órgano de gobierno pidiendo incrementos más agresivos), mientras EEUU comenzará el mes que viene su escalada. Probablemente, entre tres y cinco subidas en lo que queda del año. Algo que pondrá de manifiesto el desacople que existe con la eurozona.

No es irrelevante este desajuste, porque tipos de interés muy divergentes influyen de manera casi mecánica en el tipo de cambio, y aunque formalmente el BCE no tiene mandato para influir en la evolución de la moneda única, la debilidad del euro es una vía directa de entrada de la inflación. El movimiento de ida y vuelta que ha hecho en las últimas semanas el euro frente al dólar, de menos a más, lo explica muy bien. Cuando los inversores tuvieron la seguridad de que el BCE empezaba a endurecer su política monetaria, la moneda única comenzó a apreciarse.

Foto: Ana Botín (Santander) y Carlos Torres (BBVA). (EFE/Piergiovanni)

El guion previsto por Lagarde, al menos el actual, pasa por reducir los estímulos, pero hasta 2023 no habría subida de tipos, aunque todo dependerá del tamaño del elefante en el salón que nadie quiere ver, que son los salarios en un contexto de máximo nivel de empleo desde 2019. A EEUU le quedan apenas dos millones de empleos para alcanzar los 158,9 millones de ocupados que había en febrero de 2019.

Si los salarios se contagian de la subida de la inflación, los bancos centrales estarán obligados a ser más exigentes, pero eso podría poner en peligro el crecimiento económico si, al mismo tiempo, la política fiscal se endurece con planes de consolidación —reducción del déficit— restrictivos. En particular, los aplicados a los países con mayor desequilibrio presupuestario, como vuelve a ser España. De ahí la importancia de la coordinación entre el BCE y la Comisión para impedir que haya desajustes.

Lo que se ventila, ni más ni menos, es la reputación de dos de las tres instituciones centrales del euro en un contexto en el que la deuda pública en la eurozona se ha situado por primera vez por encima del 100% y en el que la política monetaria del banco central ha agotado prácticamente su repertorio y su potencia de juego.

Las espadas están hoy en alto. Pero hay pocas dudas de que en 2022 y, sobre todo, en 2023 el campo de batalla será un avispero. A un lado, Bruselas, o lo que es lo mismo, la Comisión Europea; al otro, el Banco Central Europeo, y en medio la estrategia de normalización de la política económica de la Unión Europea tras el covid. Es decir, el regreso a las políticas fiscales y monetarias ortodoxas. O convencionales, como se prefiera.

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