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¿Una semana laboral de cuatro días? Por qué la estructura productiva lo desaconseja
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Una propuesta controvertida

¿Una semana laboral de cuatro días? Por qué la estructura productiva lo desaconseja

La economía española compite con otras de su entorno en costes laborales para atraer la inversión. Además, por la abundancia de pymes, se pondría en riesgo una buena parte del tejido productivo

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En los últimos días se han utilizado los ejemplos exitosos de algunas empresas para defender la propuesta de una jornada laboral de cuatro días a la semana. Microsoft realizó un experimento durante el verano de 2019 con su filial japonesa y descubrió que su productividad mejoró un 40% y sus costes de producción se redujeron de forma significativa. Sin embargo, a pesar del supuesto éxito del ensayo, la multinacional no aplicó posteriormente la fórmula de los cuatro días al resto del año y tampoco al resto de la empresa. Un experimento tan limitado tiene grandes riesgos de equivocación cuando se aplica en la economía real y Microsoft optó por la prudencia y mantener su jornada tradicional.

En España, el debate ha regresado como consecuencia del anuncio del vicepresidente, Pablo Iglesias, de que el Gobierno se estaba planteando esta opción de rebajar la jornada laboral a 4 días por semana. Una propuesta que responde a la idea de repartir la demanda de trabajo existente entre más personas para así reducir la tasa de desempleo, que en España está entre las más altas del mundo desarrollado.

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Esta hipótesis tiene dos inconvenientes que la invalidan. La primera es que una buena parte de la bolsa de desempleados no tiene acceso al mercado porque su cualificación o su experiencia no es demandada y no pueden sustituir a otros trabajadores especializados en otras tareas. La segunda es que habría que repartir los costes salariales. Los empleados actuales difícilmente asumirían un recorte de su salario, de modo que serían las empresas quienes lo tendrían que soportar, disparando sus gastos un 20%.

La reducción de la jornada laboral probablemente será un camino histórico que los países vayan a recorrer en el futuro. No necesariamente tiene que ser restar un día a la semana de trabajo, sino rebajar las horas semanales. Sin embargo, una reducción de la jornada del 20% sin un aumento de la productividad provocará una grave pérdida de competitividad para cualquier país. Y si, como es el caso de España, la productividad lleva décadas creciendo por debajo de los países de su entorno, el riesgo de que el experimento salga mal se multiplica.

Según los datos de la OCDE, la productividad de la industria española (medida por persona empleada) desde principios de los noventa ha crecido un 71%, dato que se compara muy mal con el crecimiento superior al 100% que ha logrado Portugal, al 130% de Francia o al 550% de Corea del Sur. Estos datos muestran la enorme dificultad que tiene España para competir con países con un nivel de renta y costes similares. Si a esto se uniese un fuerte incremento de los costes salariales, la competitividad del país sufriría un duro golpe.

Desde los años 90, la globalización ha sido una fuerte amenaza para el crecimiento de los países desarrollados que no se encuentran en el 'top' de productividad, como es el caso de España. Los esfuerzos por mejorar la competitividad se vendrían abajo con una medida de tal magnitud sobre los costes de producción. El mejor ejemplo está en el proceso de desindustrialización que ha vivido el país durante las últimas décadas y que todavía sigue su curso. Sectores que van desde los metales hasta el automóvil están en retirada de España buscando países con costes laborales más ajustados. ¿Cuál sería la capacidad de España para retener este tipo de sectores elevando un 20% los costes salariales?

Foto: Banderas en el Parlamento Europeo. (EFE)

Los avances en materia de reducción de jornada tienen que ser liderados por países punteros a nivel mundial cuya competitividad se base en la tecnología y no en los costes laborales. Sin embargo, si quienes los ponen en marcha son países que van a rebufo compitiendo por atraer inversión gracias a los costes intermedios, son los pioneros en esta materia, pondrán en riesgo todas sus posibilidades.

Es lo mismo que ocurre con el tipo de empresas que han probado a recortar la jornada de sus trabajadores. En España, dos tecnológicas están haciendo el experimento con resultados positivos, en especial, porque les permite retener talento en sectores en los que la competencia es muy alta. Una vez más, los casos de éxito se circunscriben a empresas y sectores líderes que pueden asumir mayores costes salariales a cambio de otras mejoras, como la captación de talento escaso.

Los casos de éxito se circunscriben a sectores líderes, pero no son extrapolables

El problema para España es que estas empresas tecnológicas de alto valor añadido son una minoría si se compara con el tejido productivo muy centrado en los servicios de bajo valor añadido y con empleos precarios. Las microempresas todavía copan el empleo en España, en un porcentaje superior al de los países del entorno, en buena medida como consecuencia de la fragmentación del mercado en España por las regulaciones autonómicas, provinciales y locales. Para las pymes, cada empleo que soportan está ajustado a los costes salariales que pueden mantener, de modo que reducir la jornada de sus trabajadores obligaría a aumentar las plantillas. Bares, tiendas, restaurantes, locales de ocio, etc. Estos sectores forman parte fundamental del tejido productivo español y están sujetos a unos horarios que tienen que cubrir con el personal que pueden pagar.

Foto: Tiendas cerradas en Navarra durante la segunda ola. (Efe)

Un aumento de los costes salariales llevaría al cierre a muchas microempresas y pequeños autónomos societarios. Sin duda se trata de la parte más débil de la cadena productiva, pero su cierre genera elevados riesgos de destrucción del tejido empresarial. De hecho, en muchas empresas, pequeñas y grandes, existe una gran presión hacia los trabajadores para hacer horas extra gratis y así mantener el negocio a flote. Según los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), en España casi el 5% de los trabajadores hacen horas extra, de las cuales, menos de la mitad cobran por ellas total o parcialmente.

Este dato no solo demuestra la cantidad de empresas que hay en España que necesitan jornadas más largas de sus trabajadores para sacar adelante todo el trabajo. También el problema financiero que supondría tener que pagar todas estas horas extra. Al no hacerlo, se arriesgan a sufrir una fuerte multa por parte de la inspección, pero en muchos casos es la vía que tienen para sobrevivir. Antes de reducir las jornadas de trabajo, el objetivo podría ser acabar con las horas extra impagadas o reducir otros graves desequilibrios del mercado laboral, como la temporalidad, la volatilidad del empleo o el trabajo en negro. Retos mucho más acuciantes y que generarán un efecto económico indudablemente positivo.

En los últimos días se han utilizado los ejemplos exitosos de algunas empresas para defender la propuesta de una jornada laboral de cuatro días a la semana. Microsoft realizó un experimento durante el verano de 2019 con su filial japonesa y descubrió que su productividad mejoró un 40% y sus costes de producción se redujeron de forma significativa. Sin embargo, a pesar del supuesto éxito del ensayo, la multinacional no aplicó posteriormente la fórmula de los cuatro días al resto del año y tampoco al resto de la empresa. Un experimento tan limitado tiene grandes riesgos de equivocación cuando se aplica en la economía real y Microsoft optó por la prudencia y mantener su jornada tradicional.

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