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Por qué Andalucía es pobre y el norte rico: la desigualdad española nace en la Reconquista
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LA HIPÓTESIS DE OTO-PERALÍAS Y ROMERO-ÁVILA

Por qué Andalucía es pobre y el norte rico: la desigualdad española nace en la Reconquista

Dos académicos españoles ofrecen una explicación histórica para la brecha entre el norte y el sur: nació siglos atrás y se debió a la influencia de la Reconquista en el reparto de tierras

Foto: ¡Santiago y cierra, España! (iStock)
¡Santiago y cierra, España! (iStock)

“Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma de quién, de quién son esos olivos”, escribió Miguel Hernández. Y en esa frontera que dividía al propietario y al jornalero se encuentra la raíz de una desigualdad social, dentro de una misma región y entre regiones, que llega hasta nuestros días. Basta con echar un vistazo al mapa de la pobreza y exclusión social española recién publicado por EAPN para comprobar que sigue habiendo una enorme brecha entre el norte y el sur de España, y que esa frontera se encuentra bajo nuestros pies.

El clima, la invasión musulmana y otros factores se han esgrimido para defender por qué dentro de las múltiples Españas hay una línea que separa el sur (especialmente Andalucía, pero también Extremadura, Murcia y parte de Castilla-La Mancha) y el norte (particularmente, Cataluña y País Vasco). Los profesores Daniel Oto-Peralías y Diego Romero-Ávila, de la sevillana Universidad Pablo de Olavide, defienden otro factor que puede parecer llamativo a simple vista pero que, una vez explicado, es revelador: la diferencia entre regiones españolas nace de la velocidad a que se produjo la Reconquista, como explican en su trabajo.

“La zona en la que se reconquistó el territorio más lentamente, como el valle del Duero, favoreció una repoblación más lenta en la que el territorio se pudo ocupar a través de una red relativamente densa de pequeñas aldeas con una gran iniciativa individual que posteriormente era confirmada por los reyes o los nobles”, explica Oto-Peralías a este periódico. Esta lenta forma de colonización (pues así consideran el periodo) se desarrolló entre los años 800 y 1212, hasta la batalla de las Navas de Tolosa. Esta lentitud permitía que, como ocurrió en las zonas entre el Duero y el Tajo, la monarquía repartiese los terrenos conquistados entre más propietarios para evitar que la nobleza se convirtiese en un contrapoder.

El ritmo comenzó a acelerarse tras las Navas de Tolosa, cuando entre esa fecha y 1266 se conquistó a toda prisa casi un tercio del territorio peninsular, el valle del Guadalquivir y Sevilla, una de las regiones más pobres de España. “En ese momento, los reyes y pobladores individuales tienen más dificultad para organizar bien la colonización del territorio”, recuerda el profesor de Economía. “Muchos de los repartimientos no funcionaron, lo que llevó a la acumulación de propiedades y al control de las localidades por parte de la nobleza, sobre todo en el centro de la meseta sur y en la frontera de Granada, que también terminó en manos de las órdenes militares”.

Como sabía Einstein, tiempo y espacio están relacionados. Así fue en España, donde nobles y órdenes militares acumularon el control agrícola y político de los municipios del sur, mientras que en otras regiones el reparto de la propiedad terminaría plantando la semilla de una sociedad más equitativa. Oto-Peralías y Romero-Ávila siguen a Daron Acemoglu y James Robinson en su teoría sobre por qué fracasan los países: la concentración del poder económico y político, por la que unas élites impiden a grandes sectores de la sociedad tener un papel activo en la economía, es un escollo para el desarrollo.

Una diferencia que aún persiste hoy en día. Como recuerda Oto-Peralías, el factor utilizado en su investigación (el PIB per cápita por región) está relacionado de manera íntima con la incidencia de la pobreza y la desigualdad económicas. De aquellos polvos, estos lodos. Así lo explican en su trabajo: “Una rápida reconquista está asociada con una colonización imperfecta, caracterizada por un equilibrio político oligárquico, y que por lo tanto crea las condiciones para una sociedad desigual con consecuencias negativas para el desarrollo económico a largo plazo”.

La semilla que germinó seis siglos después

Durante mucho tiempo, los efectos que había provocado esta diferencia en el reparto de la tierra no se dejaron notar significativamente en términos económicos medibles. Fue siglos después, al asomar la industrialización la cabeza, cuando las estadísticas económicas de andaluces, extremeños o manchegos comenzaron a reflejar las consecuencias de un reparto imperfecto de la tierra, que había convertido a nobles y órdenes militares en élites extractivas.

El bajo nivel educativo del sur impidió que las familias aprovechasen las oportunidades que presentaba la industrialización

“Hasta la industrialización la desigualdad no tiene por qué reflejarse en un menor 'output per cápita', porque el capital humano no es tan importante en las tareas agrícolas como otros factores como la efectividad de la tierra”, explica el investigador. “En el siglo XVIII ya se observa empíricamente que hay muchos más jornaleros en las regiones que se conquistaron más rápido. Si se comprueban los datos relacionados con los niveles de educación o criminalidad, las condiciones de vida son peores en el sur durante el siglo XIX”.

Es ahí donde se hace patente en forma de datos la gran ruptura española. “El bajo nivel educativo debido al bajo poder adquisitivo de las familias del sur llevó a que muchas familias no aprovechasen las oportunidades que presentaba la industrialización, porque siguiendo a Acemoglu y Robinson, para tener éxito es clave la participación de amplios sectores de la población”, recuerda Oto-Peralías. La cultura emprendedora suele aparecer en las regiones donde la tierra está más repartida, puesto que “una explotación agraria es como una empresa, por lo que es más fácil pasar de esa actividad económica a otra de carácter más industrial y de servicios cuando llega la industrialización”.

placeholder Un recolector malí, en Mollina (Málaga). (EFE/Jorge Zapata)
Un recolector malí, en Mollina (Málaga). (EFE/Jorge Zapata)

Un ejemplo que utilizan los autores es el de Sevilla, donde la nobleza se quedó con la mayoría de las tierras, en comparación con Barcelona, cuyo PIB es un 48% mayor. “Se ve claramente cómo el porcentaje de jornaleros era mucho más alto en el siglo XVIII, incluso a pesar de que durante toda la Edad Moderna fue un centro económico porque tenía el monopolio del comercio en América”, explica. “Sevilla no supo aprovechar la oportunidad de la industrialización y Barcelona divergió económicamente”. En las ciudades de pequeños propietarios, como la Ciudad Condal y otras del norte, el nivel de vida era mayor, con un mejor acceso a la salud y la educación, lo que dio lugar a un pequeño mercado interno, “necesario para el desarrollo de empresas”.

Es difícil cuantificar el nivel de iniciativa empresarial de una región, conceden los investigadores, pero como se ha mostrado en otros países como Estados Unidos, muchos grandes inventores y emprendedores provenían de unas explotaciones agrícolas cuya gestión sentaba las bases para la posterior industrialización. “En una sociedad de jornaleros como la del valle del Guadalquivir y Sevilla, donde la relación de dependencia es absoluta con el propietario de la tierra y no hay ninguna cultura de negocio porque las decisiones las toman los administradores de las fincas, el 80% de la población no tiene esa cultura de negocio”, recuerda el profesor. “Desde una situación así, transitar a crear negocios es mucho más difícil que en las regiones del norte”.

La burguesía emergente tenía como objetivo comprar fincas y latifundios para imitar a la nobleza, algo que no ocurría en el norte

Ni siquiera las familias que prosperaban tenían el mismo interés por las oportunidades que presentaba la industrialización. “La nobleza rentista no tenía interés en la industria, y la burguesía que iba surgiendo tenía como objetivo comprar fincas y latifundios para imitarla, una situación que se daba menos en las regiones del norte”, concluye. “Es más fácil que surja esa cultura de invertir en tierra y convertirse en rentista en una sociedad latifundista que en otra donde la tierra está más repartida”.

Ni vagos ni conquistados

placeholder Altos hornos de Sestao. (CC/Yandrak)
Altos hornos de Sestao. (CC/Yandrak)

También descartan la influencia musulmana en el sur de España. Como recuerda Oto-Peralías, las investigaciones genéticas han rechazado una explicación tal: “Se expulsó a la mayoría de los pobladores y los análisis genéticos muestran que no hay diferenciación norte/sur respecto a los genes de origen bereber”, explica. “También se piensa que hay más mestizaje en el sur, y la historiografía y el análisis genético muestran que no”.

Tras descartar varias hipótesis, se toparon con que su hipótesis era bastante plausible: hay una relación negativa entre la velocidad de la Reconquista y la renta actual en el nivel desarrollo de las regiones y las provincias. “El poder explicativo reside en la desigualdad histórica, medida en la desigualdad en el acceso a la tierra”. No es la única variable, pero sí una de las que más influyeron en el devenir posterior.

El problema del latifundismo ha sido secular y se ha reproducido hasta prácticamente la segunda mitad del siglo XX

¿Por qué la Reconquista? Porque, en opinión de los autores, y así lo han explicado en otras investigaciones (por ejemplo, sobre la frontera de Granada) es el período clave para entender la situación española actual, el momento en el que se comienzan a configurar muchas dinámicas que persistirían décadas más tarde: “El problema del latifundismo ha sido secular y se ha reproducido hasta prácticamente la segunda mitad del siglo XX, cuando la agricultura dejó de ser el sector principal de la economía en esas regiones”.

“La Reconquista ha sido el último gran acontecimiento que explica por qué en la mayoría de España se habla la lengua de Castilla, que fue el principal reino colonizador, por qué en Portugal y Galicia se utiliza una lengua parecida, nuestra religión, etnia...”, prosigue el investigador. “La Reconquista tiene un gran poder explicativo de muchas características de la España actual, entre ellas, las características económicas de las regiones”.

Foto: El profesor de Harvard, durante su paso por Madrid. (Fotografía: Carmen Castellón)

Algunas cosas cambian, otras permanecen iguales. El propio James Robinson consideraba a España “un éxito social, económico y político”, al mismo tiempo que reconocía “problemas de rendición de cuentas y transparencia como la trama Gürtel”. ¿Un túnel entre el pasado y el presente? Como concluye Oto-Peralías, “la distribución actual de la tierra puede no tener mucha importancia, pero la pasada sí que la tiene para explicar el presente”.

“Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma de quién, de quién son esos olivos”, escribió Miguel Hernández. Y en esa frontera que dividía al propietario y al jornalero se encuentra la raíz de una desigualdad social, dentro de una misma región y entre regiones, que llega hasta nuestros días. Basta con echar un vistazo al mapa de la pobreza y exclusión social española recién publicado por EAPN para comprobar que sigue habiendo una enorme brecha entre el norte y el sur de España, y que esa frontera se encuentra bajo nuestros pies.

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