Mario Draghi: ¿un loco o un visionario?
El mandato heterodoxo del banquero italiano, el presidente con mayor carisma del BCE, toca a su fin. El tiempo dirá si ha acertado o si se está incubando otra crisis financiera
Si es verdad que un economista es alguien que conduce a toda velocidad mientras observa por el espejo retrovisor, sorprendido, los cadáveres que deja a su paso, es probable que cualquier análisis que se haga sobre la ‘era Draghi’ sirva para muy poco. Al fin y al cabo, Alan Greenspan salió a hombros de la Reserva Federal, pero menos de dos años después su sucesor, Ben Bernanke, afortunadamente uno de los mayores expertos en la Gran Depresión, tuvo que lidiar con la peor crisis financiera desde 1929. Greenspan, como se sabe, no hizo lo que se espera de un banquero central: retirar el ponche en lo mejor de la fiesta.
Nada indica que a Mario Draghi (Roma, 1947) le vaya a suceder lo mismo, pero hay razones para pensar que el legado de un banquero central no es observable a corto plazo, como dicen sus detractores. Sin duda, porque las transformaciones que han sufrido las economías en los últimos años por la acción combinada de la globalización y de los cambios tecnológicos han sido tan intensas que cualquier conclusión corre el riesgo de ser precipitada. De hecho, está por ver si la marea de la política monetaria ultraexpansiva de Draghi deja cadáveres en la orilla, como han alertado los ‘halcones’ del BCE.
Hoy, desde luego, no se avistan. Pero ya se sabe que la marea, en la mayoría de las ocasiones, oculta lo que hay debajo, en aguas submarinas. Y eso es, precisamente, lo que le critican sus adversarios dentro del propio BCE, que le acusan de haber ‘japonizado’ la economía, regando el sistema financiero con dinero gratis, lo que ha acabado por llenar Europa de zombis. Es decir, entidades y empresas que viven de la metadona pacientemente suministrada por el banco central en un contexto de bajo crecimiento y envejecimiento, lo que no discrimina entre empresas solventes y las que no lo son, al estar los mercados intervenidos
Eso explica que entre las herencias de Draghi esté también la mayor división que se conoce (ya abiertamente pública) en el consejo de gobierno del BCE, algo impensable hasta hace bien poco. Como sostiene el economista Fernando Fernández Méndez de Andes: "Draghi se empeña en equivocarse".
Pero lo que también se sabe es que cuando Draghi, que acaba su mandato el próximo 31 de octubre, se plantó en Fráncfort, en noviembre de 2011, tras dejar el Banco de Italia, la eurozona era una calamidad. Aunque la inflación, que es el principal objetivo del BCE, estaba en sintonía con la célebre definición de la política monetaria: “En tasas inferiores, aunque próximas, al 2% a medio plazo”, lo cierto es que la arquitectura institucional del euro estaba quebrada.
¿El fin del euro?
Como reconoció el propio Draghi en el primer informe anual que firmó como presidente del BCE, existían “temores injustificados de algunos inversores respecto a la reversibilidad del euro”. Una manera dulce de decir que la moneda única naufragaba, por lo que muchos pensaban que no aguantaría una segunda recesión. Y lo que es más importante para un banco central: era la evidencia de que la transmisión de la política monetaria (la capacidad del BCE para garantizar la liquidez) se había roto por la contaminación mutua de la crisis de la banca y de la propia debilidad de la economía. Algo de lo que Europa tardó años en darse cuenta.
Bastaron, sin embargo, unas palabras de Draghi, las célebres "whatever it takes..." (haré todo lo necesario...), para invertir la situación, pero también para salvar su pellejo. Draghi, como se sabe, había sido cocinero antes que fraile, lo que significa que conocía como nadie la psicología de los mercados, ciertamente bipolar.
En unas ocasiones son fieramente librecambistas, y en otras exigen la intervención de los bancos centrales para salvar los ahorros de sus clientes y los suyos propios. Y Draghi, que había sido vicepresidente de Goldman Sachs para Europa entre 2002 y 2005, era uno de ellos, como Bob Rubin, secretario del Tesoro de Clinton, o Hank Paulson, idéntico cargo en la era de Bush Jr.
En definitiva, Draghi, a quien Bernanke definió en sus memorias como un profesor “de hablar suave, con gafas y erudito”, pertenecía a lo que se ha llamado ‘Gobierno Sachs’, y entre sus funciones estaba vender ‘swaps’ y productos financieros a sus clientes. Precisamente, algunos de los instrumentos con los que se ocultó una parte de la deuda soberana y que, en consecuencia, permitieron falsear las cuentas de Grecia. Se le perdonó, pero los antecedentes no eran los mejores.
Dinero barato
De hecho, se le indultó, pese a venir del manirroto sur de Europa, donde según el ministro holandés de Economía, Jeroen Dijsselbloem, se gastaba el dinero en "mujeres y alcohol", porque la llamada política ‘no convencional’, una manera amable de llamar a la monetización de los déficits públicos, dio resultados inmediatos con solo pronunciar tres mágicas palabras.
Justamente, las que querían oír los mercados. Si compraban deuda pública, el BCE estaría siempre detrás para garantizar que cobraban sus cupones. Y si las entidades financieras querían dinero barato, ahí estaba el banco central para suministrar todo lo que fuera necesario. Al fin y al cabo, los banqueros centrales viven de las expectativas que son capaces de generar en los mercados. Esa es su fuerza y, a veces, su perdición.
¿El resultado? El BCE es hoy dueño de casi la cuarta parte de la deuda pública española (unos 256.000 millones de euros) y la banca está ahogada en liquidez. El balance del BCE representa nada menos que el 40% del PIB de la eurozona (el doble que el de la Reserva Federal) y nada indica que vaya a adelgazar. Al contrario. Algunos estudios han estimado que la política monetaria de la era Draghi ha sido tan agresiva como si se hubieran recortado casi un 7% los tipos de interés.
Draghi había hecho caso al viejo Walter Bagehot, editor de 'The Economist' y autor de una de las biblias del sector. Los bancos centrales, sostenía el periodista financiero más célebre, deben actuar siempre como prestamistas de última instancia, algo que se les ‘olvidó’ a los creadores del BCE, hecho a imagen y semejanza del Bundesbank y de su ortodoxia monetaria. Y cuya estrategia, como ya advirtieron Bernanke y Tim Geithner en su día, "solo podría retrasar la recuperación".
La expansión cuantitativa no fue una realidad hasta marzo de 2015, casi seis años después de la estrategia monetaria diseñada por la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra. Pero desde entonces, se ha calculado, según estimaciones de CaixaBank Research, que el BCE sería responsable de casi el 25% del crecimiento de la actividad económica en la eurozona y de cerca del 40% de la recuperación de la inflación entre 2016 y 2018.
Rebelión en el BCE
A Draghi le hubiera gustado hacer políticas ultraexpansivas mucho antes, pero el ‘amigo alemán’, en realidad un adversario en el consejo de gobierno, era duro de roer. Y ahí está la dimisión de la alemana Sabine Lautenschläger, miembro del comité ejecutivo del BCE, en septiembre pasado para demostrarlo.
Nunca antes el banco central ha estado tan dividido, lo que resta credibilidad a sus mensajes. Y esa es, también, la herencia de Draghi, De un lado, los gobernadores de Alemania, Francia y Holanda; de otro, los países del sur. Y enfrente, los bancos privados, que ven cómo sus márgenes de intermediación se hunden por la caída de tipos, lo que puede acabar siendo el principio de otro fin.
Aparentemente, sin embargo, Draghi lo ha dejado todo ‘atado y bien atado’ en manos de la francesa Christine Lagarde, más política y con menos formación teórica, pero no hay garantías de que el legado del economista italiano salga adelante.
El propio Draghi intentó huir de su pasado cuando hace poco más de un año retiró los estímulos ante la evidencia de que la inflación se recuperaría, pero tuvo que claudicar al cabo de poco tiempo ante la guerra tecnológica y arancelaria. Hoy sabe, mejor que nadie, que la política monetaria está casi agotada, y de ahí el SOS que lanzó en la reunión de septiembre pidiendo que la política fiscal le eche una mano para salvar su herencia. El tiempo dirá si su obra es esculpida en bronce o en hojalata.
Si es verdad que un economista es alguien que conduce a toda velocidad mientras observa por el espejo retrovisor, sorprendido, los cadáveres que deja a su paso, es probable que cualquier análisis que se haga sobre la ‘era Draghi’ sirva para muy poco. Al fin y al cabo, Alan Greenspan salió a hombros de la Reserva Federal, pero menos de dos años después su sucesor, Ben Bernanke, afortunadamente uno de los mayores expertos en la Gran Depresión, tuvo que lidiar con la peor crisis financiera desde 1929. Greenspan, como se sabe, no hizo lo que se espera de un banquero central: retirar el ponche en lo mejor de la fiesta.