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"Ahora todos somos socialdemócratas": las palomas se comen a los halcones
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PIERDEN LOS DUROS DE LA POLÍTICA MONETARIA

"Ahora todos somos socialdemócratas": las palomas se comen a los halcones

La guerra entre halcones y palomas en política monetaria la están ganado los segundos. Los gobiernos meten presión a los bancos centrales. Lo dijo Nixon: "Todos somos keynesianos'

Foto: John Maynard Keynes.
John Maynard Keynes.

Es muy conocido que Nixon, el presidente de EEUU, abrazó en 1971 la fe de la socialdemocracia. "Ahora todos somos keynesianos", llegó a decir, tras abandonar su país el patrón oro obligado por el enorme gasto militar derivado de la guerra de Vietnam y de la carrera armamentista con la Unión Soviética.

La Administración Nixon quería tener manos libres para dilapidar miles y miles de millones de dólares. El gasto en defensa, de hecho, llegó a representar, a finales de los años 60, el 9% del PIB, el triple de lo que es hoy, lo que refleja su importancia, y por eso Nixon necesitaba liquidar el corsé que le suponía el patrón oro (una onza equivalía a 35 dólares).

En la práctica, eso significó que el sistema financiero diseñado en Bretton Woods -hace ahora justo 75 años- saltara por los aires. Entre otras cosas, porque los voluminosos déficit comerciales de EEUU hacían materialmente imposible mantener el canje. Bretton Woods, la obra de Keynes y de Harry D. White, había muerto y solo se salvaron instituciones como el FMI y el Banco Mundial, pero no el pensamiento del sabio de Cambrigde.

Una política monetaria ultraexpansiva es la única receta para compensar los efectos de la globalización y envejecimiento en los países

La confidencia de Nixon la reveló tiempo después Milton Fredman, partidario de un sistema de paridades flexible como mal menor, y fue por entonces cuando John Connally, el secretario del Tesoro de Nixon, pese a no ser por entonces republicano, dijo a un grupo de dirigentes europeos preocupados por la libre flotación de las monedas: "El dólar es nuestra divisa, pero es vuestro problema". John Bowden Connally, en su calidad de gobernador de Texas, era quien iba sentado, junto a su esposa, en la parte delantera de la limusina en la que fue asesinado Kennedy cuando saludaba a la muchedumbre por las calles de Dallas.

Tras el abandono del patrón oro por parte de EEUU, como se sabe, el mundo entró en una nueva dimensión, que se agravó de forma extraordinaria con los dos choques petrolíferos de los años 70, lo que puso las bases de la 'estanflación' (estancamiento con inflación) de los años 80, que fue conjurada con la agresiva política monetaria de la Reserva Federal, subiendo los tipos oficiales por encima del 13%, para tumbar la inflación.

El gigantón Paul Volcker fue el hombre clave. Su éxito fue indiscutible y nadie duda de que se trata de uno de los grandes banqueros centrales de la historia. Volcker, aunque fue nominado por el demócrata Jimmy Carter, fue respaldado por el republicano Reagan, que aceptó una política monetaria extremadamente dura -compensada con una política fiscal expansiva mediante una fuerte bajada de impuestos- que provocó un brutal ajuste de la economía.

placeholder Paul Volcker. (Reuters)
Paul Volcker. (Reuters)

El ‘maestro’

Su sucesor, Alan Greenspan, fue el elegido por Ronald Reagan, y el demócrata Bill Clinton, cuando llegó al poder, lo mantuvo en el cargo durante uno de los periodos más prósperos de la economía estadounidense. Sin duda, porque el 'maestro', como lo denominó Bob Woodward, supo conectar como nadie con los mercados a partir de una nueva estrategia de comunicación que consistía en decir lo que los analistas querían oír con un lenguaje enrevesado. "Si usted me ha entendido", llegó a decir a un periodista durante una conferencia de prensa, "es que no me he explicado bien", ironizó en una ocasión Greenspan.

El 'maestro' fue sucedido por Ben Bernanke, la opción del republicano George W. Bush, pero el demócrata Obama le renovó el mandato. Probablemente, porque Bernanke era el mayor experto en el crash del 29 y convenía tener a un especialista para navegar por algunas aguas turbulentas.

Eso quiere decir que a lo largo de las últimas décadas se ha producido una indudable continuidad en la Reserva Federal, independientemente de quien fuera el inquilino de la Casa Blanca. Ya fuera republicano o demócrata, lo que ha favorecido su independencia.

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Alan Greenspan. (Reuters)

Ese consenso fue el que rompió Trump en 2018 no renovando el mandato de Yanet Yallen (elegida por Obama), algo inédito desde 1970. Evidentemente, por la intención del presidente de EEUU de influir en la Reserva Federal colocando a sus correligionarios y convirtiéndola en un apéndice de la Administración.

El elegido, Jerome Powell, sin embargo, ha mostrado desde su nombramiento una acreditada independencia del banco central con subidas moderadas de los tipos de interés a medida que se calentaba la economía y la inflación comenzaba a crecer (el rendimiento de los bonos llegó a superar el 3% a primeros de año), lo que explica que en las últimas semanas Trump haya amenazado con echarlo (lo que legalmente es difícil que pueda hacer) o con no renovar su mandato (lo que sí está en condiciones de realizar), síntoma inequívoco de que su objetivo es la reelección a cualquier precio. Es decir, presionando a la Reserva Federal para que baje los tipos de interés y presentarse como el campeón de los desheredados, aunque las consecuencias las pague la siguiente generación.

Aliados políticos

La injerencia de Trump sobre la Fed no ha cejado y el presidente de EEUU ha visto, incluso, como algunos de sus candidatos han sido rechazados por el Senado con el voto a favor de muchos legisladores republicanos que consideran que la Casa Blanca está atropellando la independencia de la Reserva Federal. Como sostenía recientemente un analista del Post, Trump está tratando de instalar en puestos clave a aliados políticos con el objetivo de que cumplan sus órdenes en cargos que requieren, sin embargo, autonomía del poder político.

Aunque Powell se ha revuelto en los últimos días reivindicando su autonomía, lo cierto es que EEUU, que acaba de superar el ciclo expansivo más largo de su historia: 121 meses consecutivos de crecimiento, tiene por delante al menos dos bajadas de tipos de interés en lo que queda de año. Las palomas se han comido a los halcones.

Foto: Benoit Coeuré, Banco Central Europeo

Trump, que no tiene límites, ha ido más allá e, incluso, ha querido polemizar con Mario Draghi, a quien ha acusado de manipular el euro para depreciar la divisa europea y ganar competitividad. Sin embargo, ha pinchado en hueso y toda la Unión Europea ha salido en defensa del presidente del banco central.

Pocos discuten la independencia del BCE durante los últimos años y existe un elevado consenso sobre las necesidades de mantener una política monetaria ultraexpansiva, aunque se pusiera con bastante retraso respecto de la Fed y en ocasiones arrastrando los pies.

Hasta el punto de que Jürgen Stark (exmiembro del comité ejecutivo del BCE) o el economista alemán del IFO Hans-Werner Simnn, los halcones más recios de la política monetaria durante los años más salvajes de la crisis, son hoy una anécdota de la que nadie se acuerda, pese a que el BCE ha anunciado que su 'política acomodaticia' -la metáfora de los tipos de interés cero o, incluso negativos- puede durar décadas habida cuenta de que la inflación (que es un fenómeno monetario) no da señales de vida. Ni está, ni se la espera.

Políticos profesionales

Hasta Jens Weidmannn, el presidente del Bundesbank, a quien se le considera un duro, ha perdido recientemente la posibilidad de presidir el BCE tras la elección por parte del Consejo Europeo de Christine Lagarde, una política profesional (ministra de Sarkozy) que, ni siquiera, es economista. Su vicepresidente, a partir del 1 de noviembre, será el exministro Luis de Guindos, que aunque es economista no hay ninguna duda de que su trayectoria profesional tiene un claro perfil político. Por lo tanto, será la primera vez en la que dos políticos profesionales estarán al frente del BCE, lo cual supone una indudable novedad.

Parece evidente, por lo tanto, que Alemania, durante décadas el guardián de la ortodoxia monetaria, está perdiendo capacidad de influencia en la política europea. Entre otras cosas, por la debilidad de Merkel, quien, además, hace tiempo que perdió políticamente a su mejor colaborador, Wolfgang Schäuble, el látigo de los países del sur durante los años duros de la recesión.

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Angela Merkel. (Reuters)

Un panorama, por lo tanto, completamente inédito que refleja una nueva correlación de fuerzas que ha hecho que los halcones de la política monetaria, desde luego en estos momentos, pierdan influencia a manos de las palomas que hoy gobiernan el mundo regando de liquidez el sistema económico. Probablemente, porque una política monetaria ultraexpansiva es la única receta posible para compensar los efectos de la globalización y del envejecimiento en los países avanzados y sus consecuencias sobre el empleo, como bien saben los japoneses. Dos generaciones de nipones no saben lo que es la inflación ni los tipos de interés.

Foto: El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann. (Reuters)

La consecuencia es que si antes los bancos centrales tenían como misión fundamental la estabilidad de precios (en particular, el BCE), ahora su objetivo sea más amplio: la estabilidad financiera. Y en eso, los gobiernos, siempre tentados de intervenir en las instituciones, tienen mucho que decir. El problema ya no son los precios sino evitar que con las ingentes cantidades de dinero que circulan por el mundo el sistema colapse.

Como han sostenido algunos economistas, en el futuro las acciones de los banqueros centrales serán más visibles y políticamente sensibles de lo que han sido, incluso, en la última década (la de la crisis), lo que plantea una amenaza creciente para una de las grandes innovaciones institucionales de finales del siglo XX: la independencia de los banqueros centrales. Algo que, de ninguna manera, está asegurado a la luz de la voracidad de los gobiernos para ganar cuota de poder. Y en España, donde el banco central ha estado a veces 'secuestrado' por motivos políticos, sabemos mucho de ello. Como decía Nixon: "Ahora todos somos keynesianos".

Es muy conocido que Nixon, el presidente de EEUU, abrazó en 1971 la fe de la socialdemocracia. "Ahora todos somos keynesianos", llegó a decir, tras abandonar su país el patrón oro obligado por el enorme gasto militar derivado de la guerra de Vietnam y de la carrera armamentista con la Unión Soviética.

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