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Nadia Calviño vs. María Jesús Montero: la guerra no ha hecho más que comenzar
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SáNCHEZ REPARTE EL PODER ECONÓMICO ENTRE SIETE MINISTERIOS

Nadia Calviño vs. María Jesús Montero: la guerra no ha hecho más que comenzar

Sánchez ha optado por mantener separados los ministerios de Economía y Hacienda. No sería malo si no fuera porque la posición ideológica de sus titulares es muy diferente

Foto: La ministra de Hacienda, María Jesús Montero (i), y la ministra de Economía, Nadia Calviño. (EFE)
La ministra de Hacienda, María Jesús Montero (i), y la ministra de Economía, Nadia Calviño. (EFE)

Sostenía Woody Allen que los problemas económicos son los más sencillos de resolver. Al fin y al cabo, decía el neoyorquino, se solucionan siempre con dinero. Hay razones para pensar que Sánchez, a la hora de confeccionar su Gobierno, se ha olvidado de que la materia prima con la que trabajan los ministerios es, precisamente, el dinero, y en lugar de buscar una cierta coherencia en el discurso económico, ha construido un batiburrillo ideológico en aras de lograr un equilibrio político para contentar a todos. Lo que se suele decir una vela a dios y otra al diablo.

El resultado es una ausencia de coherencia ciertamente clamorosa. La ortodoxia presupuestaria (Nadia Calviño) llevará las riendas del Ministerio de Economía, pero las políticas de gasto (y de ingresos) seguirán en Hacienda. En concreto, bajo el control de María Jesús Montero, la 'representante' de Susana Díaz en el Consejo de Ministros, y, por lo tanto, con una visión más 'heterodoxa' de la economía, pero no necesariamente peor. Sobre todo si se tiene en cuenta que Montero gestionará la financiación autonómica, que siempre requiere más recursos.

Foto: Todos los ministros del Gobierno de Pedro Sánchez. (EFE)

Este problema ya se suscitó de forma recurrente en el Gobierno de Rajoy entre Luis de Guindos (con quien trabajó Calviño a finales de los 90 en la Dirección General de Previsión y Coyuntura) y Cristóbal Montoro, pero entonces había un árbitro implacable —y así y todo se produjeron numerosos enfrentamientos— que no era otro que la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, quien presidió las reuniones de la comisión delegada de Asuntos Económicos en ausencia de Rajoy. De Guindos (ahora Calviño) era quien estaba obligado a defender ante Bruselas los Presupuestos de Montoro (ahora de Montero). Y ahí nació el problema.

Futuros conflictos

Ahora, por el contrario, Sánchez ha optado por una vicepresidenta, Carmen Calvo, con ninguna competencia sobre el área económica más allá de la mera coordinación, lo que puede ser fuente de futuros conflictos. Entre otras cosas, porque Calvo es enemiga íntima de Susana Díaz, quien la aisló políticamente en Andalucía hasta que tuvo que trasladarse a Madrid para volcarse en la candidatura de Sánchez. Sin olvidar que Luis Planas, el nuevo ministro de Agricultura, es otro viejo adversario político de la presidenta andaluza y, por ende, de la cuerda opuesta a Montero.

El hecho de que no haya un 'primus inter pares' en el equipo económico del presidente no es un tema menor. Las peleas entre Boyer (Economía y Hacienda) y Alfonso Guerra fueron épicas. También las de Carlos Solchaga con el vicepresidente, y eso que por entonces ambas carteras estaban unidas para dar cierta coherencia en la política económica. Aznar aprendió la lección y entregó a Rato todos los poderes del área económica.

Foto: La nueva ministra de Hacienda del Gobierno de Pedro Sánchez, María Jesús Montero. (EFE) Opinión
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Pedro Sánchez, sin embargo, ha roto esa tradición y mantiene la política de Rajoy de repartir el poder entre los ministerios económicos (nada menos que siete), lo que en la práctica puede provocar numerosos desajustes. Y lo que es peor, genera una tendencia a que cada ministro/a haga la guerra por su cuenta evacuando consultas directamente con el presidente para ganar sus favores, lo que suele alimentar descoordinación, desconfianzas en el Consejo de Ministros, y toda suerte de ineficiencias por el hecho de que no hay un interlocutor claro para los agentes económicos (principalmente para los empresarios). Entre otras cosas porque la Oficina Económica del Presidente (todavía sin adjudicar) es básicamente un secretariado del presidente para asuntos europeos, lo que vacía de contenido su capacidad de coordinación del Ejecutivo.

Es paradójico, en este sentido, que el elegido para dirigir Fomento (modelo José Blanco) sea José Luis Ábalos, el número dos del partido, que difícilmente rendirá cuentas ante Calviño o Montero, la ministra de Hacienda, pese a tratarse de un ministerio eminentemente gastador.

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Esos vasos comunicantes entre el partido y el Gobierno suelen ser el germen de futuros conflictos, y es por eso que, con buen criterio, lo primero que hizo Felipe González cuando aterrizó en La Moncloa fue reivindicar la autonomía del Gobierno frente al partido, que Sánchez cuestiona ahora con la inclusión de Ábalos en el Ejecutivo.

La ausencia de un vicepresidente económico suele generar, además, algunas externalidades negativas, como una política medioambiental incoherente en la medida en que cada departamento, lógicamente, tiende a defender los intereses propios de cada sector. Y en este sentido, la creación de un Ministerio de Transición Ecológica es, sin duda, una gran noticia, pero desvincular ese departamento de la estructura productiva del país —en particular de la industria y el transporte— es convertirlo en una especie de Pepito Grillo, pero sin mando en plaza. Si el transporte y la industria explican la mayor parte de las emisiones de efecto invernadero, parece razonable crear un megaministerio capaz de ordenar la política de emisiones, lo que tiene una indudable trascendencia económica.

Sostenía Woody Allen que los problemas económicos son los más sencillos de resolver. Al fin y al cabo, decía el neoyorquino, se solucionan siempre con dinero. Hay razones para pensar que Sánchez, a la hora de confeccionar su Gobierno, se ha olvidado de que la materia prima con la que trabajan los ministerios es, precisamente, el dinero, y en lugar de buscar una cierta coherencia en el discurso económico, ha construido un batiburrillo ideológico en aras de lograr un equilibrio político para contentar a todos. Lo que se suele decir una vela a dios y otra al diablo.

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