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"El 65% de las empresas maquillan sus cuentas legal o ilegalmente"
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ORIOL AMAt, economista y diputado catalán

"El 65% de las empresas maquillan sus cuentas legal o ilegalmente"

Acaba de publicar 'Empresas que mienten', un libro en el que trata las causas, las consecuencias y las soluciones al fraude financiero en las grandes corporaciones

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Cuenta una leyenda veneciana que la contabilidad tal y como la conocemos nació el día que un mercader le preguntó a alguien cuánto son dos más dos y este, asegurándose de que nadie le escuchaba, le murmuró al oído: “¿usted cuánto quiere que sea?”

Atraído por este fenómeno Oriol Amat, (Barcelona, 1957), economista y diputado del parlamento catalán, publicó en 1999 La contabilidad creativa, una aproximación académica que tuvo una segunda vida, mucho más comercial, cuando se subió al carro del caso Enron. Desde entonces Amat no ha dejado de investigar sobre las causas, las consecuencias y las soluciones del maquillaje de balances, una práctica de la que se valen más de la mitad de las empresas a nivel internacional. En abril publicó Empresas que mienten (editorial Profit), un libro que explica, en 250 páginas llenas de referencias y casos reales, por qué en contabilidad dos más dos no es siempre lo que uno espera.

Pregunta: ¿Tanto se pueden manipular un dos más dos?
Respuesta: Los engaños contables se producen desde antes de Cristo, cuando los funcionarios y los escribas de Mesopotamia enviados por el templo se quedaban una parte de los tributos tras modificar los beneficios de las cosechas. Cuando había sospechas de que se habían producido manipulaciones en las tablas de arcilla o papiros se investigaba y, si se confirmaban las sospechas, se castigaba a los infractores con multas, que de acuerdo con el Código de Hammurabi (del año 1780 antes de Cristo) podían llegar a seis veces el importe defraudado.

Volviendo al presente y a la pregunta, ahora las cuentas son muy fáciles de manipular. Antes en España teníamos el Plan Contable del 73, muy parecido al de Francia, que era muy fijo y daba pocas opciones al maquillaje. Sin embargo en 1990, España apostó, como el resto de Europa, por las directivas comunitarias, que en materia de contabilidad están muy influidas por el modelo anglosajón, que es muy flexible.

P.: Defina “muy flexible”.
R.: Te pondré un ejemplo. Al final de año tú tienes unas mercancías que no has vendido y tienes que apuntarlas en tu libro de cuentas. ¿Cómo las valoras? ¿Se han revalorizado o se han devaluado? El valor es una estimación, y lo normal es que un empresario se lo dé en función de unos objetivos: serán muy caras si quiere inflar sus cuentas de cara a una posible venta o serán muy baratas si quiere tributar menos. He calculado que las empresas tienen entre 150 y 200 apartados en su contabilidad que dependen directamente de estimaciones, siempre subjetivas, entonces la contabilidad también lo es.

P.: En el libro también se queja de la valoración de los intangibles.
R.: Claro, es que una empresa puede tener una marca valiosísima y ese valor no se refleja en las cuentas anuales, por citar un ejemplo. Pero no es solo intangibles, porque un inmueble es tangible, pero se puede anotar por el valor de tasación o por el de mercado, y hay una diferencia bastante importante, en algunos casos de millones de euros.

P.: Y esto sucede porque las normas lo permiten.
R.: Exacto, esto sucede porque la normativa es demasiado flexible. Ten en cuenta que la mayor parte del maquillaje de cuentas se hace de modo legal, interpretando agresivamente el reglamento. Hay estudios que demuestran que entre un 30% y un 50% de las empresas del mundo engordan o adelgazan sus balances a placer dentro del marco legal. Y en Estados Unidos, por citar un caso concreto, la mitad de las compañías cotizadas reformulan sus cuentas por errores contables. Otro dato que aporta un estudio de Ernst & Young de 2015: el 42% de los altos directivos cree que las empresas manipulan su contabilidad.

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Michael Woodford, ex director general del fabricante de material fotográfico Olympus, denunció el día 14 de octubre de 2011 las irregularidades que llevó a cabo la compañía durante prácticamente 20 años. Los maquillajes empezaron en la década de los ochenta, cuando Olympus quedó fuertemente afectada por la caída del yen. A partir de ese momento, los financieros intentaron recuperar las pérdidas con operaciones especulativas con divisas que fueron aumentando más las pérdidas. Durante los años 90 se dejaron 1.700 millones de dólares solo en este tipo de operaciones.

Inicialmente las pérdidas se camuflaron aplicando una norma contable japonesa que permitía que los activos financieros fuesen contabilizados a costes históricos en lugar de valorarse a valor de mercado (cuando este era inferior). En 1997, la normativa fue modificada adoptando el valor razonable como parte de la implementación de las NIIF (Normas Internacionales de Información Financiera). Los encargados de la contabilidad sabían que se verían forzados a revelar el valor real de los activos deteriorados que tenían. Por ello, en 1998, con la aprobación del presidente Kikukawa hicieron varias prácticas para ocultar las pérdidas: trasferencia de activos sin valor a empresas fantasma de Islas Caimán y compra de empresas a precios inflados para cuadrar las cuentas.

Los primeros avisos de estos fraudes llegaron en 2009 cuando la auditora KPMG detectó que las empresas compradas por Olympus estaban contabilizadas a valores muy superiores a los reales. El 29 de septiembre el ejecutivo inglés Michael Woodford, que llevaba más de treinta años en la empresa y era el responsable de Olympus en el Reino Unido, fue destinado a Tokio y nombrado director general para recortar gastos. Poco después, Woodford reclamó el puesto de consejero delegado para poder investigar el caso a raíz de unas filtraciones que le llegaron sobre movimientos financieros dudosos de la empresa. Ante las incongruencias encontradas encargó a PwC que investigase las operaciones que levantaban sospechas. Al conocer la magnitud del problema, Woodford pidió al consejo de administración la destitución de Kikukawa. Inmediatamente fue despedido bajo la justificación de no entender el estilo japonés de gestión. Woodford volvió a Londres ya que temía por su vida.

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P.: Luego están los que de tanto estirar la norma, la rompen.
R.: Entre el 10% y el 15% de las empresas cometen delito contable. Según un estudio de Eaglesham y Rapoport, los engaños principales consisten en la mala valoración de activos y deudas, la incorrecta estimación de los ingresos y las deficiencias en la información sobre riesgos. Así, sumado al maquillaje legal que antes mencionaba, entre el 40% y el 65% de las empresas incurren en algún tipo de manipulación de sus resultados. Este es el motivo por el que he escrito el libro, para llamar la atención sobre el volumen de empresas que hace esto y también para proponer algunas soluciones.

P.: Sostiene usted que el fraude está relacionado con la cultura y la religión.
R.: Sí, pero también lo dicen los estudios. Los países nórdicos y los anglosajones son los menos implicados en este tipo de engaño, mientras que en Asia y América Latina está muy extendido. Nosotros estamos en la zona de Francia, Portugal y en general del Mediterráneo, en un punto intermedio; cometemos mucho más engaño que nuestros vecinos del norte, pero al menos tenemos sentimiento de culpa, a diferencia de los asiáticos, que solo lo experimentan cuando les pillan.

P.: Dice que los auditores, grandes señalados en los albores de la última crisis, son “un perro guardián, no uno de presa”
R.: Es que lo que son. La sociedad piensa que los auditores, cuando aprueban unas cuentas, están diciendo que reflejan la realidad de la compañía y eso no es cierto. Lo que te están diciendo es que esos resultados se han expresado siguiendo la normativa contable, que no tiene nada que ver. Vuelvo al ejemplo del inmueble: si lo valoras al precio que lo compraste hace 50 años está bien, es imagen fiel de la compañía, pero si lo valoras a precio de mercado es también correcto según la normativa de contabilidad internacional. Para un auditor está correcto.

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Una de las consecuencias del escándalo de Enron fue el fin de Arthur Andersen, una de las cinco grandes empresas auditoras, como colofón a una exitosa trayectoria de 89 años. En 2002 el jurado consideró que la consultora era culpable de obstrucción a la justicia. En concreto, se la acusó de ordenar en 2001 a sus empleados que destruyeran documentos relacionados con el fraude de Enron. Aunque la firma de auditoría siempre negó estas acusaciones, la decisión que tomó el jurado provocó su desaparición. En aquellos momentos tenía decenas de miles de empleados y un gran prestigio internacional. Sin embargo, en 2005, el Tribunal Supremo de Estados Unidos anuló la sentencia y consideró a Arthur Andersen no culpable de los delitos que se le habían atribuido. Según el Tribunal Supremo, los únicos culpables eran los directivos, pero ya era demasiado tarde para Artur Andersen.

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P.: Vamos, que no van abriendo puertas por las empresas.
R.: Su papel no es encontrar fraudes, sino que se cumpla la normativa contable. Otra cosa es que al auditor le pidas un informe sobre posibles desfalcos, pero eso no es una auditoría de cuentas, sino otra cosa. De hecho los auditores apenas descubren entre el 5% y el 10% de los fraudes, el principal mecanismo de detección son los chivatazos. En el libro hablo de la importancia de implementar un buzón anónimo de denuncias…

P.: Permítame que le interrumpa para la cuña: El Confidencial estrena el suyo esta misma semana.
R.: ¿En el periódico? Lógico. Es una medida muy efectiva contra el fraude.

P.: Seguimos. Utiliza el triángulo de Cressey, un criminólogo, para explicar las tres condiciones que se tienen que dar en todo fraude contable.
R.: Cressey entrevistó en profundidad a 3.000 personas en la cárcel y encontró tres patrones comunes en el delito: la motivación, que suele ser el dinero, la oportunidad, el poder hacerlo por ausencia de controles, y la racionalización. Este último punto es curioso: si te fijas, casi ninguna de las personas que han cometido delitos financieros se considera culpable. Muchas veces son directivos que ven que la alta dirección roba y se ven legitimados para hacerlo, ya que cobran mucho menos dinero. Piensan realmente que robar una forma justa de compensar su baja nómina. La racionalización funciona a muchos niveles: incluso ser miembro de un estado puede racionalizar un fraude: “si todos están engañando no voy a tributar yo bien, estaría haciendo el primo”.

P.: Usted también dice que necesitan un poco más: la capacitación.
R.: Sí, esto es crucial. Además de los tres puntos anteriores, tiene que ser capaz de hacerlo. El caso de Jerome Kerviel, el operador de mercados de Société, que tenía un MBA en productos financieros derivados, es paradigmático: quería notoriedad y para ello se valió de una serie de operaciones fraudulentas que realizó gracias a su experiencia en el pasado como consultor. Supo saltarse los mecanismos de control y finalmente Société Générale perdió 4.900 millones de euros.

Más allá de esto, existe un perfil del defraudador. Yo conozco a muchos empresarios, sobre todo del mundo agrícola, que antes se cortarían un brazo que dejar de pagar al banco, mientras que otros según salen de la cárcel ya están metidos en otro jaleo. En el libro menciono el caso de Philip Musica, un defraudador compulsivo que estuvo a punto de ser candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano. No lo fue porque al final se suicidó, pero muchos pensarían: “¿cómo nos ha podido pasar esto, si ya hace 20 años habia hecho lo mismo?”.

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A Joe Gregory, presidente de Lehman Brothers, le hicieron dimitir unos meses antes de la quiebra, justo cuando se publicaron las primeras pérdidas. Su costosísimo ritmo de vida destacaba por extravagante. Por ejemplo, viajaba en un helicóptero de su propiedad desde su casa de Long Island a las oficinas de Lehman en Nueva York. Poco antes de dimitir cobró cientos de millones de dólares en concepto de bonus y un año después de la quiebra aún exigió que le pagaran otros 200 millones en concepto de bonus y derechos no cobrados.

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P.: A partir de cierto nivel de fraude, sobre todo en materia de ocultación, no hay otro camino que los paraísos fiscales.
R.: Sí, es un patrón en todos los grandes escándalos contables de los últimos años, verás que todos tenían gran operativa con paraísos fiscales. Tendemos a pensar que la gran ventaja de estos lugares es su baja fiscalidad, cuando a algunas empresas lo que más les seduce es que no hay requisitos de información. Depende del país: no necesitas llevar la contabilidad de tu empresa si la tienes radicada en Islas Caimán, aunque sí en Irlanda. El problema es que es legal que tengas una empresa en Islas Caimán y es legal que nadie sepa nada de lo que haces con ella.

P.: Es complicado acabar con los paraísos fiscales: su soberanía, su negocio.
R.: Si recuerdas, Obama dijo en su discurso de investidura que acabaría con los paraísos fiscales, lo mismo que Sarkozy al llegar al Elíseo. Y ahí siguen. Entonces lo que hay que hacer es crear mecanismos de detección prematura del fraude en las empresas, y al respecto el hecho de que operen con paraísos fiscales es una señal de alarma clara.

P.: ¿No tiene la sensación de que la corrupción empresarial sale muy barata?
R.: Depende dónde. Hay países que detienen, juzgan y devuelven el dinero defraudado en cuestión de meses y otros en los que los procesos se alargan 15 años, no llegan nunca las sentencias, hay indultos... no todos los casos son iguales porque siempre se puede hacer algo. ¿Recuerdas las películas de los años 50 de Estados Unidos? Muchas eran de policías, mafiosos y jueces corruptos, era lo que se imponía en la época. Sin embargo el país se propuso acabar con la corrupción, remodeló por completo el sistema jurídico e instauraron una serie de reformas que han conseguido que, hoy en día, Estados Unidos sea uno de los países con menos corrupción institucional del mundo. Es muy sencillo: si queremos que no haya fraude, eliminemos al máximo las oportunidades de defraudar.

P.: Si tuviera que resumir sus propuestas antifraude en tres...
R.: ... si son solo tres, la primera es fortalecer el control en las empresas. Audtorías interna y externa, canal anónimo de denuncias... segunda, prohibir la operativa con paraísos fiscales, por completo. ¿Qué hacen 1.200 empresas en la Isla de Sark? ¿Qué venden allí? El mundo sería mejor sin paraísos fiscales. Y, por último, endurecer la normativa. No hablo de volver al modelo del 73, pero sí eliminar al máximo las estimaciones, que sea de dos más dos cuatro.

Cuenta una leyenda veneciana que la contabilidad tal y como la conocemos nació el día que un mercader le preguntó a alguien cuánto son dos más dos y este, asegurándose de que nadie le escuchaba, le murmuró al oído: “¿usted cuánto quiere que sea?”

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