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El precio de la libertad: la fuga de capitales desafía la política económica de China
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fuerte salida de dinero del gigante asiático

El precio de la libertad: la fuga de capitales desafía la política económica de China

Las contradicciones se apoderan del gigante asiático. Pekín persigue abrir su economía y potenciar sus mercados, pero teme perder el control. Los movimientos de capitales serán claves en 2016

Foto: Imagen de la sede del Banco del Pueblo de China / REUTERS
Imagen de la sede del Banco del Pueblo de China / REUTERS

Ni siquiera China lo puede tener todo. No puede querer abrir su economía al mundo sin sufrir sobresaltos. No puede virar su modelo hacia una economía más importadora sin sacrificar parte de su pujanza exportadora. No puede emprender reformas para promover el desarrollo de sus mercados financieros sin permitir luego que las fuerzas del mercado actúen. Y, sobre todo, no puede tener al mismo tiempo autonomía monetaria, una divisa estable y libertad de capitales. Porque no puede ser. Porque lo establece un principio económico inquebrantable, conocido como trinidad imposible, que dicta que un país solo puede escoger entre dos de esos tres elementos. Pero Pekín quiere los tres, como también pretende todo lo demás. Y es imposible.

Todo eso ha quedado patente en la primera semana de 2016, especialmente en la bolsa. Para reforzar su mercado bursátil, las autoridades chinas emularon a otras plazas financieras y diseñaron un sistema, conocido en inglés como 'circuit breaker', para suspender la sesión bursátil cuando se alcanzan unas caídas determinadas. Pero mientras en otros mercados, como el estadounidense, ese límite se encuentra en el 20%, en China las autoridades lo pusieron en el 7%, con lo que dejaron clara su oposición a tolerar descensos mayores. De nuevo, por tanto, asomaba la sombra de la dualidad tan habitual entre las autoridades chinas. Esa combinación de dar libertad el mercado... pero con límites.

Este sistema entró en vigor el lunes. Y ese mismo día el 'circuit breaker' ya se activó, porque las caídas llegaron al 7%. Y lo mismo ocurrió el jueves. El mercado estaba dando una lección a las autoridades chinas; les estaba demostrando que los participantes en los mercados responden a los incentivos y que ese límite del 7%, lejos de actuar como un cortafuegos para las ventas, las alentaba porque generaba una creciente sensación de 'sálvese quien pueda'. Como consecuencia, el regulador bursátil chino reaccionó y suspendió el sistema de parar la sesión con caídas del 7% al cierre de la jornada del jueves. Esta medida permitió que la bolsa china rebotara un 2%, pero no impidió un crudo saldo semanal: entre el lunes y el viernes, el valor de la bolsa china menguó en un billón de dólares -unos 920.000 millones de euros-.

Un éxodo de 1 billón de dólares

Aunque este castigo ha centrado la atención en el comportamiento de la bolsa, en realidad estas caídas representan un episodio adicional dentro de la auténtica tendencia de fondo que atemoriza a Pekín: la fuga de capitales que está sufriendo el país. "La fuga de capitales es lo más importante de todo y lo que mueve todo. Es la clave", certifica el analista financiero Juan Ignacio Crespo. Según los cálculos de Bloomberg, entre enero y noviembre de 2015 el gigante asiático sufrió una salida de capitales de 1 billón de dólares.

Es decir, el dinero está huyendo de China con destino a otros mercados, y semejante éxodo no solo repercute en la bolsa, sino también en la moneda china, el yuan y en las reservas en divisa extranjera del gigante asiático. Cuanto más dinero se va, más presiones bajistas soporta la divisa y más reservas tiene que consumir Pekín para defenderla. Fuga de capitales, yuan y reservas, un todo en uno, un tridente, que en 2016 está llamado a ser clave no solo para China, sino para el conjunto de la estabilidad financiera mundial

Esta semana ya se han recogido pruebas evidentes de estas conexiones... y del nivel de nerviosismo que pueden provocar en los mercados. En medio de la convulsión bursátil, el yuan se ha depreciado un 1,6% contra el dólar, su mayor descenso semanal desde las devaluaciones de agosto de 2015, y ha reculado hasta los 6,595 yuanes, su cambio más bajo contra el 'billete verde' desde 2011. Al mismo tiempo, las autoridades chinas han anunciado que en diciembre las reservas bajaron en 108.000 millones de dólares, un descenso mensual sin precedentes, y que en el conjunto de 2015 menguaron en 512.660 millones de dólares, el primer retroceso desde 1992 y el mayor descenso anual de siempre.

Las reservas en divisa extranjera de China son abundantes; pero no infinitas. Si siguen descendiendo serán una fuente de incertidumbre para el mercado

Esos más de 500.000 millones de dólares en los que se vació la 'despensa' china de reservas se destinaron tanto a paliar parte de la fuga de capitales como a defender al yuan. O lo que es lo mismo, sin la intervención del Banco del Pueblo de China (BPCh), el banco central del gigante asiático, la divisa china hubiera caído más. Y eso que en 2015 sufrió su mayor depreciación anual desde 1994 contra el dólar, puesto que se dejó un 4,4% de su valor. Por extensión, el BPCh también se habrá empleado a fondo esta semana, 'quemando' más reservas, para impedir una bajada superior del yuan.

Aunque China sigue atesorando 3,3 billones de dólares en reservas, un volumen al que no se acerca siquiera ningún otro país del mundo, la secuencia descendente comienza a inquietar. En declaraciones a Bloomberg, Richard Jerran, economista jefe del Banco de Singapur, asegura que "el ritmo al que se están consumiendo reservas preocupa". "No se trata de cuánto tiempo tardará en que bajen a 0, sino de cuánto les costará llegar hasta los 2 billones de dólares, que el volumen que China necesita para garantizar su estabilidad", avisa.

El dilema: aceptarlo... o dar marcha atrás

A China, por tanto, se le están acumulando los dilemas. Quiere abrir su economía y sus mercados, pero eso le expone a las fugas de capitales y a tener que consumir reservas para defender el cambio del yuan; quiere dotar de mayor flexibilidad y libertad a la formación del tipo de cambio del yuan para que así figure entre las monedas de referencia que usa el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero tampoco quiere perder su control; quiere mutar su economía para que dependa menos de las exportaciones y más del consumo interno, pero es consciente de que no puede pasarse de la raya porque de lo contrario solo registrará un crecimiento escuálido, de ahí que tampoco renuncie a una depreciación controlada del yuan contra el dólar para defender su competitividad ni prescinda de su autonomía monetaria, porque pretende más bajadas de tipos tras haberlos reducido ya en seis ocasiones desde finales de 2014.

Quiere, en resumen, seguir adelante con su agenda reformista, pero se niega al mismo tiempo a afrontar las consecuencias que se derivan de ella y a tolerar que sea el mercado, y no Pekín, el que determine si la bolsa o el yuan están baratos o caros. Por el camino, estas contradicciones desgastan el liderazgo y la estrategia económica de las autoridades chinas, puesto que no está claro su auténtico compromiso con una economía abierta ni con el modo de lograrlo, y alimentan unos recelos que contribuyen precisamente a que los inversores se vayan con el dinero a otra parte a la espera de mayor concreción por parte de Pekín. Del resto se ocupan el enfriamiento de su economía, que de crecer a doble dígito ha pasado a tasas comprendidas entre el 6% y el 7%, y los recelos con respecto a la deuda, la banca y el sector inmobiliario de China.

La caída del yuan que están permitiendo las autoridades recoge con retraso y de forma limitada algo que hubiera ocurrido mucho antes en otro país

"Las medidas implantadas y promovidas en los últimos meses hacen que China sea más fuerte que en el pasado, cuestión que no es incompatible con la persistencia de un importante foco de inestabilidad como son las inadecuadas valoraciones de los activos chinos", valoran desde Intermoney para subrayar la encrucijada en la que se encuentran las autoridades chinas. En este sentido, destacan los efectos perversos que tiene la ambivalencia de las autoridades chinas. "En otros países, las señales de freno de la actividad económica y los temores hacia el futuro hubieran pesado sobre el tipo de cambio y la divisa habría ajustado mucho antes. No obstante, en China la intervención oficial evitó el ajuste natural. Luego, la caída del yuan que están permitiendo las autoridades recoge con retraso y de forma limitada algo que hubiera ocurrido mucho antes en otras naciones". Y concluyen: "El yuan está en su nivel más débil desde comienzos de 2011 y dejar que esto ocurra es preferible a mantener una rigidez que sería más costosa a largo plazo".

Sin embargo, no parece que las autoridades estén por la labor de abandonar esa rigidez. "Cuadrar toda su situación, todo lo que quiere hacer China, es muy complicado", sostiene Juan Ignacio Crespo. En su opinión, y dadas las circunstancias actuales, la tentación de dar marcha atrás a alguna de las reformas aperturistas anunciadas en los últimos meses será creciente y las restricciones de capitales, inevitables.

China ya es la segunda mayor economía del mundo, con un Producto Interior Bruto (PIB) de 11 billones de dólares -más de siete veces el español-. Y aspira a ser la primera, por delante de Estados Unidos. Para ello, es consciente de que debe seguir adelante con las reformas. Pero nada es gratis. Y la duda es si Pekín está dispuesto a pagar el precio de la libertad.

Ni siquiera China lo puede tener todo. No puede querer abrir su economía al mundo sin sufrir sobresaltos. No puede virar su modelo hacia una economía más importadora sin sacrificar parte de su pujanza exportadora. No puede emprender reformas para promover el desarrollo de sus mercados financieros sin permitir luego que las fuerzas del mercado actúen. Y, sobre todo, no puede tener al mismo tiempo autonomía monetaria, una divisa estable y libertad de capitales. Porque no puede ser. Porque lo establece un principio económico inquebrantable, conocido como trinidad imposible, que dicta que un país solo puede escoger entre dos de esos tres elementos. Pero Pekín quiere los tres, como también pretende todo lo demás. Y es imposible.

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