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La crisis hunde los yates del ladrillo
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LAS MATRICULACIONES DE BARCOS HAN CAÍDO MÁS DE UN 80%

La crisis hunde los yates del ladrillo

La crisis ha arrasado uno de los mayores símbolos del boom del ladrillo: la fiebre de las embarcaciones de recreo. Desde que la economía comenzó a

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La crisis hunde los yates del ladrillo

La crisis ha arrasado uno de los mayores símbolos del boom del ladrillo: la fiebre de las embarcaciones de recreo. Desde que la economía comenzó a desinflarse, las matriculaciones de barcos han caído más de un 80%. Y los precios de los yates y también los amarres, que hace sólo cinco años cotizaban a precios prohibitivos pero acumulaban listas de espera, se han hundido en porcentajes aún mayores que los que han sacudido el mercado de la vivienda. Después de todo, el sector náutico español se nutrió de los excesos del inmobiliario. Y ahora vive sus mismas enfermedades, pero amplificadas.

Según datos de la Dirección General de la Marina Mercante, en los seis primeros meses del año se matricularon en España 2.003 embarcaciones de recreo, una nimiedad en comparación con las 4.429 que se inscribieron en el mismo periodo de 2011, es decir, un 55,7% menos. Y con respecto a los años del boom del ladrillo, la correlación es dramática. Entre 2004 y 2007, se vendió cada año una media de 13.000 barcos de recreo. Sin embargo, lo más probable es que 2012 se cierre por debajo las 3.000 matriculaciones.

"Los efectos de la crisis son enormes, y las consecuencias se han notado muchísimo en un sector que en 2008 generaba 115.000 empleos entre directos e indirectos y que tenía un valor de negocio de 5.300 millones de euros", describe Carlos Sanlorenzo, responsable jurídico de la Asociación Nacional de Empresas Náuticas (ANEN).

Cancelación de salones

La coyuntura ya provocó la cancelación del Salón Naútico de Madrid y a punto estuvo de acabar también con el de Barcelona, el tercero más importante de Europa que, en sus mejores tiempos, llegó a ocupar cinco pabellones de la Feria de Montjuïc y duraba nueve días. Pero el próximo mes de septiembre el Salón de Barcelona se reducirá a una muy limitada exposición flotante de embarcaciones en el puerto de la Ciudad Condal que se prolongará únicamente cinco jornadas.

La fiebre de los barcos se notaba incluso en el número de personas que se examinaban para obtener el título de Patrón de Embarcación de Recreo (PER). Hace cinco años, se presentaban a las pruebas  en Barcelona 400 personas cada sábado. En las últimas semanas, no llegan a los 50.

Los puertos han vivido su propio pinchazo. En los años de la construcción, no hubo municipio costero, especialmente en la zona del Levante, que no construyera su propio fondeadero deportivo. La recesión ha demostrado que los proyectos excedieron con mucho lo necesario. Muchas de esas millonarias infraestructuras financiadas con dinero de los contribuyentes están ahora desiertas. Y a las de capital privado no les ha ido mejor.

Cataluña y Baleares están capeando el temporal, pero el problema es generalizado. En la zona del Mar Menor de la Región de Murcia, el alquiler mensual de un amarre para un barco de ocho metros costaba 400 euros. Eso en el caso de encontrar alguno libre. Ahora los hay montones y no superan los 150 euros.

En la zona de Tarragona, los amarres llegaron a venderse (la propiedad está limitada por el periodo que reste de concesión administrativa) por 3.000 euros el metro cuadrado de agua ocupada. En la actualidad, los ofrecen por 1.500 euros.

Proyectos no tan rentables

Es el caso del nuevo puerto tarraconense de Roda de Bara, con sólo cinco años de antigüedad. Pese al desembolso que supuso su construcción, alrededor de 40 millones de euros, apenas tiene ocupados la mitad de sus 647 amarres. El de Cambrils, con capacidad para unas mil naves, tampoco atraviesa por su mejor momento. En los años del boom era uno de los más caros de la Costa Dorada, pero ha tenido que reducir precios ante la falta de demanda.

"Todos los pueblecitos costeros montaron su propio puerto deportivo porque pensaron que iban a hacer el negocio del siglo, pero ahora se han dado cuenta de que no es tan rentable", explica una fuente autorizada de un puerto deportivo de Tarragona que prefiere no desvelar su identidad.

Según esta misma fuente, la crisis ha multiplicado los impagos de los amarres e incluso de la cuota que pagan mensualmente los socios de los clubes náuticos, "algo que antes de la crisis era muy extraño". "Antes tampoco se vendía ni un barco, pero ahora los pantalanes están llenos de embarcaciones en venta, porque la gente no puede seguir manteniéndolos".

Abandonado o hundido

Otros propietarios están abandonando directamente sus yates. La Junta de Andalucía acaba de sacar a subasta 33 embarcaciones abandonadas en puertos de Málaga, Cádiz y Huelva, algo que también ha ocurrido recientemente en Galicia y Canarias.

El abandono permite a sus dueños ahorrarse las cuotas impagadas -la mayor parte se inscribe a nombre de sociedades limitadas sin fondos- y también los gastos de su cese en el registro y del desguace. Deshacerse de la fibra de vidrio y los plásticos que componen el grueso de la estructura de un barco de recreo es un trabajo difícil y poco lucrativo. Lo único que interesa a los chatarreros es el metal, y en un barco de este tipo es casi inexistente.

En la Dirección General de la Marina Mercante admiten incluso que se está convirtiendo en un fenómeno demasiado frecuente el hundimiento voluntario de los buques en alta mar, para evitar todos estos costes. Las autoridades saben que el fenómeno crece pero se ven incapaces de frenarlo.

Sin mercado de segunda mano

La otra opción sería venderlos, pero el mercado de segunda mano tampoco funciona. José Valiente, comercial de la náutica madrileña Sanibasa, cuenta que "barcos que valían al menos 250.000 euros se están vendiendo por 80.000". "La cosa no está mal, está peor", afirma Valiente, que pone otro ejemplo: "Tenemos un barco aquí desde hace tres años que costaba 180.000 euros y lo hemos tenido que bajar a 110.000 euros para tratar de quitarnos nuestro stock, pero ni así se vende". Este comercial afirma que ahora son los clientes quienes deciden el precio. "Antes se respetaban las tarifas pero ahora ni eso. Nos llaman por teléfono y nos hacen ofertas que son ofensivas. Esto es lo que hay". También critica que, pese a la situación, los astilleros apenas hayan reducido sus precios. “Y eso que, sólo en los últimos dos años, el negocio ha caído por lo menos un 70%”.

¿Y la fiscalidad?

En la asociación Anen apuntan que una fiscalidad más favorable ayudaría a reflotar el sector. Denuncian que España es el único país de la Unión Europea que cobra a los barcos de más de ocho metros de eslora un 12% de su valor en concepto de impuesto de matriculación, una tasa a la que se suma el 18% de IVA (y pronto el 21%). “Así es imposible competir con nuestro entorno, porque antes que establecerse en un puerto español, que si es de forma definitiva obligaría al dueño a pagar el impuesto de matriculación, prefieren hacerlo en cualquier otro punto de Europa”, señala Sanlorenzo. Con una política fiscal más favorable, España podría recortar distancias con Italia, por ejemplo, cuyo sector náutico mueve al año más de 100.000 millones de euros y genera 800.000 puestos de trabajo. En comparación con el italiano, el volumen de la náutica nacional es irrisorio. “Tenemos mucha costa, un clima excelente y toda la infraestructura necesaria para que el sector despegue”, afirma. “Lo que faltan son medidas para potenciarla”.

La fiscalidad es probablemente la culpable de que, de los 1.800 superyates (los que superan los 24 metros de eslora) que navegan por el Mediterráneo, sólo 15 tengan base en un puerto español. Y eso, en opinión de Sanlorenzo, es un auténtico drama porque “se calcula que este tipo de megaembarcaciones deja al año el 10% de su valor en el puerto en que se encuentra atracado”. Si los automóviles no despegan, quizá la náutica sea la solución. Pero no será fácil convencer a Cristóbal Montoro de que baje los impuestos. Ni dándole un paseo en barco. 

La crisis ha arrasado uno de los mayores símbolos del boom del ladrillo: la fiebre de las embarcaciones de recreo. Desde que la economía comenzó a desinflarse, las matriculaciones de barcos han caído más de un 80%. Y los precios de los yates y también los amarres, que hace sólo cinco años cotizaban a precios prohibitivos pero acumulaban listas de espera, se han hundido en porcentajes aún mayores que los que han sacudido el mercado de la vivienda. Después de todo, el sector náutico español se nutrió de los excesos del inmobiliario. Y ahora vive sus mismas enfermedades, pero amplificadas.