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Alcaraz, ante Trump, tira el muro: un título para entrar en la leyenda del US Open
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Javier Brandoli

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Alcaraz, ante Trump, tira el muro: un título para entrar en la leyenda del US Open

Carlitos recoge el trofeo entre la ovación de un público que sabe que han visto solo el capítulo final de una temporada de una de esas series que van a durar muchos años

Foto: Alcaraz, con el torneo de campeón del US Open. (Mike Frey/Imagn Images)
Alcaraz, con el torneo de campeón del US Open. (Mike Frey/Imagn Images)

El viernes decíamos que a ver el Alcaraz contra Djokovic se va en el metro como si se fuera a la Estafeta a correr delante los Miuras. El domingo, a ver el Alcaraz contra Sinner se va como si se fuera en un deportivo descapotable a 250 kilómetros por hora y delante hubiera un muro de hormigón. En la bolsa se lleva lo imprescindible: el pasaporte y una muda. El presidente Donald Trump acudirá al partido, lo que inquieta siendo de fuera. Llueve en Nueva York. Preocupa el detalle. Al murciano le favorece jugar con sol y al abierto. Al italiano da la sensación de que le da igual si se juega en una pista de hielo o en un ascensor. Se jugará bajo techo, decide el torneo. El descapotable ahora va sin frenos y sin airbag. La memoria amortigua el miedo recordando lo que le gustan a Carlitos los rallies.

El complejo Billie Jean King en el que se juega el US OPEN está distinto. Más postureo bajo el chirimiri. Algunos tacones y chaquetas, vaper en vez de canutos. Las filas son largas. A las 13.05, mientras esperamos para pasar el segundo el control de seguridad, sobrevuela nítido sobre nuestras cabezas el Air Force One. Murmullos entre el gentío que pronto se convertirán en ladridos.

El partido se retrasa 30 minutos, anuncia la organización. A la hora que estaba previsto que empezara el show, más de la mitad de los espectadores están siendo cacheados fuera concienzudamente. Trump asoma por primera vez en el palco del estadio. Muchos pitos y algunos aplausos. Al neoyorquino le iría mejor en una velada de la WWC en Dakota del Norte que en un evento de tenis entre sus vecinos.

Saltan a la pista los dos protagonistas. Las gradas están a un 60%. De los aplausos iniciales se intuye que el coliseo no ha elegido un favorito. Carlitos parece muy concentrado. Hay algo en él que parece cambiado desde el inicio de este campeonato. Es como si durante las quince noches del torneo hubiera cumplido 32 años.

Foto: carlos-alcaraz-jannik-sinner-us-open

Esta vez no hay cambalaches. El murciano se tira a por la yugular del italiano desde el inicio. La grada está un poco en shock. El cirujano Alcaraz opera con serrucho. Las ovaciones se suceden con una sombra de duda: la cosa va tan rápido, el primer set dura 36 minutos, que alguno de los que andan aún fuera para ser cacheados se pregunta si merecerá la pena subir hasta la cima de la Arthur Ashe y llegar cuando apagan los focos.

La cámara del estadio enfoca por primera vez nítidamente a Trump. La organización del torneo había solicitado a los medios de comunicación que no se cebaran con comentar los silbidos al presidente. El abucheo no consigue disimularlo ni el DJ. Trump sonríe, aguanta sereno el envite. Por dentro, supongo, piensa en llevarse en 2026 por decreto el torneo a Wyoming, donde le votó un 71% de ciudadanos. Comienza el segundo set. Resuenan tambores de guerra. Nueva York recuerda lo de 2022. Un partido épico entre ambos que duró 5 horas y 15 minutos y en el que Alcaraz levantó una bola de partido. Hay ganas de un combate de boxeo entre dos esgrimistas. Ambos, eso sucede este domingo también, pegan a la bola como si buscaran un home run.

placeholder Donald Trump, en el palco del US Open para ver la final. (AP/Yuki Iwamura)
Donald Trump, en el palco del US Open para ver la final. (AP/Yuki Iwamura)

En la pantalla se suceden en los intermedios las caras de famosos. Entre las celebrities, la mayor ovación inicial se la lleva Danny DeVito. No crean, lo de la cámara es complicado. El aplausómetro detecta famosos de medio pelo. Si sales en pantalla tras escuchar la ovación a Sting y nadie te aplaude, sabes que al salir debes llamar a tu agente. En el segundo set, el italiano reacciona. En realidad, parece más que es Alcaraz el que se toma un descanso. Los tifosi se encienden. Un italiano que se sienta a la izquierda, con su bandera en la frente y su camiseta de la Juventus, hace peinetas y gestos obscenos. Se equivocó de estadio y de deporte. El tenis es otra cosa. Una rara avis entre un ambiente festivo. Nueva York sella los pasaportes a raquetazos sin importar nacionalidades.

La Arthur Ashe es una extraña Torre de Babel. A mi lado se sienta un matrimonio de filipinos. "Yo primero fui fanático de Nadal, ahora lo soy de Carlos", me dice él. Debajo, hay dos brasileños que aplauden indistintamente a ambos jugadores cuando no están ocupados haciéndose selfis o masticando salchichas. A la derecha, hay una pareja de fanáticos de Sinner. Gesticulan, animan, gritan, sufren… ¿De dónde sois? "De Kazajistán". ¿Por qué sois tan hinchas de Sinner? Y él se abre la cremallera de la chaqueta y muestra una camiseta con el nombre del italiano. "Aquí está también Guardiola. Yo soy del Barça y de Sinner", me indica al saber que yo soy español. En gustos estamos lejos, pero el mundo sin fanatismos es un divertido espacio de convivencia. "Toma esta tableta de chocolate. La envoltura tiene el escudo de nuestro país", me ofrece la pareja orgullosa.

Abajo, en la arena, la cosa se complica para Carlos. Sinner se ha llevado el segundo set fácil. Las estadísticas dicen que, en las dos anteriores finales, ganó el que perdió el primer set. De eso debatimos en Babel, entre hotdogs y pizzas que pasan de unas manos a otras. En la pantalla sale el Boss, Bruce Springsteen. El DJ pone a todo trapo su tema Dancing in the dark. El público enloquece y da una ovación atronadora a un artista que calificó hace poco al señor con tupé que está en el palco de ser un "corrupto incompetente". El señor del tupé le contestó diciendo al roquero maduro que "era tonto como una roca". En el estadio se posicionan con el tonto-roca.

Definitivamente, el torneo en 2026 se juega en Wyoming. El tercer set empieza con Carlitos desatado y con Trump ausentándose de la pista (no volverá hasta el inicio del cuarto set). El murciano da un recital de tenis. La bola del español pesa 100 kilos, la del italiano, por momentos, 100 gramos. Sinner, un jugador de una calidad descomunal, no sabe jugar un partido en el que aunque está ahí de pie, parece sentado en el banco mirando. Todo lo hace Carlos. Pega y pega a la bola como si anunciara las campanadas de un entierro. Corta la pelota de revés, hace alguna dejada, su servicio es un martillo, tira diagonales y paralelos, sube a la red y volea como se acaricia el lomo de un caballo. Y el italiano, un muro de hormigón hecho añicos, no encuentra cómo resolver tantas incógnitas a la vez. "Esto está acabado", me susurra el filipino al inicio del cuarto set. "Sinner se ha rendido", añade. Y yo miro las caras desencajadas de los kazajos y entiendo que todos en el estadio, hasta Sinner, han entendido que la única opción de que esto cambie es que decida perder Carlos.

Foto: alcaraz-djokovic-us-open-arthur-ashe-nueva-york
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El final es menos apoteósico de lo que se esperaba. No hay cinco sets, no hay épica. Carlitos cierra el partido con un misil. La grada para entonces ya hace tiempo que se había rendido y se habían preparado para posicionarse bien en lo del avituallamiento de regreso a casa. "Bien jugado", me felicita la pareja kazaja. Yo me reprocho no llevar conmigo unos sobaos pasiegos que regalarles. El año que viene me los llevo al US OPEN de Wyoming. Carlitos recoge el trofeo entre la ovación de un público que sabe que han visto solo el capítulo final de una temporada de una de esas series que van a durar muchos años. El mítico Ivan Lendl, que jugó ocho finales consecutivas en este torneo y ganó tres, es el encargado de dar el trofeo.

Por ahí andan los no menos míticos Connors y McEnroe. Aquel tenis era otro. A esos tres, los árbitros debían vigilarles que no introdujeran en la pista objetos punzantes. Roger y Rafa cambiaron el modo de entender las rivalidades. Sinner y Alcaraz aprendieron de ellos y no se dejan cicatrices tras los combates. Son las 18.19 minutos cuando, justo antes de cruzar la puerta de salida del estadio, sobrevuela sobre nuestras cabezas el Air Force One, que regresa para Washington. El partido ha durado 2 horas y 42 minutos, mucho menos de lo que se preveía. El presidente tiene tiempo de volver a cenar a la Casa Blanca. Y a Carlos, con su 1 en los hombros, quizá le dé para cenar en Las Vegas o Los Cabos. A su manera, ya saben. No le va mal.

El viernes decíamos que a ver el Alcaraz contra Djokovic se va en el metro como si se fuera a la Estafeta a correr delante los Miuras. El domingo, a ver el Alcaraz contra Sinner se va como si se fuera en un deportivo descapotable a 250 kilómetros por hora y delante hubiera un muro de hormigón. En la bolsa se lleva lo imprescindible: el pasaporte y una muda. El presidente Donald Trump acudirá al partido, lo que inquieta siendo de fuera. Llueve en Nueva York. Preocupa el detalle. Al murciano le favorece jugar con sol y al abierto. Al italiano da la sensación de que le da igual si se juega en una pista de hielo o en un ascensor. Se jugará bajo techo, decide el torneo. El descapotable ahora va sin frenos y sin airbag. La memoria amortigua el miedo recordando lo que le gustan a Carlitos los rallies.

Tenis Carlos Alcaraz