El dulce sabor de la venganza o cómo olvidar la mayor humillación de la historia en una final
Amanda Anisimova consiguió meterse en las semifinales del US Open después de derrotar a Iga Swiatek, la jugadora que le endosó una severa derrota en la pasada final de Wimbledon
Anisimova celebra su victoria ante Swiatek. (EFE/EPA/Cristobal Herrera)
Todo comenzó hace poco menos de 53 días. Entonces, en una calurosa jornada de julio, tenía lugar una final inédita en Wimbledon: Amanda Anisimova alcanzaba el primer partido por el título de su carrera en un Grand Slam, mientras que Iga Swiatek, de vuelta después de una sanción por dopaje, pelearía por levantar uno de los grandes que todavía no tenía en su vitrina. Todo apuntaba a que sería un partido disputado, emocionante y atractivo... pero nada de eso.
Eso sí, pasó a ser histórico. No solo porque Swiatek triunfó en Londres por primera vez en su carrera, sino por la manera de lograrlo. Y es que la polaca venció por 6-0 y 6-0 a la norteamericana en menos de una hora. En solo 57 minutos, Swiatek destrozó las ilusiones de su rival, en una de las finales más rápidas de la historia y, además, en una de las grandes palizas de todos los tiempos en el tenis, especialmente en el partido definitivo de un Grand Slam.
Aquella victoria de la europea fue la derrota más abultada en un Grand Slam desde que Steffi Graf aplastó a Natasha Zvereva en media hora en Roland Garros en 1988, además de convertirse en el primer doble rosco en Wimbledon desde 1911, cuando Dorothea Douglas batió a Dora Boothby. "Estuve llorando media hora, hasta que hablé por teléfono con alguien y empecé a reírme de aquello. Fue algo que no había experimentado nunca antes en mi vida", explicaba.
Pero, solo dos meses más tarde, Anisimova ha colmado su dulce venganza en el US Open. Las dos jugadoras volvían a verse las caras en los cuartos de final del último Grand Slam de la temporada y la norteamericana sabía que tenía una misión difícil ante Swiatek: primero, por el nivel y la calidad de la rival; y, después, por tener tan reciente la mayor humillación en la historia de una final de la Era Open. ¿Sería capaz de abstraerse de todo eso?
No necesitó mucho tiempo en pista para confirmarlo: otro partido, otras condiciones, otra superficie y, sobre todo, otra mentalidad. Anisimova dominó casi todas las facetas de juego, llevó el ritmo sobre la pista y fue capaz de dejar en el olvido una de las mayores espinas de su carrera. Firmando un gran encuentro, la norteamericana acababa con la resistencia de Swiatek para meterse en semifinales del US Open con una brillante victoria (6-4 y 6-3).
A sus 24 años recién cumplidos, Anisimova está firmando la mejor temporada de su carrera. No solo era capaz de llevarse el título en el WTA 1.000 de Catar, sino que se metía en la final de Wimbledon y, de momento, ya ha alcanzado las semifinales del US Open, donde se medirá a Naomi Osaka. Y es más importante aún porque la norteamericana acaba de regresar recientemente a las pistas, después de un comienzo de carrera prometedor, pero frenada por una tragedia familiar.
Era 2019 y, sin haber cumplido todavía los 18 años, levantaba su primer título en Bogotá y se metía en semifinales de Roland Garros, siendo la primera persona nacida en el siglo XXI que llegaba tan lejos en un Grand Slam. Pero solo unos meses después, justo antes de la disputa del US Open, la policía encontraba a su padre muerto dentro de su casa. Tan duro fue que, solo unos meses después, anunciaba su retirada para tratar de recuperarse mental y anímicamente.
Regresó hace solo un año y, poco a poco, fue recuperando ese nivel que llegó a convertirla en la número dos júnior, solo por detrás de Coco Gauff. Superada y asimilada la tragedia, Anisimova alcanzó la final de Wimbledon, aunque sufrió la mayor humillación de la historia de las finales en la Era Open. Pero la norteamericana no es fácil de hundir y, mostrando su resiliencia, ha sido capaz de vivir el dulce sabor de la venganza ante Swiatek. Y, por qué no, sueña con meterse en la final.
Todo comenzó hace poco menos de 53 días. Entonces, en una calurosa jornada de julio, tenía lugar una final inédita en Wimbledon: Amanda Anisimova alcanzaba el primer partido por el título de su carrera en un Grand Slam, mientras que Iga Swiatek, de vuelta después de una sanción por dopaje, pelearía por levantar uno de los grandes que todavía no tenía en su vitrina. Todo apuntaba a que sería un partido disputado, emocionante y atractivo... pero nada de eso.