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Nick Bollettieri: 90 años del teniente que modeló a las estrellas del tenis
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Su vida no fue sólo el deporte

Nick Bollettieri: 90 años del teniente que modeló a las estrellas del tenis

Descubrió la raqueta en la universidad, donde se licenció en Filosofía en 1953. También se hizo paracaidista tras suspender el examen de piloto. Por su academia pasaron los mejores

Foto: Nick Bollettieri, durante una conferencia en 2014. (Reuters)
Nick Bollettieri, durante una conferencia en 2014. (Reuters)

Televisor encendido en un hogar de Las Vegas ajeno al desenfreno lujoso que la ciudad vende a los turistas. Domingo por la tarde, principios de los ochenta. '60 minutos' dedica uno de sus tres reportajes a una academia de tenis ubicada en medio de ninguna parte. Es un centro pionero: nadie antes había separado a los niños de sus familias para extraerles hasta la última gota de talento. Los chavales viven aislados en un recinto de aspecto carcelario, duermen en camastros, reciben una alimentación pobre y deben limpiar las instalaciones y hasta los coches deportivos del propietario de la escuela, en cuya personalidad autoritaria se centra el reportaje. A pesar del evidente tono de denuncia, un padre en Las Vegas se entusiasma.

Emmanuel Agassi —asirio, descendiente de armenios, boxeador que representó a Irán en dos Juegos Olímpicos, trabajador del casino Tropicana— mira a su hijo menor cuando termina el programa de la CBS y, sin pensárselo un segundo más, le ordena que haga las maletas. El muchacho se niega, y aduce que no pueden permitírselo. Es cierto, pero su padre ya lo tiene decidido, aunque no sabe de dónde va a sacar los tres mil dólares.

Así es como Andre Agassi cruzó Estados Unidos con 13 años rumbo a Bradenton, Florida, para instalarse en la Academia de Tenis Nick Bollettieri. Su único consuelo era que solo serían tres meses. O al menos eso creía cuando llegó.

placeholder Bollettieri, en otro momento de la conferencia. (Reuters)
Bollettieri, en otro momento de la conferencia. (Reuters)

Campo de prisioneros glorificado

En el libro Open, escrito con —por— el ganador del Pulitzer J.R. Moehringer, un Agassi ya retirado lo resumiría así: «A la gente le gusta decir que la Academia Bollettieri es como un campamento militar, pero en realidad es como un campo de prisioneros glorificado». En su biografía, publicada en 2009 y que merece hasta el último piropo recibido, el extenista no ahorró calificativos: «La presión constante, la competitividad salvaje, la falta total de supervisión por parte de los adultos nos va convirtiendo lentamente en animales. Allí domina una especie de ley de la selva. Es como Karate Kid pero con raquetas, como una especie de El señor de las moscas, pero con drives»

El director de ese centro ingresó en el Salón de la Fama del Tenis Internacional sin haber disputado un solo torneo; es el entrenador más célebre de la historia aunque presume de no saber nada de técnica.

Nicholas James Bollettieri nació en 1931 en Pelham, Nueva York, y su familia de inmigrantes italianos le inculcó, según sus propias palabras, la virtud de la generosidad: el padre tenía una granja y, aunque la situación no era boyante, entregaba alimentos gratis a los más pobres. Al joven Nick se le daban bien los deportes; jugaba al béisbol y al fútbol americano. En la Universidad de Alabama se graduó en Filosofía en 1953 y descubrió el tenis. Luego suspendió el examen de piloto y se hizo paracaidista. Sirvió en el ejército y, aunque evitó por poco la Guerra de Corea, estuvo dos años destinado en Japón. Ascendió a teniente del 187º Regimiento de Infantería.

Bollettieri comenzó a impartir clases de tenis sirviéndose de sus exiguos conocimientos sobre un deporte que despuntaba y del que nadie sabía demasiado. «La gente decía: sostén la raqueta así, mueve las manos y forma una uve con el pulgar y el otro dedo, échala hacia atrás y muévela así, uno, dos, tres, ¡alto, no te muevas! ¡No saltes! Y pensé, eso puedo hacerlo yo».

Empezó de profesor en un complejo hotelero en Puerto Rico, a la vera de la playa. Más tarde se mudó a Florida, donde vio el cielo abierto. Gracias al préstamo de un amigo, en 1978 instaló su academia sobre un terreno utilizado para plantar tomates. Pronto se le quedó pequeño, pero no contaba con los permisos necesarios para ampliar sus instalaciones.

placeholder Bollettieri, en 2014. (Reuters)
Bollettieri, en 2014. (Reuters)

Su academia, de récord

Según desvelaría él mismo en el documental Love Means Zero, optó por conseguir la autorización a la manera italoamericana. Su tío se encargaba «de los negocios sucios del pueblo», y el concejal de Aguas también estaba en el ajo, así que Bollettieri les transmitió su problema. «Organizaron un picnic con comida gratis, vino el pueblo entero, y mi tío y el concejal dijeron: ahora. Yo dije: damas y caballeros, niños y niñas, el señor alcalde va a inaugurar las obras de nuestras seis pistas nuevas con iluminación. Les di la pala, el alcalde no sabía nada, se cagó en los pantalones, miró a mi tío y al concejal de Aguas y dijo: acabad».

El primer logro de su academia fue la participación en el Open de Estados Unidos de Kathleen Horvath con apenas 14 años y 5 días —aún hoy es la tenista más joven en disputarlo—. Desde el principio, Bollettieri aplicó con sus pupilos la política de rivalidad extrema, así que enfrentó a la niña prodigio con una joven canadiense llamada Carling Bassett-Seguso. Se decantó por la segunda —le veía más futuro, aunque su carrera solo duraría cinco años—, y conminó a Horvath a abandonar la academia. Fuera. Ya le había sacado todo el jugo.

En sus dominios, Bollettieri era el rey. Un rey cincuentón, con gafas de sol y aspecto cobrizo debido a su obsesión por broncearse. Exigía a sus alumnos una disciplina inflexible, y solo parecía tener corazón durante el proceso de admisión: si su padre entregaba alimentos a los pobres, él permitía ingresar en su centro a los aspirantes de familias menos pudientes.

Imponía el ordeno y mando, pero le apareció una piedra en su bota militar; todo cambió el día que un empleado le preguntó si había visto jugar al chaval nuevo proveniente de Las Vegas.

Sorprendido, mandó al joven a la pista central para evaluarlo. Un rato después telefoneó al padre de la criatura y le dijo que podía quedarse en la academia el tiempo que quisiera. Gratis. Emmanuel Agassi no había rechazado algo gratis en toda su vida. El joven Andre, que hasta entonces se movía por el recinto evitando a Nick porque le parecía un monstruo, presenció la charla sin voz ni voto. Ahí entendió que iba a quedarse en Florida más de tres meses. Lo que aún no sabía es que el tipo que tenía delante sería su entrenador durante una década.

placeholder Bollettieri, tras ser incluido en el paseo de la fama del tenis. (Reuters)
Bollettieri, tras ser incluido en el paseo de la fama del tenis. (Reuters)

En aquella jaula, Andre Agassi se convirtió en un león encerrado que mascaba tabaco, fumaba porros y levantó una torre con botellas vacías de Jack Daniel’s. En un mundo tan uniformado como el tenis, su estética era un grito de auxilio adolescente: jugaba los partidos con pantalones vaqueros y las uñas pintadas, amén de llevar pendientes y el pelo con cresta y teñido de rosa.

Bollettieri nunca se había enfrentado a nada parecido. Probó castigos como redoblar sus turnos de limpieza y suprimirle la única tarde libre, pero aquel mocoso de catorce años se empeñaba en contradecirlo, y encima lo hacía delante de todos, minando su autoridad. A cualquier otro lo habría expulsado por mucho menos, pero Agassi era especial. Un día lo llevó al despacho y escuchó todas sus pretensiones: quería dejar el colegio al que lo mandaban después de entrenar, y sobre todo quería tarjetas de invitación y cobrar por los torneos.

Bollettieri accedió a todo, y respetó las agallas del chico para plantarle cara. Andre valoró que cumpliera su palabra. Esa tregua propició algo muy parecido a la amistad.

En la academia, Agassi dormía cerca de Jim Courier, un alumno prometedor que, como todos, anhelaba entrenarse en la pista principal. Ese honor recaía en Andre, y a Courier se le hacía muy difícil soportarlo. Nick, mientras, hizo lo de siempre: enfrentarlos para inocularles el veneno de la competitividad.

El error en Roland Garros

La tercera ronda de Roland Garros de 1989 fue un punto de no retorno. A Bollettieri le cuesta horrores reconocer algún error, pero admite que se equivocó aquella tarde parisina. El destino deparó un Courier-Agassi y él, en lugar de ocupar una localidad neutral, eligió la tribuna de Andre. Courier todavía era un desconocido en el circuito, pero le sentó como una bofetada porque era el chico bueno, el que acataba todas las órdenes y acudía a los campeonatos con la indumentaria de la academia. La rabia le sirvió de combustible para pasar por encima de Agassi, y consumó su victoria dedicándole a Nick una mirada desafiante. No contento con eso, se cambió de zapatillas y salió a correr un rato para demostrarle a todos que ni siquiera estaba cansado. Luego abandonó la academia para siempre.

Dos años después, en 1991, Roland Garros volvió a acoger un choque entre Courier y Agassi, solo que esa vez era la final. El partido tuvo que suspenderse por la lluvia, y Nick, en lugar de insuflar ánimos o aconsejar a su ojito derecho en el vestuario, prefirió conceder una entrevista donde promocionar ante el mundo la academia que había metido dos finalistas en un torneo tan prestigioso. Aunque Andre iba ganando antes de la pausa, no pudo evitar la remontada. Así definió en Open sus sentimientos aquel día: «Sé desde hace tiempo que si sigo con él es por costumbre, por lealtad, y no porque ejerza en absoluto de entrenador conmigo».

placeholder Bollettieri, sonriente tras entrar en el paseo de la fama. (Reuters)
Bollettieri, sonriente tras entrar en el paseo de la fama. (Reuters)

Pero Agassi y Courier no fueron los únicos diamantes en bruto que brotaron de aquel huerto de tomates. Si los padres de otras alumnas reclamaban más atención para sus hijas, él señalaba a una muchacha muy canija y argüía que debía concentrarse en la futura número uno del tenis mundial. Los padres y visitantes creían se había vuelto loco, pero él respondía: «Monica Seles».

La joven había llegado a Estados Unidos desde Novi Sad —hoy Serbia, por entonces Yugoslavia— junto a su hermano Zoltan. Lo que más le impresionó del nuevo país fue poder entrenar en todas las superficies, según desveló en su libro —Monica: From fear to Victory—. Pronto añoró al resto de la familia, y en una conversión telefónica les desveló que los entrenadores habían corregido su inusitada manera de golpear: siempre con dos manos, tanto la derecha como el revés. Su padre consideró aquello intolerable, y los Seles se mudaron a una vivienda cercana a la academia, que corrió con los gastos.

Nick dedicó a Monica más horas que a ninguna, la convirtió en la niña de sus ojos, pero la relación con Karolj, el padre, fue bien distinta. Bollettieri aseguró en My Aces, My Faults —su libro de memorias— que los Seles fueron problemáticos: «De lejos, la familia más exigente con la que nunca he trabajado. Les di miles de dólares en comida, alojamiento, transporte, equipamiento, una ortodoncia para Monica, la operación de su madre. Pero ellos siempre pedían más».

Por su parte, Karolj Seles exigió el despido de Rene Gomez, uno de los entrenadores de la academia, por robarle sus técnicas de entrenamiento para aplicarlas al resto de alumnos. Bollettieri confesó en su libro que los temores del padre eran fundados, pero intentó quitarles peso alabando a su pupila: «Es cierto. Hemos estado utilizando esas técnicas durante años con todos nuestros alumnos. No despedí a Rene. Lo que hizo especial a Monica no fueron las técnicas, sino el esfuerzo que ponía en ellas. Era incansable, persistente, obstinada».

La ruptura llegó en 1990, cuando Monica contaba 16 años. Si se cotejan ambos libros, en el de Bollettieri solo aparece otra mención a las tiranteces con la familia, pero Seles sí que detalló en sus páginas el suceso definitivo: un día acudió con su padre a la academia y un empleado les denegó el acceso a todas las pistas. Poco después, recibieron una carta de Nick donde les informaba que su relación había terminado. Pese a su abrupta ruptura, Monica escribiría sobre él: «Creo firmemente que, en el fondo, es una buena persona. Dio becas a muchos niños que amaban el tenis».

Explosión de Mónica Seles

Sea como fuere, aquel fue el año de la explosión de Mónica Seles. El mundo quedó perplejo ante esa adolescente canija salida de la nada que arrebataba un título tras otro a Steffi Graf, por entonces la perfección hecha tenista. Hasta que un tal Günter Parche cercenó por la espalda su carrera en Hamburgo, Seles coleccionó Grand Slam dejándose el alma y la voz en cada punto. Y golpeando siempre con dos manos, de derecha y de revés.

Según Bollettieri, tanto Monica como Andre le costaron varios matrimonios, que parecía coleccionar. Prefería viajar durante semanas con sus tenistas que ver crecer a sus verdaderos hijos. Sobre esa y cualquier otra equivocación en su vida habló en Love Means Zero: «No podría darte el nombre de mis ocho mujeres. Yo, simplemente, reacciono. Bien, mal, ¿a quién le importa?». Ante la insistencia del director del documental, Bollettieri remató: «Chaval, en la vida, si no haces nada malo, no llegas a la cima de la montaña».

placeholder Bollettieri, durante que se celebró para conmemorar su entrada en el salón de la fama. (Reuters)
Bollettieri, durante que se celebró para conmemorar su entrada en el salón de la fama. (Reuters)

No le gusta rendir cuentas pasadas ni vivir sumido en la nostalgia, aunque hay un recuerdo que mantiene intacto: Andre mirándolo sobre la pista de Wimbledon después de ganar por fin su primera final de Grand Slam en 1992. Nada de lo que llegó después pudo borrar ese instante.

Porque Nick también rompió con Andre. Lo volvió a hacer por carta, su método favorito, pero aquel día no calculó bien: Agassi desayunó leyendo el Usa Today y se encontró con la noticia antes de que llegara a su casa el repartidor de FedEx. Ambos protagonistas se mostraron lo suficientemente ambiguos como para no reconocer que el trasfondo fue económico. El segundo error que Bollettieri reconoce es no haberlo hablado cara a cara. Quizás así pudo evitarse todo.

Despechado, Nick hizo algo que siempre juró que no haría: entrenar a uno de los rivales de Agassi. En 1993 inició una nueva etapa junto a Boris Becker, que ya enfilaba su recta final, a razón de 180.000 dólares por temporada y el 10% de las ganancias. Becker reafirmaría el componente emocional de Bollettieri al rememorar aquella etapa: «No es un coach de tenis, es un coach de vida».

El morboso reencuentro llegó en Wimbledon. Agassi arrancó ganando, pero Becker empezó a lanzar besos y provocaciones a Brooke Shields, famosa actriz y modelo y por entonces pareja de Andre, que perdió la batalla mental. Nick observó todo —y quién sabe si lo ideó— desde el palco de su nuevo jugador, con quien solo duraría un año y medio.

Las hermanas Williams

Bollettieri siguió recibiendo en su academia a chavales que soñaban con ser profesionales. Algunos no residían allí, sino que acudían a las instalaciones para completar su formación. Es el caso de las hermanas Williams, que iban y venían de la mano del padre. Tan estricto era Richard Williams que sorprendía al propio Nick; por ejemplo, prohibía a Venus y a Serena mencionar el tenis una vez salían de la pista. Las fuertes personalidades de ambos entrenadores chocaron a menudo. «Todos decían que yo estaba loco, pero también lo decían de él. ¡Éramos dos locos!», resumió Nick.

Una de sus alumnas favoritas es Maria Sharapova. Nacida en Siberia, ya desde los cuatro años empezó a jugar imitando a Yuri, su padre, quien no dudó en seguir el consejo de Martina Navratilova —que la vio jugar en un torneo en Moscú— y poner rumbo a la academia Bollettieri. Se mudaron «con setecientos dólares enrollados en el bolsillo» y recibieron una beca.

En sus primeros años, Maria no conocía bien el idioma, se sintió marginada y dormía en el sofá de una casa de 250 dólares al mes. «Yo solo tenía una misión. Estaba allí por algo. Y mi misión era muy simple: ganar a cualquiera contra quien jugara», diría la rusa. Bollettieri la describe como «alguien que pensaba solo en el trabajo, con una personalidad antisocial». Su relación fue tan buena que Sharapova, adulta y profesional, se mudó cerca de la academia para tenerlo cerca. Nick habla orgulloso de ella, ya que sí la considera un producto enteramente suyo.

En total, Nick Bollettieri ha sido entrenador de diez tenistas que lideraron el ranking mundial: Agassi, Courier, Seles, Becker, Ríos, Jankovic, Hingis, Sharapova y Venus y Serena Williams. La nómina de jugadores famosos no se detiene ahí, ya que incluye a Anna Kournikova, Tommy Haas, Thomas Enqvist, Mary Pierce, Mark Philippousis o Kei Nishikori, entre otros. La lista sigue y sigue. Según sus propios cálculos, el palmarés de sus pupilos asciende a 180 títulos.

placeholder Agassi posa en la Academia Bollettieri (James Bollettieri)
Agassi posa en la Academia Bollettieri (James Bollettieri)

Pese a que nunca se ha separado de ella, la academia dejó de pertenecerle en 1987. La vendió por falta de fondos a IMG, y desde entonces ese grupo de representación deportiva ha ido ampliando las instalaciones. También diversificó sus funciones, y hoy es un centro profesional de alto rendimiento donde se practican ocho disciplinas. Eso sí, el programa de tenis lleva por nombre Nick Bollettieri, que ostenta el cargo de presidente. Además, la Academia IMG se encuentra en el Bollettieri Boulevard, y no hace falta mencionar de quién es la estatua erigida en la puerta del espectacular recinto. El huerto de tomates ha crecido tanto que una línea de tranvía propia recorre su interior.

Por increíble que parezca, Bollettieri sigue saliendo a la pista, aunque este 31 de julio estrene un adjetivo: nonagenario. 90 años que no le impiden continuar su labor con los más pequeños ni mostrarse activo en las redes sociales, donde puede vérsele en un campamento de verano, reencontrándose con algún alumno ya crecidito o dando órdenes a niños casi más pequeños que su raqueta. También tiene tiempo para promocionar una nueva herramienta de entrenamiento o expresar su preocupación por el futuro del tenis cuando se retiren los tres grandes.

Últimamente, muchos de sus vídeos los ha grabado desde el hospital que acaba de abandonar tras superar una dolencia. También sufrió un susto en mayo de 2020: se desmayó en la cancha mientras impartía una clase junto a su mano derecha, el tenista retirado Jimmy Arias —antiguo alumno y antiguo número 5 mundial—, que explicó que, pese a su edad, Nick es de esas personas que no van nunca al médico. A principios de 2021 puso en venta su casa de Palma Sola Bay por 2.2 millones de dólares, pero no para prepararse un retiro dorado, como cabría esperar; vendía para mudarse más cerca de la academia.

En 1957, cuando empezó como profesor en el complejo turístico de Puerto Rico, Bollettieri cobraba 3.75 dólares por hora. Ahora la tarifa por ese mismo tiempo asciende a 900 dólares. Su biografía escondía una frase muy reveladora: «Deseaba ser el mejor y más famoso entrenador de tenis del mundo. Bueno, admito que también quería ser rico».

Televisor encendido en un hogar de Las Vegas ajeno al desenfreno lujoso que la ciudad vende a los turistas. Domingo por la tarde, principios de los ochenta. '60 minutos' dedica uno de sus tres reportajes a una academia de tenis ubicada en medio de ninguna parte. Es un centro pionero: nadie antes había separado a los niños de sus familias para extraerles hasta la última gota de talento. Los chavales viven aislados en un recinto de aspecto carcelario, duermen en camastros, reciben una alimentación pobre y deben limpiar las instalaciones y hasta los coches deportivos del propietario de la escuela, en cuya personalidad autoritaria se centra el reportaje. A pesar del evidente tono de denuncia, un padre en Las Vegas se entusiasma.

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