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El día en que Rafa Nadal rompió su código de manías
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Llegó tarde a su debut en INDIAN WELLS

El día en que Rafa Nadal rompió su código de manías

Siempre respetuoso con el rival, el balear se despistó con la hora de su partido en Indian Wells e hizo esperar un rato al estadounidense Jared Donaldson

Foto: Rafa Nadal, pensativo tras un partido. (EFE)
Rafa Nadal, pensativo tras un partido. (EFE)

Estamos acostumbrados a verle concentrado desde que entra hasta que sale de la pista. La carrera de leyenda de Rafa Nadal no solo está forjada en base a un extraordinario físico, con los años cada vez más frágil, sino, sobre todo, en base a una salud mental única. Siempre atento, cumpliendo a rajatabla cada rareza, extravagancia y manía instaurada por sí mismo para no salirse ni un milímetro de la burbuja. La fe en sus rutinas le permite abstraerse del ruido y los malos augurios. Despistarse cuando toca trabajar está prohibido, por eso situaciones como las de ayer protagonizadas por el balear resultan tan curiosas.

El estadounidense Jared Donaldson esperaba en los vestuarios de la pista central de Indian Wells cuando, por detrás, se abrió la puerta y apareció Nadal. El número dos del mundo, que debutaba, intentó aparentar normalidad con los cascos puestos, pero cuando llegó a la altura de su rival no tardó en disculparse: “Lo siento, pensaba que el partido era a las ocho, no a las seis”. Donaldson, sorprendido, tardó unos pocos segundos en reaccionar: “Tranquilo, no van a empezar el partido sin ti”.No lo hicieron, el retraso no fue suficiente como para castigar al español, que terminó arrollando a su rival por un doble 6-1 para pasar a la siguiente ronda que le enfrentará al argentino Diego Schwartzman, numero 25 del mundo.

Puede que el despiste se deba a que el sábado hubo cambio horario en Estados Unidos y al campeón de 17 grandes le pillara a contrapié, puede que no. Lo que sí es seguro es que esta es de las pocas veces que Rafa incumple con su protocolo. Siempre suele ser el primero en llegar y el el último en salir, especialmente cuando se trata de honrar al rival por su esfuerzo. Lo hizo en 2017, en Wimbledon, cuando cayó en octavos contra Gilles Muller y decidió esperar al luxemburgués para abandonar juntos la pista, por ejemplo. En 2018, tras haber ganado en cuartos del US Open a Dominic Thiem, no dudo en abrazarlo cuando el austriaco se dirigía a su silla profundamente desolado tras más de cinco horas de esfuerzo. Luego, esperó a que este se retirará para aplaudirle desde su banco.

Que a Rafa le incomodan los despistes no es nuevo, los suyos y los ajenos. A Kyrgios ya intentó echarle un capote en el pasado Open de Acapulco tras presenciar un nuevo show del díscolo jugador, que intentó sacarle de quicio durante todo el encuentro. Al australiano no le sentaron bien las palabras de Nadal en rueda de prensa, pero el campeonísimo de Ronald Garros no se mordió la lengua y le dio algunas claves de forma gratuita para mejorar su tenis: “Le falta más respeto al rival y a sí mismo, por eso está donde está”. Llamativo fue también cuando, en un enfrentamiento con Tsitsipas en el Open de Estados Unidos, alguien entre el público gritó para desconcentrar al griego antes de sacar y Nadal le solicitó amablemente que volviera a repetir el servicio, o cuando alertó a un periodista en rueda de prensa para que no se durmiera.

Estos rasgos son uno de los tantos que le definen en un partido, como también el de ubicar las botellas perfectamente alineadas, acomodarse la ropa interior, quitarse el sudor de la frente, tocarse la nariz varias veces antes de sacar o no pisar las líneas de la pista cada vez que cambia de lado. A buen seguro que, tras su primer gesto reprochable a un rival, tratará de no volver a repetirlo.

Estamos acostumbrados a verle concentrado desde que entra hasta que sale de la pista. La carrera de leyenda de Rafa Nadal no solo está forjada en base a un extraordinario físico, con los años cada vez más frágil, sino, sobre todo, en base a una salud mental única. Siempre atento, cumpliendo a rajatabla cada rareza, extravagancia y manía instaurada por sí mismo para no salirse ni un milímetro de la burbuja. La fe en sus rutinas le permite abstraerse del ruido y los malos augurios. Despistarse cuando toca trabajar está prohibido, por eso situaciones como las de ayer protagonizadas por el balear resultan tan curiosas.

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