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Alex Bolt, el tenista que revoluciona el Open de Australia tras bajarse del andamio
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dejó el tenis en 2016

Alex Bolt, el tenista que revoluciona el Open de Australia tras bajarse del andamio

Con 23 años abandonó el circuito y se fue a trabajar con su cuñado a la construcción. Allí se dio cuenta de su amor por el tenis y regresó meses después. Ahora brilla en el Abierto de Australia

Foto: Alex Bolt celebra su vicoria ante Gilles Simon en la segunda ronda del Open de Australia. (EFE)
Alex Bolt celebra su vicoria ante Gilles Simon en la segunda ronda del Open de Australia. (EFE)

Entre los 128 jugadores que aspiran a la gloria en cada Grand Slam hay cabida para historias de lo más inverosímil. Lejos de los focos, apartados de esas figuras que acaparan la atención semana tras semana, hay puñados de tenistas con una historia más cotidiana de lo que cupiera esperar. En la puerta de atrás del circuito, ese tenis al que no llegan las miradas del espectador, hay circunstancias alejadas del glamour previsible en eventos que entregan alrededor de 50.000 euros al que cede en el primer partido.

En estos últimos años parece complicado olvidar muchas de ellas. Cómo no recordar la figura de Marcus Willis, aquel profesor británico de tenis que llegó a competir en la Centre Court de Wimbledon ante el mismísimo Roger Federer. Imposible perder de vista la historia de Marco Trungelliti, el carismático argentino que condujo junto a su abuela durante toda la noche los más de 1.000 kilómetros que separan las ciudades de Barcelona y París para llegar a la repesca de Roland Garros y, al menos por un puñado de horas, eclipsar la gesta de Rafa Nadal sobre la arcilla gala.

placeholder Alex Bolt está disfrutando como nunca ante su público. (EFE)
Alex Bolt está disfrutando como nunca ante su público. (EFE)

Este Abierto de Australia también cuenta con su cinderella particular, y su historia poco tiene que envidiar al de cualquier otro. En este caso el protagonista responde al nombre de Alex Bolt, un joven de 26 años procedente de la localidad de Murray Bridge, situada a apenas 650 kilómetros del primer Grand Slam de la temporada. Su figura representa a la de tantos jugadores que desarrollan el tenis como un oficio de supervivencia, lejos de las grandes fortunas de las megaestrellas. Es decir, la situación de la mayoría en un deporte donde apenas los 150 mejores del mundo pueden vivir holgadamente gracias a sus esfuerzos en pistas.

Sus participaciones previas en torneos del Grand Slam se reducían a una derrota en primera ronda sobre la hierba de Wimbledon y dos eliminaciones nada más tocar el cuadro final en Melbourne Park. El número 155 del ránking de la ATP ha cambiado la historia esta semana, aprovechando su invitación para derrotar al antiguo número 8 mundial Jack Sock y frenar al actual número 29 Gilles Simon. Todo ello antes de poner entre sus manos un choque frontal ante la cuarta figura mundial Alexander Zverev.

En la temporada 2016, y hastiado de un estilo de vida alienante en la competición, a sus 23 años decidió dar un respiro a su mente. Durante un puñado de meses se acabó lo de competir en el circuito. Hace apenas tres temporadas el australiano se introdujo en labores de construcción, sustituyendo el deporte profesional por el sacrificio entre cemento y andamio.

Foto: Garbiñe Muguruza, en su victoria conta Konta. (EFE)

"El tenis era todo lo que sabía hacer. No había hecho otro trabajo un solo día de mi vida", reconoció recientemente en un relato de ATPTour.com. "Recibí una llamada de mi cuñado, que estaba trabajando en la instalación de vallados. Me dijo que necesitaba un par de personas para un proyecto, y me uní. Tampoco tenía otra cosa que hacer… Y déjenme decirles, esto era trabajo. Había que hacer muros de contención, abrir agujeros, colocar postes en el suelo, cementar… No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero me puse manos a la obra".

Llamadas a las 5:30 de la mañana, labores carentes de emoción para alguien acostumbrado a la adrenalina… A las pocas semanas estaba hastiado. Todo ello en las inmediaciones de canchas de baloncesto y pistas de tenis que nunca apartaron de su vista la atmósfera del deporte. De hecho, y para calmar sus ánimos, llegó incluso a enrolarse en un equipo de fútbol australiano, donde calmar su sed de competición lejos del fieltro amarillo.

Lejos de la adrenalina del vestuario, apartado de la competitividad de un espectáculo tan multitudinario pero a la vez tan solitario, Bolt redescubrió la pasión por un deporte que practicó desde niño. La perspectiva le devolvió el amor por una disciplina que le tenía reservado un premio más allá de sus fuerzas.

"Me sentí afortunado", reconoció. "Cuando lo dejé, entré en algo que podría haber sido mi vida. Bien podría estar al sol montando vallas. Es una profesión en la que no habría destacado, de eso estoy seguro. Dejar el tenis es lo mejor que jamás pude hacer. Antes de mi parón, mi vida dependía de lo que hiciera en pista. No me perdonaba el perder un punto o un partido. Pero al regresar mi mente es diferente".

placeholder Alex Bolt llegó a estar más allá del puesto 600 de la ATP. Ahore aspira a meterse entre los 100 primeros. (EFE)
Alex Bolt llegó a estar más allá del puesto 600 de la ATP. Ahore aspira a meterse entre los 100 primeros. (EFE)

Ver a compañeros de generación obtener grandes resultados le empujó definitivamente al regreso. "Veía a tipos que habían estado junto a mí ascender en la clasificación, irrumpir en el 'top 100', coleccionar títulos Challenger. ¿Y yo? ¡Estaba sentado en casa! Me decía: ‘mierda, este podría ser yo. Ese debería ser yo”.

Los resultados hablan por sí mismos. Tras caer más allá del puesto 600 del ránking de la ATP, Bolt se ha encaramado hasta los 155 primeros puestos de la clasificación. Con su resultado en el Abierto de Australia, el sueño de irrumpir entre los 100 mejores del mundo ahora está más cerca de la realidad que de la utopía.

En 2018, tras recuperar plenamente su lugar en el circuito, Bolt levantó su segundo Challenger, sumó su primera victoria ATP Tour y, algo inolvidable, accedió a su primer cuadro de Wimbledon. Para un jornalero del tenis, para un tipo que se pasa la vida en las sombras del circuito Challenger, fue algo irrepetible. "Los jugadores como yo vivimos por momentos como este".

Si ser derrotado en la segunda cancha de Wimbledon por el ídolo local Kyle Edmund fue un honor, imaginen llegar al tercer partido en Melbourne Park. En casa, contra todo pronóstico, con un duelo ante el vigente campeón de la Copa de Maestros en un gran estadio como siguiente reto.

En Melbourne, donde los mejores tenistas del mundo buscan un hueco en la historia, se mantiene vivo el tipo que cambió la raqueta por el mono de trabajo. Alguien más que preparado para volver a remangarse.

Entre los 128 jugadores que aspiran a la gloria en cada Grand Slam hay cabida para historias de lo más inverosímil. Lejos de los focos, apartados de esas figuras que acaparan la atención semana tras semana, hay puñados de tenistas con una historia más cotidiana de lo que cupiera esperar. En la puerta de atrás del circuito, ese tenis al que no llegan las miradas del espectador, hay circunstancias alejadas del glamour previsible en eventos que entregan alrededor de 50.000 euros al que cede en el primer partido.

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