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Las amargas retiradas de Nadal o por qué ya no será tan guerrero como antes
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Las amargas retiradas de Nadal o por qué ya no será tan guerrero como antes

La operación en el tobillo le hace terminar de modo abrupto una temporada en la que se vio al mejor Rafa Nadal pero también se encontró más dificultades para guardar su delicado físico

Foto: Nadal, en un partido de esta temporada. (EFE)
Nadal, en un partido de esta temporada. (EFE)

En el pasado, Rafa Nadal se enorgullecía de no perderse ningún partido. Comentaba que él no se retiraba, algo que le daba casi como un punto de guerrillero, una imagen que tanto su equipo de 'marketing' como la multinacional que le viste potenciaban en cuanto podían. Nadal era el luchador, el que no desfallece, el que nunca se rinde. Tenía todo eso que ver con su juego, por supuesto, por su resiliencia, esa naturaleza personal en la que siempre se destacó más la garra que el tenis, aunque si fue el mejor jugador del mundo, y es uno de los mejores de la historia, es más que nada porque juega al tenis como los ángeles. Nike, además, contaba en nómina con Federer, que tenía ya copado el papel de artista, de sensible, casi un humanista con raqueta. Bien les venía quitar las mangas a Rafa y tratar su imagen con una perspectiva que contrastase con la de quien iba a ser su rival, su enemigo y su amigo, cada concepto en su justo sitio.

Hoy, Nadal ya no resiste ese análisis, porque con el tiempo y la edad todo se debilita y el guerrero se apacigua y tiene que aprender a escoger sus batallas. Rafa ha podido perder algo de frescura, pero lo que sería realmente anómalo es que con 20 años y con 32 no hubiese diferencia en muchas cosas, de visión, de matiz y también de esfuerzo. Ha pasado mucho, ha ganado mucho y, también, ha padecido mucho —ahora, una nueva lesión le obliga a abortar su temporada antes de lo previsto y a pasar por quirófano—. Nadal se definirá en el futuro, eso nadie lo duda, por su grandeza sobre la pista, que es tremenda. En su caso, y probablemente más que en otros coetáneos, habrá también un capítulo importante para narrar sus lesiones, que no llegarán, como en otros casos, a la necesidad de preguntarse por lo que pudo ser y no fue, pero sí tendrán su importancia en la definición del legado de Rafa.

Foto: Garbiñe Muguruza, en el pasado Roland Garros. (EFE)

Y, en ese sentido, el año 2018 es una versión en miniatura de lo que ha sido la carrera de Rafa Nadal. Cuando ha estado físicamente bien, ha sido genial, ha ganado mucho y probablemente terminará como número dos de la temporada. Se ha llevado Roland Garros, Montecarlo, Barcelona, Roma y Toronto, lo que en cualquier caso se podría calificar de un éxito rotundo. Una buena parte de la población mundial de tenistas profesionales pactaría con el diablo para ganar en su carrera el número de torneos que Rafa ha conseguido este año, y ni que decir tiene que eso se dispara todavía más cuando en la lista hay un Grand Slam, como es el caso.

Lo curioso, esta vez, es que Nadal solo ha perdido dos partidos en plenitud de condiciones. En Madrid, contra Thiem, y la derrota más dura de la temporada, contra Djokovic en la semifinal de Wimbledon. Recordar ese partido es doloroso, porque estuvo a solo unos pocos puntos de sacar al serbio de competición. Algunos pequeños detalles, desde golpes fallados hasta el techo, le apartaron de la final, pero todo el mundo sabe que él fue el segundo mejor también en la hierba de Londres. Y ni siquiera sería una locura decir que fue el mejor 'ex aequo' allí. Pero como en el tenis gana uno solo, y eso es impepinable, se quedó con el amargor de haber perdido un torneo contra un coloso. Esas semifinales, además, recuerdan que esta temporada se ha visto al mejor Nadal, o al menos una de sus mejores versiones. Llevaba un lustro sin ser competitivo en Londres, pero volvió a jugar a un altísimo nivel.

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Caer y recaer

Los cuatro grandes de la temporada dejan sensaciones contrapuestas en Nadal. Ganó Roland Garros, en lo que es una de las grandes historias deportivas de nuestro tiempo, no es solo que gane en París, es que ya está retando a la realidad, haciendo diminutos a todos los que estuvieron antes de él en aquellas pistas. Que sea repetido no lo hace más pequeño, más bien al contrario, es cada año asombroso a su manera. Lo de Wimbledon, ya está contado, fue una nueva demostración de fuerza, aunque es cierto que también llevó consigo una derrota, y eso duele, más todavía cuando se trata de un rival como Djokovic, con el que compite por el trono universal.

El daño real, sin embargo, está en los otros dos torneos grandes. En Australia fue el muslo derecho, una rotura a la que ya no podía hacer frente. Estaba en cuartos de final y, según lo visto toda la temporada —y asumiendo que Djokovic no estaba aún en su tono—, era el gran favorito para volver a ganar el único de los cuatros grandes en el que nunca ha repetido. Cilic tuvo problemas contra él incluso en un momento en el que físicamente no estaba del todo pleno. Su cuerpo había dicho basta y, esta vez, tenía que retirarse.

En el US Open sucedió algo parecido cuando Rafa ya estaba en semifinales. La rodilla, la más longeva de sus dolencias, recordó que llevaba mucho tiempo cargada y que no iba a estar disponible para demostrar en Nueva York todo lo que tiene dentro. Nadal se tuvo que marchar a medias del partido contra Del Potro, y aunque en todo el torneo se había visto que Djokovic estaba un paso por encima del resto, los partidos hay que jugarlos. El historial del año es de los mejores en los Grand Slam, dos semifinales, un título y unos cuartos de final. El problema está en la manera de concluir dos de esos torneos, entre remedios médicos que no valen de nada y el mal sabor de boca de tener que dejar la faena a medias.

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Elegir el calendario

Esa, en todo caso, no es más que la realidad que tiene que vivir Nadal, una que es muy buena, con muchos éxitos y días de gloria, pero también en la que está muy presente la desgracia del dolor. El principal problema está en las rodillas, con la tendinitis crónica que le lastra siempre y que en ocasiones resurge como seta en otoño, imposibilitando su concurso. En el físico, el dolor nunca viene solo, tener un problema como el suyo en una articulación especialmente compleja le quita muchos días de entrenamiento y le obliga a realizar trabajos diferentes que pueden redundar en otros problemas diferentes. Rafa tiene tendencia a lesionarse, no porque sea frágil, sino porque hay una parte de su cuerpo que mediatiza todo lo demás.

Hoy, Nadal, que acostumbraba a dobles sesiones de entrenamiento y a trabajar como nadie en el circuito, tiene un ritmo más calmado. El guerrero ya no se va detrás de combate, sino que analiza con más calma lo que va aconteciendo, los lugares en los que tiene sentido seguir dando raquetazos y aquellos en los que más vale dejar a medias la partida. Él odia perder, quizá más todavía retirarse. En otros momentos de su vida, cuando era más joven y menos sabio, lo consideraba casi como un desdoro, una afrenta a su deporte. Pero no hay gloria ninguna en seguir si no hay posibilidad de ganar y lo que sí puede haber es más opciones de que el daño crezca. Eso es, evidentemente, lo que hoy en día trata de regatear, y si eso conlleva dar la mano al rival a mitad del tercer set, no dudará en hacerlo.

Roger Federer, todavía mayor, no ha inventado esa manera de crear un calendario personal, saltándose los eventos en los que más puede sufrir y menos le sale a ganar. Nadal, sin hacerlo de un modo tan explícito, también está ya en esa misma onda. Solo si está bien de verdad se pone el traje de faena y ataca un torneo, si es necesario borrar un master 1.000 o similar, se hace y no hay mayor drama en ello. Nadal ya ha cumplido con su imagen de invencible, es vulnerable y está bien que así sea, también es parte de la vida del deportista y se asume como llega.

En el pasado, Rafa Nadal se enorgullecía de no perderse ningún partido. Comentaba que él no se retiraba, algo que le daba casi como un punto de guerrillero, una imagen que tanto su equipo de 'marketing' como la multinacional que le viste potenciaban en cuanto podían. Nadal era el luchador, el que no desfallece, el que nunca se rinde. Tenía todo eso que ver con su juego, por supuesto, por su resiliencia, esa naturaleza personal en la que siempre se destacó más la garra que el tenis, aunque si fue el mejor jugador del mundo, y es uno de los mejores de la historia, es más que nada porque juega al tenis como los ángeles. Nike, además, contaba en nómina con Federer, que tenía ya copado el papel de artista, de sensible, casi un humanista con raqueta. Bien les venía quitar las mangas a Rafa y tratar su imagen con una perspectiva que contrastase con la de quien iba a ser su rival, su enemigo y su amigo, cada concepto en su justo sitio.

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