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El mito de Nadal se agranda tras ganar su undécimo Roland Garros (6-4, 6-3 y 6-2)
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en la pista philippe chatrier

El mito de Nadal se agranda tras ganar su undécimo Roland Garros (6-4, 6-3 y 6-2)

Rafael Nadal se lleva el título en París tras ganar a Dominic Thiem en un partido que tuvo controlado desde el principio y que solo temió por un conato de lesión en el tercer set

La cara de concentración no abandona a Rafa Nadal en ningún momento. Es un gesto serio, circunspecto, lo mismo en la cancha que en rueda de prensa. Es ese punto de profesionalidad que solo se rompe al final de las grandes ocasiones, cuando se dibuja la sonrisa, se tira a la tierra y respira profundo. A veces llora. Motivos tiene para ese cóctel de emociones, el número 1 del mundo acaba de ganar su undécimo torneo en Roland Garros. Es uno de los mejores tenistas de siempre. No, es más que eso, es uno de los más grandes deportistas de todos los tiempos, sin importar nacionalidad ni disciplina, uno de esos colosos que aparecen una vez por cada era. Lo cual solo hace más extraño que haya pasado sus días junto a otro como él, Roger Federer.

Dominic Thiem fue el último antagonista en París. Desde hace tiempo, uno o dos años, es considerado el mejor ser humano sobre arcilla. Porque Nadal, obviamente, no pertenece a la misma categoría que el resto de jugadores en esto de jugar en tierra. El austríaco viene de la tradición del mítico Thomas Muster, un jugador fortísimo, algo aburrido, que se agarra al terreno y es capaz de martillear a su rival hasta desesperarle. Una táctica que funciona bien en el día a día, pero que se estrella contra el mejor, que prácticamente inventó esto de empujar a su contrario al límite. Solo en un punto del encuentro hubo la sensación de que se le podía escapar al español, y en ello poco tuvo que ver su rival. En el tercer set, a Rafa se la agarrotó la mano. Parecía tener un calambre, el gesto de dolor presidía su banquillo. Era doloroso, pero no incapacitante, se recompuso y siguió su camino, marcial como solo él sabe ser.

Foto: Ilustración: Raúl Arias.

La incertidumbre es relativa con Nadal, es cierto. Cuando has ganado ya diez veces el mismo torneo se te espera a lo grande. Físicamente Rafa no ha tenido problemas desde que empezó la primavera, y ese suele ser el mayor problema para el español. Empezó el partido y desde los primeros puntos se supo que cada golpe sería trabajoso, con dos jugadores firmes como el yunque. Cada derecha una emboscada, cada revés devuelto con otro revés. Las piernas de Thiem, como las de Nadal, son un prodigio, llegan a todo, son infatigables. Ese era el panorama, pero la igualdad de estilos, y la extrema resistencia, no quiere decir que también tenga igualdad en el marcador.

Porque en el tenis también hay una parte de estadística aplicada. No es solo competir los puntos sino también ganar los puntos decisivos. Y en ese Rafael Nadal es una mente maravillosa, en los momentos en los que puede romper el servicio de su rival parece hasta más alto. En el que terminaría siendo último juego del primer set, Thiem dudó con el servicio. El austriaco saca mejor que el número uno, es una de las escasas variables en las que es evidentemente superior, pero no le sirvió demasiado. Se dejó una bola en el centro de la pista, Rafa fue a por ella como un tigre en la sabana. Falló un primero, Nadal sacó la antena y atacó con un golpe profundísimo. Tenía dos bolas de set y no las iba a desaprovechar. Un punto más, set para el español y una sensación que recorrió la pista, el complejo de tenis, la ciudad de París y todo el mundo conocido: este partido ya lo hemos visto.

placeholder Galería: las mejores imágenes de la final.
Galería: las mejores imágenes de la final.

Ganar el primer set, ganar el partido

El dato decía que en los 77 partidos previos en los que había ganado el primer set en Roland Garros, Nadal se había llevado el partido. Eso es algo más que una estadística, es un mazo, porque los jugadores lo saben, los rivales tienen claro lo que sucede cuando te pones en esa situación contra el número 1. Y Dominic Thiem, como todo buen profesional, es probable que pensase en ese momento un positivo "pues igual yo soy el primero", pero a la hora de la verdad la repetición constante de un hecho no es una casualidad. El sol sale todos los días por el este desde hace milenios, Nadal gana sus partidos de grand slam si gana en el primer parcial desde hace más de una década.

El primer set fue el más duro, el más complejo. Así ha sido durante todo el torneo, también le ocurrió contra Del Potro o contra Schwartzman, el único jugador que le ha arrebatado un parcial en estas dos semanas. También tiene una lógica tenística. Conocedores del dato anterior, los jugadores del circuito, empezando por Thiem, piensan que el único modo de resolver este enigma es entregarse a tope al principio. Eso les lleva a pelear bolas que más adelante en el partido, cuando ya ven que el desenlace va a ser el previsto, dejan de luchar. Es humano, guardar el físico, intentar terminar vivo de esa ensalada de golpes que pone Nadal encima de la tierra. El primer set fue durísimo, pero terminó como todos los demás.

Otro dato: todas las finales que ha ganado en París, que es lo mismo que decir todas las que ha jugado, se resolvieron antes de llegar al quinto set. Nadal nunca ha jugado un quinto en la final de Roland Garros porque suele cortar las alas de sus rivales mucho antes. Hay verdaderas palizas en el historial de Rafa, ha ido viendo como temporada tras temporada los rivales se quedaban muy lejos de sus prestaciones. Los títulos están ahí, pero quizá lo más extraordinario de todo es la diferencia que ha logrado con el resto de los tenista hasta convertir una gesta en una rutina.

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Paris (France), 10 06 2018.- Rafael Nadal of Spain plays Dominic Thiem of Austria during their men'Äôs final match during the French Open tennis tournament at Roland Garros in Paris, France, 10 June 2018. (España, Abierto, Abierto, Tenis, Francia) EFE EPA CAROLINE BLUMBERG

Infravalorar al héroe

Thiem sueña con algún día ganar este torneo, pero por el momento tiene que esperar, esa plaza está tomada. Nadal, que es un gran táctico, intentaba desplazarlo a su zona de revés, poniéndole mucho peso. Tiene el austriaco el golpe a una mano, lo que en principio sería una gran cosa para Rafa, que ha pasado buena parte de su carrera deprimiendo a gente que no le pega a dos manos. Lo que pasa es que Thiem es tan duro, tan fuerte, que también es capaz de dominar la bola pesadísima de Nadal con una sola malo. Es de los muy pocos que se puede permitir ese lujo, pero es una cualidad insuficiente para equilibrar la contienda.

Es fácil infravalorar el mérito de Rafa, porque cada año hace lo mismo en Roland Garros. Y se vuelve rutinario, y la gente se cansa, y el público se olvida de que ganar esto es muy difícil, que es obligado ser un coloso para ganar uno, no digamos ya para lograrlo en once ocasiones. Un detalle más, el resto de los jugadore sueñan con ganar en París, aspiran a ello, pero no lo tienen como una obligación. Nadal sí, no llevarse el segundo grand slam del año no sería un fracaso, pero sí de algún modo una decepción. Porque a eso ha acostumbrado a todos los aficionados, a la más absoluta grandeza. Thiem, como el resto, solo pueden clavar los pies y aplaudir.

Decía Del Potro estos días que no esperen otro final para esta película en los años venideros. No es que sea una vidente, es que lleva muchos años viendo como se repite la misma secuencia de hechos. Once son los títulos en París y hablar de futuro es vano. Hasta que el cuerpo aguante. O hasta que se aburra de ganar, lo que llegue antes. Por eso, por un dominio así, es el mejor de siempre sobre tierra batida.

La cara de concentración no abandona a Rafa Nadal en ningún momento. Es un gesto serio, circunspecto, lo mismo en la cancha que en rueda de prensa. Es ese punto de profesionalidad que solo se rompe al final de las grandes ocasiones, cuando se dibuja la sonrisa, se tira a la tierra y respira profundo. A veces llora. Motivos tiene para ese cóctel de emociones, el número 1 del mundo acaba de ganar su undécimo torneo en Roland Garros. Es uno de los mejores tenistas de siempre. No, es más que eso, es uno de los más grandes deportistas de todos los tiempos, sin importar nacionalidad ni disciplina, uno de esos colosos que aparecen una vez por cada era. Lo cual solo hace más extraño que haya pasado sus días junto a otro como él, Roger Federer.

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