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El título de Bastad y los últimos acordes tenísticos del valeroso David Ferrer
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un nuevo trofeo para el alicantino

El título de Bastad y los últimos acordes tenísticos del valeroso David Ferrer

Su victoria ante Alexandr Dolgopolov le supuso el vigésimo séptimo título de su carrera y el primero tras 21 meses de sequías. Tiene 35 años, pero quiero disfrutar del tenis que le queda

Foto: Ferrer of spain reacts after winning the singles final match against alexandr dolgopolov of ukraine during the atp tennis tournament swedish open in bastad
Ferrer of spain reacts after winning the singles final match against alexandr dolgopolov of ukraine during the atp tennis tournament swedish open in bastad

David Ferrer cierra el partido contra Dolgopolov y levanta al cielo su puño derecho. Llevaba 21 meses sin ganar un torneo y Bastad corta esa hemorragia. Es su vigesimo séptimo título de la ATP, una cifra asombrosa. Entre los jugadores en activo solo Federer, Nadal, Djokovic y Murray han conseguido más galardones. Y todo eso sin llegar al 1.80 de altura.

Los ha habido mejores, pero muy pocos tuvieron más mérito que él. Tiene 35 años y el declive es evidente. Es lógico, la edad no perdona y, además, Ferrer siempre fue un jugador muy físico, necesitado de tener las piernas más sueltas del circuito para ponerse a la altura de otros que le pegaban mucho más duro, aunque solo fuese por la lógica anatómica de tener los brazos y las piernas más largas. Nunca pareció importarle a David, siempre mirando desafiante a los cientos de Goliat que intentaron, sin éxito, detenerle.

Anda hoy perdido por el número 46 del ránking mundial, lejos de aquellos tiempos en los que era siempre top-10. Más aún de aquellos años que le vieron entre los cinco mejores jugadores del mundo para pasmo de muchos. Ferrer, el trabajador, el estajanovista. No siempre fue así. Mil veces se ha contado que de joven era algo rebelde y un poco vago incluso. Quién lo iba a decir. Javier Piles, tantos años su entrenador, le puso en la disyuntiva que definiría su vida. O se lo tomaba en serio o no llegaría. Los hechos recuerdan que escogió adecuadamente.

Praga, final de la Copa Davis 2012. Es quizá el mejor momento tenístico de David Ferrer en su carrera. Colosal comportamiento, gana a Stepanek el viernes y a Berdych el domingo. Pero no es suficiente, el resto del equipo español naufraga y la ensaladera se queda en la República Checa. Ferrer se encuentra sentado en el vestuario español, con la mirada perdida y evidentes síntomas de haber llorado. Para él cada golpe era dejarse la vida y la derrota tiene un significado. Cualquier cosa menos ser un pasota.

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David Ferrer of Spain in action against Alexandr Dolgopolov of Ukraine during the singles final match of the ATP tennis tournament Swedish Open in Bastad, Sweden July 23, 2017. TT News Agency Adam Ihse via REUTERS ATTENTION EDITORS - THIS IMAGE WAS PROVIDED BY A THIRD PARTY. SWEDEN OUT. NO COMMERCIAL OR EDITORIAL SALES IN SWEDEN

El deportista ejemplar

Ferrer lo hizo siendo un ejemplo, algo que no es tan habitual en un deportista profesional. Hablaba con el tono bajo, como si contase un cuento a los niños y dice las cosas claras sin necesidad de ser faltón o excesivamente rotundo. En sala de prensa se detiene antes de cada contestación, piensa y elige con cuidado las palabras. Quizá no es el más carismático, pero nunca le han faltado amigos en el circuito, más bien al contrario. El sentimiento general es que en Ferrer había un hombre bueno, un compañero notable con quien merecía la pena arrimar el hombro.

No fue el más mediático, se vio como otros muchos opacado por la presencia infinita de Rafael Nadal, el mejor jugador español de siempre y uno de los más grandes de la historia sin necesidad de distinguir nacionalidades. Nunca hubo queja alguna al respecto, quizá porque también hubiese sido algo pueril reclamar un foco que no le correspondía. Ferrer siempre supo encontrar su espacio propio y mantenerse en su lugar.

Le faltó tenis para ser un poco más. Siempre le faltó algún golpe para cerrar los puntos. Por eso fue mejor en tierra que en cualquier otro contexto. Él tenía piernas para recuperar todos los ataques del rival, pero le faltaba potencia para ser realmente diferencial. Tampoco era un gran sacador, es fundamentalmente un jugador defensivo y con esos argumentos se metió en una final de Roland Garros y alcanzó las semifinales de todos los torneos grandes menos de Wimbledon, siempre difícil para los españoles y un espacio muy poco propicio para un tenista como él. También alcanzó una final del torneo de maestros, cita en la que consiguió clasificarse en siete ocasiones.

Los últimos acordes en la carrera de Ferrer aún están por sonar. Este año se le ha preguntado en diversas ocasiones por ello, pues está siendo uno de los peores de su carrera deportiva y el DNI no engaña. Él, de momento, niega que en su cabeza esté otra cosa que no sea seguir jugando a su deporte. "Ya no estoy para ser top-10, pero sigo divirtiéndome jugando. En el momento en el que decida pasar más tiempo con mi familia y empezar un nuevo capítulo de mi vida pararé, pero por el momento no", explicaba.

Cuando llegue ese momento, el de retirarse para ver a la familia y centrarse en su academia de tenis, se estará marchando uno de los grandes jugadores de la historia de España. Y lo hará, como siempre fue, sin necesidad de alzar el tono de voz.

David Ferrer cierra el partido contra Dolgopolov y levanta al cielo su puño derecho. Llevaba 21 meses sin ganar un torneo y Bastad corta esa hemorragia. Es su vigesimo séptimo título de la ATP, una cifra asombrosa. Entre los jugadores en activo solo Federer, Nadal, Djokovic y Murray han conseguido más galardones. Y todo eso sin llegar al 1.80 de altura.

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