Nadal suma 30 masters, pero ninguno sabe mejor que los que gana en su Madrid
Las condiciones de la capital pueden no ser las perfectas para la estrella balear, pero el calor de la grada compensa todo lo demás. Lleva toda la semana defendiendo la existencia de un torneo en duda
"Siempre recuerdo lo difícil que es ganar". Sobre la tierra de Madrid, Rafael Nadal colma de elogios a su oponente, Dominic Thiem. Son merecidos, pues acaba de proponerle un partido imposible que solo ha ganado por pequeños detalles. Sabe que tiene enfrente a uno de los mejores jugadores de arcilla del planeta, un chico de futuro que sueña algún día con ganar en Roland Garros. Sabe que es un aspirante, pero de momento solo eso. Porque hay que recordar lo difícil que es ganar.
Nadal sumó en Madrid su trigésimo Masters 1.000. Una carrera llena de éxitos, un límite al que solo ha llegado antes Djokovic. Es cierto que el segundo nivel del tenis mundial no tiene el prestigio de los Grand Slam. No es un circuito que lleve montado una eternidad, sino una manera pensada hace ya unas décadas de conseguir que este deporte fuese aún más rentable. Se conformó una estructura en la que el dinero fluía y fluye con facilidad, que daba puntos para la clasificación mundial y, sobre todo, que conseguía que los mejores jugadores del mundo se vieran con mucha frecuencia.
Antes no era así, los mejores jugadores solo coincidían en los Grand Slam, pues cada uno se confeccionaba un calendario propio para ganar lo máximo posible con el menor esfuerzo. Cuando aparecieron los Masters 1.000, todo eso cambió. Son obligatorios, son necesarios para el jugador y, aunque solo sea por estar en el segundo nivel, tienen un prestigio mayor que otros torneos. Ciudades como Barcelona se quedaron con un palmo de narices, antes sus campeonatos eran más importantes, pero no había el dinero necesario, o las ganas de ponerlo, para tener durante 10 días el mayor espectáculo del tenis.
Madrid llegó tarde a esta fiesta, pero cuando lo hizo fue con un proyecto potente. Primero en pista dura, en otoño, pero siempre pensando en más. Desde 2002, es un torneo en tierra. El hecho de ser mixto, una rareza en el circuito, lo hace aún más importante. Para llegar a esto han tenido que poner mucho dinero, han necesitado mucha política. Y no han estado exentos de polémicas, porque en Madrid siempre se han intentado cosas diferentes, para bien y para mal. Solo hay que ver los horarios, tan poco tenísticos a veces. Eso ha supuesto muchas cosas para el torneo y, también, en la relación con los jugadores.
Con Nadal no siempre fue todo fácil, aunque el tiempo ha encauzado la relación hasta convertirla en casi idílica. Hay en ello algo que tiene poco que ver con los organizadores y el torneo y sí mucho con la ciudad en sí. Madrid quiere a Nadal sin ninguna duda, lo adora por encima de todas las cosas y jamás le pone en cuestión. Es un ídolo más propio de película que de la vida real. Madrid, esa ciudad que no es de nadie... pero parece suya.
La grada de la Caja Mágica, quizá porque el propio torneo lo fomenta, es una de las más viscerales del mundo del tenis. Nadie se engaña tampoco en que la grada es el club de fans de Nadal. No importa que juegue contra otro español, o que el partido no esté saliendo muy bueno, si él está corriendo en esa tierra lo único que se escucha es apoyo, gritos de "vamos" y tantos aplausos como una afición pueda soportar. Todo está perfilado para él, desde los carteles de publicidad hasta el 'merchandising'. Está muy por encima de todo lo demás.
Nadal, que en otros tiempos era un poco más mohíno con el torneo, ahora está rendido. También porque, por lo que se desprende de sus palabras, sospecha que el Madrid Open no puede ser eterno y empuja para que siga cuanto más tiempo mejor existiendo. "Gracias a todos por hacer esta semana única. Todos somos unos afortunados. Yo el primero, por jugar en casa. Y no puedo dejar de agradecer a Madrid por el gran apoyo que da a este evento. Sin el apoyo de la comunidad, sería imposible organizar uno así. Hay que estar satisfechos y orgullosos de tenerlo aquí en Madrid", contaba el tenista.
Carantoñas a Madrid
El agradecimiento a la ciudad organizadora es un clásico de siempre, pero esta semana Nadal ha sido más enfático que en otras ocasiones. Se ha esmerado en apoyar el torneo. También en intentar derribar los fantasmas de la desaparición del mismo, dejando caer que el tenis perdería sin Madrid, pero también la ciudad decaería si no tiene este evento 10 días al año. El único acontecimiento en el que se utiliza de manera rentable la enorme Caja Mágica.
El trofeo final, también original como solo sabe hacer las cosas el Madrid Open —cosas de Tiriac, que hasta se ha puesto el nombre a esa especie de báculo— se lo entregó al ídolo Manuela Carmena. No es la alcaldesa de la capital la persona más amante del deporte, en ocasiones ha reconocido que a ella este mundo le es algo ajeno. Pero ni siquiera ella quiso perderse la última aparición de la estrella. Son muchas las informaciones de la parte administrativa del torneo. Se habla de una guerra en el consistorio sobre los que entienden el Open y los que abjuran de él. Los primeros, sin duda, tienen el apoyo de Nadal.
"Mil gracias a todos vosotros por lo que me hacéis sentir cada vez que juego en Madrid. Es algo único e inolvidable el cariño que me dais desde 2003, la primera vez que jugué aquí. Nos vemos el año que viene", expresaba Nadal finalmente a ese público siempre rendido a sus encantos. Tan evidente es el favoritismo que su rival, Thiem, se lo tomaba con cariño. "Entiendo que teníais que animar a Rafa", decía antes de dar las gracias en castellano.
Atrás quedó el año de la tierra azul, con todos los tenistas en armas. También la machacona repetición de la altura de Madrid y lo mucho que afectaba al juego de la estrella (incluso se llegaba a deslizar que el torneo estaba mejor en Hamburgo). Lo cierto es que, por más altura que haya, sigue siendo Nadal y siendo tierra. Es cierto, le cuesta algo más adaptarse a las nuevas condiciones, no tiene tanta soltura como en otros torneos de primavera. Pero todos los caminos conducen al mismo sitio, cuando está en forma y su juego es agresivo, Nadal siempre es el favorito en esta superficie. También a 600 metros sobre el nivel del mar.
Favorito, por cierto, quizá la palabra más odiada por el jugador español en todo el diccionario de la RAE. Lleva toda su vida luchando contra ella, en parte por humildad, también un poco por superstición. Lo hace siempre que le preguntan por su indudable primacía de cara a Roland Garros. Responde una cosa que, por más veces que la diga, no empezará a ser cierta. Siempre dice que el favorito es el que gana, pero en castellano la palabra que define eso no es favorito, sino campeón. Su empeño es a veces pueril, todos los de alrededor saben que llegará París y el hombre a seguir será él. Eso no asegura la victoria, nada lo hace, pero es tan cierto como decir que en este torneo de Madrid ha ganado, ha vestido con una camiseta morada y también era favorito. Porque es tenis, es tierra y es Nadal.
Ganar, recuerda Nadal, es siempre difícil. Nadie le puede cambiar una coma a eso, tiene toda la razón. Tanta como el que dice que, para él, en esta zona del calendario, lo parece menos.
"Siempre recuerdo lo difícil que es ganar". Sobre la tierra de Madrid, Rafael Nadal colma de elogios a su oponente, Dominic Thiem. Son merecidos, pues acaba de proponerle un partido imposible que solo ha ganado por pequeños detalles. Sabe que tiene enfrente a uno de los mejores jugadores de arcilla del planeta, un chico de futuro que sueña algún día con ganar en Roland Garros. Sabe que es un aspirante, pero de momento solo eso. Porque hay que recordar lo difícil que es ganar.