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La danza de la lluvia de Nadal es jugar lo mejor posible para terminar rápido
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se impuso al sudafricano por 6-3 y 6-4

La danza de la lluvia de Nadal es jugar lo mejor posible para terminar rápido

El jugador español se deshizo de Kevin Anderson en dos rápidos sets y así pudo irse a descansar al hotel. El Godó está marcado por el temporal, el mayor enemigo de los organizadores

Foto: Rafa Nadal, en el Godó. (EFE)
Rafa Nadal, en el Godó. (EFE)

La lluvia es el elemento odiado en el tenis. Los organizadores, también los tenistas, se levantan la semana de torneo con el reporte meteorológico en la cabeza. Saben los quebraderos de cabeza que puede dar el agua cuando cae del cielo. En las pistas descubiertas, abrumadora mayoría en el circuito, la lluvia es cambiar los planes y dificultar la historia. Los ratos de juego se resienten, no hay espacio para los entrenamientos y las pistas, que suelen ser escasas, empiezan a tener exceso de carga de trabajo.

Foto: Rafa Nadal golpeando la bola en la pista que lleva su nombre. (EFE)

El tenis, por su naturaleza, es un deporte de horarios imprevisibles. Nadie puede calcular realmente lo que va a durar un partido concreto ni cuándo empezará el siguiente. La paciencia es una de las cualidades naturales del tenista, no tanto por nacimiento sino por costumbre, una buena parte de sus carreras la pasan en un vestuario, esperando a que terminen otros partidos para poder, en un momento indeterminado, sacar a la pista todo lo que tienen dentro del cuerpo. Todo esto, claro, se extrema con la lluvia, pues ya no es solo lo tedioso de la contienda previa sino la propia incertidumbre del cielo.

Tampoco se puede hacer nada. No hay manera de contener la meteorología, así que solo toca sortearlo con gracejo cuando aparece. El mejor método que tiene un tenista en estas ocasiones es el que utilizó Rafa Nadal contra Kevin Anderson en la tercera ronda de este Torneo Conde de Godó: arrasar en la pista. Porque cuanto más rápido juegues menos posibilidades hay de que la lluvia reaparezca el agua para chafar la jornada. Si ganas rápido, con el trabajo cumplido, te vas al hotel, ducha, masaje y mañana será otro día.

Es cierto, Anderson, sudafricano, sacador, tiene poco que hacer contra Rafael Nadal. En el tenis en general, en tierra batida en particular. No es un desdoro, es lo normal. Es un jornalero de este deporte, alguien que se está ganando la vida por encima de la media de la población, con bastante más dinero en el bolsillo que cualquier trabajador normal, pero que no puede retar a los más grandes en condiciones habituales. El español es otra cosa, figura entre los elegidos, es de esos hombres a los que ganar una sola vez justifica una carrera entera. Esta vez era la cuarta en la que se cruzaron y todas, por supuesto, fueron para Nadal.

El balear entró en la pista central del torneo, llamada a su nombre porque nadie ganó más veces este Conde de Godó, con la ambición de hacer del partido un trámite. Y se notó desde los tres primeros juegos, agresivos, ganados con facilidad. Comenzó, y esto es extraño, gobernando el encuentro desde el servicio. Arramplaba con buenos servicios y desde ahí comenzaba el control de la situación. Anderson, que no se distingue por ser el más rápido de piernas, poco más podía hacer que pedir clemencia ante la ensalada de tiros, cruzados y rectos, que le iban llegando desde el otro lado de la red.

placeholder Paraguas en Barcelona. (EFE)
Paraguas en Barcelona. (EFE)

Moverse en la tierra

Y poco a poco, punto a punto, fue recortando un partido en el que era importante no alargarse. Lo mejor siempre es estar poco tiempo sobre la pista, pero aún es más importante cuando el cielo está inestable. Porque un parón puede hacer que cambie la dinámica y al volver a la pista quién sabe qué se puede encontrar, el deporte da muchas vueltas y hay que hacer lo posible por dejarle sin alternativas.

Foto: El de este sábado fue el primer enfrentamiento oficial entre Nadal y Goffin. (Reuters)

Pero en este caso las herramientas de Nadal eran más que suficientes para dejar el contador de minutos tiritando. Es por Nadal y es por la tierra, esa simbiosis casi perfecta que une a un jugador único con un entorno perfecto para su tenis. El 14 veces ganador de grand slam tiene un ritmo endiablado en esta superficie, él es capaz de llegar a las bolas más difíciles y devolverlas con una limpieza académica. Siempre va a llegar porque en este campo se mueve como una bailarina encerrada en el cuerpo de un tigre. Es la velocidad de piernas y también el conocimiento de lo que hay que hacer en cada situación.

Nadal es quien sabe cuáles son los pasos necesarios para llegar a la bola con el equilibrio suficiente para responder con presteza. Eso se enseña, pero sobre todo se entrena y son incontables las horas que él ha pasado corriendo por encima de la arenisca. Mañanas enteras, tardes interminables en las que hacía esos recorridos una y otra y otra vez. El jugador español ahora lo hace menos, porque el tiempo pasa y las articulaciones se resienten, pero cuando era más joven era de esos que cuando terminaba un partido se cruzaba directo a la pista de entrenamiento. Para seguir practicando, para que los movimientos fueran cada vez naturales.

A la vista está que lo consiguió, Nadal está más cómodo deslizándose sobre la tierra que caminando sobre asfalto un día cualquiera. Y es normal, porque casi ha pasado más tiempo en esas circunstancias que en las otras, las que son normales para la gente corriente. Esos que no son como Nadal, que suponen casi el 100% de la población mundial. Y en tierra batida, que es de lo que se trata en esta primavera plomiza de Barcelona, la lista se reduce mucho más. Se reduce tanto que se convierte en una en la que solo cabe un nombre en la historia, el suyo. Lleva nueve títulos en el Godó. Es difícil, aunque no imposible, pensar en un desenlace que no sea el de él levantando el trofeo. Su victoria en Barcelona suena casi a rutina.

La lluvia es el elemento odiado en el tenis. Los organizadores, también los tenistas, se levantan la semana de torneo con el reporte meteorológico en la cabeza. Saben los quebraderos de cabeza que puede dar el agua cuando cae del cielo. En las pistas descubiertas, abrumadora mayoría en el circuito, la lluvia es cambiar los planes y dificultar la historia. Los ratos de juego se resienten, no hay espacio para los entrenamientos y las pistas, que suelen ser escasas, empiezan a tener exceso de carga de trabajo.

Rafa Nadal
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