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Nadal se mete en la final del Open de Australia tras un partido eterno
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se impuso por 6-3, 5-7, 7-6, 6-7 y 6-4

Nadal se mete en la final del Open de Australia tras un partido eterno

El español se impuso a Dimitrov en un partido a cinco sets en el que todos se disputaron hasta el final. Se enfrentara por el título a Roger Federer en la reedición del partido más grande de la historia

Foto: Nadal celebra su muy trabajada victoria ante Dimitrov (EFE)
Nadal celebra su muy trabajada victoria ante Dimitrov (EFE)

Rafael Nadal lo ha vuelto a hacer. Necesitó toda la épica, toda la fuerza, todo el tenis, pero lo logró. El de Grigor Dimitrov puede meterse en el saco de los mejores partidos de su carrera, uno más en el zurrón de la excelencia. Hay jugadores que están construidos desde la leyenda, que son capaces de afrontar cualquier reto y salir victoriosos. Eso se tiene o no se tiene y es lo que diferencia, al final, a los que pasan a la historia de los que únicamente pueden aspirar a ello. Nadal jugó igual de bien que Dimitrov, que mostró durante casi cinco horas un nivel sublime de tenis. Solo uno pudo ganar y lo hizo, como es costumbre, el jugador que mejor cuida los detalles, el que nunca pierde la frialdad por más revoluciones que coja un partido.

Y este encuentro épico, la oda al tenis, es la antesala de la final del Abierto de Australia que todos los aficionados al tenis llevan rumiando durante días. El domingo se reeditará la historia, volverán a verse las caras los dos jugadores que han marcado la época dorada de un deporte, quizá los dos más grandes tenistas que jamás se han visto. Un Federer-Nadal es mucho más que un enfrentamiento, es una fiesta que todo el mundo puede disfrutar. Era, además, una fiesta improbable, pues nadie hubiese dicho cuando este torneo empezaba que el desenlace iba a tener estos protagonistas. Nunca apuesten contra los mitos.

Así fue el último punto del partido.

Nadal domina el tenis desde la heterodoxia, en él todo parece mucho más esforzado que en otros rivales de tenis más académicos. Solo él hace que su derecha termine con el brazo pasando por encima de la cabeza, un gesto forzado al extremo que a él, no cabe duda, le funciona a la perfección. Es ese golpe, el drive, con el que ha ido comprando su carrera, dominando partidos y encontrando el centro de la pista, el equilibrio perfecto.

El español tiene los golpes pero, sobre todo, y eso es quizá lo que le distingue de talentos como el de Dimitrov, sabe utilizarlos a la perfección. Nadal, por su estilo de juego, no tiene el tiro ganador fácil. Su bola sale alta, liftada, difícil de contestar bien, pero no con la suficiente velocidad como para conseguir puntos gratis. Por eso él, desde que era un niño, aprendió a trabajar los puntos, a encontrar la debilidad del rival para no darle un atisbo de comodidad.

Contra el búlgaro, como hace habitualmente contra Federer, comprendió desde el primer momento que tenía que trabajarle el revés, abrir la bola lo más posible para que no encontrase el equilibrio. Entre las muchas cualidades que tiene Rafa está la paciencia. A él no le importa tirar diez o quince veces seguidas exactamente la misma bola, es el escultor que va cincelando poco a poco el punto hasta desubicar a su rival y ahí, sí, cuando ya consigue sacar al adversario fuera de la pista, entrar para solventar la papeleta. Y no le importa tampoco repetir ese mismo guión una y otra vez, el ansia no existe para el 14 veces campeón de Grand Slam, él está dispuesto siempre a alargar los puntos, pues sabe que esos peloteos eternos han sido su pasaporte a la historia. Un cuento de hadas.

Foto: Nadal-Federer, la última "batalla épica" del tenis mundial (Efe).

La madurez no es necesariamente una cuestión de edad. Dimitrov, que tiene argumentos tenísticos infinitos, se encuentra a los 25 años en su mejor momento. Por fin ha conseguido empastar su tenis y sus emociones, que todo vaya en la misma dirección. Ha tardado, ha pasado demasiado tiempo siendo inestable, desperdiciando ocasiones para dar un paso adelante. Es todo lo contrario que Nadal, a quien el control de la mente llegó antes incluso de que todos sus gestos se perfeccionaran. El niño de 18 años que ganó su primer Roland Garros aún era un jugador con agujeros en su tenis, aspectos que fue puliendo por el camino. Lo otro, la estabilidad personal, siempre estuvo ahí, como si hubiese nacido con la madurez perfecta para ser un gran campeón del tenis. Hasta Federer necesitó su tiempo antes de parecer un adulto. Rafa no, él siempre fue así.

Y aunque DImitrov vaya mejorando en este aspecto, es improbable que nunca llegue a tener la calma que exuda Rafael Nadal. El búlgaro jugó, por lo menos, tan bien como el 14 veces campeón de Grand Slam. La diferencia estuvo en los detalles, una cuestión de matices, esos pocos puntos que valen mucho más porque son los que terminan desequilibrando un partido entero. También en la resistencia. El búlgaro nunca ha ganado un partido que llegue al quinto set, y eso no puede ser una casualidad.

placeholder Dimitrov y Nadal se saludan tras el partido (Edgar Su/Reuters)
Dimitrov y Nadal se saludan tras el partido (Edgar Su/Reuters)

Los puntos decisivos

En el primer set, por ejemplo, fue presionando el saque de Nadal, encontrando deuces, pero sin ser capaz de redondear ninguno. El español tuvo una oportunidad contra su saque. Solo una. En buena lógica, no la dejó pasar. A veces es solo eso, entender que hay momentos en los que no hay otra opción que ganar, la determinación personal de que esos momentos van a ser un romance personal y no una pesadilla.

Más extraño fue el segundo parcial, el que se llevó Dimitrov. Se vieron cinco roturas de servicio, una rareza en el tenis masculino, mucho más si se tiene en cuenta que hablamos de dos jugadores entre los mejores del mundo. Siempre llevó el búlgaro la iniciativa, que había subido su nivel de juego hasta dominar el fondo de la pista y arrinconar a Nadal. Podría, incluso debería, haber sido un set más fácil para él a tenor de lo que se estaba viendo, pero no lo fue.

El balear siempre compra el billete de vuelta al partido, no deja de luchar un punto y, como es una máquina de absoluta precisión, sabe que todo lo que pueda alargar un partido lo hará más cercano a sus intereses. Si el otro está jugando mejor, y asumiendo que le puede dar para ganar un set, hay que agarrarse a la pista y no dejar de hacerle sufrir. Porque el reloj, a pesar de la edad y las lesiones, suele beneficiar a los intereses de la leyenda.

Foto: Rafa Nadal, en el Open de Australia (EFE)

Haber ganado el segundo set dio alas a Dimitrov, que apareció en el tercer set con un tenis durísimo, muy difícil de contrarrestar, imposible si no eres Rafa Nadal. Lo que pasa es que sí era Nadal el rival, quizá el mejor defensor de siempre. Aguantó el chaparrón con arte, sacando su servicios adelante y con la tranquilidad de saber que no hay tormenta eterna. Volvemos a la mente, porque cuando el tenis se iguala las emociones mandan. Para el búlgaro debió de ser un mazazo ver que estaba jugando su mejor tenis y ni con esas la servía, que su rival sufría, pero no se desestructuraba. Como darse golpes contra un muro. Y, a pesar de todo, siguió luchando.

Llegó el 'tie break', que tiene poco de lotería y mucho de filosofía. Es un momento caliente y hay que saber lo que te exige eso. Nadal, en este torneo, hizo un pésimo desempate contra Zverev, jugó corto, medroso, impresionado por la fuerza de su rival. Contra Raonic y Dimitrov ya tenía aprendida esa lección. Quizá perder aquel set ha sido clave para el resto del torneo. Cuando se ha visto en posición de peligro, en lugar de conservar y rezar, ha ido a demostrar que su tenis tiene tanto poderío como el que más y ha dado un paso adelante. Esto se nota tanto en el juego como en la actitud personal. Cuando Nadal se encuentra en esas situaciones levanta la mirada e hincha el pecho, sus puntos ganados se rubrican con el puño en el aire y un grito de "vamos". También es importante la interpretación.

Ese fue un punto de inflexión de ese partido. En la cabeza de Dimitrov, durante unas cuantas semanas, rondará la imagen de ese 'tie break' que pudo cambiar el partido, quizá incluso su carrera. Ponerte 2-1 contra Nadal en sets e intentar remontar es uno de los mayores retos que tiene el deporte mundial, casi la pantalla final del videojuego. Porque Nadal lo tiene todo para dominar en un Grand Slam, mucho juego, infinita paciencia y un físico resistente, capaz de llegar a las cuatro o cinco horas del partido sin una fatiga muscular enorme. Zverev, que le llevó al quinto, puede constatar este hecho.

Tiene que ver también con el estilo de juego. Cuando pasan los minutos los golpes pierden fuerza, lo que es bastante peor para jugadores que buscan puntos definitorios en cada raquetazo, que perdiendo velocidad de brazo pierden todas sus esencias. Quienes, como Nadal, sacrifican eso en favor de la colocación o la paciencia, tienen más opciones de seguir jugando de la misma manera sin perder efectividad.

placeholder Nadal salvó varias bolas de set en el tercer set (Lukas Coch/EFE)
Nadal salvó varias bolas de set en el tercer set (Lukas Coch/EFE)

Llegar entero al quinto

Asegurarse el quinto le daba ventaja a Nadal, pero ni mucho menos la victoria final. Dimitrov seguía punto a punto peleando, desplegando su tenis de altos vuelos. El cuarto set fue un monumento al saque, que era lo que le faltaba a un partido que ya estaba en el camino de la historia. Ninguno concedió una sola de break, fueron extremadamente fiables con la bola. Y en el tie break venció Dimitrov, porque era la manga del saque y el búlgaro, en eso, es algo mejor que Rafa.

Foto: Roger Federer (EFE)
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Llegaban pues a la última oportunidad, un quinto set que, como siempre pasa en una semifinal, se prometía agónico. Seguían ambos jugando a un tenis de campanillas, sufriendo un poco más Rafa, concediendo alguna bola de break, pero sin perder nunca la fe. Hay un momento clave en este parcial. Nadal sacaba con 3-4 en contra y Dimitrov se puso 15-40. Dos bolas para romperle, su billete a la final. Nadal dio un poco más donde era imposible que hubiese espacio para ello. Subió el nivel de juego y ganó cinco puntos seguidos para equilibrar el set. Otro mazazo para el búlgaro.

Era cuestión de tiempo, de seguir madurando el partido. Un par de juegos después, encontró la puerta Nadal. Empezó el juego muy bien, Dimitrov volvió pero, finalmente, fue capaz de imponerse en el deuce. El español había conseguido aprovechar sus oportunidades, quizá lo más complicado en este deporte. La fatiga, sobre todo de cabeza, era mayor en el búlgaro, que ya no pudo volver. Su lucha, como la de Verdasco en las semifinales de 2009, el único torneo que tiene Nadal en Melbourne, fue estoica pero insuficiente. Queda, como en aquella ocasión, solo un partido más. El partido.

Ahora solo queda disfrutar, saber que el domingo, a las 9.30 de la mañana en España, todo el mundo estará mirando hacia Melbourne. Allí habrá un episodio, quién sabe si el último, de la rivalidad más sana y brillante de la historia del deporte. Qué grande es el tenis cuando se juega así.

Rafael Nadal lo ha vuelto a hacer. Necesitó toda la épica, toda la fuerza, todo el tenis, pero lo logró. El de Grigor Dimitrov puede meterse en el saco de los mejores partidos de su carrera, uno más en el zurrón de la excelencia. Hay jugadores que están construidos desde la leyenda, que son capaces de afrontar cualquier reto y salir victoriosos. Eso se tiene o no se tiene y es lo que diferencia, al final, a los que pasan a la historia de los que únicamente pueden aspirar a ello. Nadal jugó igual de bien que Dimitrov, que mostró durante casi cinco horas un nivel sublime de tenis. Solo uno pudo ganar y lo hizo, como es costumbre, el jugador que mejor cuida los detalles, el que nunca pierde la frialdad por más revoluciones que coja un partido.

Rafa Nadal