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Las explicaciones siempre perezosas de las lesiones de Rafa Nadal
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Las explicaciones siempre perezosas de las lesiones de Rafa Nadal

El tenista español acumula una cantidad de lesiones inusual en la élite del tenis. Las explicaciones contradictorias del pasado no ayudan tener un relato completo de su estado

Foto: Nadal, en la conferencia de prensa (Reuters)
Nadal, en la conferencia de prensa (Reuters)

La victoria no requiere de explicaciones. Cuando un jugador gana es porque todo ha salido a la perfección. El tenis estaba fino, las piernas funcionaban, el físico no mostraba daños... Cuestión distinta es cuando las cosas empiezan a ir mal. No un torneo fallido, eso entra en la misma lógica que ganar un campeonato y tampoco requiere de muchos más datos. El problema es cuando alguien que hizo de la victoria su forma de vida empieza a perder fuelle. Y eso es exactamente lo que le pasa ahora a Rafa Nadal.

Su cara en la rueda de prensa de Roland Garros era un poema. Un problema en la muñeca izquierda del que no se tenía noticia previa le dejaba fuera de la tierra parisina, su torneo favorito, ese que ha ganado en nueve ocasiones y en el que, hasta el momento, solo había perdido dos partidos en toda su carrera. "Tengo la vaina del tendón sufriendo, es una situación complicada". La explicación no tiene más datos, se habla de ecografías y resonancias que cada día van a peor. Nadal dice que los médicos le desaconsejan jugar y que si forzase podría terminar completamente roto. También afirma que los dolores no son nuevos, que lleva dos semanas con ellos a cuestas. Con un dolor agudo que le empujó a infiltrarse para ganar a Bagnis.

Resulta sorprendente que un jugador mermado, como en teoría era Nadal en este torneo, haya conseguido ganar sus dos primeros partidos con tantísima autoridad. Groth y Bagnis no son la flor y nata del circuito profesional, pero se les supone suficientes para poner problemas a un jugador con dificultades físicas importantes, tan importantes que le llevan a dejar un torneo a medias, sin ni siquiera esperar al siguiente encuentro. Según se desprende de las palabras de Nadal, contra Bagnis jugó con la muñeca anestesiada. Es decir, un Nadal con la muñeca izquierda dormida fue capaz de secar absolutamente a un rival. El español dice en la conferencia de prensa que no podía golpear bien el drive con su estado actual, un golpe sin el que le hubiese sido muy difícil exhibirse como en los dos partidos previos.

Los problemas, según el propio tenista, comenzaron contra Joao Sousa en el torneo de Madrid. Ahí empezó todo y, tras eso, consiguió jugar bien contra Murray, aunque perdiese, y pasar dos rondas en Roma, una de ellas en un durísimo partido contra Nick Kyrgios. Perdió en cuartos de final contra Djokovic, en dos sets, pero oponiendo mucha resistencia al número uno. Es decir, incluso con la muñeca magullada fue capaz de hacer lo que la mayor parte del circuito no tendría ninguna posibilidad de hacer ni en sus días buenos. El balear dice ahora que empezó en Madrid y en Roma seguía ahí, pero que algo había remitido. Es decir, es una lesión que sube y baja con el calendario. No se conoce el tratamiento que se le ha podido dar en este tiempo y que, en teoría, funcionó en la capital italiana, pero no en París.

En este mes nadie sabía nada de ninguna lesión. Su comparecencia en Roland Garros para anunciar su retirada del torneo fue la primera muestra, la única de hecho, en la que Nadal reconocía una lesión en su muñeca izquierda. Los deportistas profesionales tienden a tapar estas cuestiones, intentan no mostrarse nunca débles, pero no deja de sorprender el hecho de que una lesión tan grande, suficiente para descarrilar a Rafa Nadal en París, haya aparecido de repente, sin avisar previamente. Es más, durante todas estas semanas los mensajes que salían de las ruedas de prensa del español eran positivos. Contra Murray en Madrid se dedicó a decir que en el segundo set no tuvo suerte, pero que había jugado al menos tan bien como el escocés. Contra Djokovic el discurso fue similar. Asumiendo su inferioridad llegó a decir que "Hasta hace unos meses no estaba preparado para competir a estos niveles", pero que con el tiempo se estaba dando cuenta de que estaba preparado. Y todo eso con una muñeca ya lastimada.

Tiempo de cura desconocido

"En unas semanas espero que esté solucionado. Cuando la rodilla no se veía el final. Aquí hay un diagnóstico, un tratamiento y un tiempo que hay que estar parado", contaba Nadal, pero sin dar más datos. De sus palabras se deduce que él sí sabe exactamente lo que le ocurre, porque habla de solucionarlo "en unas semanas", pero el público no sabe de cuánto tiempo se habla, porque, según dice el tenista, "la medicina no es matemática".

La ausencia de explicaciones concretas, de detalle, no es algo nuevo en Nadal. Hace dos años que no muestra con continuidad el gran tenis que atesora. Ha pasado a ser un mar de dudas y desdichas. En este tiempo las palabras del español nunca contaron lo que pasaba en ese momento. De cuando en cuando, meses después de los hechos, suelta alguna píldora. A finales del pasado año se dedicó a decir que su 2015 fue una catástrofe por una cuestión mental, que el físico estaba bien, pero la cabeza no armonizaba los golpes. Y eso en una temporada en la que, tras cada derrota, se decía confiado de su buena evolución ("En Montreal tuve una buena semana" o tras la derrota de Cincinnati: "He estado jugando todo el partido con una buena intensidad, con una buena actitud, haciendo las cosas que tenía que hacer") a pesar de sus poco satisfactorios resultados. Este año daba por terminados esos problemas, que se fueron del mismo modo que llegaron: en silencio. Si difícil es saber el estado de su cuerpo mucho más lo es saber el de su mente.

Estas semanas, después de ganar en Montecarlo y Barcelona, todo parecía haber vuelto a su ser, el mejor jugador de la historia en tierra actuaba y ganaba como tal. Había alegría, la legión de admiradores estaba contenta y por fin tranquila. Parecían haber quedado atrás aquellos problemas que le han tenido dos años fuera de juego. Porque 2014 fue el año en el que la muñeca derecha -la otra, la que hoy no da problemas- le apartó de la competición durante meses y en 2015, simplemente, todo había naufragado. Solo hay registrada en la temporada pasada una lesión en el hombro que se produjo en Hamburgo, una sin mucho recorrido y que no le sacó de competición, aunque fue nombrada como tal en una rueda de prensa en el torneo de Canadá.

La lista de lesiones de Nadal es inusualmente larga. Ha tenido problemas en las dos muñecas, en el hombro, en la espalda -le impidió competir en una final de Australia-, una preocupante tendinitis en la rodilla que le obligó a quedarse fuera de los Juegos Olímpicos de Londres donde, como esta temporada, estaba previsto que fuese el abanderado. Si se repasa el historial médico de sus principales rivales, Federer, Djokovic y Murray, cabe preguntarse qué le pasa al físico de Nadal.

Puede que solo sea una cuestión de fragilidad. Hay organismos más resistentes que otros y el de Nadal tiene a descorserse con más frecuencia que el de sus competidores. También podría ser una cuestión de trabajo. Las lesiones no se evitan como tal, pero el cuerpo se ejercita y se cuida para que no ocurran. Más aún cuando se habla de un jugador cuya carrera ha tenido un rosario de problemas físicos. El silencio estampa que acompaña las cuestiones médicas de Nadal, los mensajes contradictorios, las explicaciones que solo llegan meses después de que sucedan los hechos, no ayudan en absoluto a saber si el trabajo diario que hace el español, esa adecuación física necesaria para resistir el muy exigente calendario tenístico, es óptima. Nadal siempre se ha resistido a cambiar nada de su equipo y es poco probable que una nueva lesión, la enésima, le haga cambiar de opinión.

La lesión de Nadal tiene una incómoda derivada de la que el jugador no es culpable, solo víctima. La exministra francesa Roselyn Bachelot, demandada por sus palabras, le señaló como tramposo por sus largos periodos de inactividad, algo que escandalizó con razón al español que, en tiempos recientes, se ha mostrado cada vez más duro con el dopaje (no siempre fue así, llegó a exculpar a Nuria Llagostera por un positivo). El mantra es a buen seguro injusto, ser sospechoso por tener que parar, pero tiene una raíz histórica: se sabe que cosas así han ocurrido. Basta con leer la biografía de Andre Agassi para saber que en el pasado no era imposible que el tenis impusiese silencio sobre los tramposos. La imagen de Nadal no sufrirá en España, donde es un ídolo. También tendrá defensores por todas partes, pues es una leyenda, pero no sería de extrañar que unos cuantos pusiesen en duda al jugador por un nuevo parón. Especialmente si la lesión se alarga y se pierde, una vez más, los Juegos Olímpicos.

Las especulaciones pueden ser rebatidas, atajadas con fuerza. El mejor antídoto contra estas cosas es la información, contar en presente lo que ocurre, explicar las sensaciones y la evolución del físico en tiempo real, no esperar meses para decir que se estaba peor o mejor de lo que se dijo en su momento. No ha sido esa la tónica de comunicación en el entorno de Nadal, más bien una asignatura pendiente. La mayor claridad posible es siempre el mejor antídoto. La información manda.

La victoria no requiere de explicaciones. Cuando un jugador gana es porque todo ha salido a la perfección. El tenis estaba fino, las piernas funcionaban, el físico no mostraba daños... Cuestión distinta es cuando las cosas empiezan a ir mal. No un torneo fallido, eso entra en la misma lógica que ganar un campeonato y tampoco requiere de muchos más datos. El problema es cuando alguien que hizo de la victoria su forma de vida empieza a perder fuelle. Y eso es exactamente lo que le pasa ahora a Rafa Nadal.

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