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Nadal recorta los errores y pule la derecha para volver a reinar en la tierra
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disputará la final de montecarlo a las 14.30

Nadal recorta los errores y pule la derecha para volver a reinar en la tierra

El jugador español, que hoy disputará con Monfils la final de Montecarlo, ha reencontrado su mejor versión en el polvo de ladrillo y ha vuelto a recurrir a los peloteos largos para ganar

Foto: Nadal celebra su victoria contra Murray (EFE)
Nadal celebra su victoria contra Murray (EFE)

Desde la pista central de Montecarlo se ve el mar y se escucha el bullicio de la cafetería del torneo. Los jugadores suelen quejarse de esto último, pero es difícil que a estas alturas cambie. Es una más de las condiciones de una cancha que, para Nadal, es fetiche. En ese entorno, con el mar detrás y el lujo en todas partes, el jugador español forjó parte de su leyenda. Ganó el torneo en ocho ocasiones consecutivas y en esos años, desde 2005 hasta 2012, consiguió todos los récords que puedan pensarse para el campe. Y ahora, tras años de abstinencia, busca su noveno título contra Gael Monfils (14.30 h., Canal+ Deporte)

Desde aquel ya lejano 2012, sin embargo, Rafa ha dejado de ganar. El número cinco del mundo ha perdido un poco de su tacto para el torneo, no ha estado tan cómodo en los últimos tiempos en un sitio que puede llamar su casa. Coinciden las derrotas con dos años algo tumultuosos y, también, con el ascenso de Djokovic, que ha ganado dos de las tres últimas ediciones y ha demostrado que es uno de los torneos de tierra en los que más cómodo se encuentra. Quizá porque allí, como otros muchos deportistas, tiene su residencia cuando no está compitiendo.

[Lea aquí: La tierra prometida de Rafa Nadal]

Nadal busca contra Monfils reconquistar un torneo que considera propio y, de paso, oficializar su candidatura para Roland Garros, que es la madre de todos los torneos y solo está a un mes de distancia. Es la guinda del pastel de la tierra batida, esa gira primaveral a la que Nadal ha sacado tanto rédito y que comprende Montecarlo, Barcelona -que no es Masters 1.000, pero al que él nunca renuncia por cariño al torneo- Roma y Madrid antes de llegar a París en busca de la gloria más alta. Montecarlo y Roma, son las dos mejores piedras de toque de cara al grand slam, porque la participación es la mejor y ambos se encuentran al nivel del mar y otorgan condiciones similares a las que se dan en el torneo parisino.

Rafa, pase lo que pase en la final monegasca, negará cualquier tipo de favoritismo de cara a lo que queda de calendario terrícola. Es su proceder habitual, esconder las cartas como imagen de marca de póker que es desde hace tiempo. Él siempre rechaza cualquiera que le señale para la gloria, pero cuando se ve su historial es difícil pasar por alto que ha ganado nueve veces en París y que nadie está cerca de tener un legado tan lustroso como el suyo. Sí, Djokovic hoy en día es el mejor jugador del mundo, pero esto es arcilla y ahí Nadal reina.

El resurgir de la derecha

Hay síntomas muy positivos para que la cotización de Nadal crezca. El fundamental es el uso y disfrute de la derecha, el golpe maestro del balear que parece haber vuelto a sus mejores momentos. Y eso es muy importante, porque son pocos en la historia del tenis los que han tenido un arma de tanta contundencia. La derecha de Nadal no es ese golpe que busca las líneas raseando, no es un golpe rápido sino heterodoxo, un globo enorme que se enrabieta cuando encuentra el suelo y manda la pelota a varios metros de altura. Es un suplicio para los rivales, que acostumbran a golpear a la altura de la cadera y se encuentran con la necesidad de abrir más los brazos y darle al proyectil cuando sube hasta los ojos. Así, con ese golpe liftado, llegó a la gloria Nadal.

[Lea aquí: El mejor Nadal vuelve en Montecarlo]

No acorta puntos, pues el rival suele contestar, aunque ya trastabillado y abatido. Y es un seguro para un jugador que ha basado su carrera en reducir al máximo los errores. La lucha de Nadal siempre estuvo más en no perder que en ganar. "Lo importante es jugar puntos seguidos, con intensidad, sin cometer errores, estamos trabajando muy duro en eso y estar consiguiéndolo me da mucha confianza", comentaba esta semana Nadal después del partido de Wawrinka. "Puedo hacer golpes ganadores con mi derecha también, lo estoy haciendo, con passing shots y buenas defensas, eso es importante para mi confianza también", concedía Nadal en ese partido.

El mejor resumen de lo que es su juego lo hizo en esa misma rueda de prensa: "Lo más importante en mi juego es saber que cuando le doy a la bola va a ir dentro, incluso desde malas posiciones, la bola va a entrar". Siempre dentro, que los riesgos los tome el otro que, de todos modos, es improbable que pudiese aguantar el ritmo de peloteos a los que impone el español a sus rivales.

A ese estilo se expondrá en la final de Montecarlo un viejo conocido de Rafael Nadal. Gaël Monfils es solo tres meses menor que el español, ambos de la añada del 86. Y se conocen bien, porque se vieron desde el circuito junior, ese que el español se comió en dos bocados -pasó rápidamente a profesionales porque el entorno se le quedaba pequeño- y en el que el francés reinó. Como suele pasar al otro lado de los Pirineos, pronto le ungieron como el sucesor de Yannick Noah, el último francés en ganar Roland Garros. Demasiada presión para cualquiera, también para Monfils, un jugador aseado, que ha llegado a estar entre los 10 mejores del mundo pero que nunca se ha podido comparar con algunos de sus coetaneos -además de Nadal están Murray y Djokovic, que son solo un año más jóvenes-.

Monfils es un gran atleta al que no le gusta el tenis. Esta frase, que podría chocar al aficionado casual, en realidad es algo bastante común en el deporte. Jugadores ampliamente dotados que realizan su actividad como si fuesen a la oficina a poner sellos. No es el caso de Nadal, que tiene una memoria privilegiada para hablar de todos los partidos y todos los puntos que ha disputado. Si se le pregunta por un partido concreto él recuerda hasta las sensaciones concretas de cada zurriagazo a la bola. Esa no es la única diferencia, pensar así sería una equivocación, Nadal ha sido mejor que su rival en la final de Montecarlo por casi todos los factores que se puedan imaginar. También en compromiso. Y, por supuesto, en la ausencia de errores.

Desde la pista central de Montecarlo se ve el mar y se escucha el bullicio de la cafetería del torneo. Los jugadores suelen quejarse de esto último, pero es difícil que a estas alturas cambie. Es una más de las condiciones de una cancha que, para Nadal, es fetiche. En ese entorno, con el mar detrás y el lujo en todas partes, el jugador español forjó parte de su leyenda. Ganó el torneo en ocho ocasiones consecutivas y en esos años, desde 2005 hasta 2012, consiguió todos los récords que puedan pensarse para el campe. Y ahora, tras años de abstinencia, busca su noveno título contra Gael Monfils (14.30 h., Canal+ Deporte)

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