Un madrileño hace realidad el sueño de unos niños ugandeses con discapacidad para jugar al rugby
El exjugador Guillermo Fajardo viajó hasta Uganda para crear un proyecto que integrase a los niños con discapacidad en el mundo del rugby. El objetivo es "conseguir más jugadores"
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Guillermo Fajardo, un madrileño de 50 años, llevaba tiempo dándole vueltas a la cabeza sobre si hacer o no un alto en el camino. Quería tomarse un año sabático. No dejaba de soñar con viajar a la cordillera del Himalaya "a hacer un 6.000 metros con esquís". Una inoportuna rotura de tobillo practicando escalada, seguida de varias operaciones, le hizo replantearse el tema durante los 12 meses que estuvo de baja. Aunque él mismo reconoce que ya es "un poco mayor" y que se le ha pasado el arroz para ser cooperante, a mediados del pasado mes de agosto se lio la manta la cabeza y se marchó a Uganda para participar en un proyecto de ayuda a niños con discapacidad.
Al poco tiempo logró reunir un pequeño grupo con la idea de crear a medio plazo un equipo de rugby inclusivo. Se trataba de hacer algo divertido "y menos sórdido" de lo que suele ser habitual en este tipo de actividades de cooperación. "Es un proceso que exige mucho esfuerzo y dedicación, así que ahora mismo en lo único que pienso es en conseguir más chavales", admite. El madrileño lleva unido al rugby desde los 17 años. Primero en el Arquitectura y más tarde en el San Isidro jugando como primera o segunda línea "sin llegar nunca a tercera que era mi sueño porque era muy lento y algo torpe". De allí pasó al Quimic de Barcelona. Nunca perdió el contacto con su club de la camiseta sangre y cielo. De hecho, cuando regresó a Madrid se reenganchó para disputar la competición liguera con jugadores que rondaban los 40 años.
"Fue entonces cuando surgió la idea de formar un equipo de rugby inclusivo". El club ya llevaba desde 2012 trabajando con su escuela en torno a un proyecto enfocado a la plena integración de los niños y niñas con síndrome de Down. Los avances se hicieron notar bien pronto. Incluso llamaron la atención de Down España que ideó un proyecto llamado "Un placaje para la ilusión" al que se fueron uniendo poco a poco otros conjuntos con el apoyo de empresas como Nateevo o Clarins. Más tarde, en 2017, se creó el equipo inclusivo bajo las normas IMAS (International Mixed Ability Sports) en el que pueden jugar personas con y sin discapacidad.
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Si la escuela del San Isidro son las lagartijas, su academia los tritones y sus seniors son conocidos como los lagartos; no quedaba otra que el equipo inclusivo fuera conocido como los camaleones, ya que es un animal que se adapta a cualquier entorno. Y ahí es donde juega ahora Carlos Fajardo, el hermano pequeño de Guillermo, con una discapacidad del 90 ciento debida a una hemiplegia en la parte derecha del cerebro, lo que le genera dificultad en la movilidad de la mitad de su cuerpo. "Seguro que es el más lento de todos, pero forma parte de un proyecto muy chulo donde un amigo mío se ha incorporado y le acompaña a todos los partidos ahora que no estoy en España", añade.
Durante la época en que se recuperaba de la rotura de tobillo, una amiga le propuso echar un vistazo en la web hacesfalta.com que da servicio a gran cantidad de ONGs. Fajardo ya había realizado labores de voluntariado con Cruz Roja en Barcelona quedándose al cuidado de niños abandonados. Pronto dio con una ONG llamada África Directo “carente de vínculos políticos y religiosos” que opera en 16 países del continente. Está integrada por voluntarios que aportan conocimientos, dedicación y medios económicos por lo que se consigue que todo el dinero llegue a los proyectos que tiene en marcha a lo largo y ancho del continente. Una vez desterrada la idea de viajar al Himalaya, su apuesta fue asentarse en Masaka, una ciudad muy cercana al lago Victoria donde el fútbol es el deporte rey.
El cooperante madrileño se puso a trabajar en una especie de orfanato llamado St. Vicent Pallotti en Kiotu, a las afueras de Masaka, en manos de las monjas de la congregación Good Samaritans Sisters que se encargan de personas ancianas, abandonadas y de niños con algún tipo de discapacidad para, según reza en su web, "protegerlos, garantizar que reciban atención médica y ofrecerles el apoyo físico y emocional que necesitan". De trabajar en una empresa con 85 empleados “donde el teléfono te sonaba a todas horas”, el voluntario madrileño pasó a un lugar donde el móvil pasa a ser un elemento decorativo y donde también se encarga de la búsqueda de más donantes a través de África Directo.
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En el orfanato los niños tienen una curiosa manera de dirigirse a Fajardo. "Todos me llaman mzungu, que en swahili quiere decir hombre blanca", señala. No tiene ninguna connotación despectiva. Es la forma habitual de los lugareños para entablar una conversación con alguien que no es de raza negra. Masaka fue en su día la segunda ciudad en importancia de Uganda. La guerra contra Tanzania, las matanzas llevadas a cabo en la zona por el sátrapa Idi Amin Dada o su propia guerra civil empobrecieron un país que aún no ha levantado cabeza y que en la actualidad sigue en los puestos de cola en lo que a renta per cápita se refiere. A eso se une el problema de la natalidad. Las mujeres tienen una media de 4,47 hijos y la tasa de esperanza de vida al nacer es de las más bajas del planeta. Casi la mitad de los niños son huérfanos de madre o padre y, curiosamente, eso no impide que la tasa de alfabetización esté por encima del 80%, una de las más altas del continente.
Las grandes dificultades en la familia
Con este panorama es fácil de entender los problemas a los que enfrentó Fajardo nada más tomar contacto con la nueva realidad. "Para una familia que tiene un niño con alguna discapacidad la cosa se complica aún más", espeta. No es que los abandonen. "Nos los traen porque saben que no van a poder hacerse cargo de ellos", aclara. Por ejemplo, en su orfanato hay unos treinta niños y niñas de entre cinco y diez años. De ellos, solo hay dos abandonados. Fajardo explica que, si una madre tiene siete hijos, "vamos a llamarles normales", ya tiene bastantes dificultades para ayudarles. La situación empeora si uno tiene algún tipo de discapacidad. Muchos acaban en el St. Vincent Palloti porque no pueden caminar o tienen parálisis cerebral muy severa. Existe otro grupo con los que sí se pueden hacer algunas actividades, "y de ahí la idea de que prueben con el rugby como una actividad de integración".
Una de las tareas del exjugador del San Isidro, con la ayuda de un fisioterapeuta que se pasa de vez en cuando por el orfanato, de las hermanas y de las cuidadoras, es, lo primero, tratar de enseñarles a gatear a base de estimulación. "Algunas veces hasta consigues que anden y que aprendan a comer solos, lo que supone un pedazo de paso adelante". Recuerda que, en el caso de su hermano, comenzó a andar a los cinco años. "No es fácil que lo consigan y a veces tienes que conformarte con que aprendan a moverse un poco", advierte. Cuando una familia comprueba los avances logrados en el orfanato es bastante habitual que opte por llevarse el niño a casa durante una temporada, "y luego nos los vuelven a traer para que sigan aprendiendo". Por desgracia, poco se puede hacer con los críos que sufren parálisis cerebral severa. "Son cuatro o cinco que están en una tumbona y ya solo darles de comer se convierte en una auténtica odisea". Así que la máxima aspiración para ellos "es que no se queden tan esqueléticos que cuando nos los trajeron sus madres porque no disponían de tiempo ni de recursos para darles de comer".
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Más o menos, ésta es la fotografía que pudo ver Fajardo la primera vez que visitó Masaka. Cuando regresó a casa por Navidad ya tenía en mente la idea de montar un equipo inclusivo de rugby pese a los pocos mimbres que tenía para hacer un buen cesto. En Madrid se entrevistó con Curro Devesa, el presidente del San Isidro, para pedirle algunas camisetas y balones del club. De regreso al St. Vincent Palloti, parecía una especie de Papá Noel con una enorme bolsa llena de regalos. Dicen que el mundo es un pañuelo y que las casualidades, a veces, existen. En este caso convergieron las dos circunstancias. Un buen día se encontraron en otro colegio varios balones con los que ahora también entrenan habitualmente los chicos que llevan el nombre y el escudo de otro equipo madrileño: Cisneros.
El rugby en Uganda es bastante conocido. Lo introdujeron los ingleses durante la época colonial y fue un deporte muy del gusto de la población negra. No en vano, hasta el propio Idi Amin llegó a jugar de segunda línea en el Kobs RFC de Kanpala y su selección, unida a las de Kenia y Tanzania bajo el nombre de East Africa, se enfrentó en 1955 y 1962 a los British and Irish Lions. En Masaka también es bastante popular, después del fútbol y el cricket. "De lo que se trata ahora de que alguno de estos chavales pueda entrenar o que vaya al campo con un balón porque eso les va a hacer una ilusión que te mueres", espeta.
¿Cómo es el proceso?
El siguiente paso sería montar un equipo inclusivo "solo que eso requiere de un proceso bastante largo". En Madrid el nacimiento de Los Camaleones de la Fundación San Isidro "no fue algo tan sencillo". De momento, solo cinco de la treintena de chicos que viven en el orfanato puedan formar parte en la actualidad de Los Camaleones de Masaka. El grupo se puede ampliar en breve a ocho jugadores si consigue convencer a otros tres chavales de su edad de un colegio próximo. Lo bueno es que no tiene prisa para que se constituya el nuevo equipo bajo la premisa que nadie se quede excluido del todo y se sienta importante. "Que solo entrenen cinco chicos no quiere decir que los demás no puedan llevar puesta su camiseta de Los Camaleones San Isidro o que puedan tener un balón para jugar".
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Como Fajardo dedica muchas horas del día al voluntariado, su idea es traerse a alguien del San Isidro "para que mueva el tema del rugby inclusivo". Conseguir un equipo que pueda competir requiere de 15 jugadores. Como máximo puede haber diez chicos con distintas discapacidades y el resto son gente que por sus características físicas y psíquicas podrían jugar en cualquier equipo "y a quienes tenemos que involucrar". La presencia obligatoria de ese tercio de jugadores sin discapacidad tiene su sencilla explicación. "Sería imposible disputar un partido si todos presentan algún tipo de discapacidad porque tiene que haber jugadores que, además de conocer el reglamento, sepan repartir el balón, entrar en un ruck o que cuando vean que uno no sepa qué hacer le giren para no hacer un avant".
Aquí Fajardo saca otra vez a colación el tema de su hermano. "Él siempre va a necesitar en el campo que todo el rato esté una persona-jugador normal a su lado porque solo mueve una mano". El madrileño destina el 90% de su tiempo a sus actividades en el orfanato. Aún así, también lleva la supervisión de un par de centros de personas con discapacidad en Kamwenge, a unas horas en coche de Masaka, un centro de Formación Profesional también para niños con discapacidad y otro par de colegios, uno de primaria y otro de secundaria. Tiene la esperanza de encontrar allí más materia prima para su futuro equipo de rugby inclusivo. "Hay ciegos y sordos a quienes es muy fácil introducirles en cualquier deporte como ya lo ha demostrado la ONCE o se puede visibilizar en los Juegos Paralímpicos", asevera con cierto optimismo.
Guillermo Fajardo, un madrileño de 50 años, llevaba tiempo dándole vueltas a la cabeza sobre si hacer o no un alto en el camino. Quería tomarse un año sabático. No dejaba de soñar con viajar a la cordillera del Himalaya "a hacer un 6.000 metros con esquís". Una inoportuna rotura de tobillo practicando escalada, seguida de varias operaciones, le hizo replantearse el tema durante los 12 meses que estuvo de baja. Aunque él mismo reconoce que ya es "un poco mayor" y que se le ha pasado el arroz para ser cooperante, a mediados del pasado mes de agosto se lio la manta la cabeza y se marchó a Uganda para participar en un proyecto de ayuda a niños con discapacidad.