El caso Tani Bay o cómo el rugby humaniza a sus jugadores para ayudar a que los niños se motiven
Tani Bay se ha logrado convertir en el ídolo de muchos jóvenes, quienes descubren su pasión por el rugby gracias a la cercanía de los jugadores a los que idolatran en el campo
Miguel es un chaval de ocho años que juega en el equipo M10 del VRAC de Valladolid. Está en tercero de primaria y, según su padre, José Miguel, saca unas notas "extraordinarias". A esas edades siempre se afronta con un poco de miedo el curso siguiente, y como el chico es "muy responsable", este año había empezado a agobiarse un poco con los exámenes. Solo necesitaba un pequeño empujón para recuperar la autoestima.
Para tratar de echarle una mano, allí estaba el medio de melé del XV de El León, Tani Bay. La actitud del argentino rompe el manido argumentario xenófobo que repiten machaconamente algunos grupos para asociar de forma recurrente inmigración con delincuencia. Sin hacer ruido, el actual jugador de Recoletos Burgos ha dado un ejemplo alejado del foco mediático de lo que significan las palabras respeto y humildad en el mundo del rugby. La historia no tenía un guion escrito. Todo ocurrió de forma un tanto inesperada.
Miguel Hernández-Rico Diez, con el jugador Tani Bay. (Imagen cedida)
El pasado 16 de noviembre se enfrentaban en el estadio vallisoletano de Zorrilla las selecciones de España y Fiji. Días antes, la Real Federación Española de Rugby (RFER) se había dirigido a los tres clubes de la provincia (Arroyo, El Salvador y VRAC) solicitando niños voluntarios para salir al campo cogidos de la mano de los jugadores. "Y yo fui uno de los elegidos", se apresura a decir Miguel. La familia ya tenía compradas las entradas con anterioridad, así que su padre solo tuvo que acompañar a su hijo hasta la puerta del vestuario. Una vez allí, le pusieron una camiseta de la selección española y ya solo tuvo que aguardar nervioso unos pocos minutos antes de saber qué jugador le había tocado para pisar el verde de Zorrilla junto a él.
La chispa que encendió la llama
Pronto lo descubrió. "Ya sabía quién era Tani, y también conocía a otros jugadores", recuerda el chaval. Tras el protocolario "hola" le cogió la mano con fuerza. No la soltó hasta que se situaron en el centro del campo. Luego, ambos escucharon el himno nacional y se despidieron sin saber si iban a volverse a ver. "De mayor quiero jugar también de medio melé", afirma Miguel un tanto cautivado después de haber presenciado la actuación del argentino en aquel encuentro.
Su padre define a Bay como un jugador "ágil y rápido que da gusto verle". La cosa quedó ahí. A la mañana siguiente, Miguel regresó al colegio. Mientras, en su casa miraba con cierta nostalgia una y otra vez los tres balones de rugby que guarda: dos de la selección y otro del VRAC. Se le había hecho corto el tiempo que pasó junto a su ídolo. Al guion improvisado de la historia había que ponerle un final, y si era feliz, mucho mejor. La relación Miguel-Tani no podía acabar en aquel partido de Zorrilla.
Uno siguió entrenando y compitiendo con el equipo M10 del VRAC. Pese a que se ha llevado algún que otro golpe de "cierta entidad" –uno de ellos en el pecho que le dejó sin respiración- fruto de que, como dice su padre, "defiende a muerte", su afición por el rugby no ha decrecido. Y eso que hasta su entrenadora ha llegado a comentar que cuando le ve jugar se siente como el padre de José Tomás cuando sale a la plaza de toros "porque se pone donde no otros no lo hacen". Por su parte, el argentino alternaba sus apariciones entre el Recoletos y la selección española, incluida la del partido contra Suiza, que otorgó a España el pase definitivo para participar en la Copa del Mundo de 2027 en Australia.
Lo que ha unido el rugby
Como el chico se seguía poniendo nervioso con sus estudios, a su padre se le ocurrió durante un viaje a Madrid enviar un mensaje por Instagram a Tani Bay, pidiéndole si podía grabar un vídeo para dar ánimos a su hijo. Una especie de arenga. "La verdad es que le faltó tiempo para contestarme", subraya. El jugador estaba en el aeropuerto de regreso de Suiza y le comentó que cuando llegara al hotel se lo enviaría. "A partir de ese momento, todos los días antes de bajarse del coche y de entrar en el colegio, me pide que se lo ponga".
Luego toca el turno de Alonso, el hermano de cuatro años futbolero, al que le pone otro video parecido grabado por el jugador del Real Madrid, Lucas Vázquez. Tampoco terminó en aquel vídeo la relación entre el argentino y el joven vallisoletano. La familia entera quería dar las gracias en persona a Tani Bay por su amabilidad y se plantaron en el estadio Central de Universidad Complutense para ver el partido entre España y Georgia. La Federación les facilitó unas entradas para que estuvieran detrás del banquillo y estar de esta forma más cerca de los jugadores.
Al término del encuentro, el argentino se acercó "cariñosísimo" a Miguel, a quien había prometido regalarle su camiseta. De pronto se dio cuenta de que iba a incumplir su promesa. "Nos dijo todo apesadumbrado que ya se la había dado al hijo de un amigo suyo", comenta el padre. José Miguel trató de quitar hierro al asunto, pero Tani Bay parecía contrariado hasta que le ofreció sus pantalones "que le quedan grandes, pero que se los pone todos los días por encima del pijama para ir a dormir".
Tani Bay ha calado en España
Bay llegó a España hace seis años para jugar con los vallisoletanos del VRAC procedente de Santa Fe, donde jugó en un club que lleva el nombre de la ciudad argentina y que es relativamente joven, puesto que fue fundado en 1986. Luego pasó por el Rugby Jaén, en División de Honor B, hasta recalar hace tres temporadas en el Recoletos Burgos. Su curriculum deportivo incluye 23 partidos con la selección española. El hecho de ser nieto de una mierense le ha permitido lucir sin problemas la camiseta del XV de El León durante una época en la que se miraban con lupa los pasaportes, aunque no siempre con acierto. Y es que las normas de elegibilidad de World Rugby le permitían jugar con otra selección distinta a la de su nacionalidad de origen si, como era el cao, era hijo o nieto de un ciudadano de otro país.
No llegó a conocer a su abuela asturiana, que cruzó el charco tras finalizar la guerra civil para instalarse en Argentina. Su madre, que era la nuera, le solía contar el agradable olor a tortilla de patatas con cebolla que a menudo hacían en su casa "y que luego nosotros hemos comido tantas veces". Ser argentino de nacimiento no le impide sentirse "orgulloso" de representar a España. Hasta su padre le llegó a comentar lo contenta que se hubiera puesto la abuela al verle con la camiseta roja.
Él no tiene dudas sobre lo que quiere hacer cuando acabe su carrera deportiva. "Desde el primer momento que llegué acá, me trataron muy bien como si fuera uno más", indica. Así que tiene muy claro que "después de tanto tiempo en España quiero vivir aquí el resto de mi vida, donde estoy muy feliz junto a mi mujer y mis amigos". El argentino ya jugaba desde muy niño en las categorías inferiores del club local. "Era un loco del rugby", afirma. Un día disputó en su ciudad un partido un combinado de Los Pumas y el medio melé del XV de El León se afanó en pedir autógrafos a sus ídolos y en sacarse fotos con ellos. Quedó encantado.
"Me trataron como si fuera uno de ellos y eso, para mí, es muy edificante", añade. Años más tarde tuvo la oportunidad de hacer una gira por Nueva Zelanda con su equipo. Era una especie de despedida porque al cumplir la mayoría de la plantilla 18 años, todos sus compañeros iban a pasar a categoría senior. Durante su estancia en las islas tuvieron la oportunidad de acudir al Eden Park de Auckland para presenciar un encuentro entre los locales (Blues) y los Crusaders, "un momento único". Bay quiso tener un recuerdo imborrable de aquella gira.
Siempre piensa en los niños
Y lo consiguió quedar inmortalizada en una instantánea que se sacó junto a Dan Carter, "algo que para mí fue algo increíble a la altura de haberlo conseguido con Maradona", y también con Sonny Bill Williams, otro mítico all black, "que parecía inalcanzable y que demostró ser alguien con una gran humildad". Tal vez aquellas experiencias ayudan a explicar en cierta medida la proximidad que demuestra el argentino con los niños para cuando le piden algo. Él mismo confiesa que le gusta quedarse a pie de campo al término de los partidos para, en la medida de lo posible, atender las peticiones de fotos y autógrafos.
"Ver la cara de satisfacción de un niño al saber que puede hablar con absoluta normalidad con alguien a quien considera su ídolo es una de las cosas más lindas que le pueden pasar a un jugador", admite. A veces no se contentan solo con un selfie, también le piden camisetas o pantalones "que no siempre puedo dar". Aun así, entiende que lo hagan porque "lo que para mí puede ser algo material, a ellos les puede parecer algo importante y eso es muy hermoso". Su acercamiento a los más jóvenes no acaba siempre en el terreno de juego, ya que incluso cuando se encuentra con ellos en algún supermercado de la ciudad, se para a preguntarles por su nombre o dónde juegan. "Es mi forma de agradecer los apoyos que tuve cuando tenía su edad".
A Tani Bay le inculcaron en Santa Fe los valores propios del rugby como el compromiso, la humildad o el compañerismo. "Ahora tenemos que trasladar la visión de que somos gente normal sin creer que somos más que nadie porque seamos conocidos", explica. En su opinión, los jugadores tienen que dar ejemplo "e intentar ser buenas personas" porque ese tipo de conductas pueden contagiar a los más jóvenes "que, al fin y al cabo, puede que sean los que representen a nuestro país el día de mañana".
El argentino no cesa de alabar las bondades del rugby, "sobre todo por su carácter inclusivo que permite practicarlo a cualquier chaval ya sea alto, bajo, gordo o delgado" y también porque es un deporte no muy conocido "que hace que las familias se acerquen y vean como sus hijos tienen la posibilidad de conocer a gente increíble y divertirse".
Miguel es un chaval de ocho años que juega en el equipo M10 del VRAC de Valladolid. Está en tercero de primaria y, según su padre, José Miguel, saca unas notas "extraordinarias". A esas edades siempre se afronta con un poco de miedo el curso siguiente, y como el chico es "muy responsable", este año había empezado a agobiarse un poco con los exámenes. Solo necesitaba un pequeño empujón para recuperar la autoestima.