El jugador español que cruzó el charco para conocer el secreto que hace único al rugby en Fiji
Tobías Sainz-Trápaga, internacional con España en la modalidad de seven, viajó hasta Fiji para trabajar como camarero a cambio de alojamiento y comida. El jugador español comprendió por qué el rugby es un éxito en las Islas Fiji
El deporte nacional en Fiji es el rugby en cualquiera de sus modalidades, pero sobre todo el seven. Solo en Nueva Zelanda, Gales, Samoa, Tonga y las Islas Cook se puede hacer una afirmación tan categórica. Según World Rugby, en el archipiélago hay unos 155.000 jugadores que lo practican de entre una población de unos 180.000 varones de edades comprendidas entre los 14 y los 40 años. No hay equipo puntero en el mudo que se prive de tener en sus filas a un tipo de jugador tan físico que es capaz correr y percutir duro frente al rival.
El público agradece y mucho ver en el terreno la magia de los Flying Fijian con su juego alocado y un tanto desordenado que levanta a los espectadores de sus asientos. Desde luego, han tenido tiempo de aprender. Hace 140 años se disputó el primer partido en la isla de Viti Levu. Como en todo el Pacífico, el deporte del balón ovalado lleva la firma de colonos ingleses.
Ha llovido mucho desde entonces y hay materia prima de sobra. De hecho, el hijo estuvo a punto de darle un buen susto al padre en la última Copa del Mundo y hace menos de una semana acaban de derrotar a Gales en su propia casa (19-24) Hace justo una semana aterrizó en Madrid procedente de Fiji, Tobías Sainz-Trápaga, un internacional español de seven.
Había acudido a la isla tres meses antes para entrenar "y a ver si de paso se me pegaba algo de ellos". El jugador confiesa que siempre ha sido un enamorado de esta modalidad del rugby. De adolescente se levantaba a las cuatro de la mañana para ver las World Series y otros excompañeros de la selección como Pol Pla o Paco Hernández le contaron sus experiencias con los fijianos cuando se concentraron para preparar los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Una oportunidad única
"Aquello me dio una envidia brutal", reconoce. Como el seven español no tenía competiciones a la vista pidió permiso a su entrenador para viajar hasta Suva, la capital del país, y averiguar sobre el terreno "por qué son tan buenos". Los primeros días trabajó ocho horas como camarero el resort Pacific Harbour a cambio de alojamiento, caso de haber habitación libre, y de una comida gratis al día. Por la tarde hacia pesas en el gimnasio o iba a entrenar a Galoa, una aldea cercana.
No acabó de estar a gusto en el resort y se instaló en la aldea, en casa de la tía de un amigo suyo durante dos meses. "Eso sí que era vivir una experiencia plena y real". Sus nuevos vecinos, que ignoraban que fuera un jugador internacional por España, le acogieron de muy gusto. "No sé muy bien cómo explicarlo, pero el caso es que te muestran un nivel de cercanía al que no estamos acostumbrados, y aunque a los mejor no tengan nada, no les importa compartir contigo lo poco que tienen".
Para que su club pudiera apuntarse a cualquier torneo había que pagar una inscripción. Como su aldea era bastante pobre, no tenía dinero para pagarla. Así que se mudó a Nakavu, otra aldea próxima que sí tenía patrocinador. Atrás dejo "a 40 chavales que tenían un nivel de la hostia". Al final, Sainz-Trápaga logró participar en un torneo con 32 equipos donde estaban la mayoría de los jugadores de la selección de seven. En un partido, "a pesar de que llevaba barba y de que había bajado de peso", le reconoció el medio de melé Filipo Bucayaro. Su vista de incógnito dejó de serlo.
La receta de su éxito
Al acabar el partido le empezaron a pedir fotos los aficionados y hasta el seleccionador Osea Kolinisau se acercó para saludarle. Además, le dio su teléfono "por si algún día pasaba por Suva". Y ese día llegó después de que el equipo de su aldea renunciara a última hora a tomar parte en las series fijianas. Llamó a Kolinisau "y a los cinco minutos ya me había encontrado equipo". Después del torneo le invitó a concentrarse con el seven. Por supuesto, Sainz-Trápaga aceptó de inmediato y empezó a buscar casa para vivir. "¿Tú estás loco?"; le preguntó el seleccionador. "Te vienes como uno más", le dijo.
Durante la concentración le dieron ropa y todo lo que necesitaba. "Para que se entienda bien, allí el rugby es lo que en Brasil o Argentina representa el fútbol", explica el internacional español. Cualquier chaval trabaja duro por las mañanas. Después come y sobre las cuatro de la tarde, "hasta que se pone el sol sobre las siete", juega al rugby touch, una modalidad en que si te tocan con cualquier parte del cuerpo hay cambio de posesión de balón. "Por eso juegan tan bien", añade.
El balance que hace de su estancia en la isla es muy satisfactorio. "Cuando ven un blanco lo identifican con un turista rico y por eso les extrañó tanto que yo estuviera con ellos jugando al rugby". Nada más darse cuenta de que Sainz-Trápaga era uno de los integrantes de la selección que venció a Fiji este año en las World Series celebradas en Los Angeles "comenzaron a flipar conmigo". Hasta le pidieron su Instagram para seguirle.
"Para ellos no existe otra cosa que no sea el rugby y, de hecho, cuando los internacionales van por la calle les paran cada dos por tres para hacerse fotos y ellos siempre aceptan". Son gente que proviene de aldeas humildes. Aunque son unas súper estrellas en su país "no son nada soberbios". El español solo tiene palabras de agradecimiento por el maravilloso trato recibido.
Recuerda que, por ejemplo, Tario Tamani, un medio de melé internacional nacido en la aldea de Ravitaki, en la isla de Kadavu, le invitó a pasar un fin de semana en su casa. En señal de respeto, el español acudió a misa dos veces al día ataviado con una falda (sulu) y una camisa tipo hawaiana llamada bula shirt. Su anfitrión, como afirma el propio interesado, se desvivió para que su huésped estuviera cómodo. "Me trató como un hermano, y fue tal la complicidad que alcanzamos que acabé tirado en su salón ayudando a sus hijos con los deberes de matemáticas".
El equipo del XV de los fijianos voladores jugará el próximo sábado, a las 15:00 horas, en el estadio de Zorrilla en Valladolid frente a España. A unos 17.500 kilómetros de distancia sus fieles seguidores podrán ver en sus casas o en la barra de un bar el encuentro que allí comenzará a las dos de la madrugada del domingo. Kalo Kalo Gavidi, un fijiano jugador del VRAC y de la selección española (17 caps), está convencido de que, a pesar de la hora, la gente, incluidos sus padres, hermanos y amigos, querrá ver en directo a su selección.
"De eso estoy seguro", afirma. A lo mejor ya no es hora de tomar cervezas frente al televisor. Así, como dice Gavidi, lo más probable es que a unos 17.500 kilómetros de distancia muchos compatriotas tengan entre sus manos un vaso de kava, una bebida muy del gusto de los isleños que provoca "agradables efectos relajantes". No hace mucho tiempo su consumo estaba restringido a los gobernantes, hasta que el pueblo dijo basta.
Un deporte que es una religión
No es nada extraño que un fijiano acabe jugando a rugby. Lo maman desde pequeños. A los seis años Gavidi ya tenía entre sus manos un balón. "Era algo que se hace siempre de una forma habitual". El jugador del VRAC nació en Nueva Zelanda debido a que su padre había sido destinado en la embajada de aquel pais. Solo estuvo un mes y hasta los quince años no se volvió a mover de Fiji. "Todos los niños crecen con un balón de rugby y siempre jugamos por las tardes con nuestros amigos, primos, hermanos o con quien sea", apostilla.
Durante su etapa de estudiante en el Suva Primary School sólo practicó rugby. El fútbol o cualquier otro deporte era algo marginal. "Es que si pasas por cualquier pueblo o ciudad vas a ver gente jugando2, comenta. No siempre lo hacen con un balón de reglamento. "Cada uno se apaña como puede y si no hay balón se utiliza una zapatilla, una botella de plástico o se hace una bola con la ropa". Así de sencillo.
La vida de Gavidi siempre ha estado ligada al rugby y a sus valores "porque los vínculos de amistad que se generan con tus compañeros permiten hacerte creer que tienes otras familias". Su padre jugó tanto en Fiji como en Nueva Zelanda con el equipo de la región de Canterbury. Sus hermanos también practicaron el mismo deporte y él ha sido una especie de trotamundos haciendo siempre lo que más le gustaba. Militó en equipos de Malasia, Nueva Zelanda (Nelson Rugby Football) y en Brisbane, Australia, antes de llegar a Valladolid donde fijó su residencia hace ya doce años.
Desde que se marchó de Fiji, el rugby ha evolucionados mucho en su país. Sobre todo en lo que se refiere a la parte femenina. Y es que hasta hace un lustro las chicas se decantaban por el netball. Todo cambió hace cuatro años tras el bronce olímpico conseguido en Tokio frente a Inglaterra. "Ahora hay mucha más afición y eso también se ve en la calle", espeta Gavidi. Las posibilidades de vivir del rugby en la isla también se han acrecentado después de que se creara la franquicia Fijian Drua que juegan en el Super Rugby, que en la edición de este año llegó a disputar los cuartos de final.
Hace años también los jugadores se iban a probar fortuna en las ligas europeas o a Japón, Nueva Zelanda o Australia. Ya no tanto, aun así, retener a las jóvenes promesas resulta bastante complicado. El jugador del VRAC comenta que hay equipos del Top 14 como el Clermont que van a Fiji con la idea de llevar a chicos a sus academias, "y contra eso no se puede luchar". Aparte de eso, cualquier jugador que quiera ganar dinero se decanta por el seven, antes que jugar con el XV por cuestiones meramente económicas.
Valores identificados con la guerra
Si hay una costumbre que Gavidi trajo de su tierra y que no ha olvidado es la de rezar. Fiji en un archipiélago compuesto por 333 islas que roza el millón de habitantes. Dos tercios de su población son cristianos en distintas vertientes. La mayoría son metodistas, seguidos de católicos, adventistas o anglicanos. Muchos aficionados se sorprendieron cuando tres el pitio final de una semifinal de Copa disputada en 2017 entre El Salvador de Valladolid y la Santboiana los dos capitanes Joe Mamea y Afa Tauli, ambos de origen samoano, se arrodillaron y rezaron a pie de campo. El jugador del VRAC, que confiesa ser "muy religioso", reza tres veces al día junto a su mujer y su hija. El mismo ritual lo hace antes y después de los partidos "rezo porque quiero dar las gracias a Dios", indica.
En realidad, el rugby en Fiji es una especie de puente en un país con tantas culturas e idiomas diferentes y donde sus jugadores más conocidos como Waisale Serevi, considerado como el rey del seven, el actual ala del Lyon Olympique o Semi Redrada, se han convertido en el espejo donde se mirar los jóvenes para tratar de seguir sus pasos. Actúa como un elemento transversal capaz de unir a todos los habitantes de una nación en torno a una selección en la que se ven representados todos los estratos de la sociedad.
Se trata, además, de un deporte donde se ven reflejados los valores de los fijianos como el trabajo en equipo, el respeto o la perseverancia y que inculca aspectos físicos y morales que los isleños identifican con la guerra y las tradiciones marciales. Todo esto, sin dejar al margen que los polinesios, según un artículo científico publicado en 2015 por el Journal of Sport Sciencies, "están predispuestos a poseer características físicas potencialmente beneficiosas para el rendimiento en el rugby".
El deporte nacional en Fiji es el rugby en cualquiera de sus modalidades, pero sobre todo el seven. Solo en Nueva Zelanda, Gales, Samoa, Tonga y las Islas Cook se puede hacer una afirmación tan categórica. Según World Rugby, en el archipiélago hay unos 155.000 jugadores que lo practican de entre una población de unos 180.000 varones de edades comprendidas entre los 14 y los 40 años. No hay equipo puntero en el mudo que se prive de tener en sus filas a un tipo de jugador tan físico que es capaz correr y percutir duro frente al rival.
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