La increíble historia del Proyecto Alcatraz y el valor de la 'triple R': rugby, reinserción y ron
El premio al mejor proyecto social del deporte oval de la Fundación Cisneros ha ido para el Proyecto Alcatraz, que ha utilizado el rugby para la reinserción de presos venezolanos
Un reciente estudio publicado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito dejaba bien a las claras que el país con mayor tasa de homicidios del mundo es Honduras (81,6 asesinatos anuales por cada 100.000 habitantes). En cuarta posición aparecía Venezuela (45,1), que viene a equivaler a 29,5 crímenes diarios. La mayoría de estos delincuentes, a quienes no les tiembla el pulso a la hora de apretar el gatillo, son jóvenes que sin llegar a cumplir la mayoría de edad se han introducido en una espiral de violencia que solo les conduce a dos caminos: la cárcel o la muerte. De ahí la importancia de iniciativas como el Proyecto Alcatraz ideado en el país caribeño por los hermanos Vollmer (Alberto y Henrique), pertenecientes a la familia que es socia mayoritaria de la empresa Ron Santa Teresa, y enfocado a reinsertar a través del rugby a los miembros de estas bandas que quieren huir de la delincuencia o a los que ya están en prisión.
En España, la Fundación Rugby Cisneros, vinculada al equipo de División de Honor del mismo nombre, tiene entre sus objetivos "la promoción del rugby en toda la sociedad española, de tal forma que se perciba su presencia no sólo en el ámbito deportivo, sino también en el cultural y social". Bajo esta premisa, la Fundación concedió este año el premio en su categoría al Proyecto Social de Rugby, destinado a personas o instituciones cuya labor social sea "meritoria" al utilizar el rugby como herramienta, al Proyecto Alcatraz de la Fundación Santa Teresa.
La razón que expuso el jurado para conceder el galardón fue "por desarrollar el trabajo de reinserción e integración con personas en régimen penitenciario a través de la práctica del rugby y por el trabajo realizado con las bandas callejeras utilizando el rugby como elemento solucionador de los conflictos y rivalidades". El jurado tuvo muy en cuenta la política preventiva para alejar a los jóvenes de la calle. Entre sus logros está el hecho de que semanalmente alrededor de 2.000 chavales entrenen en la hacienda, de que en 11 escuelas se enseñen los valores y se juegue al rugby y de que se atienda a unos mil reclusos. Además, en la actualidad, 87 atletas de alto rendimiento colaboran en Alcatraz Rugby Club. Todos ellos, jóvenes que provienen de los programas preventivos.
La historia que motivó la creación de la Fundación Alcatraz arranca en 2003. Su protagonista es José Arrieta, el Gordo. "Mi padre era un trabajador y yo nunca quise ser como él", afirma durante una charla con El Confidencial . Su historia es como la de muchos otros críos que viven en la ciudad de Revenga, de unos 56.000 habitantes, situada en el interior del norteño estado de Aragua. Para saber lo que aún ocurre en la nación presidida por Nicolás Maduro, basta con echar un vistazo a la web del Observatorio Venezolano de Violencia. Es una especie de parte de guerra. Solo en los dos primeros meses de este mismo año se habían producido en el estado 84 muertes violentas. Los móviles más frecuentes fueron los ajustes de cuentas, las guerras entre bandas o los robos.
Con esas estadísticas, es más fácil de entender el camino sin retorno que emprendió de joven Arrieta. Las desigualdades sociales en Venezuela, como en otros muchos países de América Latina, solo generan pobreza y violencia. "Escogí el camino más fácil". Vivía con sus padres, pero soñaba con ser como uno de esos líderes de barrio "a quien la gente respeta y teme". Él, que era de una familia humilde, veía que los pandilleros de su edad tenían carro (coche) o moto, algo a lo que mucha gente que se ganaba la vida de forma honrada no podía aspirar.
Un camino 'sencillo'
De ahí que los líderes de las bandas se convirtieran con suma facilidad en el espejo en el que se miraban los jóvenes más desfavorecidos. A nadie le importaba pagar un precio, por elevado que fuera, si eso le ayudaba a salir de la miseria. El propio Arrieta reconoce que de no haber entrado en el Proyecto Alcatraz, "lo más probable es que hubiera acabado como muchos de mis compañeros que no se montaron en el tren de Alberto Vollmaer. Es decir, seguro que muerto".
El Gordo comenzó pronto a comprobar el confort que supone vivir fuera de la ley. A los 12 años, ya tenía moto. Su vida iba a toda velocidad, sin levantar el pie del acelerador. A los 15, ya era padre y, con 19, consiguió, por fin, entrar en una banda llamada la Placita. Pensaba que con esas credenciales ya había comenzado a ganarse el respeto de sus compañeros. Le faltaba adquirir cierta notoriedad. Sobre todo, frente a su banda rival: el Cementerio. La más fuerte de todas, según relata.
Y es que en Venezuela no es extraño que, sin llegar a cumplir los 18 años, muchos de estos chavales ya hayan disparado a su enemigo en una pierna o que, incluso, hayan matado. Conviene no olvidar, además, que el perfil del delincuente de una de estas bandas responde al de un joven perteneciente a una familia desestructurada, que ha crecido sin la figura paterna, y con una madre soltera dedicada al tráfico de drogas a pequeña escala. Resulta desalentador recodarlo, pero era y es la única alternativa a la prostitución.
Así que, una mañana de diciembre, Arrieta decidió ir junto con dos malandros (jóvenes atracadores) a la Hacienda San Teresa, un valle con una extensión de 3.000 hectáreas repleta de plantaciones de caña de azúcar para la elaboración de ron. En principio, su plan consistía en hacerse con el arma de uno de los vigilantes. Nada más, aunque para ello tuvieran que darle una paliza y dejarle medio muerto. Ya se sabe que, por aquellos lares, una pistola es símbolo de poder y, sobre todo, de respeto. Consumada la acción, los jóvenes huyeron sin que al principio nadie los buscara para detenerlos.
Arrieta tuvo la enorme fortuna de que, en aquella época, Alberto Vollmer fuera el máximo responsable de la empresa Ron Santa Teresa. Resulta obvio reseñar que el dueño de una compañía tan importante a nivel internacional no podía pasar aquella afrenta ni dejarla impune. Eso podía provocar un efecto llamada en las otras seis bandas que en aquella época operaban por la zona. El caso es que tampoco se fiaba mucho de la policía, acostumbrada más a los sobornos que a hacer cumplir la ley o a quitarse de en medio a los delincuentes con métodos que se asemejaban bastante a lo que hacían las bandas. Por eso, optó por encargarle la detención de los jóvenes delincuentes a uno de sus hombres de confianza.
Al cabo de unos pocos días, capturó a uno de ellos y lo llevó ante la presencia del jefe. En vez de castigarle, Vollmer le propuso trabajar gratis durante tres meses en su hacienda. El chaval aceptó encantado. La apuesta era arriesgada. Nadie sabía con certeza cómo iban a responder unos adolescentes que se regían por la ley de demostrar en la calle quién era el más fuerte. Al final, los 22 miembros de la Placita tomaron el mismo rumbo que Arrieta.
Un cambio de por vida
El siguiente paso para conseguir al menos un alto el fuego era desterrar el odio entre las bandas rivales. El Gordo recuerda que un día Vollmer les pidió que acudieran a una sala de la hacienda. Lo hicieron en tres grupos. Arrieta, como él mismo se encarga de señalar, iba en el segundo. Al entrar en la sala se produjo un momento "muy tenso". Allí estaban los miembros del "Cementerio". "De repente nos encontramos frente a frente personas que nos habíamos hecho mucho daño unos a otros". Tras un largo silencio el máximo responsable de Ron Santa Teresa tomó la palabra: "Si tienen los cojones bien puestos para matarse en la calle, por qué no tienen los mismos cojones para mirarse a los ojos y solucionar sus problemas".
El proceso apaciguador del grupo de jóvenes, cuyas expectativas se limitaban a vivir al día sin pensar en el futuro, no fue un camino de rosas. A este primer encuentro le siguieron otros. Faltaba encontrar un nexo de unión entre ambas bandas para rebajar la tensión. Fue entonces cuando emergió con fuerza la idea de formar un equipo de rugby, un deporte desconocido en Venezuela salvo en el ámbito universitario, porque el béisbol y el fútbol acaparan la práctica totalidad de la actividad deportiva. Vollmer, miembro de la quinta generación de una familia que fundó la compañía en 1796, había jugado al rugby durante sus primeros años en el Colegio Francia del país caribeño y más tarde en territorio galo cuando cursó el bachillerato.
De vuelta a casa trajo consigo el compromiso de formar un equipo. Lo hizo primero en la universidad y posteriormente con los chicos que fueron a su fundación. El éxito de la iniciativa fue tal que los miembros de otras bandas quisieron sumarse al proyecto. 20 años después de aquel asalto frustrado a la hacienda, el programa ha logrado la reinserción de once grupos. También, cómo no, hubo incrédulos que desconfiaban de las verdaderas intenciones de Vollmer. En más de una ocasión tuvo que dar explicaciones sobre los verdaderos objetivos de su proyecto. Poca gente se dedicaba en Venezuela a reinsertar presos y menos aún a jugar al rugby, así que la suma de las tres erres (ron, rugby y reinserción) solo generaba desconfianza hacia unas personas en quienes nunca la tuvieron porque solo veían a los pandilleros como un enemigo al que se le deniega sin miramientos una segunda oportunidad.
La colaboración de las prisiones
De repente, el rugby se convirtió en el remedio casero más eficaz para que un grupo de jóvenes encontrara la reconciliación en un país con una enorme brecha social y salarial. Tal vez eso sirvió de acicate a Vollmer para expandir su proyecto a los miembros de las bandas que en estaban en prisión o, como prefieren decir los venezolanos, "privados de libertad". Tobías Cagigal, director general de la Fundación Cisneros, habla maravillas del máximo responsable de Ron Santa Teresa. "Su historia es alucinante y cuando le oyes contar todo aquello con la pasión con que lo hace, te das cuenta de las enormes cualidades que tiene como persona", espeta. Es el propio Cagigal se encarga de recordar que Revenga pasó de tener 150 muertes violentas al mes, a 12. "Casi a niveles europeos".
El proyecto Alcatraz también tiene entre sus objetivos ayudar a reinsertarse a los delincuentes encarcelados en 40 de las 56 prisiones que hay en Venezuela. La primera que se involucró en el proyecto fue la de Tocoron. Ahora mismo, como medida preventiva a su posible inclusión en el mundo de la violencia, 2000 niños entrenan semanalmente en la hacienda Atienden también a once escuelas del municipio enseñando los valores del rugby y a más de mil reclusos repartidos por todo el país Una vez al año, bajo una fuerte presencia policial, salen de sus respectivas cárceles para jugar un torneo entre reclusos en la hacienda donde tienen la posibilidad de verse con sus familiares y alguno de ellos de conocer por primera vez a sus hijos.
A finales del pasado mes de agosto el equipo del Cisneros fue invitado a participar en torneo seven que se iba a disputar en la hacienda. Acudieron a la cita doce jugadores de entre 18 y 20 años, "salvo uno que era de 32, matiza el director general de la Fundación". Quedaron segundos, "aunque lo realmente importante fue que conocieron de primera mano lo que hacen allí desde hace 20 años". En el campeonato coincidieron con Luis Daniel López, un universitario capitán del equipo venezolano, a quien pese haber estudiado la carrera de informática, nunca le importó jugar con el equipo de la Fundación. "Fui a sabiendas de que no iba a ganar torneos sino ayudar a un club que utiliza el rugby como herramienta de reinserción social".
López enfatiza que gracias a sus compañeros ha aprendido a cultivar los valores de la disciplina, la humildad, el respeto o el trabajo en equipo "que también se pueden aplicar en la vida diaria". Otra de las cuestiones que pone en valor es la empatía hacia la gente más sencilla a la que ahora puede ayudar en su reinserción o en la prevención de los peligros. "Al principio había prejuicios por parte de la gente que no sabía a qué se dedicaba la fundación, en cambio ahora viajo por el mundo contando sus historias para que entiendan bien el por qué y el para qué de nuestro trabajo".
Un reciente estudio publicado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito dejaba bien a las claras que el país con mayor tasa de homicidios del mundo es Honduras (81,6 asesinatos anuales por cada 100.000 habitantes). En cuarta posición aparecía Venezuela (45,1), que viene a equivaler a 29,5 crímenes diarios. La mayoría de estos delincuentes, a quienes no les tiembla el pulso a la hora de apretar el gatillo, son jóvenes que sin llegar a cumplir la mayoría de edad se han introducido en una espiral de violencia que solo les conduce a dos caminos: la cárcel o la muerte. De ahí la importancia de iniciativas como el Proyecto Alcatraz ideado en el país caribeño por los hermanos Vollmer (Alberto y Henrique), pertenecientes a la familia que es socia mayoritaria de la empresa Ron Santa Teresa, y enfocado a reinsertar a través del rugby a los miembros de estas bandas que quieren huir de la delincuencia o a los que ya están en prisión.
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