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"¿Sentirme ruso? Nunca". Gogi, el comandante del Ejército Rojo que juega al rugby en Bilbao
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En el Universitario Bilbao Rugby

"¿Sentirme ruso? Nunca". Gogi, el comandante del Ejército Rojo que juega al rugby en Bilbao

Bazanov llegó a España en 2000, más tarde se reencontró con el rugby y resume la URSS: "Lo cierto es que los bolcheviques nos conquistaron y, ¡qué le vamos a hacer!".

Foto: Gogi, durante su época militar, en una imagen cedida.
Gogi, durante su época militar, en una imagen cedida.

Sin el uniforme de comandante del Ejército Rojo, Gogi Bazanov se plantó en 2000 en la localidad riojana de Arnedo casi con lo puesto. Tenía 36 años. La crisis económica en Georgia era brutal. Ni siquiera su condición de militar le privó de haber estado 15 meses sin percibir un sueldo. Así que se vio obligado vender su casa y su coche para sacar adelante a la familia. “Había que buscarse la vida”, explica. Una prima suya que había estudiado hasta tercero de Medicina en la antigua república soviética le aconsejó que viniera a España en busca de nuevas oportunidades. A ella le había ido bien. Al punto de que años más tarde consiguió acabar la carrera y ahora ejerce como médica en Pamplona. Al principio, la idea de abandonar su país no le sedujo, pero finalmente accedió a regañadientes. Tampoco le convencía lo de alejarse de su mujer y de sus dos hijos sin saber cuándo los iba a volver a ver. y aun así, hizo las maletas.

El rugby lo descubrió en el colegio. “Allí todo el mundo lo practica, lo mismo que en España el fútbol”. Es tan popular que, al igual que en Nueva Zelanda o País de Gales, es considerado deporte nacional. No llegó a ser profesional. Eso no le sirvió para alejarse del balón ovalado. Ni tan siquiera en su época universitaria ni de militar. Es más, cuando estuvo destinado en la base de Vartsikhe, donde se fabricaban desde balas para los helicópteros a misiles durante la época de la Guerra Fría, siempre tuvo el rugby en su cabeza. Lo practicaba junto a otros soldados en un campo de futbol ubicado dentro de un enorme bosque de robles. Más tarde, recién cumplidos los 40 años, se enroló en el Universitario Bilbao Rugby que, como él mismo dice, es ahora su otra familia, “donde todos sabemos lo que nos duele y lo que nos alegra”.

placeholder Gogi encontró 'una familia' en el rugby. (Cedida)
Gogi encontró 'una familia' en el rugby. (Cedida)

No oculta Bazanov su origen georgiano y lo que ama a su tierra. “Somos el país que dio el vino al mundo y uno de los poblados más antiguos de Europa”, enfatiza. También evoca la relevancia mundial que alcanzaron algunos de sus compatriotas durante la reciente historia del siglo XX. “Si te das cuenta, fue un georgiano [Stalin] el que construyó el muro de Berlín y otro georgiano el que lo derribó en 1989”. Se refiere a Eduard Shevardnadze, el todopoderoso ministro de Asuntos Exteriores del recientemente fallecido Mijaíl Gorbachov. Lo que más le duele es el modo en que los rusos actuaron después de que Georgia proclamara su independencia en 1991. “Los agentes que tenían infiltrados por todas partes consiguieron enfrentarnos entre nosotros mismos y forzar una guerra civil”.

Y ¿cómo lo hicieron? “Engañaron a la gente y pusieron un gobierno de antiguos funcionarios comunistas que solo pensaban en robar todo lo que pudieran”. Bazanov les culpa de haber arruinado el país porque “vendieron nuestras fábricas a precio de chatarra con lo que ellos se llevaron el dinero y a nosotros nos dejaron sin nada”. Tal y como estaba Georgia, Bazanov no tuvo más remedio que intentar salir a flote en España mientras su mujer Rusudan y sus hijos Georgi e Ilia se quedaban en su país natal. Un tanto apesadumbrado, el actual jugador del UBR se trasladó a Arnedo para trabajar de albañil. Ya en 2001 consiguió traer a toda su familia y más tarde se introdujo en el mundo de la hostelería. Su esposa regentaba el bar y “cuando podía” le echaba una mano. Por aquel entonces el rugby no era parte de su vida.

Dentro del panorama rugbístico, los georgianos no faltan a una cita mundialista desde 2003. Su selección a nivel deportivo, conocida como Los Lelos, ha cogido velocidad de crucero y muchos jugadores compiten desde hace años con equipos punteros en las ligas inglesa y francesa. El nombre le viene de un deporte muy popular en Georgia llamado 'lelo burti' (pelota de campo), que se asemeja por sus duros contactos al rugby, pero que se juega con un balón redondo de cuero relleno de cuero, crin de caballo o lana de oveja y que pesa unos dos kilos y medio. El país, con una población que no alcanza los cuatro millones de habitantes, aspira sin disimulo a poder competir de tú a tú con las máximas potencias europeas. No sería nada extraño, dado su enorme potencial, verle disputar en breve el torneo de las VI Naciones en detrimento de Italia.

Foto: Elisaveta, jugadora ucraniana que huyó a España de la guerra. (Cedida)

Fue durante su estancia en Arnedo cuando le comentaron que en el País Vasco podía tener más oportunidades de trabajo. No se lo pensó mucho. En 2004 se instaló en Bilbao junto a su familia. Consiguió un empleo en la construcción y cambió el bar por una panadería en la calle Irala. El protagonista de esta historia alterna en la actualidad sus partidos entre el equipo que milita en División de Honor B y el que actúa en Liga Vasca. Con sus noventa kilos juega en cualquier puesto de la primera línea. “Da igual de uno, de dos o de tres porque los jóvenes dicen primero donde prefieren y luego ya me ubico”. Como si fuera un juvenil, además, acude puntual a los cuatro entrenamientos semanales del equipo.

Mientras tanto, su hijo Giorgi, que ya practicaba el kickboxing en Georgia, encontró un gimnasio en Algorta para seguir con su actividad deportiva preferida. El chaval quería rellenar las horas muertas con la práctica de otro deporte y entonces oyeron hablar del rugby. “Mi esposa preguntó en el Ayuntamiento para saber cómo podíamos apuntarlos a un club y nos comentaron que justo detrás de nuestra casa entrenaba un equipo”. Tras contactar con el por entonces presidente del UBR, Gontzal Sever, Torpe, y otras personas del club como Fotolito, todo fueron parabienes. Bazanov comenzó a acudir a presenciar in situ los entrenamientos y los partidos de sus hijos al igual que otros padres hasta que un buen día surgió la idea de entrenar algunos de ellos “en vez de estar dos horas mirando lo que hacían nuestros hijos”.

El club le puso de entrenador a Joseba Iturrioz, Ilustre “y conseguimos montar un equipo bastante serio con el que hemos participado en varios torneos de veteranos”. Cuando el padre de la dinastía Bazanov no se desplaza con el primer equipo ni con el de veteranos, se une con el que juega en Liga Vasca llamado Barbarians, un nombre elegido por el capitán con más carisma en la historia del club: Javier Artetxe. A Rusudan ya le han propuesto también fichar por el equipo femenino de Lamiak “y se lo está pensando”. Su sueño, no obstante, es jugar en el primer equipo junto a su hijo Alexandre nacido en Bilbao en 2007. “Sé que por lo menos le faltan dos años para llegar, a ver si aguanto”.

placeholder Gogi, junto a compañeros en Bilbao. (Cedida)
Gogi, junto a compañeros en Bilbao. (Cedida)

Gogi Bazanov vino al mundo en 1964, justo el mismo año de la llegada al poder de Leonidas Breznev, el dirigente comunista que gobernó la URSS con la misma mano de hierro como sus antecesores Lenin y Stalin. Nació en Kutaisi, la segunda ciudad más poblada de Georgia atravesada por el río Rioni y, al mismo tiempo, la más industrializada. Fue en aquella misma zona donde en el siglo VI a. de C. se formó el reino de Cólquida y donde cuenta la leyenda se encuentra 'El Vellocino de oro', una historia inmortalizada en el cine por el director Don Chaffey con su película 'Jasón y los argonautas'. En los años sesenta y setenta el imperialismo soviético se hacía notar en el país de forma notable tanto a nivel social, como económico o educativo. De ahí que el actual 'pilier' del UBR, el único vástago de Roin y Olya, acudiera a un colegio bilingüe donde se impartían las clases el georgiano y ruso. “Moscú impuso a las quince ex repúblicas el ruso en el sistema educativo y, como tercer idioma opcional, teníamos el inglés, el francés o el alemán”.

Recuerda incluso que en “varias” ocasiones trataron de eliminar el idioma que se hablaba en todo el país obligándoles a expresarse solo en ruso. No lo consiguieron. Bazanov se toma todo aquello con cierta ironía. “Cuando nuestros poetas escribían poemas en el siglo V, los rusos todavía estaban en los árboles”, dice. La única ventaja de la enseñanza obligatoria del ruso en la antigua Unión Soviética es que se podían comunicar sin ningún problema con los habitantes de otras ex repúblicas cercanas como Armenia, Azerbaiyán o Ucrania. Aunque en aquella época todas las repúblicas estaban hermanadas, ninguna pertenecía a la URSS por propia voluntad. “Lo cierto es que los bolcheviques nos conquistaron y, ¡qué le vamos a hacer!”.

Como todos sus compañeros de colegio, Bazanov “nunca” se sintió ruso. Es tal la vehemencia con la que expresa sus opiniones, que hasta en cuatro ocasiones seguidas repite la palabra “nunca” para zanjar la cuestión. “Somos georgianos y estamos orgullosos de serlos”, proclama. Por si a alguien no le queda claro, vuelve a la carga: “somos un país del Cáucaso y nuestra cultura no tiene nada que ver con la de ellos”. Pone como ejemplo, además de las diferencias culturales, el hecho de que Georgia sea un país cristiano desde el año 324. “Por mucho que busques y rebusques solo podrás comprobar que no tenemos nada en común”.

Foto: Imagen de la experiencia. (Cedida)

Una vez concluida su etapa en el colegio a Bazanov le esperaban dos años de mili “pero como fui directamente a la universidad me libré”. Al menos, durante los cinco años que cursó en su ciudad ingeniería mecánica. Con el título ya en la mano “me di cuenta de que aquello no era lo mío porque era muy aburrido”. Ya no podía escaquearse por más tiempo de la mili y a los 23 años se puso por primera vez el uniforme del Ejército Rojo. Le tocó trasladarse a Ekaterimburgo, una ciudad enclavada en los montes Urales “donde las temperaturas alcanzan los 30 grados bajo cero” y la misma donde fueron ejecutados el zar Nicolás II, su esposa Alejandra Fiodorovna y sus cinco hijos por los bolcheviques.

Como tenía estudios universitarios, a Bazanov le propusieron ingresar durante un año en la academia militar para convertirse en oficial. “Les dije que sí y me quedé”, espeta. Comenzó su carrera militar en 1988 con el rango de teniente. Eran “malos tiempos” para la URSS. Había perdido la guerra en Afganistán y los soldados que regresaban desmoralizados del frente. Casi al mismo tiempo surgieron los primeros problemas con algunas repúblicas que empezaban a reclamar su independencia. Georgia fue la que dio el primer paso. A Bazanov, que ya había vuelto a su país como comandante del Ejército Rojo, no se le olvida el modo en que los rusos se aprovecharon el 9 de abril de 1989 de su fuerza militar para matar a 20 personas “la mayoría mujeres y gente mayor” solo para sofocar una pequeña revuelta en Tiflis. “Eso causó un gran impacto y aceleró el movimiento independista que se extendió a las repúblicas Bálticas, Armenia o Azerbaiyán”.

Como su país necesitaba en aquella época tan convulsa militares experimentados, Bazanov se enroló en el ejército georgiano. A los rusos no les extrañó aquel cambio. “Siempre estuvimos muy vigilados porque sabían que éramos gente que nos gustaba luchar por la libertad y por nuestra patria”. Los problemas se agudizaron cuando los soviéticos, a través del KGB, comenzaron a concentrar población rusa en regiones ricas de las 15 repúblicas como en Kazajistán, “donde había mucho trigo”, o Donbás en Ucrania para aprovechar la situación y querer mantener esas tierras “con la excusa de defender a su gente”. A su vez, los georgianos aún reclaman los territorios de Osetia del Sur y Abjasia, una reivindicación a la que se suma el antiguo comandante del Ejército Rojo.

Sin el uniforme de comandante del Ejército Rojo, Gogi Bazanov se plantó en 2000 en la localidad riojana de Arnedo casi con lo puesto. Tenía 36 años. La crisis económica en Georgia era brutal. Ni siquiera su condición de militar le privó de haber estado 15 meses sin percibir un sueldo. Así que se vio obligado vender su casa y su coche para sacar adelante a la familia. “Había que buscarse la vida”, explica. Una prima suya que había estudiado hasta tercero de Medicina en la antigua república soviética le aconsejó que viniera a España en busca de nuevas oportunidades. A ella le había ido bien. Al punto de que años más tarde consiguió acabar la carrera y ahora ejerce como médica en Pamplona. Al principio, la idea de abandonar su país no le sedujo, pero finalmente accedió a regañadientes. Tampoco le convencía lo de alejarse de su mujer y de sus dos hijos sin saber cuándo los iba a volver a ver. y aun así, hizo las maletas.

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