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El rugby se pone serio con los golpes en la cabeza: el plan para enterrar las conmociones
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LA SALUD DEL DEPORTE

El rugby se pone serio con los golpes en la cabeza: el plan para enterrar las conmociones

El caso de Steve Thompson, quien admitió que era incapaz de recordar nada de lo que sucedió en la final de la Copa del Mundo de 2003, ha hecho que se replanteen los métodos

Foto: Partido amistoso entre España y los All Blacks. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Partido amistoso entre España y los All Blacks. (EFE/Rodrigo Jiménez)

El rugby, como cualquier otro deporte de contacto, puede dejar secuelas irreversibles a un jugador. No es que sea algo muy frecuente, sin embargo, el carácter mediático de casos como el del exAll Black, Carl Hayman, de los ingleses Steve Thompson y Dylan Hurtley o el que se conoció hace unos pocos días del excapitán de Gales, Ryan Jones, han conseguido acaparar la atención de la prensa. Que este tipo de episodios sean escasos, no significa que se eluda poner el foco en la adopción de medidas preventivas que sirvan para sacar al rugby de la sección de sucesos en los periódicos. Lo que ocurre es que el testimonio de Hayman, un expilier de 42 años que lleva siete fuera de los terrenos de juego, resultó bastante esclarecedor. El neozelandés confesó que padecía una demencia precoz que le provocaba fuertes dolores de cabeza e incluso pérdidas de memoria, al punto de que, a veces, era incapaz de recordar el nombre de su hijo. Los médicos creen que su dolencia está relacionada con un Encefalopatía Traumática Crónica (ETC), una enfermedad neurodegenerativa provocada por la reiteración de golpes en la cabeza.

No solo se corren riesgos de padecer lesiones cerebrales con la práctica de deportes de contacto. En el fútbol, Jeff Astle, exdelantero del West Bromwich, falleció con tan solo 59 años. Tenía diagnosticada una enfermedad cerebral degenerativa que los médicos achacaron a toda una dilatada carrera de golpes y remates de cabeza. En las islas británicas, las autoridades ya tomaron en su día cartas en el asunto. Como medida preventiva, prohibieron en los entrenamientos la inclusión de remates de cabeza a los niños de menos de doce años. Los dirigentes de las federaciones inglesa, escocesa e irlandesa tuvieron muy en cuenta un estudio publicado en 2019 por la Universidad de Glasgow donde se advertía de que los futbolistas tienen el triple de probabilidades de sufrir demencia u otro tipo de enfermedades neurológicas graves como Alzheimer o Parkinson.

Foto: 'Hansen', nuevo presidente de FERrugby. (FERugby)

La respuesta de algunos jugadores de rugby ante el desamparo de sus clubes y federaciones después de haber puesto durante años en peligro su integridad física ha sido la de acudir a los tribunales de justicia. Los últimos en hacerlo han sido los irlandeses. Hace escasas fechas, Steve Thompson, ganador de la Copa del Mundo en 2003 con Inglaterra, admitió ante la prensa que era incapaz de recordar nada de lo que sucedió durante aquella final. El internacional inglés, que tiene diagnosticada una demencia desde hace tres años, no está solo en una iniciativa contra World Rugby y la todopoderosa Rugby Football Union inglesa. La demanda no busca solo una reparación económica por los daños causados durante su vida deportiva, sino hacer del rugby un deporte más seguro para las generaciones presentes y venideras.

Parece necesario ahora hacerse la pregunta: ¿es peligroso jugar a rugby? "Como muchos otros deportes de contacto, tiene sus riesgos, pero si me preguntas si yo dejaría que mi hijo jugara, la respuesta es sí, sin ninguna duda", afirma con rotundidad José Carlos Saló, traumatólogo del hospital Arnau de Vilanova (Lleida) y que desde 2008 trabaja como coordinador médico en la Federación Española de Rugby (FER). Su opinión, en calidad de experto en temas de lesiones originadas por las conmociones cerebrales, es que, en cuanto a su epidemiología, tanto por el número de las mismas como por su gravedad, hay que hacer una distinción entre los deportes con contacto, como el fútbol americano, el hockey sobre hielo o el rugby, respecto al otro grupo donde solo existe posibilidad de contacto como puede ser el balonmano, el baloncesto o el fútbol. "Diría que ninguno es peligroso si se adoptan las medidas adecuadas y se ponen los medios necesarios para reducir al máximo cualquier tipo de riesgo", añade.

placeholder El partido entre España y los All Blacks que se jugó en el Wanda. (EFE/Rodrigo Jiménez)
El partido entre España y los All Blacks que se jugó en el Wanda. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Para evitar en la medida de lo posible que se repitan los casos de Thompson, Hayman o Davies, los médicos apuestan por buscar un método eficaz a la hora de diagnosticar las conmociones cerebrales, "posiblemente una de las lesiones deportivas más difíciles para realizar un diagnóstico certero". El problema es que se trata de lesiones funcionales del cerebro, y no estructurales, "que no aparecen en un TAC o en una resonancia" y que presentan síntomas múltiples, variados y con duración aleatoria. El diagnóstico, por tanto, se basa en el reconocimiento de "múltiples" síntomas, siendo la cefalea, el mareo o la confusión los más frecuentes, pero es que hay hasta un total de 25 síntomas que pueden existir en una conmoción, muchos de ellos de duración muy corta, "a veces solo en diez segundos", y de los que luego el jugador se recupera para volver a su estado normal.

"No puedes diagnosticar lo que no conoces y, por eso, es tan importante conocer bien lo que es una conmoción, así como ofrecer formación e información sobre este tipo de cuestiones no solo al personal sanitario sino también a jugadores, entrenadores, delegados y árbitros", insiste Saló. Subraya, incluso, que la mayoría de los estudios epidemiológicos hablan de que es la lesión más común que se ha dado entre los jugadores de la Premiership inglesa durante los últimos cinco años. A este estudio se une otro realizado en el rugby español por el doctor Mario Iglesias, que aun no ha sido publicado, en el que las conclusiones son muy parecidas a las que cita la laureada universidad inglesa.

Dos protocolos diferentes

Puede sonar un tanto raro, pero la conmoción cerebral era un tipo lesión bastante desconocida hasta hace unas décadas. Muchos jugadores veteranos la autodiagnosticaban simplemente como un "golpe en la cabeza". Saló, que jugó en sus años mozos en el equipo de rugby del Seminario de Tarazona (Zaragoza), explica que ante situaciones de estas, ahora hay dos protocolos diferentes orientados a garantizar al máximo la seguridad del jugador en función de si compite en la élite o lo hace como amateur o semiprofesional.

"Muchos estudios avalan que el uso del casco solo previene de las lesiones epicraneales y puede llevar a una falsa sensación de protección"

A nivel internacional, existe un protocolo llamado Head Assement Injury (HIA) que se utiliza tanto en partidos donde se miden selecciones de alto nivel como en ligas profesionales de Francia (TOP 14) o Inglaterra (Premiership). Cuenta con seis vídeos que hacen un seguimiento exhaustivo de los jugadores y cuatro médicos (Médico del Partido, Médico del Vídeo y Médicos de Equipo). El que tiene la máxima autoridad para retirar a un jugador del campo es el llamado 'médico del día del partido', normalmente un galeno independiente a ambos contendientes, que se deja asesorar por el 'médico del vídeo' y por los responsables sanitarios de cada equipo.

Basta una simple sospecha para adoptar una decisión tan drástica como es la de retirar a un jugador de un terreno de juego. Todo está estudiado al milímetro. Si el lesionado cumple uno de los once requisitos (Criterios 1) que pueden dar pie a una conmoción confirmada, como pérdida de conocimiento, ataxia (falta de coordinación en la realización de movimientos voluntarios) o confusión, el médico puede dar de inmediato la orden de que no se reincorpore al juego. No es necesario, por tanto, que haya una pérdida de conocimiento. "Hay que olvidarse de esa idea que asocia conmoción con pérdida de conocimiento porque esa situación sólo se da en el diez por ciento de los casos", aclara el traumatólogo.

Foto: De la celebración a la tristeza. (EFE/Sergio Pérez)

Es uno de los mitos que, en su opinión, hay que desterrar. "Hay muchos otros síntomas que también pueden llevar a la conclusión de que se trata de una conmoción y por eso es tan complicado diagnosticarla", enfatiza. El otro es la creencia generalizada de que los cascos protectores sirven para evitar este tipo de lesiones. "Hay muchos estudios que avalan que el uso del casco solo previene de las lesiones epicraneales y el mero hecho de llevarlo puede llevar a veces al jugador a una falsa sensación de protección", puntualiza. Es más, también afirma sin ambages que el casco acolchado, muy de moda entre los jugadores, tampoco resulta eficaz como elemento de prevención.

En el rugby de élite, y siguiendo el protocolo HIA, ante cualquier duda sobre si un jugador ha sufrido una conmoción, el médico tiene la posibilidad de hacerle un test en el vestuario que se compara con una base de datos que guardan información previamente obtenida "y, si da positivo porque presenta más síntomas de los que tiene en su test basal, no puede volver al campo". Este tipo de protocolos ya se empezaron a aplicar en 2015 a raíz de los datos obtenidos durante la disputa de la Copa del Mundo de 2011 en Nueva Zelanda donde se comprobó que hasta el 56 por ciento de los jugadores que se reincorporaban al campo después de haber recibido algún evento susceptible de conmoción presentaban una conmoción no diagnosticada. Esta cifra, en la actualidad, se ha conseguido reducir a un seis u ocho por ciento, "que se corresponde a jugadores que se nos escapan con falsos negativos". En el ámbito semiprofesional o amateur, donde no existe logística para contar con el protocolo HIA, se aplica la fórmula "reconocer y remover", por lo que ante cualquier sospecha de conmoción el jugador debe abandonar el terreno de juego.

placeholder Futeu, jugador de España, en el último encuentro con Rumanía. (EFE/Chema Moya)
Futeu, jugador de España, en el último encuentro con Rumanía. (EFE/Chema Moya)

Al margen de la política de prevención, el siguiente problema que se plantea es saber si este tipo de lesiones pueden derivar a largo plazo en una Encefalopatía Traumática Crónica (ETC), motivo por el cual algunos jugadores han acudido a la justicia para tratar de recibir una compensación económica. El tema, según Saló, es "muy delicado a nivel científico". De ahí, que insista en que las cuestiones médicas haya que tratarlas desde la ciencia y no desde las emociones porque, además, el tema se complica de forma bastante notable al existir una demanda compensatorias a las aseguradoras.

Pese a que la NFL se ha gastado hasta la fecha millones de dólares para satisfacer las demandas de los jugadores que padecen ETC, Saló matiza que "a día de hoy", no se puede hablar de una relación causa-efecto con evidencia científica "al cien por cien" entre las conmociones con repetición y la Encefalopatía Traumática Crónica, "aunque cada vez existen más indicios que las relacionan". Así se desprende del último trabajo realizado por la universidad de Oxford junto con el Banco de Cerebros del Departamento de Estado de Estados Unidos publicado recientemente en julio y del que se hecho eco toda la prensa, especialmente la anglosajona. La principal conclusión es que no todos los jugadores que tienen conmociones de repetición acaban padeciendo una ETC, ya que pueden existir factores adicionales que contribuyan al desarrollo de esta enfermedad neurodegenerativa, "lo cual no excluye para tomarse de una manera seria el tema de conmoción".

Tener unos mínimos conocimientos

El otro tema que suscita interés es el retorno gradual de los jugadores conmocionados a la actividad deportiva. Tal y como apunta el traumatólogo, convendría que todos los estamentos del rugby tuvieran unos mínimos conocimientos de lo que significan este tipo de lesiones para adoptar la decisión más correcta. Así, hay federaciones en las que para que un jugador, un entrenador, un árbitro o un delegado obtenga su ficha tiene que haber realizado los módulos sobre Conmoción de World Rugby con tests "muy sencillos" que dan la suficiente información para que el interesado y su entorno tengan los conocimientos mínimos. Dentro de la FER, los responsables médicos ofrecen charlas a los distintos equipos nacionales. Esta práctica se ha extendido también a algunos clubes de División de Honor que cuentan con médicos con la suficiente formación como para tratar este tipo de lesiones.

"Es difícil convencer a un jugador que ha estado grogui cinco segundos para sacarle del campo"

Saló pone también el foco en que las conmociones son un tipo de patología en la que no hay una lesión externa aparente por lo que "es difícil convencer a un jugador que ha estado grogui cinco segundos para sacarle del campo". La problemática se plantea de nuevo cuando la persona que ha sufrido la conmoción no es capaz de procesar la información que le llega "de forma correcta". Y es que si decide de forma unilateral permanecer en el terreno de juego, ha de ser consciente de que tiene más riesgo de sufrir una nueva conmoción y hasta 3,4 veces de una lesión a nivel musculo esquelético (luxaciones, esguinces).

El traumatólogo hace hincapié en que World Rugby ha variado desde el pasado 1 de julio los plazos para el regreso a la competición tras conmoción. Se ha pasado de un descanso de siete días a un mínimo de doce. "Nos hemos dado cuenta de que el regreso era muy precoz y de que el jugador necesita un retorno más lento", espeta. Hay una condición añadida en el rugby de alta competición y es el que el jugador debe haber superado correctamente las seis etapas que fija el protocolo y, al mismo tiempo, no presentar ningún síntoma a los ojos de un comité independiente de neurólogos si quiere regresar en un tiempo menor al de los doce días. "La precipitación ha sido desde siempre uno de los fallos para evitar recaídas porque si a medio plazo persiste la sintomatología, hay que recordar que se deben cumplir las etapas y estar al margen de la presión ejercida por el propio jugador, su entrenador o su entorno".

El rugby, como cualquier otro deporte de contacto, puede dejar secuelas irreversibles a un jugador. No es que sea algo muy frecuente, sin embargo, el carácter mediático de casos como el del exAll Black, Carl Hayman, de los ingleses Steve Thompson y Dylan Hurtley o el que se conoció hace unos pocos días del excapitán de Gales, Ryan Jones, han conseguido acaparar la atención de la prensa. Que este tipo de episodios sean escasos, no significa que se eluda poner el foco en la adopción de medidas preventivas que sirvan para sacar al rugby de la sección de sucesos en los periódicos. Lo que ocurre es que el testimonio de Hayman, un expilier de 42 años que lleva siete fuera de los terrenos de juego, resultó bastante esclarecedor. El neozelandés confesó que padecía una demencia precoz que le provocaba fuertes dolores de cabeza e incluso pérdidas de memoria, al punto de que, a veces, era incapaz de recordar el nombre de su hijo. Los médicos creen que su dolencia está relacionada con un Encefalopatía Traumática Crónica (ETC), una enfermedad neurodegenerativa provocada por la reiteración de golpes en la cabeza.

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