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La farandulización y el 'rugby' a la carta, lo que el 2022 traerá al deporte oval
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Los cambios del próximo año

La farandulización y el 'rugby' a la carta, lo que el 2022 traerá al deporte oval

Game On Global permitirá a las federaciones cambiar el número de jugadores y el tamaño del balón, mientras World Rugby está más pendiente de copiar el marketing futbolero

Foto: Partido de rugby. (Reuters/Tim Wimborne)
Partido de rugby. (Reuters/Tim Wimborne)

Malos tiempos para la lírica. Especialmente en un deporte tan litúrgico como el rugby que se va desfigurando por las constantes actualizaciones de unas reglas que persiguen y penalizan fases identitarias del juego como la melé o el maul. Hace años que sus seguidores llegan a diciembre con la incómoda sensación de que se prostituye el espíritu de su deporte en aras de la profesionalización y "el rugby sostenible". El año 2021 no solo reafirma desafortunadamente esa sensación, incluso la certifica.

La profesionalización oval, institucionalizada en 1995 después de que este deporte sirviese de herramienta a Nelson Mandela para unir al pueblo sudafricano y evitar una guerra civil, ha provocado en el rugby la deriva de este deporte tan solemne hacia la 'farandulización' más futbolera. Hace tiempo que los clubes copiaron algunas cuestionables costumbres del código futbolístico, como colocar el nombre del jugador en la camiseta. Un atentado contra el espíritu del rugby, deporte en el que el dorsal conlleva una misión, una responsabilidad con el equipo y el compañero, una laboriosa especificidad que trasciende históricamente al reconocimiento personal de quien la porta. Uno tiene que hacer su trabajo, solo su trabajo, pero todo su trabajo. Y ese trabajo lo dicta su dorsal.

Este año se han atravesado varias líneas rojas como la 'nomenclaturización' de las camisetas de las selecciones en las Series Mundiales de siete. Un detalle aparentemente insignificante, pero de una trascendencia atroz. Es el inicio de la cuesta abajo. La mercantilización del rugby está desvirtuando los rasgos definitorios de este deporte. Hace unos días Beauden Barrett, apertura (o quizás zaguero, hay amplio debate en ello) de los All Blacks tropezaba con Neymar en un estadio en Francia. Los dos deportistas intercambiaron amistosamente sus camisetas. La del PSG, con el nombre del brasileño y publicidad, en manos del kiwi. La del neozelandés, con un espartano dorsal número 10 blanco sobre el negro de la zamarra de los All Blacks, en manos del carioca. Sin nombre, sin publicidad. Virgen.

placeholder Beauden Barrett. (Reuters/Clodagh Kilcoyne)
Beauden Barrett. (Reuters/Clodagh Kilcoyne)

Neymar se llevó la camiseta

La parroquia oval se vanaglorió del detalle. No hacía falta poner nombre a la camiseta. Neymar, sin saberlo, no se llevó a casa la camiseta de Barrett, se llevó mucho más. La jerárquica prenda que han lucido genios como Grant Fox, Andrew Merthens, Dan Carter o el propio 'Beaudy'. Un símbolo equiparable a la zamarra número 10 de Brasil que lucieron Pelé, Zico o Rivelino antes de que se mancharan con el nombre de su portador.

Este paso que ha dado World Rugby con la impresión del nombre de los internacionales de siete en sus camisetas hace sospechar que los de XV tienen los días contados. El Unión, el de 15, mantiene aún entre sus liturgias previas a los grandes partidos la entrega de camisetas a los jugadores que participan. Un ritual que protagoniza una figura que vistió la zamarra entregando en un acto tan discreto como simbólico la camiseta que cada jugador defenderá en el campo. A Jonah Lomu se la entregó una luminaria del rugby neozelandés como John Kirwan y él cumplió la ley no escrita que exige "entregarla a tu sucesor en mejores condiciones de la que las recibiste". Lomu, el jugador más celebrado mediáticamente de la historia, nunca llevó su nombre impreso en una camiseta. Y tampoco ganó un Mundial. Porque al rugby juegan quince (ahora con los cambios 23) y siempre se topó con equipos mejores a la suma individual del talento de los All Blacks en los que jugaba Jonah.

placeholder Jonah Lomu. (Reuters)
Jonah Lomu. (Reuters)

Árbitros charlatanes

Esta 'espectacularización' del deporte ha exprimido la haka hasta niveles insospechados y está convirtiendo el rugby en un deporte plagado de árbitros charlatanes, jugadores protestones y un público maleducado en las gradas. Se echa en falta el reverencial respeto que siempre ha habido por más que en el campo siempre se hayan intercambiado caricias y arrumacos propios del desafío físico que comporta.

A todo esto se suma la aparición del Covid, que es, junto a la preservación de la seguridad del jugador (necesaria), la coartada de moda para justificar la aprobación de reglas impensables no hace tanto. El último atropello a la lógica lo firma World Rugby con un programa denominado 'Game On Global'. Programa que termina por despedazar lo que queda de este deporte.

Desde el próximo 1 de enero, cada Unión (el equivalente oval a las federaciones), podrá, según el ampuloso lenguaje que utiliza la institución que dirige el septuagenario inglés Bill Beaumont, introducir el 'Game On Global' para "acelerar el involucramiento en un rugby sustentable después de la pandemia del COVID-19, en línea con la estrategia transformadora de cimentar al rugby como el deporte más progresivo en cuanto al bienestar del jugador". Bienestar del jugador y Covid en la misma frase solo puede traer malas consecuencias para el rugby.

placeholder Partido de rugby. (Reuters/Craig Brough)
Partido de rugby. (Reuters/Craig Brough)

¿Evolución técnica?

Siendo cierto que el rugby ha evolucionado físicamente con su profesionalización, lo de técnicamente sería mucho más discutible en según qué países, Wolrd Rugby da manga ancha a las federaciones para que diseñen un rugby a la carta. Este plan permite variar desde la cantidad de jugadores por equipo (de diez a quince), a la duración del partido, (podría tener cuatro tiempos de 20 minutos), las melés y las touches podrán pactarse, se permitirán cambios ilimitados y podrán reducir las dimensiones del campo y de la pelota.

Para Beaumont, "las enmiendas anunciadas son un elemento clave de nuestro objetivo a largo plazo de hacer que el rugby sea más accesible, sustentable, seguro y disponible para todo el mundo". "La pasión, compromiso y disfrute que vemos en las canchas nos impulsan, con la determinación de continuar evolucionando y mejorando el juego que todos amamos".

El rugby, por tanto, amenaza con "continuar evolucionando y mejorando el juego" con esta versión Frankestein que propone Beaumont. Algo más que discutible. El juego ha cambiado desde que el presidente jugó su último partido para Fylde en 1982. Ahora los jugadores son más atléticos, el espacio se ha reducido y, sobre todo, el reglamento crece cada temporada. Esto último hasta el punto de provocar la publicación de libros tan divertidos como el último del periodista Paul Williams, 'Rugby Has F***ing Laws, Not Rules: A Guided Tour Through Rugby’s Bizarre Law Book' (El rugby tiene jodidas leyes, no reglas: Un paseo por el bizarro libro de las leyes del Rugby). Un irreverente repaso al laberinto de las nuevas reglas del rugby en el que queda retratada esta inquietante deriva del rugby que se acrecentará en este 2022 que estamos a punto de inaugurar.

Malos tiempos para la lírica. Especialmente en un deporte tan litúrgico como el rugby que se va desfigurando por las constantes actualizaciones de unas reglas que persiguen y penalizan fases identitarias del juego como la melé o el maul. Hace años que sus seguidores llegan a diciembre con la incómoda sensación de que se prostituye el espíritu de su deporte en aras de la profesionalización y "el rugby sostenible". El año 2021 no solo reafirma desafortunadamente esa sensación, incluso la certifica.

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