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Por qué Sudáfrica fue fiel a su historia con el rugby y castigó a una irreconocible Gales
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Duelo de contacto en el Mundial

Por qué Sudáfrica fue fiel a su historia con el rugby y castigó a una irreconocible Gales

Los springboks se meten en la final ante Inglaterra después de ganar el desafío físico (16-19) a unos dragones que no propusieron nada con el balón en la mano. Gales renunció a cualquier propuesta

Foto: Damian Allende, rodeado por sus compañeros tras realizar una anotación durante las semis ante Gales. (EFE)
Damian Allende, rodeado por sus compañeros tras realizar una anotación durante las semis ante Gales. (EFE)

Se enfrentó el martillo al yunque. Y golpearon y golpearon sin descanso. Dos equipos queriendo ganar mientras jugaban a no perder. Buscando argumentos en los errores rivales en lugar de hacerlo en el talento propio. Un duelo prosaico, denso como una cerveza negra. Aún impactados por la exuberancia inglesa ante los All Blacks, esta segunda semifinal nos devolvía a la realidad más rácana de este rugby 'testosteronizado' por la profesionalización del rugby. Centenas de percusiones, decenas de patadas. Un duelo tenebroso con más músculo que neuronas.

Gales y Sudáfrica propusieron un partido diametralmente opuesto al que se vivió en la semifinal entre Inglaterra y Nueva Zelanda. Se enfrentaban el ganador del Seis Naciones, los dragones, contra el ganador del Championship, los springboks. Un duelo marcado por el desafío físico de las dos delanteras que mejor interpretan el juego cerrado del panorama rugbístico actual. El rugby de contacto.

Si en la primera semifinal el protagonista fue el seleccionador inglés Eddie Jones, en esta segunda el foco estaba puesto en el hombre que estaba sentado en el banquillo galés, el neozelandés Warren Gatland. El kiwi es otro estudioso de la pizarra que ha terminado dotando de una mandíbula de acero a una selección históricamente lúdica como la galesa. El neozelandés ha cerrado el juego del equipo en torno a su delantera y ha multiplicado hasta límites insanos la frecuencia de pateo de su bisagra. Una lluvia de patadas a seguir que trasladan la presión a campo contrario en pelotas divididas a las que acuden sus zagueros y sus alas a tumba abierta. A pescar en el error rival.

placeholder La selección sudafricana placa a un jugador galés durante el encuentro de semifinales del Mundial. (Reuters)
La selección sudafricana placa a un jugador galés durante el encuentro de semifinales del Mundial. (Reuters)

Rodillo africano

Sin embargo, Gatland, que deja Gales tras el Mundial para regresar a casa, se colocaba ante el espejo frente al rival más similar del hemisferio sur. Los sudafricanos despliegan la delantera más poderosa del planeta y a eso suman a su peculiar medio melé, el rubio Faf de Klerk. La inferioridad física de los europeos invitaba a pensar que Gatland habría preparado algo para sorprender a su titánico rival. Porque salir a acumular fases y percutir ante los gigantes bokkes no parecía el plan más recomendable. Sonaba a suicido. A agonía.

Gales sufrió de lo lindo en los puntos de encuentro. Los sudafricanos pasaron el rodillo en sus cargas y sobre todo en los contrarucks, donde hicieron trabajar mucho a los dragones para lograr la conservación de la bola en cada jugada. La primera parte no ofreció nada sorprendente más allá de la desafortunada lesión de North. Las delanteros luchaban dejándose la vida en cada balón y los springboks procedían a otra labor de demolición, como hicieron en cuartos ante los japoneses. Ir debilitando al rival a base de pasar por encima de los receptores de las patadas a la caja de de Klerk y las cruzadas de Pollard. Un plan aburrido, pero eficiente.

Al descanso se marcharon 6-9 arriba los bokkes con la sensación de que eran superiores en el desafío físico e incluso se animaron a desplegar alguna jugada en el abierto al encontrarse en superioridad, como un divertido drive en el minuto 28 que terminó con De Klerk siendo placado por el último defensor galés. Gales necesitaba sacar algo de la chistera de Gatland. El llamado Warrenball, ese juego aburrido y físico que le ha valido para ganar tres Grand Slams en estos 12 años al mando de los dragones, no era suficiente para superar a los replicantes sudafricanos.

placeholder Los jugadores de Gales, cabizbajos al final del encuentro. (Reuters)
Los jugadores de Gales, cabizbajos al final del encuentro. (Reuters)

Pero pasaban los minutos y no cambiaba el panorama. Una indisciplina sudafricana permitía empatar a Gales y Gatland mantenía la apuesta. 9-9 con media hora por jugarse. A la victoria por demolición. Seis delanteros esperaban en el banquillo de Erasmus para echar más madera en la caldera springbok, esperando el desfallecimiento de los galeses. Pelotas lentas, unidades de tres delanteros de manual.

El partido estaba en los detalles

Y cuando más iniciativa necesitaba Gales, la tomó Sudáfrica con un par de descargas rápidas, la aparición por sorpresa de Pollard y una llegada de De Allende, al que la fe llevó hasta la zona de marca galesa. El desgaste físico pasaba factura a los dragones con Gatland impertérrito en la tribuna. El 9-16 que señalaba el marcador en el minuto 57 operó el cambio renovando su bisagra los galeses, con Thomos Williams y Rhys Patchell. Una marcha más.

Gales se marchó a por el ensayo y enlazó 20 fases a cinco metros del ingoal sudafricano. Rascaron un golpe frente a palos, pero pidieron melé, sabiendo que era la mejor forma de sacar a los delanteros bokkes de la línea defensiva. Moriarty salió de ocho con De Klerk colgado de él, sirvió para su medio melé y a partir de ahí, fijar y pasar hasta Adams, que posó el ensayo en el ala. Halfpenny añadía una conversión complicada e igualaba el marcador 16-16 a falta de quince minutos para el final. Gatland metía piernas nuevas y pulmones frescos en su delantera para aguantar la agonía final.

Resucitada Gales con los cambios, el fantasma de la prórroga revoloteaba. El partido estaba en los detalles, en la toma de decisiones. Un drop de Patchell se quedó por el camino. Otro en ventaja de Pollard no llegó a despegar cogiendo altura, pero la consiguiente transformación a palos puso a Sudáfrica por encima (16-19) a falta de cuatro minutos. Ahora el cronómetro se alineaba con los sudafricanos. Los bokkes llevaron el partido a la 22 galesa a base de patadas profundas. Y eso sumado a su presión hizo morir a Gales asfixiada en su campo sin posibilidad de reacción y perdiendo el tren de una final del Mundial en la que cayeron por desafiar al equipo más físico del mundo. Los dragones renunciaron a proponer desde el talento, dando la espalda a su extensa y exitosa historia, y Sudáfrica fue fiel a su identidad rugbística. Ganó el más fuerte. Quizás no el mejor.

Se enfrentó el martillo al yunque. Y golpearon y golpearon sin descanso. Dos equipos queriendo ganar mientras jugaban a no perder. Buscando argumentos en los errores rivales en lugar de hacerlo en el talento propio. Un duelo prosaico, denso como una cerveza negra. Aún impactados por la exuberancia inglesa ante los All Blacks, esta segunda semifinal nos devolvía a la realidad más rácana de este rugby 'testosteronizado' por la profesionalización del rugby. Centenas de percusiones, decenas de patadas. Un duelo tenebroso con más músculo que neuronas.

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