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Cisma en el rugby mundial por una nueva norma: más cambios y más peligros de lesión
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Cisma en el rugby mundial por una nueva norma: más cambios y más peligros de lesión

Entre las modificaciones propuestas por la Federación Francesa de Rugby y la Liga Nacional de Rugby destaca la que propone ampliar ¡a doce! las sustituciones

Foto: El rugby francés ha aprobado nuevas normas, como el aumento de cambios y la tarjeta azul. (EFE)
El rugby francés ha aprobado nuevas normas, como el aumento de cambios y la tarjeta azul. (EFE)

El oráculo incorruptible del rugby, sus reglas, vienen siendo manoseadas desde hace años bajo el pretexto de salvaguardar la seguridad de los jugadores. Una corriente de controvertidas decisiones, observadas con recelo por sus practicantes, que tratan de esconder en realidad el efecto devastador del profesionalismo. El punto de inflexión se produjo en 1995, fecha en la que el rugby finalizó con 172 años de amateurismo. Salpicados, huelga decirlo, de numerosas e indisimuladas prácticas de remuneración que terminaron sumiendo a este deporte en el turbio semiprofesionalismo.

La llegada del profesionalismo cambió estructuralmente la concepción del deporte oval. La primera consecuencia fue el crecimiento de unos jugadores que multiplicaron su potencia y su velocidad. Lo que aportó más espectacularidad al deporte, rasgo, por cierto, que nunca fue una prioridad del rugby. Pero esos jugadores más rápidos, más grandes y más potentes comenzaron a sufrir lesiones más graves y más frecuentes porque las percusiones eran más potentes y más devastadoras.

La proliferación preocupante de las conmociones cerebrales ha sido el síntoma más evidente de que algo no funciona en el nuevo rugby. Conmociones siempre hubo, pero no con la frecuencia actual. Los efectos de la 'televisación' del rugby también han sido trascendentales en el cambio de la dinámica del juego. Comenzaron a aparecer reglas que desactivaron fases clásicas como la melé y el maul, las menos vistosas para los espectadores al perder de vista la bola. Se promocionó el juego abierto, donde la velocidad y la espectacularidad de las percusiones actúan de anzuelo para aumentar las audiencias con nuevos clientes.

placeholder La velocidad y la espectacularidad de las percusiones aumentan las audiencias con nuevos cliente. (EFE)
La velocidad y la espectacularidad de las percusiones aumentan las audiencias con nuevos cliente. (EFE)

Hace unas semanas, Francia hizo público un paquete de medidas experimentales muy controvertidas con el propósito, una vez más, de "preservar la seguridad de los jugadores". La propuesta llega avalada por el rimbombante Observatorio Médico de la Federación Francesa de Rugby y la Liga Nacional de Rugby de ese país. Entre las modificaciones propuestas destaca la de ampliar ¡a doce! las sustituciones, permitiendo que jugadores que han abandonado el campo puedan regresar a él, y la posibilidad de mostrar una tarjeta azul por parte del árbitro a los jugadores que muestren síntomas de conmoción cerebral.

Se propone que los jugadores reemplazados por razones tácticas puedan volver a jugar para sustituir a un jugador lesionado, a un jugador con una herida sangrante, a un jugador que ha sido objeto de un informe de tarjeta azul, a un jugador que se somete al protocolo de conmoción cerebral o a un jugador de primera línea excluido temporal o definitivamente.

Foto: Cartel promocional del clínic que impartirán los All Blacks en Madrid en agosto. (Kiwi House)

Más cambios, más desequilibrios

Sin embargo, detrás del aumento de sustituciones, en lugar de una mejora de la seguridad se esconde un aumento del riesgo de las lesiones. Se está produciendo una serie de jugadores diseñados físicamente para generar el máximo impacto en un intervalo menor de minutos. Jugadores que salen frescos al campo y se baten con rivales cansados muscular y mentalmente, lo que multiplica el riesgo de lesiones. Lo jugadores 'diseñados' para jugar durante 80 minutos hacen más hincapié en el trabajo aeróbico y suelen estar menos musculados. La nueva propuesta francesa brinda además la oportunidad a los jugadores de volver al campo repuestos tras un descanso, lo que en aumentaría la probabilidad de lesionar a unos rivales más cansados.

Son muchos los exjugadores que se han pronunciado en contra de la propuesta francesa, especialmente porque cada vez es más generalizada la idea de que es necesario retomar la senda originaria y reducir al mínimo los cambios. Parte del problema reside en el impacto de los múltiples sustitutos. Cuando tienes la opción de entrenar jugadores para disputar períodos limitados, puedes acentuar el poder y el tamaño, con los consiguientes riesgos de lesiones. Si se añade que algunos jugadores, cada vez menos, tienen que jugar un partido completo y están inevitablemente cansados, se produce un desequilibrio físico. Y por ello esta corriente defiende que el aumento de las sustituciones tiene unas consecuencias contrarias a las esperadas.

Respecto a la innovación de la tarjeta azul, lleva meses probándose en Nueva Zelanda en competiciones provinciales. Los árbitros tienen la potestad de mostrar tarjeta azul a cualquier jugador que sospechen que haya sufrido una conmoción cerebral. Algo que se entiende como una medida preventiva, pero que en realidad arroja más presión sobre los árbitros, que ya están bastantes vigilados.

Todas estas medidas han dividido al mundo del rugby. Por un lado están quienes quieren preservar el espíritu más genuino e igualar las condiciones de los jugadores al limitar las sustituciones al mínimo y con ello el riesgo de las lesiones. Y por el otro quienes apuestan por aumentar el número de sustituciones alimentando la espectacularización del rugby y aumentando el riesgo de lesiones debido al impacto de jugadores que compiten en condiciones desiguales. Francia ha abierto el debate.

El oráculo incorruptible del rugby, sus reglas, vienen siendo manoseadas desde hace años bajo el pretexto de salvaguardar la seguridad de los jugadores. Una corriente de controvertidas decisiones, observadas con recelo por sus practicantes, que tratan de esconder en realidad el efecto devastador del profesionalismo. El punto de inflexión se produjo en 1995, fecha en la que el rugby finalizó con 172 años de amateurismo. Salpicados, huelga decirlo, de numerosas e indisimuladas prácticas de remuneración que terminaron sumiendo a este deporte en el turbio semiprofesionalismo.

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