El entrenador de los métodos inverosímiles: "Si los futbolistas fueran listos, todos jugarían con botas verdes"
Su camino estaba ligado por inercia al hockey. Fue seleccionador español femenino y con una metodología poco ortodoxa lideró al equipo para conseguir el oro olímpico en Barcelona 92
El frío invernal ya se nota en Madrid, más todavía en una mañana en la que escasea el sol. Por eso José Brasa (Vigo, 1951) acude a la cita bien abrigado, con una sudadera de la Selección Española de fútbol. Quizá la lleve por ese imborrable recuerdo al frente del combinado nacional de hockey femenino, al que guio hasta el oro olímpico en Barcelona 92. "Un directivo me dijo que la única medalla de oro que ganaríamos sería la de la Virgen de Lourdes", dice entre risas.
Se presenta con su voz particular y expone una petición: "Por favor, te pido que me hables de tú". Brasa llega procedente del hospital, de vacunarse, antes incluso de la hora pactada, y le apetece un café. "Que sea con leche, por favor", comenta antes de demostrar su simpatía con una de las camareras.
Nadie lo saluda. Nadie se percata de la presencia de un campeón olímpico en la cafetería. Pero están ante un entrenador cuyo camino llegó hasta el hockey por influencia familiar; porque su tía María Antonia fue la pionera en Galicia. Años después, tras haber aprobado el curso de entrenador, desarrolló métodos de entrenamiento inverosímiles como grabar a las jugadoras para prepararlas para las preguntas de los periodistas. O entrenar los reflejos con cortinas.
Ahora José, casado con Virginia Ramírez, integrante de aquel equipo campeón en Barcelona, vive a caballo entre Bruselas y Madrid, porque entrena al Royal Ombrage, equipo belga. Se dedica, básicamente, "a salvar equipos y devolverlos a la élite". Pero entre viaje y viaje tiene tiempo para atender a El Confidencial.
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PREGUNTA. ¿Cómo se explica que un español dé nombre a un estadio en Bélgica (en Lieja)?
RESPUESTA. Porque he llevado al club a División de Honor, la máxima categoría. Hace 30 años, tuvieron un momento de luz y llegaron también a la élite, pero luego descendieron muchas categorías rápidamente. Hice un poco de revolución, como me gusta hacer a mí las cosas, a mi estilo y con mis líneas de trabajo. Cambié a todos los jugadores de sitio, salvo al portero. Pasamos del descenso a estar en la cabeza de la clasificación. Fue un trabajo muy bonito durante cinco años.
P. ¿Los entrenadores se retiran o los retiran?
R. Más bien nos retiran, que suele ocurrir cuando ya no nos quiere nadie porque no somos necesarios. Sin embargo, en mi opinión, es bonito seguir trabajando mientras uno pueda. Entrenar no tiene edad.
P. ¿No se plantea una fecha de caducidad?
R. No, no, la única fecha de caducidad es el día que se jubile mi mujer [risas]. Ahora mismo estoy contento en el Ombrage. Ellos quisieron que ampliásemos mi contrato hasta el 2031, el año del centenario del club. Esto es algo extraño en el hockey, porque se suele revisar año a año. Les agradecí el detalle, pero firmé la renovación hasta el 22 de mayo de 2029, fecha en la que mi mujer cumple 65 años. Ahí es cuando voy a dejar de entrenar para irme a dar la vuelta al mundo con ella.
P. A dar la vuelta al mundo como Julio Verne, al que conocen bien en su familia.
R. Sí, señor, sí, sí. En realidad, Julio Verne dio la vuelta al mundo dos veces en su velero. Mi familia lo conoció porque paró en Vigo dos veces. La primera fue para reparar el motor del velero, que se le había estropeado. Y se lo arregló mi bisabuelo. La segunda fue simplemente una cortesía: fue para visitar a mi bisabuelo. Eso lo tenemos a gala en la familia.
P. ¿Entabló su abuelo amistad con él?
R. Existe cierta controversia al respecto. Julio Verne lo escribía absolutamente todo y hay poco sobre mi abuelo en sus memorias y en su cuaderno de bitácora. Él tenía una fundición de hierro muy grande y era una persona que pensaba diferente. De hecho, inventó el submarino, hizo el primer prototipo. Sus ideas eran magníficas y maravillosas.
P. El hockey lleva presente en su familia desde hace un siglo.
R. Sí, es correcto. Ahora hablamos de la presencia del hockey en la familia, pero quería decirte algo más sobre mi bisabuelo.
P. Adelante.
R. Fue un pionero a nivel social, por eso fue tan querido por todos los trabajadores. Antes, en las fábricas se cobraba los domingos. Los trabajadores acudían a por el salario y, de paso, limpiaban la fábrica para que estuviera operativa el lunes. Entonces él lo cambió y pasó a entregarles la remuneración el sábado. Para que el día libre fuera real.
P. ¿A usted no le llamó nunca la atención la fábrica?
R. Sí, porque yo estudié Química. Cuando yo estaba en el ecuador de la carrera, falleció mi abuelo, que había heredado la gestión de la fábrica. Pero los cuñados de todas las hijas [eran 11 hermanos] optaron en ese momento por venderla porque el precio de los terrenos era enormes. Ellos lo decidieron porque solo mi madre y otro hermano eran los que trabajaban allí.
P. Su abuelo diseñó un espacio en los años 30, en la misma fábrica, para que jugaran al hockey.
R. Sí, allí estableció una zona cerca de la fábrica, pegada, en la que jugaban al hockey. Pero aquello duró poco porque enseguida nació el Club de Campo de Vigo.
P. ¿Conoció usted esos campos?
R. Sí, cuando pequeño. Allí solía darle muchas patadas al balón o a jugar al hockey. Sin embargo, era difícil porque ya se había vuelto totalmente salvaje aquello: había muchísimos hierbajos y zarzas. Cuando nació el Club de Campo de Vigo, ubicado a 200 metros, aquello perdió utilidad.
P. Usted estudió Química, pero a los 17 años se sacó el carné de entrenador.
R. Me matriculé en Química porque tuve un buen profesor en quinto de Bachillerato y me interesó. A los 17 años hice el curso de entrenador en Madrid, donde me mudé para estudiar la carrera.
P. ¿Por qué?
R. Porque mi madre era muy lista. Nosotros éramos huérfanos de padre, que era militar y murió cuando era muy joven. Mi madre quería que yo estudiara en Madrid, porque tenía muchísimo más prestigio que en Salamanca o Santiago de Compostela.
P. ¿Cuándo surge la opción de hacer el curso de entrenador?
R. Lo hice porque a mí me gustaba mucho, ten en cuenta que toda la familia lo habíamos mamado desde muy pequeños. De hecho, el hockey femenino empezó en Galicia gracias a mi tía María Antonia. Eso era lo que me habías preguntado antes.
P. ¿Cómo lo popularizó entre las chicas?
R. Ella vino a Madrid a estudiar la Institución Libre de Enseñanza. Se quedó en una residencia de señoritas, pero enfrente vivían los chicos. La residencia de los chicos tenía delante un campo de hockey y les dejaban ir a jugar. Ahí conoció ese deporte. En esa atmósfera, convivió con los hermanos Machado y con María de Maetzu, la directora de la residencia de señoritas. Un día le sugirió una cosa.
P. ¿El qué?
R. La residencia tenía una pista de tenis en la que sólo podían jugar las chicas. No obstante, ya que ellas usaban la pista de hockey, tenía sentido que también podían usarla los chicos. Pero la propuesta parece que no le hizo mucha gracias [risas]. La petición no prosperó y aquello nunca ocurrió. Luego volvió a Vigo y se convirtió en la pionera del hockey en toda Galicia.
P. ¿Tuvo claro que quería ser entrenador de hockey?
R. Yo fui muy metomentodo desde muy pequeño. En realidad, eso era por culpa de mi madre, que era muy emprendedora. De ella saqué la astucia y el atrevimiento. Con 15 años, yo era el presidente del Colegio de Árbitros de Galicia y el presidente del Comité de Competición. Quizá por eso mi mote de pequeño era Jaimito, porque estaba en todos los fregados. De hecho, incluso en el tenis, donde arbitré a Manolo Santana. Y fui amigo íntimo de Juan Gisbert.
P. ¿Cómo que árbitro a Santana?
R. Como lo oyes. Había un torneo de tenis en el Club de Campo y yo era el único que me atrevía a subirme a la silla. Es más, es que los pitaba sin jueces de líneas, porque tenía muy buena vista. Lo único que pedí, a veces, es que alguien se pusiera en el pasillo contrario.
P. ¿Qué tal con Santana?
R. Muy bien. Me quiso contratar con 17 años para ser árbitro del torneo del norte, uno que jugaba todos los clubes desde San Sebastián hasta Vigo. Él lo fundó, porque llegó a un acuerdo con todos ellos. Era a nivel pequeño, pero el objetivo es que hubiera un premio común.
P. ¿Cómo se denominó ese torneo?
R. No lo recuerdo, pero se disputó dos o tres años solamente. Debió ser el verano del 67, del 68 y del 69. Santana era el encargado de contratar a los tenistas y había uno que tenía muy mala leche, que protestaba todas las decisiones. Y el único que se atrevía a arbitrar era yo, porque era muy proactivo y me metía en todos los fregados.
P. ¿Qué tal se le daba el tenis?
R. No excesivamente bien. En aquel tiempo, el Manuel Alonso era el torneo más importante entre los chavales. Nunca llegué a clasificarme, pero al menos obtuve buenos resultados en torneos locales, donde solía llegar hasta semifinales. En invierno jugaba al hockey y en verano, al tenis.
P. ¿Fue usted un entrenador revolucionario?
R. Sí, porque he revolucionado muchísimas cosas. De hecho, la Federación Internacional ha cambiado cuatro veces las reglas como consecuencias de detalles que he introducido.
P. Una de ellas fue jugar sin portero.
R. No estaba permitido jugar sin portero, era obligatorio tener uno dentro del campo, además de que debía llevar caso. La primera vez que lo puse en práctica fue con la Selección femenina. Siempre llevábamos un casco ciclista en la maleta de los materiales. Tenía las cuatro bandas pequeñas y solo se ataba por debajo. Convencí a los árbitros, al delegado y a la delegada técnica. Hoy lo hacen todos, pero el pionero, con muchísimos años de antelación, fui yo.
P. ¿Sacarle partido al reglamento equivale a ser tramposo?
R. Hay cosas en las que sí. Hay que leerse muy bien el reglamento para sacarle el máximo partido, como ocurre, por ejemplo, con los fueras de juego. Reconozco que lo que hice con las zapatillas y las medias blancas no estuvo bien éticamente. De hecho, no estoy contento con eso.
P. Usted lo hizo para que el árbitro se confundiera, porque la pelota también era blanca.
R. Sí, lo hice para que el árbitro no tuviera el contraste. Si la pelota le rozaba o pegaba en el pie, no podía saber realmente si había impactado o no. Además, si el partido era en casa con el público favor, era más difícil que señalaran la infracción cuando surgían las dudas. Pero hubo equipos que nos emularon y lo prohibieron.
P. Fue entonces cuando optó por las zapatillas verdes.
R. Eso ocurrió en Atlanta 96, donde conseguimos el mismo objetivo, el contraste con la hierba. En ese sentido, estoy contento, porque no confundíamos al árbitro. Si los futbolistas fueran inteligentes, jugarían todos con botas verdes.
P. El Ché Guevara hablaba de que "todo buen revolucionario siente como suyas las injusticias que se cometen en cualquier parte del mundo". ¿Usted, como revolucionario, coincide?
R. Estoy totalmente de acuerdo. Conseguí que los pobres también tuvieran facilidades y condiciones para que compitieran con los equipos de alto nivel.
P. Cuando usted empezó en la Selección, las jugadoras se casaban y se retiraban.
R. Por eso mi primer anzuelo fue hacer una reunión en las que les pregunté quiénes querían entrar entre las 16 que iban a disputar unos Juegos Olímpicos en su casa.
P. ¿Era una utopía pensar en el oro?
R. No, no, no. Como soy gallego, dije desde el primer momento que nosotros íbamos a ganar medalla. ¿Por qué? Porque en semifinales, y jugando en casa con el público a favor, no nos iban a ganar. Yo estaba convencido, pero otros no. De hecho, un directivo me dijo que la única medalla de oro que ganaríamos era la de la Virgen de Lourdes.
P. ¿Qué recuerda de Barcelona 92?
R. Tengo un muy buen recuerdo, porque la preparación fue muy bonita. Lo mejor de aquella Selección femenina era la alegría de las jugadoras, lo bien que se lo pasaban, lo que disfrutábamos en las concentración… Nosotros siempre hacíamos alguna fiesta o algún viaje todos juntos, porque era una forma de hacer equipo. Eso sí, era una fiesta aséptica, nada como lo que está saliendo ahora [risas]. Solían ser fiestas graciosas, de disfraces, de trajes típicos…
P. ¿Cómo encajaba una fiesta en una concentración?
R. Solíamos hacerla al principio, cuando nos juntábamos para una concentración larga. Todos los años íbamos a un pueblo de la frontera entre Holanda y Alemania cuyas instalaciones son extraordinarias. La fiesta no implicaba alcohol ni salir a ninguna parte, era entre nosotros. Poníamos un escenario y cantábamos canciones.
P. ¿De qué manera les benefició el Plan ADO?
R. Benefició mucho a las jugadoras. A la Federación le importaba un bledo la Selección femenina, porque los chicos optaban a algo en los Juegos y las chicas eran las 14ª del mundo. Con el ADO hubo dinero para pagar a las jugadoras, que antes nunca había habido.
P. ¿Permitió que las chicas se dedicaran en exclusiva al hockey?
R. Solo se dedicaron en el último año, porque era imposible, ganaban una misera. El día completo de concentración les pagaban 2.000 pesetas (12 euros) y el de entrenamiento, 1.000 (seis). En total sacaban 30.000 pesetas (180) al año. Antes del ADO, los patrocinadores eran específicos para cada Federación. La de hockey cobraba 40 millones de pesetas (240.000 euros) y les daban 30 (180.000) a los chicos y 10 (60.000) las chicas. Cada vez que preparaba una concentración, me la suspendían aludiendo que no había fondos.
P. ¿Qué hizo entonces?
R. Fui al Consejo Superior de Deportes (CSD), porque me daba igual presentarme en los despachos. De hecho, Cortés Elvira decía que ataban las sillas con cadenas cuando yp llegaba [risas]. Fíjate si era precaria la situación, que cualquier cosa me servía de lo poco que teníamos. A mí el cabreaba el sistema de repartos y por eso me fui a hablar con Fernando Sánchez Bañuelos, ejecutivo del ADO. En esa reunión, le escribió una carta al presidente de la Federación y le dijo que los 40 millones se dividirían en 20 y 20. A pesar de este cambio, ellos tenían una ventaja.
P. ¿Cuál?
R. El presidente se cabreó y no vimos más dinero que ese. Los chicos estaban casi todos en Terrasa y no tenían que pagar desplazamientos, así que iba casi todo para sus bolsillos. Pero yo tenía que hacer encaje de bolillos con esos 20 porque tenía que pagar las concentraciones, a las jugadoras…
P. Usted tenía métodos inverosímiles como entrenar con cortinas los reflejos o que una productora siguera a las chicas para que se prepararan para las entrevistas…
R. No sólo eran cortinas, también mamparas, porque servían para reducir la visibilidad y fomentaban los reflejos. En cuanto a la productora, eso les vino muy bien, porque no estaban habituadas a que las entrevistasen y les dio rodaje.
P. ¿Cómo gestionó ser un hombre en un vestuario de mujeres?
R. Las chicas, por desgracia, ya estaban acostumbradas a los entrenadores masculinos porque no había otra cosa. A mí, de hecho, me nombraron seleccionador en contra de mi voluntad. Me reuní con las dos únicas entrenadoras que había en ese momento, porque me nombraron vocal de la Junta Directiva y me encargaron eso. Pero finalmente el presidente, sin previo aviso, me dijo que yo sería el seleccionador. Ambas se sintieron traicionadas con razón.
P. ¿Cuándo ha sido la última vez que ha firmado un autógrafo?
R. En La India, donde el hockey despierta muchísimas pasiones.
El frío invernal ya se nota en Madrid, más todavía en una mañana en la que escasea el sol. Por eso José Brasa (Vigo, 1951) acude a la cita bien abrigado, con una sudadera de la Selección Española de fútbol. Quizá la lleve por ese imborrable recuerdo al frente del combinado nacional de hockey femenino, al que guio hasta el oro olímpico en Barcelona 92. "Un directivo me dijo que la única medalla de oro que ganaríamos sería la de la Virgen de Lourdes", dice entre risas.
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