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Millonarios suizos, aventureros, pescadores, barcos voladores y cajas de cerillas flotantes
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Una semana de regatas en el mar menor

Millonarios suizos, aventureros, pescadores, barcos voladores y cajas de cerillas flotantes

Una mirada diferente al GC32 Racing Tour, competición de vela, ese deporte conocido porque lo practica el Rey y por darnos muchas medallas en los Juegos Olímpicos

Foto: El Mar Menor, escenario de la regata. (M.C.)
El Mar Menor, escenario de la regata. (M.C.)

“La vela lo es todo para mí” afirma orgulloso Jesús Ros, dos veces campeón de la Copa del Rey en su categoría y nacido en 1994 en Santiago de la Ribera, es decir, a orillas del Mar Menor. Como para él, la vela lo es todo para unas pocas decenas de personas dentro de la Región de Murcia (varias decenas más en la Comunidad Valenciana, posiblemente bastantes más en Cataluña o en Canarias, pero en ningún caso se podría hablar de miles de profesionales). Para otros, la vela es una afición que ocupa tardes de entrenamiento y fines de semana de regata, que obliga a hacer kilómetros y, como cualquier deporte, produce casi —y en este casi caben todos los madrugones, las agujetas y el frío— tantas frustraciones como satisfacciones.

Para un grupo todavía más amplío, la navegación a vela es una actividad que practicó durante algún verano borroso, justo antes de la paella —de las condiciones de viento de aquellos días dependerá que prevalezca el recuerdo de una u otra—, o lo que hay detrás del conjunto de órdenes confusas y códigos indescifrables que maneja un amigo con barco al que se acompaña de tanto en tanto en busca de calas pintorescas. Sin embargo, para la mayoría será, en el mejor de los casos, un deporte vistoso que practica el Rey y suele darnos muchas medallas en los Juegos Olímpicos y, en el peor, un deporte elitista que practican el Rey y los directivos de algunas multinacionales que colocan su logo en los enormes gennaker, mientras los demás se quedan en tierra.

placeholder Balizas preparadas para señalizar el recorrido. (M.C)
Balizas preparadas para señalizar el recorrido. (M.C)

Como los puntos de partida son tan variados, cuando se habla de navegación a vela conviene empezar por lo más obvio: la vela es un deporte que se practica en (sobre) el mar. Y el mar, es, en realidad, un fluido, es decir, un medio hostil, cambiante e impredecible. Además, los océanos llevan siglos funcionando como metáfora y símbolo de casi todo: intercambio, comunicación, libertad, aventura y otros conceptos peores, como conquista o colonización. Así que, desde Jack London hasta Joseph Conrad —con su fundamental 'El espejo del mar'—, cada marinero locuaz ha divagado sobre las experiencias inéditas —inalcanzables en tierra— que proporciona la navegación; así que es comprensible que ésta se haya convertido en una actividad de prestigio.

placeholder Comprobaciones rutinarias antes del inicio de la jornada. (M.C)
Comprobaciones rutinarias antes del inicio de la jornada. (M.C)

Pero incluso un pensador tan enemigo de la épica como Rafael Sánchez Ferlosio ofreció, sin embargo, argumentos a favor de este y otros deportes. Sus palabras sobre los “juegos ventajistas” (“su gusto consiste en la disminución o supresión del esfuerzo”) podrían aplicarse a quienes aprovechan el viento para moverse con una ligereza que su cuerpo no les permitiría. El escritor, que defiende los “deportes deslizantes y sin sentido” en los que “no se trata de conseguir nada, sino de sacar gusto en cada momento”, advierte, eso sí, de que cuando aparecen las reglas, cualquier actividad “deja de ser gustosa, pues el esfuerzo ya no se conmensura a lo que dé más gusto al cuerpo, sino al máximo rendimiento posible, tal como exige el afán de la victoria”.

Catamaranes que vuelan sobre el Mar Menor

En vela, las regatas, con su extenso reglamento, son la máxima expresión de ese “afán de victoria”, y esta semana, en las aguas del maltrecho Mar Menor —en situación de emergencia ecológica desde hace al menos cinco años—, se celebra una muy espectacular.

“La vela es una de las pocas actividades náuticas que respeta el ecosistema de la laguna”, afirma Andrés Sánchez, responsable del comité organizador de la gran final del GC32 Racing Tour. A su alrededor, con gran revuelo, los jueces y los balizadores se transmiten —mediante la emisora de radio o a voces— las últimas instrucciones para la colocación del recorrido. Hay que estar atento a cada role del viento.

placeholder Preparativos para el inicio de la sesión. (M.C.)
Preparativos para el inicio de la sesión. (M.C.)

La GC32 Racing Tour es una competición itinerante para navegantes profesionales (un circuito de cinco pruebas en 2021) cuyos catamaranes, idénticos para cada equipo (son ocho, casi todos centroeuropeos con una excepción americana, aunque a esta final han acudido seis), equipan foils, es decir, alas submarinas. Los foils, actualmente imprescindibles en vela de alta competición, comenzaron a usarse en la 34ª Copa América (2013), y son elementos que elevan las embarcaciones por encima de la superficie del agua. Cuando una embarcación equipada con foils navega a alta velocidad no flota, sino que su casco vuela, de forma que la resistencia al avance se reduce (el aire es menos viscoso que el agua) y la velocidad aumenta todavía más. “Cuando has practicado muchas horas en clases como el 29er o el 49er [vela ligera], has logrado buenas habilidades tácticas y tienes también la condición física adecuada, entonces aún necesitas muchísima experiencia con los foils”, explica Rhys Mara, del equipo Red Bull. Competiciones como esta o la Sail GP Series proporcionan esa valiosa experiencia a deportistas que están a un paso (hasta el Mar Menor han llegado el equipo Alinghi y varios medallistas olímpicos) de la siguiente edición de la Copa América.

Las instalaciones del Club Náutico de Lo Pagán sirven de base, y los catamaranes han tenido que repartirse entre la dársena del puerto deportivo y un muelle para barcos pesqueros, junto a la lonja. Por eso, la mañana del primer día de competición, pocas horas antes del bocinazo de salida, por los alrededores del Club es posible distinguir a tres tipos de individuos: regatistas, curiosos y pescadores. Los primeros son rubios, altos, atléticos y desde temprano equipan neopreno, casco y chaleco (antes de zarpar deben comprobarlo todo; incluso trepan hasta lo alto del mástil), mientras que los segundos visten ropa elegante de inspiración náutica, es decir, aquella que resultaría completamente inútil en el mar (donde lo principal es ser visto). Los pescadores, que no se complican, salen a faenar en chándal y con botas de agua y cosen sus redes, extendidas junto al material de fibra de carbono, con aguja e hilo.

placeholder Los catamaranes surcan el Mar Menor. (M.C)
Los catamaranes surcan el Mar Menor. (M.C)

Nos encontramos en la zona norte de la laguna, la menos afectada por los vertidos de salmuera y nitratos que provocaron la muerte de miles de peces durante aquel macabro episodio de anoxia que hizo sonar todas las alarmas en octubre de 2019; y aunque hubo más peces muertos este verano y la campaña del langostino no ha sido buena, al menos ahora parece que las doradas —es la “racha de noviembre” — abundan. En cuanto a los regatistas, a pesar de que llevan días entrenando aquí, casi ninguno se ha enterado de que el Mar Menor atraviesa un mal momento. Como estas últimas semanas han dominado los vientos del Norte y los de Levante (del Este), no se aprecia una especial turbidez en las aguas, puesto que la materia orgánica en suspensión que la provocaría ha sido arrastrada hacia la mitad sur, donde también desembocan las ramblas. Así que los competidores están encantados y, por ejemplo, Hans Peter Steinache, timonel de Red Bull y doble oro olímpico, destaca las condiciones del campo de regatas: “estamos en noviembre y hace calor —dice entusiasmado— pero no es solo la temperatura… sobre todo nos ayuda que aquí podemos navegar con viento fuerte y sin apenas oleaje. Incluso la salinidad del agua hace que los foils trabajen mejor”.

Rápido y húmedo, pero no tan elitista

Desde la parte más alta del yate a motor que el comité ha puesto a disposición de la prensa el panorama es impresionante. De lejos se ve cómo las grandes velas negras (mayor y foque; despliegan el gennaker en rumbos portantes) se desplazan a una velocidad insólita, como veloces sombras proyectadas sobre la muralla de edificios de La Manga. Más de cerca, estos catamaranes que pueden alcanzar más de 30 nudos (unos 60 km/h: un registro propio de lanchas muy potentes o de motos de agua) parecen gigantescos monstruos marinos. Como criaturas espasmódicas suben y bajan, salpicando cada vez que uno de los patines toca el agua, y maniobran vertiginosamente. También impresiona comprobar cómo cada tripulante —son seis por barco— sabe lo que tiene que hacer en cada momento, y es que en regata las tareas (caña o timón, trimado de la mayor, trimado del foque, táctica, proa… y ahora también control de vuelo) están medidas y repartidas al milímetro.

Eso sí: las mangas duran poco, los catamaranes se alejan enseguida e incluso desde las inmediaciones del recorrido es complicado saber lo que sucede en cada momento. La batalla se produce aguas adentro pero, gracias a que permanecemos atentos a la línea de llegada, al menos distinguimos que una manga la ha ganado el Alinghi y la otra sus compatriotas del Black Star Sailing Team. De momento, la vela es un juego complejo en el que siempre ganan los suizos.

placeholder Foils y timones, en una vista del puerto. (M.C)
Foils y timones, en una vista del puerto. (M.C)

Pero no hace falta ser suizo ni millonario, como Ernesto Bertarelli, el famoso armador del Alinghi, para disfrutar de este deporte. Estos días, a muchos de los que observen las evoluciones de los catamaranes voladores —incluso en el barco de prensa empieza a haber contagios— les van entrar ganas de probar y, en ese caso, “lo mejor es empezar con un curso de iniciación en una escuela con instructores titulados”, según indica Ana Ruiz de la Fuente, responsable de la Escuela Socaire, en Santiago de la Ribera, a un par de millas del campo de regatas.

“Al principio se navega con un instructor en un barco colectivo —continúa— y desde el primer día se aprenden cosas tan importantes como a saber de dónde viene el viento o a mantener el rumbo hacia un punto fijo. Más adelante enseñamos a arbolar [preparar] la embarcación o el trimado [el ajuste] básico de las velas y, claro, a virar y a trasluchar [maniobras básicas, giros en contra o a favor del viento]”.

La evolución del navegante inexperto es rápida y pronto, con el viento adecuado, podrá atreverse con el Laser, en el caso de los adultos, o con el Optimist, en el de los niños, unas embarcaciones individuales, nerviosas y técnicas, de cuyos campeonatos proceden buena parte de los regatistas a bordo de los GC32. “La base es la misma y al final todos los barcos a vela, desde el Optimist que es como una caja de cerillas hasta lo más espectaculares, funcionan con un timón y una escota… y alguien que mueva bien su peso encima de ellos”, concluye Ana.

placeholder Últimos preparativos antes de comenzar la jornada. (M.C)
Últimos preparativos antes de comenzar la jornada. (M.C)

No es caro. En España, según la web de la Federación, existen más de doscientas escuelas. Muchas de ellas —es el caso de Socaire en el Mar Menor— ofrecen cursos de seis días durante el verano y abren cada fin de semana en temporada baja. Diez o doce horas de clase suelen rondar los cien euros (aunque este precio varía mucho según la provincia y el centro) y lo habitual es que la escuela proporcione todo lo necesario para salir al agua.

Jesús Ros, el joven que abría esta pieza, se está perdiendo el vuelo de los GC32. Trabaja como balizador en la regata de la TP52 Super Series que se está disputando en Palma de Mallorca, el otro gran evento de la vela mundial que se celebra estos días en aguas españolas. Pero, puesto que él ha ocupado todas las posiciones posibles dentro de este mundo (alumno e instructor, regatista de las clases Optimist y Laser, entrenador, capitán de un crucero campeón de la Copa del Rey, juez, medidor y balizador…), en la siguiente entrega será él quien nos guíe, junto a otros técnicos, por el entramado de campeonatos regionales, clubes náuticos, reglas de clase, competiciones amateur y horas de sol y sal que separan al chaval que acaba de subirse a un Optimist de volar a cuarenta nudos sobre unos foils… o de tener una foto en Palma con el Rey. También comprobaremos si en Lo Pagán siguen ganando los suizos.

“La vela lo es todo para mí” afirma orgulloso Jesús Ros, dos veces campeón de la Copa del Rey en su categoría y nacido en 1994 en Santiago de la Ribera, es decir, a orillas del Mar Menor. Como para él, la vela lo es todo para unas pocas decenas de personas dentro de la Región de Murcia (varias decenas más en la Comunidad Valenciana, posiblemente bastantes más en Cataluña o en Canarias, pero en ningún caso se podría hablar de miles de profesionales). Para otros, la vela es una afición que ocupa tardes de entrenamiento y fines de semana de regata, que obliga a hacer kilómetros y, como cualquier deporte, produce casi —y en este casi caben todos los madrugones, las agujetas y el frío— tantas frustraciones como satisfacciones.

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